Friday, August 31, 2018

Van Morrison

Van Morrison: todo vuelve
Adrián Acosta Silva
(Publicado en Nexos on line, 31/08/2018)
https://musica.nexos.com.mx/2018/08/31/van-morrison-todo-vuelve/


San Francisco, California. Veinticinco años después de su primera visita a The Masonic, un sobrio y ecléctico auditorio ubicado en el barrio de Nob Hill en las montañas de San Francisco, Van Morrison regresó nuevamente para ofrecer tres conciertos de verano en este 2018. El recuerdo de aquel concierto quedó registrado en el espléndido disco doble A Night in San Francisco (Polydor Records, 1994), una obra que ya incluía un pausado recorrido sobre las dos primeras décadas de las obras del músico irlandés. Un cuarto de siglo después, el 16 de agosto, frente a los poco más de 3,500 asistentes que abarrotaron el Masonic, el León de Belfast, a sus 73 años, cerraba su gira en el puerto ofreciendo un espectáculo sobrio, concentrado, pero con la potencia de una voz y un estilo que conmueven y deslumbran a sus seguidores nuevos y viejos.
A las 7 de la tarde, Shana Morrison, su hija, abrió el concierto por cortesía de su señor padre. Interpretando cinco canciones, una voz estupenda, acompañada por el compacto grupo de coristas y músicos de base de Morrison, tuvo una intervención celebrada respetuosa pero discretamente por el público. Después de todo, los asistentes habían ido a celebrar los 50 años de Astral Weeks, una de las obras emblemáticas del mítico cantautor irlandés. Además, ese día se había anunciado por la mañana el fallecimiento de Aretha Franklyn, una noticia que llenó durante todo el día los sonidos de la ciudad con sus canciones, interpretadas por los músicos callejeros desde el Fisherman´s Wharf hasta la calle Haights, en el barrio hippie de la ciudad, pasando por la Market Street, en el corazón viejo de San Francisco.
Bajo ese clima mezcla de entusiasmo y tristeza, y con la acostumbrada niebla marítima vespertina cubriendo el puerto, The Old Black Magic, de Johnny Mercer, estalló en el Masonic, anunciando la discreta entrada de Morrison, acompañado en este cover clásico por su propia hija. Desde el principio, la voz potente del irlandés sacudió los cimientos del auditorio, inundando impetuosamente de soul, jazz y blues la acústica sonora del lugar, y permitiendo a los asistentes –en su mayoría cincuentones y sesentones, acompañados en ocasiones por sus hijos y nietos- apreciar las virtudes intactas de un hombre de baja estatura, vestido de negro, de lentes, y portando un finísimo sombrero, que gobernaba de inmediato a una banda que le obedecía con la confianza que solo proporcionan la fe, el oficio y la sabiduría musical.
Let´s Get Lost, I Can´t Stop Loving You, Have I Told You Lately, siguieron en la lista, confeccionada cuidadosamente por canciones antiguas y recientes, incluyendo las de sus últimas tres grabaciones: Roll With The Punches y Versatile (ambas lanzadas por Caroline Records en 2017) y, con Joey DeFrancesco, You´re Driving Me Crazy (Legacy Records, 2018). A la cuarta canción del concierto, con el sax y el piano entre sus manos, Morrison se desenvolvió en el escenario con la maestría que sólo proporcionan medio siglo de conciertos, 39 grabaciones, y el oficio solitario de escribir canciones, de interpretar covers, de interactuar con otros músicos, compositores y cantantes. Una masa silenciosa, atenta e inmóvil, capturada por la música, seguía con una mezcla de respeto, devoción y entusiasmo el ritmo de la voz y los sonidos conducidos por George Ivan Morrison, mejor conocido como Van The Man. Para algunos, el impulso de arrodillarse y pedir perdón por sus pecados era irresistible. Para otros, disfrutar en la oscuridad de las canciones siguiendo con un discreto tamborileo de manos y pies el espectáculo era una reacción más que suficiente.
Más adelante, Broken Record, Afternoon, Moondance, Magic Time trazaron una línea de tiempo y sonidos gobernada por el “desarticulado discurso del corazón”, como reza una de las confesiones de parte elaboradas por el propio Morrison en algún momento de los años setenta. Al final, Ballerina, una de las rolas incluidas en Astral Weeks, es sólo iniciada por la voz indómita del cantante, y seguida por un largo episodio de jazz de sus músicos, con la trompeta, el bajo, la marimba, la batería, la voz espléndida de una de las coristas. En medio de la interpretación, el viejo León se retiraba discretamente del escenario, caminando lentamente al backstage, perdiéndose silenciosamente entre penumbras por los pasillos que conducen a los camerinos del auditorio. Nunca saludó, nunca se despidió: pura coherencia irlandesa.


