Thursday, November 30, 2023

21 años

Diario de incertidumbres 21 años Adrián Acosta Silva (Campus Milenio, 30/11/2023) https://suplementocampus.com/21-anos/ Mil veintitres números, mil veintitres semanas cumplidas puntualmente todos los jueves durante 21 años, es el hecho que muestra la sólida perseverancia de Campus Milenio. En un entorno frecuentemente hostil a la crítica, poblado de recelos y desinterés que muchos actores de la vida pública tienen hacia la educación superior, la idea de crear un suplemento especializado en los temas de la educación terciaria en México y en el mundo lanzada originalmente a comienzos del siglo XXI por Jorge Medina Viedas, fue vista inicialmente como un proyecto inviable, una apuesta arriesgada, una voz en el desierto. No obstante, más de dos décadas después, Campus es un proyecto periodístico independiente, que registra buena parte de los temas, voces, actores y hechos que ocurren dentro y en los alrededores de las instituciones de educación superior. Esta trayectoria esta marcada por tensiones, restricciones e incertidumbres de diversa naturaleza, complejidad y profundidad. A lo largo de cuatro administraciones sexenales, dominadas por diversos oficialismos políticos, Campus apostó a la diversidad y pluralidad del pensamiento crítico, pero también al reconocimiento de las propuestas, acciones y proyectos que han formulado las universidades e instituciones públicas y privadas, o los organismos gubernamentales, civiles y privados relacionados con la educación superior. Temas como la calidad, la innovación, la ciencia y la tecnología, la dimensión subnacional de la educación terciaria, la cultura, los conflictos educativos, los perfiles de actores estratégicos, la vinculación con el entorno, lo que ocurre en otros países y contextos nacionales, han sido objetos permanentes de atención del semanario. Esta vocación por estar atentos a “la música de lo que pasa” (como denominó el poeta David Huerta a ese sensación de alerta sobre el presente), explica el esfuerzo que cada semana despliega Campus en sus páginas impresas y virtuales. Es un espacio que reúne la opinión y el reportaje, las noticias y los acontecimientos que marcan el día a día de un territorio poblado por casi 5 mil establecimientos de educación superior, donde estudian poco más de 5 millones de estudiantes y trabajan casi 450 mil profesores e investigadores. Como todo campo de acción pública, la educación superior reúne tradiciones e innovaciones de muy distinto calibre, conserva rutinas y rituales que garantizan continuidad y estabilidad, pero también enfrenta nuevos dilemas y desafíos en un contexto donde el futuro es un escenario de incertidumbres acumuladas. Justo por esa complejidad contextual, Campus es un espacio de análisis que contribuye a mirar las cosas desde muy diversos puntos de vista. Si el presente siempre está poblado de futuros, el registro de sus señales, evidencias y tensiones son factores clave para pensar en escenarios deseables y posibles para la educación superior mexicana del siglo XXI, en el contexto de un ciclo de transformaciones globales que exigen ajustes, adaptaciones y cambios en los sistemas de educación superior. Justo por ello, la existencia de un medio que ayude a comprender los problemas y desafíos de una nueva agenda global, nacional y local es una apuesta intelectual, académica y periodística fundamental para imaginar horizontes futuros actuando en el contexto de presentes complejos. Desde esa perspectiva, los 21 años de Campus representan no sólo las huellas del camino andado, el recuento de logros, brechas y déficits acumulados. Representan también la voluntad de construcción de mejores futuros para la educación superior mexicana.

