Thursday, December 19, 2019

Universidades, historia y poder

Estación de paso

Universidades: historia y poder

Adrián Acosta Silva

(Campus Milenio, 19/12/2019)

La historia de la educación superior en Iberoamérica no se entiende sin conocer las trayectorias de las universidades que le dieron origen como campo social e institucional. La configuración de cada universidad, colegio, seminario, instituto o facultad constituye en sí mismo un proceso socio-histórico que ha sido objeto de estudio de historiadores y sociólogos, con la intención de explicar la complejidad institucional de las universidades a través de la reconstrucción de las diversas formas en que han cambiado la organización, los actores, las prácticas y las relaciones de los universitarios con sus diversos entornos políticos, económicos y culturales.

El libro Universidades de Iberoamérica: ayer y hoy, coordinado por Hugo Casanova Cardiel, Enrique González González y Leticia Pérez Puente, y publicado por el IISUE de la UNAM en este 2019, es un ambicioso esfuerzo por explorar esas historias institucionales y sus contextos sociales. El texto reúne los trabajos de 20 autores que a través de 19 capítulos organizados en 2 grandes partes y 6 secciones, ofrecen una mirada a la vez general y específica sobre las universidades iberoamericanas durante los siglos XV-XIX, y el XX-XXI.

La lectura del los diversos trabajos muestra una hechura académica híbrida, donde las perspectivas disciplinarias que confluyen en el libro -la historiografía clásica, la historia social y la sociología de las universidades-, contribuyen a la complicada reconstrucción del pasado remoto y reciente de varias universidades iberoamericanas. La idea central del texto es identificar los diversos “factores y circunstancias” que influyen en la estructuración de las universidades como instituciones sociales.

La obra puede ser leída desde perspectivas diferentes. Pero quizá destacaría una lectura desde el análisis del poder de las universidades, un poder entendido como el conjunto de relaciones entretejidas entre los actores universitarios y sus entornos más amplios. Desde esta perspectiva, el poder universitario se despliega en tres poderes específicos: el poder social, el político y el intelectual. De este modo, la complejidad social e institucional de la universidad constituye el foco analítico que puede servir de hilo conductor a las aportaciones que el libro realiza para comprender las varias dimensiones que involucra la reconstrucción de las tensiones que habitan el desarrollo de las universidades españolas desde el medievo en Europa en los siglos XII y XIII, hasta la fundación a mediados del siglo XVI de las primeras universidades coloniales en Santo Domingo, Lima o México.

La reconstrucción de los “modelos de universidad” en los dominios europeos de la monarquía hispánica entre 1550 y 1650 que ofrece Gian Paolo Brizzi, el análisis de los estatutos de las universidades reales de América y de las universidades coloniales del clero regular que destacan, respectivamente, Adriana Álvarez y Enrique González, o el caso del Colegio de niñas en Puebla, que ofrece Rosario Torres, forman parte de la construcción del poder social de las primeras universidades, escuelas y colegios que legitimaron espacial y temporalmente la presencia y función de esas instituciones entre distintos territorios y poblaciones.

En la dimensión política, el papel de los jesuitas en la fundación de los colegios tridentinos en Hispanoamérica que escribe Leticia Pérez Puente, la descripción de la reacción de las universidades de México y Lima frente a la invasión napoleónica a España de 1808-1810 que ofrece Carlos Tormo, o el análisis entre el movimiento estudiantil y la autonomía universitaria de 1929 que ofrece Renate Marsiske, o del activismo estudiantil y el sindicalismo universitario de los años setenta y ochenta del siglo pasado que hace Guadalupe Olivier, son estampas de la conflictividad política que marca cíclicamente desde sus inicios la configuración institucional de las universidades de la región.

Asimismo, en la dimensión intelectual y cultural, la supresión de la formación de los doctorados cubanos en la Universidad de La Habana para “españolizar” esa universidad desde Madrid que desarrolla Pilar García, o el caso de los 36 profesores e intelectuales exiliados españoles que se incorporaron a la Escuela Nacional de Jurisprudencia de la Universidad Nacional durante el franquismo (entre los que destacaron por ejemplo José Medina Echavarría o Wenceslao Roces), de la autoría de Yolanda Blasco, son textos que muestran como se estructuran los vínculos entre el capital intelectual y el prestigio institucional de las universidades latinoamericanas y caribeñas.

En un contexto contemporáneo, destacan los procesos de internacionalización, la expansión de instituciones no universitarias (tecnológicas y científicas), la diversas épocas de la extensión universitaria, las relaciones entre financiamiento universitario y políticas públicas, que realizan respectivamente Marco Aurelio Navarro, Rocío Mendoza, José Agustín Cano, Javier Mendoza, Hugo Casanova y Roberto Rodríguez, conforman un conjunto de textos que muestran las tensiones, condicionamientos y dilemas que habitan la acción institucional universitaria en cada uno de esos temas.

Como toda obra colectiva, el Universidades de Iberoamérica… es un texto heterogéneo, con diversas aportaciones en términos de rigor, profundidad y coherencia académica y disciplinaria. Pero es sin duda un texto pertinente para entender cómo la clave de la capacidad de supervivencia de una institución con casi mil años de antigüedad se encuentra en su capacidad plástica para cambiar y adaptarse a distintas épocas, entornos y exigencias políticas e intelectuales. Esa capacidad es la expresión de un poder institucional legítimo, que suele ser cuestionado de cuando en cuando por otros poderes públicos o privados. Hoy, cuando no pocas voces anticipan el fin de la universidad como enunciado retórico de un nuevo cambio de época, repensar el pasado de esa institución quizá ayude a registrar las muchas veces que otras voces, en otros tiempos, anticipaban, con aplomo envidiable, la muerte inevitable de la universidad.

Monday, December 16, 2019

La épica mafiosa

The Irishman: la épica mafiosa
Adrián Acosta Silva
(El Informador, 15!2/2019)
Como es sabido, Martin Scorsese es adicto a dos historias: la de la música y la de la mafia. Sus películas siempre articulan narrativas de poder, violencia y corrupción acompañadas intermitentemente por canciones folck, blues, rock, o jazz. The Irishman no es una excepción, sino la confirmación brillante de ese persistente interés del director neoyorkino por enlazar atmósferas sonoras de la época con el ejercicio del poder de las mafias en la costa este de los Estados Unidos. Mean Streets (1973), Goodfellas (1990), Casino (1997), Gangs of New York (2002), configuran parte de los cuidadosos relatos auditivos y visuales que Scorsese ha manufacturado desde sus inicios.
Las imágenes, el lenguaje y la música forman el núcleo duro de sus obras, recursos que reaparecen de manera magistral en su cinta más reciente. En “El Irlandés” hay una destacada frase que frecuentemente marca las trayectorias cruzadas de Frank Sheeran (Roberto DeNiro), Russell Bufalino (Joe Pesci) y de Jimmy Hoffa (Al Pacino), pronunciada sistemáticamente en los ambientes decadentes de varias ciudades norteamericanas en los años sesenta y setenta (Chicago, Detroit, Filadelfia, Nueva York). Así son las cosas es la frase de uso común que los jefes mafiosos retratados en la cinta utilizan para referirse a una situación límite -la frontera de lo tolerable-, cuatro palabras que justifican decisiones tomadas sobre el comportamiento de un individuo frente a la autoridad inapelable de un grupo. Es una amenaza, una advertencia, una sentencia definitiva, no negociable, entre los capos de la estructura mafiosa que controla una ciudad, un barrio, alguna actividad comercial o industrial. Angelo Bruno (Harvey Keitel) personifica al capo discreto pero efectivo que deambula entre los restaurantes de Long Island supervisando acuerdos, formando alianzas, controlando movimientos, tomando o consultando decisiones.
La centralidad de Sheeran como ex camionero, matón, amigo, confidente, padre de familia, trabajador disciplinado, protegido apreciado por los jefes mafiosos, lo convierten en un personaje emblemático de una era y un contexto dominado por la violencia, la corrupción y el aseguramiento de un orden mafioso como un orden de lealtades, reglas y compromisos, en donde la traición a los acuerdos significa la inmolación, o la jubilación y el exilio. Negociar es la moneda de uso común, pero como en toda negociación hay límites: los que impone una estructura jerárquica de mando y obediencia que se basa en símbolos, dinero, armas y sangre. “Así son las cosas” es la regla de oro, la señal de que los umbrales de la tolerancia mafiosa se han cruzado, de que no hay vuelta atrás, el punto de no retorno al que arriban quienes se atreven a ir más allá de los límites.
La memoria y los recuerdos de Sheeran son el hilo conductor de la cinta, un delgado hilo teñido por los colores oscuros de la soledad y la confusión, el orgullo y los remordimientos. El tono auto-justificatorio, los asesinatos a sangre fría y la falta de escrúpulos se mezclan atropelladamente a lo largo de una historia donde las fiestas familiares, las reuniones secretas y las ejecuciones callejeras van de la mano. Durante las tres horas y media que dura la cinta, la narrativa del protagonista tiene todo el aspecto de una historia épica: la épica mafiosa.
El libro I Heard You Paint Houses de Charles Brandt (traducido al español como “Jimmy Hoffa. Caso cerrado”) es el texto periodístico en que se basa la cinta de Scorsese. Pero es también el que inspira el soundtrack de la película, hechura de Robbie Robertson, ex líder de The Band, y compañero frecuente de la trayectoria del director. La épica mafiosa es protagonizada por los intercambios entre Hoffa y Bufalino, amigos y socios que poco a poco se vuelven rivales, mediados en las épocas buenas y en las malas por la figura del irlandés Sheeran. Atrapado entre sus contradictorias afinidades electivas, decisiones morales y encrucijadas criminales, Sheeran simboliza la corrosión de los códigos de la solidaridad amistosa y la imposibilidad de los afectos duraderos en el mundillo criminal. El resultado es una prolongada trayectoria de lealtades y traiciones que le costará a Sheeran pequeñas fortunas, fracturas familiares, cárcel, y una larga soledad en un asilo de ancianos.
Pero lo más relevante de la película no es la búsqueda de la verdad histórica, la colección de lecciones de moralidad o los imperativos categóricos de cierta ética cívica. Se trata de la exposición cinematográfica de algo más complejo, siniestro e inevitable: la condición humana como el espejo de una realidad insoportable e incontenible que termina por devorar a sus protagonistas y espectadores. Para el caso, el poder como una estructura de relaciones que atrapa las vidas individuales sujetando las decisiones personales a grandes fuerzas invisibles que influyen o condicionan los grados de libertad y autonomía de los personajes. El dramatismo de The Irishman quizá consista justamente en la interpretación de una historia a la vez real e imaginaria, como el resultado de una serie de acontecimientos cuyo origen, trayectoria y final es confuso, azaroso y trágico, protagonizados por personajes que se adaptan o se resisten a un contexto que sólo es posible reconstruir a pedazos en la distancia.
Quizá por ello, la épica mafiosa que se desprende de la película sea algo más que el reconocimiento (la legitimación) de cómo funciona un orden privado altamente institucionalizado con sus propias figuras de autoridad y poder, que coexiste con un orden público teóricamente virtuoso. Se trata de la antigua convivencia entre un orden fáctico y un orden imaginario, en el que la pelea por el poder siempre está repleta de tensiones, corrupción y violencia. “El Irlandés” es un acercamiento deslumbrante a ese territorio ambiguo y grisáceo donde las armas, el dinero y la sangre acompañan de manera extraña los buenos modales, la prudencia y la gestión de las incertidumbres vitales de siempre. Así son las cosas.