El cálculo del poder

Estación de paso
El cálculo del poder
Adrián Acosta Silva
(Campus-Milenio, 30/08/2018)
En tiempos interesantes, nunca está de más acudir a la experiencia y sabiduría de los antiguos para tratar de entender lo que hoy ocurre frente a nuestros propios ojos. Revisitar sus obras, es siempre un recurso útil para mirar con otros lentes la sensación de presente interminable que domina el espectáculo público. Los cambios en los humores, en el perfil de los políticos y de la política, en los gestos y lenguajes al uso, forman el material inevitable del presente pero en su momento también fueron objeto de reflexión y estudio para pensadores clásicos y contemporáneos. Desde diferentes circunstancias y perspectivas, tres de ellos pueden ser adecuados para pensar en las complejidades viejas y nuevas del cálculo del poder: Maquiavelo, Oakeshott y Fouché.
Maquiavelo afirmaba que un buen príncipe siempre tiene que aspirar a conjugar dos cosas fundamentales: “fortuna y virtud”. Es decir, tomar decisiones claras que guíen sus acciones en un sentido deseado –que no puede ser otro que la obtención y el reconocimiento de su poder y del gobierno que dirige- pero que debe también considerar las determinaciones que la fortuna –es decir, la suerte, el azar, el destino-, juegan en los resultados del ejercicio político práctico cotidiano.
Esa combinación suele ser complicada y, a menudo, imposible, algo que reconocía de entrada el propio Maquiavelo cuando afirmaba que “ninguna cosa hace estimar tanto a un príncipe como las grandes empresas y el dar de sí excepcionales ejemplos”. Grandes empresas como grandes reformas, o transformaciones, o iniciativas (la Cuarta Transformación Nacional, por ejemplo), exigen por lo tanto una combinación adecuada de prudencia, fortuna y virtud, acompañadas siempre de un relato convincente, persuasivo y claro, sobre la necesidad o la bondad de emprender un nuevo camino de transformaciones desde el gobierno.
Pero para los profesionales de la política las circunstancias siempre determinan los comportamientos. La voluntad individual importa, el control de las decisiones, el cálculo de su propio poder, pero hay factores que no se pueden predecir ni anticipar con exactitud. Por ello, por el grado mayor o menor que tiene la incertidumbre en los asuntos políticos, Maquiavelo afirmaba que casi no hay político que no tenga “el ánimo dispuesto a girar según los vientos y variaciones que la fortuna le ordene”. Esa plasticidad es una característica fundamental del oficio político, una característica que suele ser incómoda, a veces moralmente reprobable, frecuentemente incomprensible para los no políticos, para los científicos o para muchos ciudadanos.
Esa ductibilidad de la actividad política también suele ser vista como una especie de “arte de la navegación”, tal y como lo sugirió Michael Oakeshott en el contexto reflexivo de la filosofía política de la primera mitad del siglo XX, cuando señalaba: “En la actividad política, los hombres navegan en un mar sin límite, sin fondo; no hay puerto para protegerse ni suelo en el que anclar, ni siquiera lugar de origen ni destino fijado. La empresa consiste en mantenerse a flote en equilibrio; el mar es a la vez amigo y enemigo; el cometido del arte de la navegación es usar los recursos de un modo de actuar tradicional a fin de convertir en amiga cualquier situación hostil”.