Thursday, November 23, 2023

Funcionarios universitarios

Diario de incertidumbres ¿Quiénes son los funcionarios universitarios? Adrián Acosta Silva (Campus-Milenio, 23/11/2023) https://suplementocampus.com/quienes-son-los-funcionarios-universitarios/ Alguien tiene que velar; eso es así. Alguien tiene que estar ahí. Franz Kafka, De noche Los momentos de cambio en las rectorías universitarias son episodios interesantes porque revelan las complicadas lógicas políticas e institucionales que articulan los intereses de comunidades particularmente complejas. En el reciente caso de la UNAM, por ejemplo, esta afirmación vuelve a tomar relevancia porque el nuevo rector llegará a sus oficinas de la torre de Ciudad Universitaria no sólo con un nuevo proyecto institucional que combinará “continuidad con cambios sin estridencias”, como anunció a los medios cuando se supo de su designación, sino también porque integrará a su equipo de colaboradores cercanos a la administración universitaria, aunque seguramente también ratificará a otros que se han desempeñado en administraciones anteriores, e invitará a algunos más para que asuman cargos importantes en la gestión de los asuntos universitarios. Estos movimientos son esperados y, para muchos, necesarios. Sin embargo, el tema de fondo es el peso que tiene el funcionariado universitario en la conducción de la vida institucional. Aunque los directivos y administradores de la universidad son figuras relevantes de la gestión rutinaria de múltiples asuntos cotidianos, su configuración como actores estratégicos del gobierno, la gobernanza y la gobernabilidad de las universidades ha sido poco estudiado. Como expresiones legítimas de autoridad institucional, sus perfiles, motivaciones, trayectorias previas y posteriores, sus funciones formales e informales, o “manifiestas y latentes”, han sido generalmente poco examinadas por los estudiosos de la historia o la sociología de las universidades. Hay un conjunto de preguntas que aguardan por respuestas. ¿Quiénes son los funcionarios universitarios? ¿Cuántos son? ¿Porqué y cómo llegaron ahí? ¿Cuál es su influencia práctica en la vida institucional? ¿Cuáles son las motivaciones e incentivos para ser funcionarios? ¿Cómo se distinguen los directivos académicos de los estrictamente administrativos? ¿Se puede hablar de burocracias académicas y burocracias sin adjetivos?. Estas cuestiones ayudarían a comprender la complejidad de un actor clave de la vida universitaria que, sin embargo, es, paradójicamente, un actor reconocido pero a la vez desconocido. El asunto importa porque los directivos son acompañados por un funcionariado universitario más o menos extenso que implementa proyectos y decisiones institucionales. Sin embargo, los rectores, directivos y funcionarios no actúan solos. Como se sabe, una de las características históricas del gobierno universitario es su carácter colegiado. El cogobierno, o el gobierno compartido, es el rasgo central de la vida universitaria, el que proporciona estabilidad, equilibrio y legitimidad a las universidades públicas. Figuras unipersonales de autoridad como rectores, directores de escuelas, facultades, institutos, unidades o programas académicos, funcionarios universitarios de la administración central o de las administraciones desconcentradas o descentralizadas, coexisten siempre con órganos colegiados jurisdiccionales, en las que se toman decisiones, se resuelven conflictos, se dirimen diferencias y se toman acuerdos de manera