Friday, December 06, 2019

Autonomias bajo acecho

Estación de paso

Autonomías bajo acecho

Adrián Acosta Silva

(Campus Milenio, 05/12/2019)

El domingo 1 de diciembre, en el marco siempre tumultuoso de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, fue presentado el libro Autonomías bajo acecho, una publicación coordinada por Leonardo Lomelí y Roberto Escalante (Siglo XXI Editores/UDUAL, México, 2019). En la mesa participaron, además de los coordinadores, los Rectores Enrique Graue (UNAM), Enrique Fernández (TNM) y Juan Eulogio Guerra (UAS), moderando la mesa Jaime Labastida, director de la editorial Siglo XXI.

Celebrados los rituales y protocolos de rigor, la presentación fue una buena ocasión para escuchar las reflexiones de los rectores sobre el que es quizá el tema más delicado y complejo de las relaciones entre la universidad, el Estado y el mercado. La autonomía universitaria contemporánea, tanto en México como en América Latina, se ha consolidado como un campo de tensiones que toman forma en relatos y narrativas distintas. Las tendencias hacia el control por parte del Estado, o la influencia de prácticas de mercado en el comportamiento institucional universitario, configuran una colección de presiones sobre la manera de ejercer la autonomía universitaria. El reclamo del relato del Estado como garante de la autonomía (como señaló el Rector de la UNAM), las presiones hacia la búsqueda obsesiva del cumplimiento de indicadores (como señaló el Rector Fernández Fassnacht), o los regateos sistemáticos del financiamiento federal o de los gobiernos estatales hacia las universidades públicas de las entidades federativas (como planteó el Rector Guerra Liera), son fenómenos que coexisten en la vida diaria de la gestión y la política de la educación superior mexicana.

De alguna manera, esas retóricas y fenómenos se han “naturalizado” en el campo de las universidades públicas. Eso significa que con el paso del tiempo se han convertido en un patrón más o menos estable de relaciones entre las universidades y sus entornos políticos, económicos y sociales. Pero ello no solo ocurre en el caso mexicano. En otros países de la región se comparten las mismas preocupaciones y reclamos sobre el papel, la naturaleza cambiante y los nuevos entornos de exigencias y responsabilidades de la autonomía universitaria. En el libro que se presentó, se pueden encontrar justamente las diversas miradas, énfasis y dimensiones que un conjunto de académicos y directivos universitarios de América Latina y El Caribe identifican como puntos relevantes en la reflexión y la acción de las propias universidades frente a las exigencias políticas y económicas que provienen del Estado o del mercado.

El texto reúne las ponencias presentadas en el evento conmemorativo de los 90 años de la autonomía de la UNAM y los 70 de la fundación de la UDUAL, celebrado apenas en agosto pasado en el Palacio de la Autonomía de la propia UNAM. A través de 24 textos, se formula en el libro un ejercicio reflexivo sobre las diversas formas de defender y entender las autonomías universitarias en una era de incertidumbre. Hay reflexiones históricas, conceptuales, políticas, culturales, filosóficas, educativas sobre el sentido de la autonomía en un clima intelectual y político que parece especialmente hostil a la idea misma de la autonomía de las universidades públicas.

Las tensiones entre libertad y responsabilidad, entre la “ciudadanía académica” y la autonomía institucional, entre el compromiso con la equidad, la pertinencia, la calidad o la cobertura con el ejercicio de la rendición de cuentas sobre los recursos públicos que reciben las universidades, forman parte de los temas que se abordan en el libro. Reformas constitucionales y políticas públicas se combinan de modo distinto en casos como República Dominicana, Nicaragua, Brasil, México, Argentina, Chile o Perú, para incluir una agenda más o menos común sobre el tema de las relaciones entre financiamiento, evaluación y calidad que concentra el núcleo duro de las tensiones que habitan los territorios simbólicos, materiales y prácticos de la autonomía universitaria contemporánea en América Latina.

Hay en el libro un marcado tono por encontrar líneas de continuidad entre el pasado y el presente de la idea de la autonomía. Sin embargo, ello es una apuesta arriesgada, por no decir que imposible. Cono lo señaló el Rector Graue en la presentación de la FIL, para el caso de la UNAM la autonomía del 29 fue distinta a la del 45, y la de ésta con la autonomía que llegó con el movimiento estudiantil de 1968, y muy diferente a la que se ha construido luego de las reformas modernizadoras inducidas por las políticas federales desde los años noventa del siglo pasado. Esto significa que la historia de las autonomías no es la acumulación de una trayectoria lineal, progresiva, sino una historia de rupturas y rearticulaciones, de acuerdos y pleitos, de construcción de un régimen de libertades académicas e intelectuales que coexiste con un régimen de políticas que intervienen para inhibir, fortalecer o amenazar las autonomías universitarias.

“Autonomías bajo acecho” es un libro que puede leerse como una invitación al debate político contemporáneo, más que como un texto puramente académico. En un tiempo en que la discusión pública consiste en una serie interminable de diatribas escandalosas y disyuntivas falsas, gobernado por el utilitarismo político más que por la formulación de dudas, el texto ayuda a recordar que el papel de las universidades es el ejercicio de sus capacidades críticas, de cuestionamiento incómodo al poder y sus adalides y representantes. Dudar y criticar son actitudes propias de toda autonomía intelectual universitaria. Después de todo, quizá Borges, el sabio, tenía toda la razón cuando escribió aquello de que “la duda es uno de los nombres de la inteligencia”.





















Tuesday, December 03, 2019

Nostalgias del presente

Robertson y Young: nostalgias del presente
Adrián Acosta Silva
(Nexos en línea, 021219)