La prosa elegante de Oakeshott contrasta no solo con la crudeza realista de Maquiavelo, sino también con el lenguaje pragmático de Joseph Fouché (1759-1820), un personaje polémico de la política francesa de los tiempos de la revolución, que fue entre otras cosas Asambleísta, Duque de Otranto, y Ministro de la Policía General de Napoleón, a quien Stefan Zweig dedicó su conocida biografía novelada. Sin rubor y sin reparos, este personaje fue conservador y liberal, jacobino y realista, hombre de izquierdas y de derechas, extremista y reaccionario, que fue capaz de acomodarse a los vaivenes de las circunstancias políticas de su época. En sus Memorias, señalaba que lo más importante en politica era reconocer el “Régimen del Directorio”, ese puñado de individuos que deciden sobre los principales asuntos de la vida polítca, y que determina el rumbo, los conflictos y las rutas del acuerdo en la vida pública de cada momento. (Otros le denominaran a ese régimen, según las circunstancias y tiempos, las élites políticas, la clase política, la “mafia del poder”).
Para estos tres autores, en política el corazón del instante marca inexorablemente el cálculo del poder. Pero la gestión del tiempo político, de sus calendarios y relojes, marca la estrategia de los gobernantes. Esa gestión supone de entrada un elevado principio de incertidumbre, de factores no controlables, pero también asume que es indispensable asegurar una imagen de coherencia, de capacidad y claridad política. Para ello, las auscultaciones, las reuniones, el cabildeo, los referéndums, son parte del instrumental que los gobernantes de las democracias contemporáneas utilizan para colocar mínimos de factibilidad a sus proyectos. Claramente, el propósito de este instrumental no es técnico sino abiertamente político: mantener y acrecentar las bases de la limagen y legitimidad coyuntural de un gobernante electo, independientemente de su eficacia gubernativa futura.
Vista de esta manera, las consultas que hoy promueve el Presidente electo en temas como los del aeropuerto o la educación son mecanismos para identificar los vientos y humores a los cuales se tiene que ofrecer una respuesta política. Ya vendrá más adelante el programa de gobierno para hacer historia, o para la cuarta gran transformación nacional (o algo así), el plan nacional de desarrollo, los programas sectoriales, los presupuestos públicos. Paralelamente a estos ejercicios mediáticos, el príncipe y sus consejeros se reunirán con personajes y organizaciones representativas de los diversos intereses sociales y públicos, tal vez se tomarán algunos acuerdos, con suerte hasta algunas decisiones. Serán reuniones discretas, de baja luminosidad, algunas francamente privadas, otras absolutamente secretas. Es el espectáculo del ejercicio del cálculo del poder que hay detrás de toda la trama política nacional. Y, desde los tiempos de Maquiavelo, a través de las reflexiones de Oakeshott, o desde la frialidad autocomplaciente y cínica de Fouché, mantiene su encanto.