rutinaria. Estudiantes, profesores, investigadores y directivos participan de los órganos colegiados y ayudan a definir y resolver agendas pobladas de temas académicos, administrativos, escolares, presupuestales, políticos y, cada vez de manera más frecuente, éticos. En estos contextos, la figura del funcionariado adquiere relevancia. Son burocracias crecientemente especializadas que tienen una lógica de actuación delimitada por normas y circunstancias, por reglas escritas y no escritas, por la gestión de recursos, las prioridades del momento, por el tiempo y los calendarios. Las habilidades directivas universitarias no se suelen aprender en los cursos de “alta dirección ejecutiva” o de “gerencia pública profesional”, sino que se aprenden con base a la experiencia, cierto sentido común, intuición, capacidad, oportunidades o restricciones institucionales. Al ser parte de las estructuras de autoridad, el funcionariado universitario juega un rol central en la gestión de los servicios y de los recursos de apoyo a la vida académica. Los “mandos medios y superiores” -como se suele denominar al funcionariado de primer nivel en el argot administrativo-, son actores clave de las rutinas de la universidad, y por ello resultan figuras destacadas en la comprensión no sólo de quiénes administran sino de cómo se gobiernan las universidades públicas. Después de todo, la autonomía universitaria significa no solamente el respeto a las libertades de cátedra y de investigación, sino también el auto-gobierno de las universidades. Esa es la dimensión estrictamente política de la autonomía. Desde esta perspectiva, el funcionariado universitario forma parte de las redes organizadas del poder institucional que se construyen a lo largo de las trayectorias académicas o administrativas de los diversos liderazgos universitarios, donde los méritos académicos o intelectuales, la confianza política, el prestigio académico, la reputación personal o el desempeño institucional, son componentes importantes en la designación de los nombramientos de los puestos administrativos. Un rector o rectora nunca llega solo a ejercer sus funciones. Le acompañan hombres y mujeres que se incorporarán a su administración y le permitirán proponer y justificar decisiones a los órganos colegiados universitarios. El proceso de nombramiento de puestos y personas adquiere entonces una relevancia práctica destacada pero generalmente poco visible para las comunidades universitarias. Es por ello que resulta importante conocer no sólo los procedimientos o los mecanismos de designación del funcionariado universitario, sino también los itinerarios laborales de quienes son nombrados en los puestos, más allá de los curriculum vitae o de las biografías personales. ¿Qué sabemos? En realldad, muy poco. Se estima que los mandos medios y superiores de las universidades públicas representan entre el 10 y el 15 por ciento del personal administrativo total de las universidades. Que aunque no hay formalmente una suerte de “servicio universitario de carrera”, de manera informal pero real existen funcionarios que ocupan distintos puestos a lo largo de varios años. Asimismo, sabemos que los directivos académicos suelen tener también un puesto como profesor o investigador de la universidad, y que existen motivaciones salariales, políticas o morales para aceptar la designación de puestos. Sin embargo, estos son apenas los puntos de partida para estudios a fondo sobre la sociología del funcionariado de las universidades públicas en México.