En este otoño, dos rockeros canadienses que gozan (o padecen, según quiera verse) del incómodo estatus de legendarios, lanzaron un par de obras emblemáticas de sus respectivas trayectorias. Robbie Robertson (Toronto, 1943) publicó Sinematic a mediados de septiembre (Universal Music, 2019), mientras que Neil Young (Toronto, 1945) lo hizo a finales de octubre con Colorado (Reprise Records, 2019). La coincidencia generacional y natal de ambos músicos quizá explica las trayectorias de sus historias paralelas, pero hay otros elementos que los unen y los separan. Robertson fundó y dirigió hasta su disolución The Band, uno de los grupos míticos del género, que se atrevió a mezclar el rock, el rag, el rockabilly, el folck y el blues creando un sonido único, que inmediatamente atrajo la atención de músicos como Bob Dylan, Eric Clapton, Van Morrison, y el propio Neil Young. The Last Waltz (1978), un “rockumental” grabado por un entonces poco conocido Martin Scorsese, se convirtió en un documento fílmico paradigmático para el género, un retrato a fondo de sus actores y espectadores. Young, por su parte, que compartió los mismos aires, aguas y bosques de la provincia de Ontario de Robertson, se concentró en mezclar la música folck, el blues y el rock como el núcleo duro de su obra, iniciando su carrera a finales de los años sesenta con Buffalo Springfield, para luego participar fugazmente en Crosby, Stills, Nash y Young, y después mudar hacia una banda de apoyo que le acompañaría intermitentemente a lo largo de los años ochenta, noventa y las dos primeras décadas del siglo XXI (Crazy Horse).
Sinematic expresa el sentido profundo y sosegado que Robertson ha impreso sistemáticamente a su trayectoria. Luego de sólo cinco discos anteriores publicados como solista entre 1987 y 2011 -en los cuales destacan Storyville, de 1991, y How to Become Clairvoyant, de 2011-, el exlíder, compositor, guitarrista y vocalista principal de The Band comenzó a trabajar desde el año pasado en torno a una nueva grabación que dibujara en papel carbón el mapa del territorio simbólico –es decir, sentimental y artístico- que define su vida a los 76 años de edad. El resultado son 13 canciones centradas en la cadencia del rhytm´n & blues y el blues contemporáneo, gobernadas por la melancolía, el tono triste de las dudas, sombras y decepciones que coexisten con las luces brillantes de los afectos cotidianos, las postales de almas deambulando en calles solitarias, o los paseos largos de soledades compartidas. I Hear You Paint Houses (que canta a dúo con Van Morrison, y que es incluida por Scorsese en su película más reciente, The Irishman), Once Were Brothers (un inventario de pérdidas, fracturas y afectos de la época de The Band), Let Love Reign, Shanghai Blues, son composiciones que revelan las contradictorias emociones de incertidumbre y certeza que habitan el corazón secreto del reloj creativo del Robertson contemporáneo. Las pinturas al óleo que ilustran el disco son obras del propio Robertson, una serie de cuadros que acompañan cada una de las canciones que desfilan sin pausas pero sin prisas por Sinematic.
Colorado, por su parte, es el disco número 44 en la larga y prolífica producción musical de Young. Antecedido por The Visitor (2017), la nueva grabación del autor contrasta con el clásico Harvest de 1972, los oscuros Zuma o Tonight´s the Night de 1975, el deslumbrante Ragged Glory de 1990, o el sorprendente Psychedelic Pill, de 2012. Las diez canciones contenidas en Colorado continúan con la veta maximalista ecologista/ambientalista que fluye como fuente de inspiración de Young desde hace varios años, pero que hace algunos giros (afortunados) con la veta mundana, costumbrista, que recuerda los buenos momentos de la creatividad del músico canadiense. A sus 74 años, quien grabara su primer disco en solitario en el lejano 1969 nos muestra las huellas intactas de su talento en los largos riffs de guitarra de She Showed Me Love, en las letras tristes de Help Me Lose My Mind, los destellos de la esperanza de Milkyway (“Vía Láctea”, no la golosina que tal vez el lector se imagine), Eternity, o Rainbow of Colors.
Sinematic y Colorado son obras que tienen múltiples puntos de contacto, más allá de la pertenencia generacional o de la coincidencia de los lugares de nacimiento de sus autores, dos cuestiones que suelen ser determinadas por la mano impredecible del azar. Elaboradas desde el combustible de la experiencia vital y el talento creativo, los discos se unen por una difusa sensación de nostalgia del presente, a través de la hechura de representaciones sonoras de un tiempo confuso, contradictorio, violento, dominado frecuentemente por la perplejidad y el asombro, las dudas y las decepciones. Robertson y Young son dos intérpretes de realidades contemporáneas, minimalistas, cotidianas, que se niegan simplemente a contemplar el mundo desde la comodidad de una mecedora en las salas de sus casas. Son músicos que hacen lo único que saben y que han hecho durante más de medio siglo: componer canciones acompañadas por guitarras, teclados,bajos, violines, baterías, armónicas, coros. Seguramente han aprendido con los años que el ruido y los silencios, las voces y los ecos, la soledad y la compañía, la conversación y las lecturas, son buenos acompañantes para tratar de comprender tiempos difíciles.
Pero las obras señaladas añaden un par de impresiones que acaso resulten pertinentes para quienes las escuchen. Una, el cuidado por continuar con la cultura casi artesanal de los discos-objeto en los tiempos dominados inevitable y al parecer irreversiblemente por las plataformas virtuales de Spotify, Instagram o YouTube. Es una señal que honra la tradición de músicos que crecieron tocando, apreciando y disfrutando físicamente a los discos. La otra impresión es la capacidad del par de músicos de adaptarse, en sus propios códigos y bajo sus propias reglas, a un tiempo que, otra vez, parece desvanecerse rápidamente, como lo anotó Young en uno de sus discos emblemáticos de los años setenta (Time Fades Away). Ambas percepciones configuran la atmósfera que tal vez permita apreciar de mejor modo la composición de Sinematic y Colorado, en un mundo de luces y sombras en el que hoy como ayer flota la incómoda sensación de que todo lo sólido se desvanece en el aire.

Thursday, November 28, 2019

El contexto

Estación de paso
El contexto: concatenaciones mafiosas
Adrián Acosta Silva
(Campus-Milenio, 28/11/2019)
http://www.campusmilenio.mx/828/828adrianacosta.html

Creo que estará lo más protegido y seguro posible en la medida en que se sienta no protegido, no seguro
Leonardo Sciascia, El Contexto

La feliz celebración de un nuevo aniversario de Campus ocurre en un entorno particularmente difícil. No es la primera vez, por supuesto, que las universidades atraviesan tiempos duros, pero los nuevos tiempos están poblados de señales significativas y preocupantes. Las relaciones con el oficialismo político son complicadas y se traducen en incertidumbre presupuestaria, desconfianza política, y profundas reservas gubernamentales sobre las capacidades científicas, culturales y sociales de las universidades públicas. Descuidos reales y abandonos imaginarios se entremezclan en los relatos y hechos que los representantes del oficialismo educativo han construido sobre el tema universitario. Por su parte, en las propias universidades existe una mezcla de desconcierto y preocupación por interpretar correctamente las señales del contexto y actuar en consecuencia.
En todo los casos, el contexto en sí mismo es una fuerza que influye sobre la naturaleza de las relaciones entre el Estado y las universidades, es decir, entre el poder gubernamental y el poder universitario. Son relaciones que siempre tienen que ver con las conexiones entre un poder real, fáctico, y uno imaginario, simbólico, que articulan los intereses de los actores de la educación superior en diversas arenas de negociación o instrumentación de las decisiones públicas.
Por ello, cualquier esfuerzo de comprensión sobre lo que ocurre con las universidades públicas pasa inevitablemente por considerar el contexto que condiciona, determina o influye en las trayectorias de las políticas de educación superior y en los comportamientos institucionales universitarios. Ese contexto implica un esfuerzo por identificar las fuerzas, intereses y actores que intervienen en la configuración de los vínculos entre las universidades y sus entornos.
Para explorar esa perspectiva, se pueden proponer tres grandes dimensiones contextuales del momento actual de las universidades: la política, la económica y la cultural. Se trata de tres conjuntos de factores que configuran la peculiar complejidad coyuntural de la educación superior mexicana. Su hechura se remonta al pasado reciente de las relaciones entre el Estado y las universidades, pero su fuerza (entendida como una difusa colección de restricciones, incertidumbres y condicionamientos) es particularmente visible en el ultimo año.
Con respecto de la primera, el núcleo comprensivo mayor es el ascenso del neo-populismo como la expresión más potente de la crisis de representación política que caracteriza los cuestionamientos a las democracias. Esta crisis es una mezcla de efectos directos y daños colaterales sobre el papel y las funciones de la universidad en la vida social y pública. El lopezobradorismo es la expresión local de un fenómeno que recorre la espina dorsal de las democracias representativas contemporáneas. En democracias emergentes como la mexicana, el neopopulismo es la expresión política de la crisis de los partidos tradicionales (PAN, PRI, PRD) como vehículos de legitimación y representación de los intereses de los ciudadanos.
Esa dimensión política del contexto es fundamental para entender los códigos del poder que concentra y ejerce la figura presidencial. El hipopresidencialismo que conocimos en los años de la alternancia política (2000, 2006, 2012), ha cedido el paso a un hiperpresidencialismo al cual la figura de la autonomía de las instituciones o los equilibrios entre los poderes republicanos, suelen ser sutituidos por los llamados al pueblo, las votaciones a mano alzada, las consultas a quemarropa, la discrecionalidad personal como brújula de las decisiones. Los enunciados de universalización de la educación superior a través del libre acceso a la misma, son los mascarones de proa de un proyecto que no ofrece un mapa de ruta consistente de los cómo, los cuándo y bajo qué condiciones se pretende llegar a las metas presidenciales.
En el ámbito económico, la confirmación de un ciclo largo de estancamiento explica las dificultades del financiamiento público a las universidades. Pero el otro problema es que las universidades públicas que no pertenecen al flamante “Sistema Benito Juárez García” tampoco figuran en la agenda gubernamental como prioridad política y presupuestaria. El “Fondo Nacional para la Educación Superior” que se incluyó como artículo transitorio en la reforma al artículo tercero constitucional, como mecanismo para apoyar el propósito de universalización de la educación superior, aún aguarda por decisiones financieras concretas, sostenidas y perdurables para los próximos años. En una economía que no crece, la distribución de los recursos es finita, insostenible e impredecible. Desde la última gran crisis del 2008, los recursos públicos hacia las universidades han fluido de manera escasa y errática por las mismas vías que se conocen desde los años del salinismo: programas extraordinarios asociados a fondos no acumulables, competitivos y diferenciados, distribuidos entre todas las universidades públicas (principalmente las estatales), y ligados al cumplimiento de metas específicas.
Finalmente, en la dimensión cultural el contexto está caracerizado por la crisis de legitimidad de la autonomía universitaria, en la cual las creencias políticas y las representaciones sociales universitarias se encuentran diluídas en un territorio cruzado por diversas perspectivas e intereses. Si se mira con cuidado, lo que tenemos en el último año es una tensión constante entre dos tipos de legitimidades en el campo universitario. De un lado, la legitimidad democrática de origen de un gobierno para intervenir directamente en la reforma de las relaciones entre el Estado y las universidades públicas. Del otro, la legitimidad social de las universidades para defender la autonomía institucional, intelectual, científica y académica de sus funciones.
Luego de un año de tensiones entre el nuevo gobierno y las viejas universidades, es posible advertir el peso aplastante del contexto en la compleja configuración de esos ensamblajes conflictivos. Neopopulismo, estancamiento económico prolongado, y disputa entre legitimidades de origen y significados distintos, forman parte de los rasgos principales del entorno mexicano que se ha formado a fuego intenso en los tiempos del obradorismo. Por sus efectos e implicaciones en las universidades, ese contexto aparece como un poder que “progresivamente degenera en la inexplicable forma de una concatenación que aproximadamente podemos llamar mafiosa”, como escribió Sciascia en su clásica novela sobre un crimen imaginario en un país que no existe.