Monday, August 20, 2018

Días extraños

Estación de paso
Días extraños
Adrián Acosta Silva
(Campus-Milenio, 16/08/2018)

Instalados en plena transición intergubernamental, somos espectadores de un proceso que tiene su encanto. Es la despedida de un gobierno en funciones y la preparación de un nuevo gobierno que iniciará su ejercicio en unos poco meses. El tiempo político parece acelerarse, y las imágenes, los hechos y las palabras se amontonan en el registro de unos días caracterizados por una intensidad inusual, distinta a los rápidamente envejecidos días electorales, pero fundamental para tratar de entender el día a día de la política postelectoral mexicana.
La educación superior no escapa a esta impresión. Nombramientos anticipados, decisiones a consulta, anuncios de cambios y transformaciones mayores, de ajustes menores, van configurando el escenario político de las decisiones de políticas que habrán de tomarse para el próximo sexenio. Se habla ya de la creación de 100 nuevas universidades, del incremento de los presupuestos a las universidades públicas existentes, de políticas universalistas de admisión en la educación superior para los jóvenes mexicanos, de reformas al CONACYT y al Sistema Nacional de Investigadores. Demasiados temas, demasiadas tensiones, que pueden expresarse como crónica de conflictos anunciados, o como parte de acuerdos mínimos satisfactorios para los protagonistas de los hechos y las acciones.
Un punto especialmente interesante, y potencialmente conflictivo, es el tema de la relación entre el ejercicio tradicional de la autonomía universitaria y la construcción del proyecto alternativo de nación impulsado por el nuevo gobierno. Es una clásica tensión entre dos tipos de legitimidad: la de un gobierno democráticamente electo, y la que tratan de preservar las universidades públicas desde mediados del siglo XX. La primera, digamos, es gobernada por una lógica republicana, basada en el ejercicio de las facultades constitucionales que puede ejercer un gobierno electo por la mayoría de los ciudadanos, a través del plan nacional de desarrollo y los programas sectoriales correspondientes. La segunda es una lógica autonomista, basada en las libertades de crítica, de expresión y auto-organización de las prácticas académicas, de gobierno y de gestión que ejercen las universidades públicas federales y estatales, una autonomía garantizada incluso desde 1978 con reformas al artículo tercero constitucional.
Esas tensiones entre legitimidades distintas tienen su historia en México. Se remontan a finales de los años veinte y treinta del siglo pasado, cuando la lucha por la autonomía de la Universidad Nacional se enfrentaba a la construcción del proyecto educativo impulsado por las elites dirigentes del Estado de la Revolución. La célebre polémica Caso-Lombardo, ocurrida en el contexto de la celebración del Congreso de Universitarios Mexicanos en 1933, derivó en el establecimiento de los códigos primarios de la confrontación política del campo de la educación superior: con el Estado o contra el Estado.
Pero los códigos prácticos de la negociación política suavizaron esas tensiones a partir de los años cuarenta. El reconocimiento del valor de la autonomía universitaria, y de la legitimidad del interés gubernamental por intervenir en la conducción de las políticas de educación superior, configuraron los arreglos institucionales básicos necesarios para la estabilidad institucional y la expansión de la educación superior a partir de los años sesenta. De alguna manera, la “era dorada” de la autonomía universitaria mexicana que ocurrió a lo largo de esos años (1940-1968), enfrentó una crisis de legitimidad luego del movimiento del 68, y reapareció con fuerza en los años setenta, con la creación de la última gran ola de universidades públicas federales y estatales en todo el país.
En el transcurso de los años ochenta y noventa, la crisis económica y la transición política modificaron los arreglos institucionales tradicionales entre las universidades y el Estado. En un contexto de restricciones presupuestales, de continuo crecimiento institucional y de formulación de nuevas reglas de políticas públicas para el sector, que alentaron la diversificación público/privado y la competitividad de los programas y de las instituciones, la autonomía universitaria fue cambiando de significados, contenidos y alcances. El neo-intervencionismo estatal se constituyó como el eje del ciclo emergente con estas nuevas políticas, basadas en la evaluación de la calidad y del financiamiento condicionado, competitivo y diferenciado. Nuevos organismos, agencias y actores se incorporaron al campo educativo terciario, y las universidades públicas experimentaron diversos procesos de reforma, como esfuerzos de adaptación al nuevo contexto político y de políticas.
Los primeros tres gobiernos de la era de la alternancia ocurridos con el arribo del siglo XXI continuaron interviniendo bajo los códigos del paradigma evaluador/supervisor/acreditador de la calidad de la educación superior mexicana. Asistimos al triunfo de la “república de los indicadores” sobre la república universitaria realmente existente, con sus penurias, sus dilemas, sus ansiedades e insuficiencias, expresadas en una colección variopinta de contradicciones, tensiones y paradojas sociales e institucionales. El saldo mayor de esta experiencia es que las universidades han disminuido significativamente sus grados de libertad y de autonomía institucional, y el Estado –el ejecutivo y el legislativo federal, y los ejecutivos y legislativos estatales-, ha incrementado la cantidad e intensidad de sus intervenciones.
Esto es parte de la experiencia reciente de la educación superior universitaria. Ahora que vuelven a soplar los vientos de las tensiones entre la autonomía universitaria y el proyecto de la cuarta gran transformación nacional, cierta sensación Déja Vú parece flotar en un escenario en pleno proceso de construcción. Son, sin duda, días extraños.


Wednesday, August 08, 2018

Aprendices

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Aprendices: la idea y las políticas
Adrián Acosta Silva
(Campus-Milenio, 2 de agosto, 2018)