Wednesday, November 22, 2023

Botargas

Botargas: lo que ves es lo que hay. Adrián Acosta Silva De un tiempo para acá la política se ha convertido en un concurso de botargas. El ahora candidato a la gubernatura de Jalisco por el partido Movimiento Ciudadano, el entusiasta Pablo Lemus (virtual expresidente municipal de Guadalajara), ha estrenado su botarga correspondiente como acompañante de temporada. Se suma a lo que hicieron los asesores y consejeros del propio presidente López Obrador desde hace años con la promoción de su imagen con máscaras, muñecos, caricaturas y botargas que circulan por todo el país. También lo hace la precandidata del Frente Amplio por México, Xóchitl Gálvez, así como Claudia Sheinbaum por Morena, y muchos otros candidatos a puestos de elección popular. Al parecer, todos se han mimetizado de la estrategia del Dr. Simi para promocionar sus establecimientos farmaceúticos, del Pollo Pepe para vender sus alimentos, o de los personajes disfrazados que animan los partidos de futbol o de beisbol en los estadios desde hace décadas. La palabra “botarga” tiene un origen antiguo pero impreciso. Según algunas fuentes, se utilizó por primera vez en los teatros europeos de la era medieval, para la representación de personajes rídiculos de comedias, farsas y sátiras, donde actores vestidos con disfraces de colores extravagantes hacían el papel de bufones. La función de las botargas era el escarnio de los personajes en escena, que utilizaban la torpeza deliberada, la burla y el sacrasmo como instrumentos de dramatización de situaciones que acentuaran el sentido del humor de los espectáculos teatrales de la época. Pero fue hasta mediados del siglo XX cuando el uso de esos disfraces se convirtió en un recurso publicitario común para empresas, escuelas, negocios y programas infantiles de televisión, algo que ocurrió primero en los Estados Unidos y luego en el resto del mundo. ¿Qué explica el fenómeno en el campo político? No tengo la menor idea, pero sospecho que tiene la pretensión de aspirar a una estrategia (si es que se le puede llamar así), para promocionar la imagen del o la candidata tratando de hacerles parecer simpáticos, agradables, populares a los ojos de las multitudes. Son formas burdas de infantilización de la política y los procesos electorales, orientadas a presentar una imagen de cercanía y de confianza de los políticos profesionales y de los partidos que representan con los ciudadanos, como si la política fuera una fiesta, un concurso de popularidad que gana no el que tiene mejores argumentos o ideas sino la botarga más colorida y chistosa. De alguna manera, la botarga es un disfraz, una forma de disimular o de ocultar los rostros verdaderos de la política, muchos de los cuales no suelen ser agradables y menos apacibles. Si bien es cierto que la política suele ser o parecer a veces un baile de disfraces, una mascarada organizada, un concurso de payasos, ventrílocuos y prestidigitadores, en realidad es el espacio de la negociación racional de conflictos, la arena pública de contrastes y opciones, de votos y casillas, esporádicamente hasta de ideas, ideologías y programas. El problema no son por supuesto, las botargas, los peluches o los disfraces. El problema es que detrás de esas apariencias de alegría simulada, de sonrisas ficticias, acompañadas invariablemente con música festiva de simplicidad instantánea gobernada por los ritmos de la temporada, no se esconda nada. Son los ropajes deformados de cascarones vacíos, hechuras de retóricas repetitivas, ocurrencias y promesas hechas al vapor, dirigidas al consumo instantáneo en las giras, los mitines y las apariciones de las y los candidatos en plazas públicas, medios y redes. Las botargas son el reflejo fiel de la política mexicana en la era de la dictadura de las imágenes, los desencantos y las ilusiones. Son parte de la política del espectáculo, la caricaturización de los candidatos y de los partidos políticos, sin trucos, metáforas ni mensajes ocultos, y cuyo punto estelar serán las elecciones del próximo año. Es la proliferación de las botargas como la representación visual de los intereses, las creencias y los cálculos políticos de los protagonistas de la temporada. La expresión de una subcultura del consumo electoral que significa la mercadización de las imágenes políticas y de sus actores principales, que inundan los espacios públicos reales y virtuales de los productos del momento. Es la temporada de botargas. Lo que ves es lo que hay.