Thursday, November 21, 2019

Democracias y autocracias

Estación de paso
Olas democráticas, resacas autocráticas
Adrián Acosta Silva
(Campus Milenio, 21/11/2019)
En política, las pasiones suelen dominar a las razones. Eso lo sabían muy bien Shakespeare o Hobbes, Maquiavelo o Voltaire, Albert Hirschman o Jorge Luis Borges. El hartazgo, la desilusión, el pesimismo, la ira incluso, suelen invadir ciertas franjas del ánimo público según sea la percepción de los ciudadanos. También, de cuando en cuando, el optimismo, la felicidad, las ilusiones y la satisfacción habitan el mismo espacio público. Lo más común es la cohabitación de ambos tipos de emociones sociales en la convivencia cotidiana. La vida pública siempre es siempre un territorio poblado por ciudadanos cuyas percepciones dependen de sus biografías individuales, historias sociales, intereses políticos o económicos, filias morales o fobias ideológicas.
Esas emociones gobiernan en buena medida los comportamientos y humores públicos y sociales. En Venezuela, Brasil, Bolivia o Chile, miles de ciudadanos expresan sus emociones en clave de movilización y protestas públicas. No son todos, tal vez ni siquiera son la mayoría, pero son muchos, muchísimos. Apelar a las causas estructurales del descontento y el malestar (neoliberalismo, pobreza, corrupción, desigualdad, inseguridad) es algo demasiado vago y nebuloso para comprender la causalidad de las movilizaciones sociales. El hecho es que las emociones traducen las acciones, configuran las creencias, motivan comportamientos, producen ilusiones. La música de la rebelión es una tonada de búsqueda febril de soluciones instantáneas, de aquí y ahora, que actúen directamente sobre las causas superficiales o profundas de los problemas públicos. El voluntarismo se convierte en símbolo, bandera y retórica. Por eso los populismos en política son tan exitosos: eso venden, eso prometen, y se encargan de cumplir a (casi) cualquier costo.
De las derechas tradicionales a los neo-cons, hemos aprendido que apelar a la moralidad para resolver problemas públicos es un fracaso. De las izquierdas revolucionarias a las del reformismo democrático hemos aprendido también que invocar un futuro luminoso para resolver los problemas del presente conduce en más de alguna ocasión al desastre. Hay por supuesto excepciones brillantes, producto de la heterodoxia práctica más que de la ortodoxia dogmática. En el gran libro de las transiciones, la experiencia de las coaliciones y pactos muestra resultados políticos civilizatorios, social y económicamente productivos. Luego de la segunda gran guerra del siglo XX, el New Deal norteamericano de Roosevelt, la socialdemocracia europea, o el desarrollismo latinoamericano, constituyen los mejores ejemplos de cómo la construcción de proyectos transformadores de gran envergadura son hechuras complejas, a menudo azarosas, donde la fortuna y la virtud de los actores son el resultado de acuerdos políticos básicos y prácticos, a la vez estratégicos y realistas.
En todos los casos, los intereses y las pasiones, las voluntades y los cálculos racionales, configuran el clima político que explica éxitos y fracasos de un pasado reciente y un presente profundamente insatisfactorio para muchos ciudadanos. En los tiempos que corren, se escucha hablar, una vez más, de las crisis de las democracias; en tono más dramático, se habla incluso del fin de las democracias. El ascenso de los populismos en diversos países se interpreta como una señal ominosa del futuro de las poliarquías, como les denominó Robert Dahl a las democracias realmente existentes. Ya no son las dictaduras, ni los totalitarismos, ni los autoritarismos clásicos los que amenazan a las democracias. Hoy se habla de las autocracias populistas, esos regímenes políticos que surgen de bases de legitimación democrática (movimientos o partidos que ganan elecciones bajo reglas aceptadas), que representan los intereses y las pasiones de conglomerados multi-clasistas, bajo un lenguaje que coloca al “pueblo” como el centro de sus apoyos, políticas y decisiones.
En el más reciente número de Configuraciones, la revista editada por la Fundación Pereyra y el Instituto de Estudios para la Transición Democrática (48-49, enero-agosto de 2019), Anna Lühmann y Staffan I. Lindberg plantean justamente la tesis de que la ”autocratización” de los regímenes políticos está en la base explicativa de las nuevas crisis de las democracias. Ese fenómeno, sin embargo, no es nuevo. Lo que presenciamos desde hace años forma parte de la tercera ola autocrática de un fenómeno cíclico de las democracias que se remonta desde los inicios del siglo XX. La primera ola se sitúa entre 1928 y 1942, con los ascensos del nazismo alemán y el fascismo italiano en Europa; la segunda, entre 1960 y finales de los años setenta, con las dictaduras militares y los autoritarismos de América Latina y África; la tercera, emerge desde la segunda década del siglo XXI y se extiende hasta el presente, con el triunfo de los nuevos nacionalismos xenófobos, racistas y separatistas (Trump, Brexit), segregacionistas (Erdogan en Turquía), o los populismos de corte autoritario que se extienden en América Latina (Bolsonaro en Brasil, Maduro en Venezuela, Ortega en Nicaragua)
Dicho de otro modo: a la tercera ola de las democracias de las que nos hablaba Samuel Huntington a finales del siglo XX, le corresponde una tercera resaca o contra-ola de autocracias en la región. Pero es una resaca sin utopías, una expresión distópica producida por el fracaso de la utopía neoliberal que acompañó las grandes reformas económicas y sociales de las últimas décadas. Hoy, cierta tonalidad crepuscular domina el clima político y social que se forma entre esos movimientos líquidos. Ese es, quizá, el color ocre que acompaña las nuevas protestas sociales y arrebatos autoritarios que se respiran en estos tiempos de rabia sin utopías.

Friday, November 01, 2019

Foros: legitimidad y escepticismo

Estación de paso

Foros: legitimidad y escepticismo

Adrián Acosta Silva

(Campus Milenio, 31/10/2019)

La realización de foros se ha convertido en una práctica más o menos habitual en ciertos circuitos del debate público mexicano. Pueden ser de consulta, de discusión, de reflexión, conversatorios más o menos libres sobre una gran cantidad de asuntos o sobre problemas específicos. Desde los años grises y ya lejanos del sexenio de Miguel de la Madrid (1982-1988), cuando se dictaminó desde el poder público la obligatoriedad de realizar “Foros de consulta popular” para imprimir cierto aire democrático al Plan Nacional de Desarrollo y los programas sectoriales correspondientes, la organización de foros sobre casi cualquier tema se convirtió en un recurso político y burocrático con el cual hemos aprendido a convivir desde hace décadas.

El origen de esos foros tiene cierto linaje académico. Desde antes de la obligatoriedad de la planeación de la acción pública, en la vida académica universitaria los seminarios o los coloquios ya eran (y son) habituales. La diferencia son los fines de uno y otro tipo de reuniones. Mientras que para la vida académica esos espacios pretenden ser un lugar de encuentro para discutir avances, hallazgos o problemas disciplinarios o temáticos sin la necesidad de llegar a conclusiones contundentes, útiles o pragmáticos para la vida académica, en el caso de los foros organizados o co-organizados por los gobiernos y algunas instituciones públicas no gubernamentales, el propósito es que sirvan para algo políticamente útil: para diseñar leyes, programas, para tomar decisiones de política pública, para comprometer los esfuerzos de los foristas en la construcción de algún programa, el diseño de alguna ley, la reforma de una institución, la instrumentación de una política.

La experiencia de los foros es ambigua. El carácter político de esas reuniones está dirigido en ocasiones a la legitimación de decisiones que previamente se han acordado por los convocantes, así sean preliminares, tentativas, hipotéticas. También pueden ser espacios para medir las fuerzas intelectuales y políticas del gobierno y sus opositores en torno a determinados asuntos generales o específicos, tratando de convencer, de persuadir y argumentar las bondades de una propuesta gubernamental. Otras veces –quizá las más- los foros son rituales de legitimación del poder político, en la cual protagonistas y espectadores conversan en el vacío, con la esperanza de que sus ideas y propuestas tengan influencia en la determinación de alguna acción pública que incorpore o potencialmente beneficie sus propios intereses.