El Presidente electo y sus asesores comenzaron a operar en “modo transicional” al día siguiente de la elección. Eso significó una señal poderosa, y práctica, para dar la vuelta de página al “modo electoral” y preparar el camino del “modo gubernativo” que iniciará formalmente el 1 de diciembre. Entre una oleada de reuniones privadas, acercamientos políticos y declaraciones públicas, AMLO comenzó los contactos y conversaciones con sectores y actores clave de los distintos campos de políticas, para diseñar la agenda gubernamental de la “cuarta gran transformación nacional” que ha colocado en el centro de su relato político desde hace años.
Una de las muchas cosas que anunció en medio de este en ocasiones atropellado activismo postelectoral, es la de comprometer a los empresarios organizados en el Consejo Coordinador Empresarial a contratar a jóvenes universitarios como aprendices en sus lugares de trabajo. El gobierno apoyaría a esos jóvenes con una beca de 3,600 pesos mensuales durante un tiempo determinado (no se ha precisado cuánto tiempo ni cómo), por lo que los empresarios no desembolsarían ni un peso. Esa es una manera de subsidiar a las empresas, que se beneficiarían de una mano de obra calificada y barata, pero también, presumiblemente, los jóvenes serían beneficiarios al poder desarrollar experiencia, competencias y habilidades laborales complementarias a sus estudios. En teoría, es un típico esquema de ganar-ganar: gobierno, empresas y jóvenes aprendices.
El problema, como siempre, son los detalles, enfoques y alcances de la idea. En primer lugar, está el problema de determinar qué jóvenes y qué sectores se podrían involucrar en este esquema de cooperación. Los estudios sobre jóvenes universitarios han proporcionado evidencias irrefutables de que la diversidad es la característica central de ese segmento, y eso incluye el modo como combinan estudios y trabajo a lo largo de su formación escolar. En las universidades públicas y en buena parte del sector público no universitario de la educación superior (centros técnicos profesionales, institutos tecnológicos, normales) la mayor parte de los estudiantes ya trabajan mientras estudian, y según algunas investigaciones empìricas, muchos de ellos manifiestan que lo hacen en espacios laborales coherentes con las carreras que estudian (por ejemplo, los ingenieros civiles, los contadores o los abogados, que suelen incorporarse tempranamente a despachos profesionales justamente como aprendices).
Esto significa que una parte importante de los potenciales beneficiarios del programa con empresarios ya tienen una experiencia laboral acumulada y valiosa, aunque escasamente reconocida. Sin embargo, existen también otro segmento de jóvenes que ya cuenta con becas que les permiten dedicarse de tiempo completo a sus estudios, a través de programas orientados deliberadamente a la mejoría de los indicadores institucionales de eficiencia terminal de la educación superior. Otros, son estudiantes de tiempo completo que no tienen becas (ya sea por su origen social alto, o porque no obtienen los promedios mínimos de calificación que exigen los programas de becas), y que, probablemente, serían el segmento más beneficiado de su incorporación como aprendices en empresas.
En segundo lugar estaría el tipo de organizaciones que participarían como los lugares de entrenamiento/capacitación laboral de los jóvenes. Quizá carreras como las ingenierías electrónicas, contaduría, administración de negocios, relaciones públicas, algunas especialidades del derecho, arquitectura, o agronomía, sean formaciones profesionales más o menos relacionadas con el sector privado de las empresas. Pero ¿qué pasa con las formaciones predominantemente públicas como la medicina o el derecho, o las que tiene su sitio laboral en la propia academia o en el sector educativo como los físicos, los matemáticos o los filósofos? ¿cómo articular los diversos tipos de empresas o espacios laborales con los diversos tipos de estudiantes? No hay empresas ideales ni estudiantes ideales. Lo que hay son empresas y estudiantes reales, diversos, complejos, que se forman en carreras universitarias concretas, con contextos laborales específicos.
Por último, está el asunto del sector público. Muchos estudiantes universitarios se incorporan o incorporarán a espacios laborales gubernamentales, sean federales, estatales o municipales, o en organismos públicos descentralizados. Algunos se instalarán en el sector educativo, mientras que otros –cada vez más- deciden prolongar sus estudios hacia la maestria o hacia el doctorado. ¿Como se contemplan estas realidades de los comportamientos estudiantiles en el programa de aprendices? ¿Qué pasa con los programas de prácticas profesionales que muchas instituciones de educación superior han introducido en la currícula de sus programas de licenciatura para mejorar la “empleabilidad” de sus estudiantes y egresados?
Detrás del proyecto de aprendices universitarios parece sonar la música de la “formación dual” que la experiencia alemana ha tratado de exportar a otras universidades y gobiernos, con escaso éxito debido a las condiciones en las que operan las relaciones de las empresas públicas y privadas y las universidades en ese país. Y ya se sabe que no es una buena idea tratar de transplantar modelos con todo y contextos. Tal vez por ello sea necesario una mayor cautela y más precisión conceptual y práctica de una idea que vale la pena ser discutida para proporcionar límites, sentido y factibilidad en su traducción institucional como política pública.