Thursday, November 09, 2023

Acapulco: la reconstrucción educativa

Diario de incertidumbres Acapulco: el largo camino de la reconstrucción educativa Adrián Acosta Silva (Campus-Milenio, 9/11/2023) https://suplementocampus.com/acapulco-el-largo-camino-de-la-reconstruccion-educativa/ Entre las múltiples destrucciones que el devastador huracán Otis dejó en Acapulco y los municipios aledaños se encuentra el sector educativo. A dos semanas de ocurrido, y según un reporte de Unicef, se estima que casi 200 mil estudiantes de todos los niveles educativos de la región suspendieron clases y actividades en cientos de escuelas y, a diferencia de la pandemia, ni plataformas virtuales ni dispositivos digitales serán suficientes para enfrentar la nueva crisis educativa que se avecina en aquel estado sureño del país. El problema se agudiza cuando se analiza el estado de la educación en esa entidad, que históricamente encuentra en los niveles más bajos del país en prácticamente todos los rubros: tasas de cobertura, eficiencia terminal, escolaridad promedio de la población, aprendizajes efectivos, acceso a la educación media y superior. En un contexto de pobreza extendida y precariedad laboral, Acapulco es el símbolo de la desigualdad que caracteriza a Guerrero y al país. Como otros grandes centros turísticos del país (Cancún, Puerto Vallarta, Los Cabos), el turismo de alto consumo internacional y nacional coexiste con una población empobrecida, sobreviviendo permanentemente entre la precariedad y la falta de oportunidades educativas y laborales. El impacto del huracán ha vuelto a colocar en perspectiva las dimensiones económicas, sociales y políticas de una población que se ha adaptado a una economía basada principalmente en el turismo, donde consumidores de alta gama mantienen un mercado de círculos excluyentes, privados, configurando una periferia que genera sus propias lógicas de adaptación y supervivencia en los márgenes del gran turismo dominado por yates, restaurantes y bares sofisticados, regularmente clasificados entre los mejores del mundo, departamentos y residencias de lujo, hoteles gran turismo y hoteles boutique de consumo exclusivo. En ese contexto, configurado lentamente desde hace décadas a través de distintos oficialismos políticos, el sistema educativo acapulqueño experimenta los impactos dramáticos de la devastación de decenas de escuelas, desactivando instantáneamente los circuitos de la formación básica y profesional. Frente al enorme desafío que implica la urgente reconstrucción de infraestructuras y procesos productivos (que se estima durará por lo menos dos años), es posible afirmar que la educación sufrirá un recrudecimiento de sus problemas crónicos, y con ello se incrementarán las brechas de desigualdad en relación a otras regiones del país. La magnitud y complejidad de la reconstrucción contiene múltiples dimensiones. Pero todas ellas tienen que ver con la elaboración y gestión de políticas públicas que implican inteligencia, capacidad, eficacia y pertinencia gubernamental y social. La experiencia de la gestión de la crisis pandémica del gobierno federal fue duramente criticada por sus yerros, insuficiencias e ineficiencias. La gestión de las implicaciones del desastre en Acapulco corre el riesgo de padecer de las mismas características. En el caso de la educación, la SEP y las autoridades educativas federales, estatales y muncipales tienen una enorme responsabilidad para reconstruir en el menor tiempo y en las mejores condiciones posibles el sistema educativo en Acapulco y las regiones más afectadas por los efectos destructivos de Otis. Ese es el gran desafío de corto plazo no solo para el gobierno nacional o el estatal, sino para el Estado mexicano en su conjunto. Pero el otro componente de la gestión de la crisis educativa es no sólo el desafío reconstructivo de aulas, escuelas y rutinas académicas, sino también la oportunidad de la re-hechura sistémica de la educación guerrerense, de sus estructuras, actores, procesos y relaciones. Como lo muestran las experiencias de guerras, desastres naturales y conflictos políticos en muchas regiones del mundo, el histórico rezago educativo guerrerense puede comenzar a revertirse como consecuencia de la devastación si se logran intervenciones públicas con una visión de mediano y largo plazo. Las urgencias y las prisas gubernamentales, acosadas por los calendarios y relojes de la coyuntura política, pueden estropear la gran oportunidad de rehacer un sistema educativo local que ha sido abandonado a su suerte desde hace décadas. Desde esa perspectiva, la acción gubernamental está condenada al fracaso si sólo se piensa en términos de la militarización de la gestión del desastre, que por su propia naturaleza es un recurso excepcional, coyuntural y de corta duración. La acción pública organizada, donde gobiernos, empresas y sociedad interactúan para enfrentar lo urgente pero colocando la atención en el futuro, puede dar mejores resultados que el aislamiento gubernamental. Claramente, hay prioridades: electrificación, comunicaciones, hospitales, agua, abastecimiento de víveres, reactivación del empleo, son la agenda inmediata del desastre. Pero la educación también ocupa un lugar central en las políticas de gestión multidimensional de la crisis. La realización de un diagnóstico puntual de las carencias, restricciones y oportunidades de la educación en la escala regional afectada por el huracán, puede ser el mecanismo de disparo que la política educativa necesita para revisar a fondo las causas y condiciones que explican la crónica pobreza educativa guerrerense. Es decir, se trata no sólo de “levantar Acapulco” -como señala la frase presidencial como emblema de sus estrategias reconstructivas-, a través de la electrificación y la reparación de los baños, ventiladores, puertas y ventanas de las escuelas, sino de reformar el proceso educativo y del papel de sus actores principales. Es un enorme esfuerzo público por revisar los problemas estratégicos de la docencia y los aprendizajes escolares para diseñar otra forma de gestionar un mejor futuro para la educación en Guerrero.