En la educación superior ocurren desde luego este tipo de prácticas. A lo largo de los últimos siete sexenios –desde MMH hasta AMLO- los foros son herramientas multiusos, orientadas por fines diferentes y vagos. El gobierno federal o los estatales, las universidades públicas, la ANUIES, organizan de cuando en cuando foros, consultas, mesas de debate, jornadas de reflexión, que aspiran a convertirse en agendas orientadoras de la acción pública. A veces se alimentan de documentos y propuestas previamente elaboradas por expertos, se invita a quienes se considera son voces interesadas y autorizadas para dar forma y contenidos a las consultas, se convoca a representantes de instituciones y organizaciones que pueden eventualmente influir en la orientación de las propuestas.
Durante las campañas electorales del año pasado se realizaron varios ejercicios de ese tipo. Luego del triunfo del obradorismo, los encuentros han seguido su curso, reproduciendo puntualmente lo que en otros sexenios ha ocurrido: reuniones, encuentros, consultas dirigidas a legitimar lo que el nuevo oficialismo propone y sobre lo cual decide. Los rituales son básicamente los mismos: se convoca a expertos, académicos, funcionarios altos y medios, diputados, líderes de opinión, representantes conspicuos de tal o cual sector. Nunca es claro cómo se procesan y se definen las propuestas, cómo distinguir entre la consistencia de unas y las debilidades de otras. Lo importante no es la legitimación sino el ritual, el espectáculo. Ver reunidas a voces diversas para discutir propuestas viste de cierto aire de credibilidad a la voluntad de poder.

La agenda de las reuniones es condicionada o determinada por los asuntos que interesan principalmente al gobierno y, en ocasiones, a las comunidades. Leyes, financiamientos, distribución de los recursos, coexisten con temas como la autonomía institucional, la cobertura, la calidad o la equidad de la educación superior. Nunca es claro cuál es la función específica de los foros, cómo se reflejan sus eventuales resultados en las decisiones públicas. Ello no obstante, los foros son, de algún modo, ferias de ilusiones y racionalidades en las cuales ideas y propuestas más o menos elaboradas coexisten con ocurrencias y cálculos políticos; espacios donde los intereses de unos y otros cohabitan por algunas horas en búsqueda de algo parecido a la esperanza de que las cosas en la educación superior pueden ser mejores.

Quizá por ello, los foros forman parte de los rituales de legitimación que caracterizan al mismo régimen político. Las prácticas e imaginarios asociados a la idea de que los diálogos que ahí se producen fortalecen la acción pública son cuestionables. Una razón más para alimentar el escepticismo (o pesimismo) metodológico como parte de los usos y costumbres del paisaje universitario.

Thursday, October 17, 2019

¿Chantajes?: dinero y política universitaria

Estación de paso
¿Chantajes?: dinero y política universitaria
Adrián Acosta Silva
(Campus Milenio, 17/10/2019)
El miércoles 9 de octubre, treinta universidades públicas estatales realizaron un paro de labores de 12 horas en protesta por la situación financiera que padecen desde hace tiempo, y que coloca a diez de ellas en riesgo de suspender pagos de nómina a sus trabajadores. Convocados por la Coordinadora Nacional de Trabajadores Universitarios (CONTU), los sindicatos universitarios decidieron manifestar sus demandas de mayor financiamiento a las universidades involucradas, para mantener la regularidad salarial y abordar problemas acumulados en las finanzas institucionales desde hace tiempo. En respuesta a esos paros, el Presidente manifestó la mañana siguiente que no habría más aumentos a las universidades que lo ya considerados en el presupuesto del 2020, y de que “no cedería a chantajes”.
Las escenas y el lenguaje del momento son ilustrativos de lo que el oficialismo cree en torno a las demandas de las universidades públicas. Para el obradorismo, al parecer, resulta incomprensible, ilegal, o inmoral, que las universidades exijan mayores recursos presupuestales. Su lectura es que las movilizaciones son expresiones de bloqueo y presión a los compromisos de la cuarta transformación y las políticas de austeridad que le acompañan. Desde la atalaya presidencial, los paros son manifestaciones reaccionarias, conservadoras, desesperadas, frente al proyecto de cambios que impulsa el oficialismo en el poder. Resulta curioso, paradójico o irónico, que el nuevo gobierno continúe una tendencia iniciada desde los años ya lejanos del salinismo respecto de las universidades públicas: la desconfianza como principio político de las políticas de financiamiento público hacia esas instituciones.
Es muy conocido el hecho de que desde hace varios años muchas universidades públicas enfrentan severos problemas de financiamiento, derivados de múltiples causas, que han alimentado diversas interpretaciones sobre el problema. Algunos las definen como “crisis del modelo de financiamiento público”, que consiste básicamente en la ampliación de la brecha entre los crecientes costos de mantenimiento de la nómina y la infraestructura de las universidades públicas y el estancamiento de la capacidad de gasto del gobierno federal o de los gobiernos estatales para cubrir esos costos. Otros han señalado que es la opacidad, la corrupción y el despilfarro de las universidades la causa profunda de los problemas del financiamiento público de esas instituciones. Algunos más, han señalado que es la irresponsabilidad financiera del Estado lo que motiva el déficit acumulado de problemas como el de pensiones y jubilaciones, el pago de impuestos y los adeudos a proveedores de las universidades, por el cual estas instituciones han sido abandonadas a su suerte.
Cualquiera de estas interpretaciones es, por supuesto, discutible. Pero el diagnóstico del obradorismo parece coincidir con la segunda de ellas. Como antes lo hicieron los gobiernos priistas y panistas, existe la creencia arraigada (o el prejuicio renegrido) de que las universidades están capturadas por mafias y grupos de poder que las usan para su propio beneficio, y donde las comunidades de trabajadores, profesores y estudiantes están penetradas por los intereses de “castas doradas” que lucran con los presupuestos universitarios. Eso explica el frecuente menosprecio o la franca descalificación de la Presidencia de la República sobre los reclamos de las universidades para solicitar o exigir mayores recursos públicos federales. La sospecha, o certeza, de la conspiración de mafias universitarias está detrás de esa actitud.
Más allá de las creencias presidenciales, el problema real es que el asunto de los déficits financieros de las UPES se ha acumulado aceleradamente en los últimos veinte años, y es la expresión monetaria del incremento de la cobertura, la contratación de nuevos profesores (tanto de tiempo completo como de asignatura), los costos de los procesos de aseguramiento de la calidad, los programas de incentivos al desempeño, y las exigencias de incremento acelerado de las actividades de investigación como parte de los nuevos patrones de legitimidad, prestigio y reputación institucional de las universidades mexicanas.
Pero el tema crítico, estratégico, del incremento de los déficits financieros tiene que ver con dos factores relevantes, de carácter estructural. De un lado, los bajos salarios de los trabajadores, profesores e investigadores de la mayor parte de las públicas estatales, que han intentado ser equilibrados con políticas de compensación salarial a través de los programas de incentivos instrumentados a raíz de los procesos de modernización de la educación superior universitaria desde los años noventa. Del otro lado, el acelerado proceso de envejecimiento de los académicos y trabajadores administrativos universitarios, que presionan a esquemas de pensiones y jubilaciones que resultan muy poco atractivos para los individuos y no sustentables para las instituciones.
Esta complejidad causal está en la base de los reclamos observados en las movilizaciones universitarias de la semana pasada. Calificarlas como “chantajes” confirma con claridad un par de cosas. Uno, que el oficialismo continuará con una política general de desconfianza hacia las universidades públicas estatales y federales. Otro, que la complejidad del tema universitario es un asunto que se le indigesta al oficialismo político. En cualquier caso, todo apunta, una vez más, hacia la consolidación de un tiempo nublado para las finanzas de las universidades, que tendrá impactos directos en el ejercicio de sus autonomías y libertades académicas y organizativas.

Sunday, October 13, 2019

Joker: la estética de la anomia

Guasón: la estética de la anomia
Adrián Acosta Silva
(El Informador, 13/10/2019)

Guasón (Joker, 2019) es una historia de violencia, crueldad y locura. Némesis clásica de Batman, arquetipo del mal, el Guasón es esencialmente la hechura de un cliché moral, un personaje disfrazado de payaso, presa incontenible de una risa siniestra y a la vez ingenua, un cuerpo disfrazado de colores chillantes y grandes zapatos marcado por una mueca eterna, que flota entre las calles sombrías de una Ciudad Gótica fantasmal, poblada de personajes extraños que se confunden entre ciudadanos comunes (bien visto, en esa urbe ficticia los ciudadanos mismos son un montón de extraños). La extravagancia del Guasón representa la irrupción de una máscara con risas que desafía las imposturas y rituales de solemnidad al que aspiran élites que se auto-reconocen como los únicos guardianes legítimos del orden deseado de una urbe imaginaria.
Ese estereotipo lo aprendimos con claridad los que nos formamos leyendo los cuentos (ahora les dicen comics) que Editorial Novaro distribuía en los puestos de revistas y periódicos de todo el país en los años sesenta. Muchos de los fans de los cuentos lo confirmaríamos poco después con la serie de televisión Batman, donde el Guasón era un tipo vestido con trajes de colores ridículos, medio loco y chistoso, que siempre perdía sus peleas y batallas con el héroe enmascarado. En el cine, el payaso fue interpretado de manera desigual por varios actores –incluyendo a Jack Nicholson-, pero se mantenía en los límites del estereotipo de los años sesenta. Fue sin embargo la extraordinaria actuación de Heat Ledger en The Dark Knight (dirigida por Christopher Nolan en 2008) la que transformó radicalmente la imagen y el sentido mismo de la vida del Guasón en una sociedad en crisis. Esa actuación llevó a nuevos niveles de profundidad y complejidad la vida de un payaso psicópata en un contexto de degradación social y moral, un contexto al que combaten obsesivamente las buenas conciencias de la ciudad (Batman, jueces, políticos, funcionarios policiacos) para tratar de rescatar la justicia, el orden y la honestidad de una sociedad que imaginan como intrínsecamente buena. “Bienvenido a un mundo sin reglas”, fue el subtítulo en español de la promoción de esa película, que remarcaba muy bien el contexto de la aparición del Guasón en esa cruzada moral.
Años después, el director y guionista Todd Philips, produce una nueva película centrada exclusivamente en la vida del Guasón, sin un Batman que equilibre la ecuación bien/mal. La cinta reconstruye la vida de un hombre triste y solitario, que busca sobrevivir en una ciudad violenta, agresiva, oscura. Por la película ahora sabemos que ese hombre vive con su madre, afectada mentalmente, que depende absolutamente de sus cuidados, y que le enseñó desde niño “a tratar de ser feliz”. Viviendo en el departamento (casi) en ruinas de un edificio (casi) abandonado, Arthur Fleck (el nombre del Guasón), también hereda de su madre los trastornos mentales, que se agudizan por una infancia de torturas y abusos de parte de los amantes ocasionales de su progenitora.
Fleck acude a la asistencia social de la ciudad para su tratamiento psiquiátrico, que incluye varias medicinas para controlar sus ataques repentinos de ansiedad, depresión y agresividad. Intenta ganarse la vida como un payaso callejero, con poca fortuna, y mantiene como ilusión vital la de llegar a ser un comediante famoso en los años dorados de la televisión comercial de los años ochenta. Pero las cosas no salen bien. El cierre de las oficinas de asistencia social por falta de presupuesto, deja a Fleck sin sus drogas y sumido en una espiral de alucinaciones y ataques psicóticos de risa que lo vuelven rápidamente en objeto de rechazos, violencia y agresividad de otros. El resultado es la invención de un personaje que es a la vez reacción y adaptación a un medio que no lo tolera ni comprende, al que no se integra ni lo integran en la vida social. Si Durkheim viviera, lo describiría como un caso de anomia social químicamente puro.
Ahora sabemos que el Guasón es medio hermano de Batman, pues el padre de ambos tuvo un amorío de juventud con la madre de Fleck. Sabemos también que el único espacio donde encuentra respeto y admiración es el que conforman algunos de los marginados, los eternos perdedores de la ciudad que viven en entornos marcados por la violencia y la pobreza. La rebelión de los payasos que resalta la importancia simbólica y política del Guasón es una rebelión contra las élites, y en ese movimiento espontáneo él es causa, emblema y líder. El payaso que ha matado primero en defensa propia, y luego como una serie de actos de venganza legítima (que incluyen el asesinato de su propia madre), no importa tanto por lo que es sino por lo que representa: el reclamo de un sector invisible, humillado y menospreciado sistemáticamente por las élites dirigentes de Ciudad Gótica.
La magistral interpretación de Joaquín Phoenix como el Guasón es simplemente inquietante. La cinta rompe con el género del cómic, la comedia o la ciencia ficción para situarse directamente en el género del drama urbano contemporáneo. Sea uno o no seguidor de Batman, la impresión que queda es que las clásicas virtudes morales, intelectuales o físicas del Hombre-Murciélago son ampliamente superadas por la configuración vital, la complejidad moral y los abismos existenciales del Guasón. El maestro de la ironía, la burla y el sarcasmo supera a los vigilantes atemporales de la corrección política, del orden y la justicia. Con Joker, el misterio del payaso se ha revelado: es la encarnación misma de la contradicción humana, el pequeño misántropo que todos llevamos dentro.

Thursday, October 03, 2019

Autonomía incómoda

Estación de paso
La autonomía incómoda
Adrián Acosta Silva
(Campus-Milenio, 03/10/2019)
La historia de la autonomía universitaria en México y en el mundo muestra dos cosas fundamentales. La primera es que la autonomía de las instituciones universitarias está ligada estrechamente al ejercicio de las libertades intelectuales, académicas, de enseñanza y aprendizaje de sus profesores y estudiantes. La segunda es que ninguna autonomía ni ninguna libertad son absolutas, sino relativas: autonomía respecto del Estado, del mercado, de los poderes fácticos, de los partidos políticos; libertades respecto de los principios éticos, cognoscitivos y procedimentales que gobiernan los procesos de constitución y debate de las ideas, la experimentación científica o la innovación tecnológica. El ejercicio de la autonomía es una dimensión institucional: el ejercicio de la libertad, una dimensión individual. Ambas suelen, no sin problemas, complementarse.
Estas dos afirmaciones son resultado de la tensión permanente entre el poder y el saber, entre la pluma y la espada, entre la racionalidad dogmática o metafísica y la racionalidad humanística y científica. La crítica a estos dos principios -autonomía y libertad- siempre ha sido la misma: su “divorcio” de las necesidades sociales, su alejamiento de las realidades concretas, sus escasas aportaciones al desarrollo, la irrelevancia de lo que se enseña, investiga o discute en las universidades. La imágenes de estos relatos se nutren de las aguas lodosas de la ignorancia, la desconfianza y el escepticismo: “torres de marfil”, “clubs de discusiones de café”, “guarderías para jóvenes”; y, visto desde lo que representan las universidades públicas en términos presupuestarios, algunos funcionarios suelen ser mucho más enfáticos: “barriles sin fondo”, “hijos mongoles del Estado”, “entidades de gasto inútil”.
De cuando en cuando estos recelos contra la autonomía de las universidades se exhiben en tiempos dominados por los críticos conservadores de izquierda o de derecha. Y sin embargo, buena parte de los liderazgos políticos, empresariales o burocráticos surgen precisamente de las universidades públicas. Las tendencias hacia el enaltecimiento de los beneficios reales o simbólicos de las universidades privadas de alto costo, dirigidas al consumo de las élites, muestra para algunos críticos de las públicas el deber ser de la educación superior universitaria: autonomía débil y procesos académicos ligados a la idea de dios, los intereses de las empresas, o la competitividad en el mercado. Hay muchos ejemplos de todo eso, desde hace un buen tiempo, en todas partes.
Se suele olvidar, u ocultar, que el carácter público, autónomo y libre de las universidades modernas es parte de un largo proceso civilizatorio. La idea misma de la universidad pública contemporánea es su carácter laico, plural, multidisciplinario, diferenciado, un espacio social e institucional que arropa a la imaginación, el rigor científico, la discusión y el debate propio de sociedades heterogéneas, desiguales, conflictivas. Su función no es legitimar gobiernos, aunque algunas, en algunos momentos, lo han hecho. Tampoco es convertirse en espacios capturados por los intereses de pandillas, grupos o tribus locales, aunque algunas también lo han hecho. Su función esencial es proveer de conocimientos, tecnologías, ideas, a través de sus profesores, investigadores, estudiantes y egresados que luego son funcionarios públicos, empresarios, líderes políticos, científicos, escritores, músicos o cineastas. Ese el arreglo fundacional de las universidades públicas modernas con el Estado y con la sociedad. Y es civilizatorio justamente porque se delega en las universidades las tareas y procesos que no pueden cumplir por sí mismos ni el Estado ni el mercado. Esa es la compleja naturaleza de la bestia. Por ello incomoda a quienes critican su costo, su organización o sus prácticas. No “sirven” para algo específico, útil, mensurable, objetivo, de calidad o de excelencia. Su papel es otro, inevitablemente ambiguo, cambiante, incierto.
No son buenos tiempos para las universidades públicas. El nervio financiero es su eslabón más débil, el talón de Aquiles de la autonomía institucional y la libertad académica. La mayor fragilidad de las universidades públicas es su alta dependencia del presupuesto gubernamental. Es paradójico que la fragilidad de hoy sea la fortaleza de ayer, la que explica la expansión de las universidades públicas durante un largo tiempo, su transformación de instituciones de élite a instituciones mesocráticas. Pero la dictadura del presente lleva la marca de la fragilidad financiera universitaria, y con ello, el debilitamiento de la autonomía. En el caso mexicano se expresa cada año, inexorablemente, en los proyectos de egresos de la federación, en que los rectores gestionan directamente recursos adicionales a las instancias correspondientes: Presidencia, SEP, Hacienda, Cámara de Diputados, de Senadores, Gobernadores, Congresos locales. Y el resultado suele ser el mismo, casi siempre: una mejoría relativa de los presupuestos generales, fondos extraordinarios, partidas especiales para enfrentar déficits ordinarios (jubilaciones, nuevas plazas de profesores o investigadores, pago de impuestos acumulados).
Las voces del pasado se mezclan en la confusión con el griterío del presente: austeridad institucional, hacer más con menos, definir prioridades, combatir corrupción. Y se hacen las propuestas de siempre: buscar ingresos propios (aumentando el costo de las matrículas, vendiendo servicios, ahorrando dinero), diversificar fuentes de financiamiento, atraer donaciones e inversiones en campos como el cultural, la innovación tecnológica o la investigación científica, procurando atraer recursos privados. La música de fondo es una tonada conocida: aumentar la independencia financiera es la única forma de fortalecer la autonomía universitaria. Ese sonido acompaña estos días grises, de diatribas públicas o privadas contra la autonomía universitaria. Gestionar la autonomía es una de las formas de gestionar la incertidumbre sobre las universidades.