Saturday, November 04, 2023

Mi generación

Mi generación Adrián Acosta Silva https://www.milenio.com/cultura/laberinto/mi-generacion-la-sociologia-como-lente-interpretativa Cada uno levanta su bandera o estandarte de signos detenidos, de levaduras amargas. Comen recuerdos y olvidos, unánimes comensales. David Huerta, Fantasmas Es un asunto complicado hablar de una generación. Existe la manía de etiquetar a las generaciones como si fueran un conjunto de individuos social, política o culturalmente homogéneos, unidos por sus años o territorios de nacimiento, por las circunstancias en las que crecen y se desarrollan, por las creencias que comparten, o porque experimentan simultáneamente acontecimientos que marcaron simbólica o dramáticamente la memoria colectiva en un tiempo y circunstancias específicas. Por eso se habla de la “generación del 27”, la “generación del medio siglo”, la “generación del 68”, la generación “X” o la “Z”, la generación de la crisis, la de la pandemia, la generación de Woodstock o la de Avándaro, los baby-boomers, los milenials, los centenials, la generación digital, la generación de cristal, la generación perdida. El problema con las etiquetas generacionales es que sirven para simplificar, clasificar o calificar grupos, pero no para describir y explicar itinerarios y trayectorias vitales múltiples, contradictorias y complejas. En realidad, cuando decimos “generación” hablamos de un conjunto heterógeneo de individualidades que más o menos comparten un tiempo y un contexto específico, en el transcurso del cual establecen lazos afectivos, emocionales, intelectuales y, en ocasiones, también políticos. De esas maderas están hechas todas las generaciones de todos los tiempos. Reúnen un conjunto difuso de tradiciones, de creencias, de imágenes, de ilusiones y convicciones que alimentan y dan forma a prácticas sociales, éticas y, en un sentido amplio, culturales, representadas por hombres y mujeres con nombre y apellido, que cultivan preferencias y gestionan las incertidumbres, los dilemas morales, sus emociones y crisis como pueden, creen o desean. Mi generación es, como todas, una de ésas. Y me refiero a “mi generación” en el sentido que The Who (el gran grupo de rock inglés de finales de los sesenta y los setenta), le diera en una de sus rolas más célebres, titulada justamente My Generation. Un reclamo rabioso, voluntarista, un tanto ingenuo, un llamado de atención, un grito de identidad de un grupo de jóvenes insatisfechos, confundidos y apasionados, pero absolutamente convencidos de que las cosas podían y debían cambiar. Los que nos reunimos hoy aquí sólo nos representamos a nosotros mismos, a nadie más. Somos la hechura de un tiempo de cielos plomizos bajo los cuales se fraguaron algunos cambios interesantes, violentos y esperanzadores ocurridos entre 1978 y 1983, cuando ingresamos y egresamos de la carrera de sociología en la Universidad de Guadalajara. Son los años situados a las puertas de la década perdida de los años ochenta, de los ajustes económicos neoliberales basados en lo que posteriormente se denominaría como el “Consenso de Washington”, y los inicios de la llamada transición democrática; de la expansión de los movimientos sociales y de la imaginación política; de la crítica a la moralidad pública y la denuncia contra la desigualdad social, la pobreza y la discriminación; de los señalamientos a la corrupción y el autoritarismo del régimen posrevolucionario mexicano. El oficio del sociólogo aquí y ahora se forjó en ese ambiente gobernado por espíritus múltiples, los fantasmas de pasados recientes y las sombras de futuros inciertos. Entre los jardines, pasillos y salones de la entonces Facultad de Filosofía y Letras -incluyendo por supuesto al célebre “Pinos Bar” y las caguamas frías que comprábamos cada jueves o viernes en la tienda de Don Cuco-, mi generación se nutrió generosamente del combustible del aburrimiento y la insatisfacción, de la crítica contra el estado de cosas, de la búsqueda ansiosa y a veces desesperada o confusa de soluciones políticas a través de los caminos largos de la reforma, o las vías rápidas de la revolución. Quizá por esas circunstancias, el marxismo dominó nuestra formación sociológica. Pero habría que precisar: los marxismos y los postmarxismos. Marx, Engels, Gramsci, Lenin, Lucaks, historiadores como Thompson o Hobsbawn, formaron parte de los autores que leímos y discutimos junto con las teorías sociológicas clásicas de Durkheim, Rousseau o Weber, de filósofos como Ernest Cassirer o Adam Schaff, de Manuel Castells y la sociología urbana, de los textos de Pablo González Casanova, Octavio Rodríguez Araujo o de Arnaldo Córdova, de Carlos Pereyra, de la influencia de la revolución cubana y sus mitologías, del asesinato de Salvador Allende y de los ecos violentos y justicieros de las luchas de los grupos guerrilleros mexicanos de la primera mitad de