Monday, September 30, 2019

Educacion y gobernabilidad

Educación: la gobernabilidad en primer plano
(Nexos, Blog de educación, 27/09/2019)
Luego de un prolongado ir y venir, de debates más o menos informados, de recibir alguna atención pública y muchas ansiedades, angustias y preocupaciones grupusculares, tribales y privadas, finalmente fueron dictaminadas y aprobadas en la Cámara de Diputados y en el Senado de la República las tres leyes secundarias que en materia de educación acompañan y teóricamente complementan los enunciados generales de las reformas al Artículo Tercero constitucional que fueron aprobadas el 15 de mayo pasado. Las facultades legislativas y los poderes meta-constitucionales del jefe del ejecutivo federal se pusieron en acción y la maquinaria política morenista se encargó de negociar, ajustar, promover o imponer los contenidos de las nuevas leyes de acuerdo a las disposiciones formales e informales dictadas por el interés presidencial. Por si alguien lo dudaba, el regreso del hiper-presidencialismo mexicano anuncia los nuevos/viejos tiempos políticos de la República.
El oficialismo obradorista ha culminado con éxito sus promesas de campaña para el sector educativo: demoler la reforma educativa del sexenio pasado. En su lugar, se ha construido una nueva épica político-educativa bajo el emblema de la Nueva escuela mexicana. El mascarón de proa de la contra-reforma está hecho de un lenguaje extraño, un amasijo híbrido, acompañado por representaciones y significados ambiguos. Se elimina la evaluación, se tenía la intención de que apareciera la “evaluación diagnóstica” aunque al final quedó excluida de la Ley para la Carrera de las Maestras y los Maestros y apenas aparece una mención en la Ley para la Mejora Continua de la Educación. Desaparecen las referencias a la calidad, pero se habla de “mejora continua” y “excelencia” de la nueva educación. Se eliminan las referencias a la “modernización educativa”, o a la importancia los incentivos al mérito individual de los profesores como mecanismo principal de movilidad laboral —seguramente porque son parte del lenguaje “neoliberal” del pasado reciente— que se utilizaron sistemáticamente desde los tiempos del salinismo hasta el peñanietismo para promover cambios en el sistema educativo nacional.
Las reacciones a las nuevas leyes no se han hecho esperar. Desde la oposición se argumenta que algunos de los cambios a las leyes son inconstitucionales, por lo que seguramente se promoverán litigios que llegarán en algún momento a las playas muy visitadas en estos tiempos de la Suprema Corte de Justicia. Para la derecha más radical, las reformas son regresivas, prebendarias, que amenazan a la calidad y viabilidad de la educación mexicana. En distintos tonos dramáticos, la derecha panista califica al gobierno como “destructor”, mientras que desde la izquierda perredista (o lo que de eso quede) se acusa al presidente de que “no le interesan los niños”. Organismos como México Evalúa califican como “entreguista” al gobierno al ceder a la CNTE el control de las plazas docentes. En contraste, desde el morenismo, en sus diversas versiones, se celebra con satisfacción el dulce sabor del deber cumplido. Para el sindicato, especialmente el representado por la Sección 22 de la CNTE, las nuevas leyes son producto de sus prolongadas luchas, plantones y movilizaciones, un triunfo político que demuestra que siempre tuvieron la razón, y ahora, el poder, para oponerse a las “evaluaciones punitivas”, a los castigos salariales y laborales, a la demonización de sus luchas por parte de analistas, medios y periodistas.
Estas reacciones confirman que la educación es un campo de batalla política, con sus respectivos actores, intereses, ganancias y pérdidas. Pero quizá lo analíticamente importante es que estamos observando un desplazamiento político fundamental en la configuración de la nueva reforma educativa: pasamos del énfasis de la gobernanza centrada en la promoción y coordinación del cambio educativo bajo las promesas (o ilusiones) de la calidad, hacia la reconstrucción de las bases de la gobernabilidad política del sector. Eso explica los gestos, los lenguajes, los símbolos de la nueva reforma. Se trata de pactar, negociar y conceder a la CNTE y al SNTE los poderes y espacios de una imaginaria era dorada del sindicalismo corporativo, como moneda de transacción entre el Estado y la educación básica, o mejor dicho, entre la burocracia educativa y la burocracia sindical. El ”pase automático” de los egresados de las escuelas normales a las plazas docentes (que en realidad, ni es pase ni es automático, sino que tiene algunas condicionantes importantes ya contenidas en el nuevo tercero constitucional), la participación de los maestros y sus organizaciones en todas las instancias colegiadas del sistema educativo nacional (desde las Comisiones Nacionales hasta los Consejos Técnicos de Escuela), la opinión y propuestas de los profesores y profesoras en el diseño de contenidos y prácticas educativas, forman parte de la Nueva escuela mexicana.
La lógica de la reforma a las leyes es, por supuesto, política, no técnica ni pedagógica ni romántica. Pero tiene sentido. Reconstruir las bases de la legitimidad de la autoridad educativa (el poder del Estado) es la tarea principal, y eso sólo se hace reconociendo la legitimidad y el poder de las organizaciones de maestros, las que hay, no las que deberían ser o se imaginan los opositores a las nuevas políticas educativas. En este sentido, las reformas tienen un pragmatismo político inocultable, expreso, deliberado. Se trata de desactivar la conflictividad magisterial que se ha naturalizado desde hace treinta años en la vida pública mexicana. Es una hipótesis arriesgada pero interesante: es preferible mantener umbrales de gobernabilidad efectiva de la educación antes que promover cambios en nombre de la calidad internacional o la mejora de los aprendizajes nacionales y los logros locales del sector.
Las canonjías, privilegios, redistribución de recursos, y reconocimientos forman parte del nuevo acuerdo para la gobernabilidad educativa. Las posibilidad de corrupción, clientelismo, neo-corporativismo, emergen en el horizonte como parte de las riesgos asociados a la hipótesis del nuevo oficialismo. Para ello, habrá que esperar a observar el proceso de diseño e implementación de las políticas educativas específicas, y como se adaptan o cambian a las prácticas políticas y magisteriales que forma parte de los usos y costumbres de la escuela pública contemporánea. Después de todo, hay que recordar que las leyes no son las políticas. Estas requieren procesos de traducción, organización, financiamiento, coordinación, supervisión y evaluación. Las leyes son el primer paso. La política y las políticas reaparecerán seguramente, durante el proceso de instrumentación. Existía la posibilidad de que las leyes se modificaran ayer en el Senado, pero esto no ocurrió, y se aprobaron las mismas leyes que salieron de San Lázaro. De cualquier modo, durante los próximos años veremos sí el énfasis en la gobernabilidad —es decir, la gestión del conflicto— será suficiente para fortalecer la gobernanza educativa, que significa la gestión del cambio para la mejora del sistema.
Esa tensión entre gobernabilidad y gobernanza educativa constituye el centro estratégico de la nueva reforma del sector, tal como ocurrió con la experiencia del gobierno peñista. Hoy sabemos que la gestión del conflicto devoró la gestión de los cambios a lo largo del sexenio anterior. Bajo la sombra (y el poder) del nuevo oficialismo, el escenario se puede repetir, con todo y las leyes aprobadas. El riesgo mayor es que no pase nada, que el proceso de discusión, los diagnósticos, los relatos utópicos o catastróficos sobre las implicaciones de las reformas en la construcción de la Nueva escuela mexicana, sólo queden en eso: un espectáculo político acompañado por la música de fondo de la 4T, el soundtrack de nuestra época. Para los simpatizantes del escepticismo metodológico, una extraña sensación dejà vú queda flotando en el ambiente.


Thursday, September 19, 2019

Espejo de números

Estación de paso

Educación: el espejo de los números

Adrián Acosta Silva

(Campus Milenio, 19/09/2019)

El más reciente informe de la OCDE sobre el estado de la educación en el mundo ofrece algunas pistas sobre las relaciones entre los sistemas escolares y sus contribuciones al desarrollo de los individuos y de las sociedades. Education at a Glance 2019 es un diagnóstico orientado hacia la identificación de los logros y déficits que se acumulan cada año entre los países miembros de la organización en sus respectivos sectores educativos. Como todos los documentos similares, el reporte contiene abundantes datos estadísticos ordenados en tablas, cuadros y gráficos, que son de utilidad para apreciar, con los anteojos debidos, la magnitud de los problemas educativos contemporáneos.