los años setenta, cuyos orígenes se fraguaron en el barrio de San Andrés, o en las luchas armadas entre la FER y la FEG. Las sombras largas de los marxismos explican el nombre que acordamos para denominar a nuestra generación (Centenario Carlos Marx), e invitar como padrino y orador en la ceremonia de la graduación en el Paraninfo “Enrique Díaz de León” de la U. de G. a Don Adolfo Sánchez Vázquez. Nuestros profesores ya fallecidos como Pedro Quevedo, Andrés Orrego Matte, Jesús Pérez Castellanos, César López Cuadras, Mabel Padlog, o Flaviano Castañeda, o los que afortunadamente nos acompañan como Tomás Herrera, Fabián González, Jaime Tamayo, Patricia Arias, o Francisco Contreras, son una parte indispensable de nuestra formación política, intelectual y sentimental. Ángel, Rosa, Jorge, Elisa, Mario, Gloria Angélica, Yolanda, Ana María, Chuy, Rodrigo, Ramón, Rosario, Felipe, Margarita, Lupita, Rogelio, Armando, son los compañeros de esos años de experiencias y aprendizajes ocurridos dentro y fuera de las aulas. También ya contamos a nuestros muertos, desde hace muchos años: Rafa y Gonzalo. Esta es la primera vez que nos reunimos en cuarenta años, aunque muchos de nosotros nos hemos saludado en reuniones académicas y ambientes cantinescos a lo largo de estas cuatro décadas. Algunos desarrollamos nuestro oficio en ambientes universitarios, decidimos estudiar posgrados, dar clases, dirigir tesis, desarrollar proyectos y participar en grupos de investigación o discusión en diversos temas. Otros combinamos la vida académica con la vida política y pública, tratando de establecer conexiones entre el mundo escrito y el mundo no escrito de nuestros entornos locales y nacional. Algunos incursionaron en las mezclas duras de las actividades académicas con el ejercicio de la gestión propia del funcionariado universitario o gubernamental, o mediante el ejercicio de consultorías, estudios y proyectos para organizaciones públicas, sociales y privadas. Otros desarrollaron el oficio de modo diferente. En las comunidades, en el activismo social, en el impulso de la educación y el ejercicio de la profesión docente. Algunos establecieron sus actividades en el mundo de los negocios privados, uno más se fue al otro lado para experimentar, quemando sus naves laborales previas, en el viejo oficio del wet-back, y construir en otro lugar, lejos de aquí, su vida, su trabajo y su familia. A pesar de esta diversidad de trayectorias, sospecho que la sociología ha sido una lente interpretativa constante de nuestros itinerarios vitales, más allá de oficios, ocupaciones y afinidades electivas. No porque nos fuera útil en el sentido más instrumental del término, sino porque la sociología permite mirar las cosas de modo distinto, con sus múltiples focos de atención, sus excesos interpretativos, limitaciones metodológicas y virtudes comprensivas. Hoy, en los años en que las violencias homicidas, las desapariciones forzadas y las desigualdades sociales se han endurecido, donde las promesas no cumplidas de la democracia se amontonan por todos lados, y donde las ineficacias gubernamentales se combinan con una creciente conflictividad y polarización política, las nuevas generaciones de sociólogos enfrentan desafíos interpretativos, preocupaciones privadas y acciones públicas de un nuevo tamaño, dimensión y complejidad. De muchas maneras, estudiar la sociología supone la curiosidad y el entusiasmo por examinar y discutir una y otra vez los nuevos y viejos problemas sociales. Es tratar de comprender las relaciones entre las estructuras, los procesos y los actores de la vida social en múltiples campos de la acción organizada. Estudiar sociología es un estado de ánimo, ese ánimo generacional como al que se refirieron los Who en My Generation, de 1965. Un estado permanente de insatisfacción, de rebeldía, de confusión e incertidumbre, gritado cara a cara, acompañado del deslumbrante sonido del requinto eléctrico de Pete Townshend, la voz deliberadamente tartamuda de Roger Daltrey, la potente batería de Keith Moon, y el bajo furioso de John Entwistle. Es claro que se trata sólo una canción del rock clásico que, sin embargo, se convertiría en el emblema sonoro de una generación imaginaria que marcó simbólicamente una época de confusión, claroscuros e incertidumbres. Tal vez por ello, Bob Dylan incluye esa canción como una de las que configuran su Filosofía de la canción moderna (Anagrama, 2022, Barcelona), y que, ante las dramáticas escenas de guerra que hoy sacuden nuevamente al mundo en Ucrania y en la Franja de Gaza, y las violencias criminales que padecemos desde hace años en Guadalajara y en el país, recuerdan y revitalizan de algún modo las aguas profundas de aquel reclamo sesentero. Como escribió el Doctor Dylan: “No quieres ser viejo y decrépito, no gracias. Estiro la pata antes de que pase. Mortificado, observas un mundo que no tiene remedio”. Amén.