Este año, el reporte identifica varios aspectos relevantes que aguardan por una exploración cuidadosa, matizada y contextualizada. El número de titulados universitarios, por ejemplo. En el documento se afirma que la demanda por educación universitaria continúa una tendencia a la alza, que confirma un patrón de expansión sostenido desde hace varias décadas. Hoy (2018) el 44% de las personas entre 25 y 34 años de edad poseen un título universitario, cuando hace una década (2008) ese porcentaje llegaba al 35%. Es decir, en solo diez años, ha crecido un 10% más esa franja de población joven (“grupo etario” le dicen los demógrafos), que se ha incorporado a la república de los universitarios egresados y titulados de los países de la OCDE. O sea, cada año aumenta en un punto porcentual esa cifra, lo que permite calcular -ceteris paribus- que hacia el 2030 la mayor parte de esa población (6 de cada 10) configurará un voluminoso conglomerado de titulados universitarios.

Las implicaciones de esta expansión son varias. En términos generales se confirma algo que ya se sabe desde hace tiempo: poseer un título universitario mejora los salarios y los empleos de sus poseedores. El carácter casi mágico de los títulos y diplomas universitarios en el mercado laboral se expresa en que las personas entre 25 y 34 años con educación universitaria ganan un 38% más que sus homólogos que sólo cuentan con educación media superior. Y si se alarga en el tiempo esa misma comparación, las personas entre 45 y 54 años con estudios universitarios ganan un 70% más de ingresos que sus semejantes con escolaridad inferior. La combinación de edad, capital escolar y capital laboral diferencia salarialmente en el largo plazo a los universitarios y a los no universitarios.

Otra implicación importante tiene que ver con relación entre escolaridad y participación social de las poblaciones. Las teorías clásicas y contemporáneas de la modernización han marcado como una característica del desarrollo que a mayor escolaridad mayor participación de los individuos y de sus grupos de referencia. En el reporte, se señala que la participación en actividades culturales y deportivas se incrementa con el grado de escolaridad. Un 90% de los individuos con mayor escolaridad participa regularmente en este tipo de actividades, contra un 60% de los individuos con menor nivel de escolaridad.

Un datos más tiene que ver con el envejecimiento de la planta de profesores. Es interesante observar cómo la expansión sostenida de la demanda y la oferta de educación de la población joven descansa en un acelerado envejecimiento del profesorado. Hoy, la franja de los profesores cincuentones (los que tienen entre 50 y 59 años) es ya superior a la franja de los que tienen entre 25 y 34 años de edad. Eso significa que el profesorado de los sistemas educativos nacionales de los países de la OCDE experimentan la transición demográfica global que inició desde finales del siglo pasado, donde la base de la pirámide poblacional se reduce y se ensancha la parte media y alta de la misma. El resultado es un alargamiento entre las edades de contacto entre profesores y estudiantes, donde maestros cada vez más viejos interactúan con estudiantes cada vez más jóvenes, con habilidades, marcos de referencia y prácticas educativas y pedagógicas más distantes.

Estos asuntos forman parte de las agendas y las políticas educativas nacionales e internacionales. Los datos son apenas puertas de entrada para explorar con mayor cautela lo que ocurre en distintas escalas y niveles educativos de países como México, donde las diferencias con respecto a los promedios de la OCDE suelen ser muy marcadas. Examinar los números es siempre un ejercicio intelectual y técnico ineludible para apreciar las realidades empíricas y sus complejidades. Pero para ello se requieren los anteojos adecuados, que miren en el espejo de los números los diablos que los gobiernan, como afirmaba hace algunos años, en buen tono pedagógico, Hans Magnus Enzensberger.



Thursday, September 05, 2019

Lecciones trogloditas

Estación de paso
Ley y costumbres: lecciones trogloditas
Adrián Acosta Silva
(Campus-Milenio, 05/09/2019)
En 1721, cuando Montesquieu publicó de manera anónima su novela Cartas persas, lo que pensaba era una genialidad para la época y para hoy: describir a través del género epistolar las ideas y costumbres de cuatro amigos persas sobre lo que ocurría en la vida cotidiana de países musulmanes y católicos. A través de esa novela, el gran filósofo francés recorría los problemas de la moral, la política y el poder desde la perspectiva de los usos y costumbres de los protagonistas, y de las historias y anécdotas que éstos relataban. De ese libro surgiría años después Del espíritu de las leyes, quizá la obra más citada y conocida de la filosofía del derecho y la filosofía política contemporánea.
La aportación para disciplinas como la sociología o la ciencia política de Montesquieu es una idea formidable: las costumbres operan como leyes. Para no pocos críticos del siglo de las luces, las costumbres eran contrarias a las leyes: las leyes se hacen para modificar las costumbres, las prácticas, los hábitos de las personas y de las comunidades. Pero otros, las leyes eran elaboraciones racionales destinadas a marcar los límites de lo permitido, bajo cierta noción de que la imagen de lo público (el orden, la paz, la cohesión, la obediencia, la felicidad) es un bien que hay que preservar a través de leyes incluso en contra de las costumbres. Frente a las críticas, Montesquieu fue contundente: la fuerza de la ley palidece frente al imperio del costumbrismo. Por ello, las costumbres son la fuente de toda legislación: toda aspiración de orden legal-racional es hacer de las leyes parte del imperio de las costumbres.
Este debate clásico nunca es impertinente. La retórica del Estado de derecho, de la fuerza del Estado, del imperio de la ley, son polvos de aquellos lodos. Aún encontramos vivos a los críticos de Montesquieu: para cambiar a la sociedad primero hay que cambiar las leyes y luego obligar a cumplirlas. Pero es la fuerza de las costumbres, de las prácticas, la que en realidad conforma el subsuelo profundo de la vida social, muchas veces en contra o al margen de las leyes. Las leyes se pueden cambiar por decreto; las costumbres, no. Unas se pueden consultar, negociar, votar, adaptar y promulgar. Las otras obedecen a las prácticas cotidianas de la vida social, “naturalizan” y suavizan la coexistencia diaria de individuos, grupos e instituciones. Por ello, las relaciones entre orden, leyes y costumbres son siempre articulaciones complejas, conflictivas, ambiguas.
Recordar a Montesquieu nunca es ocioso. Hoy, por ejemplo, la reforma educativa alcanzó las tierras de la educación superior, donde se discute desde hace meses una posible nueva “Ley General de Educación Superior” (LGES), que probablemente sustituirá a la vieja “Ley para la Coordinación de la Educación Superior” (LCES), que data de 1978. El problema es que la vieja ley nunca pudo implementarse de manera eficaz para coordinar y articular un sistema nacional de educación superior, que eran dos de sus propósitos fundamentales. La educación superior se expandió aceleradamente, multiplicando caóticamente sus ofertas públicas y privadas, introduciendo una gran cantidad de programas dirigidos a mejorar el salario de los profesores de tiempo completo, la calidad, el financiamiento o la diversificación tanto del sector público como del privado. Ahí, al calor de las nuevas políticas de modernización y de calidad de la educación superior, y mediante el empleo sistemático de incentivos y estímulos al desempeño, muchas cosas cambiaron pero, al mismo tiempo, se construyeron nuevas rutinas, prácticas y costumbres. En otras palabras, sin tocar la ley, a lo largo de más de cuatro décadas nuevas costumbres se legitimaron en el escenario de la educación superior, configurando comportamientos institucionales no cooperativos.
Lo que tenemos hoy es un territorio institucional fragmentado, un no-sistema de educación superior, habitado por rutinas extrañas y paradójicas. La gestión del financiamiento público descansa en lo que hacen o dejar de hacer los rectores y directivos con las autoridades de Hacienda, la SEP o la Cámara de Diputados, con los Gobernadores, con los diputados locales. Para tener acceso a programas adicionales, las universidades necesitan participar en programas basados en indicadores de desempeño (programas acreditados, número de doctores, miembros del SNI, internacionalización). El juego de los incentivos organiza la búsqueda de recompensas y eso naturaliza las prácticas. ¿Una nueva legislación reformaría el juego y las costumbres? Los trogloditas imaginarios que habitan las Cartas persas de Montesquieu dirían que sí. El narrador que los describe diría que, muy probablemente, no.

Thursday, August 22, 2019

La autonomia y sus narrativas

Estación de paso

La autonomía y sus narrativas

Adrián Acosta Silva

(Campus Milenio, 22/08/2019)


La universidad se hizo autónoma por la revolución de nuestra palabra, nuestra huelga y nuestra sangre

Frase pronunciada por estudiantes de la Universidad Nacional, mayo 1929.

¿Qué significa hoy la autonomía universitaria? ¿Cómo han cambiado los relatos en torno a su importancia, función y alcances para el desarrollo de las universidades públicas? ¿De qué manera los cambios contextuales han impactado sus significados? Estas cuestiones forman parte de la construcción de un nuevo horizonte narrativo entre las universidades públicas latinoamericanas, un horizonte en el cual coexisten varios tipos de autonomías y definiciones que obedecen a una relación compleja entre diagnósticos, interpretaciones, entornos e historias institucionales.

Ello fue uno de los motivos de la celebración de los 90 años de la UNAM y los 70 de la fundación de la Unión de Universidades de América Latina (UDUAL). La reunión fue una valiosa oportunidad para reunir a medio centenar de rectores y académicos para reflexionar en torno a los significados y desafíos contemporáneos de la autonomía universitaria en América Latina y El Caribe. En un par de días (15 y 16 de agosto), los participantes abordaron desde diversas perspectivas el tema, lo que permitió identificar preocupaciones comunes desde posiciones distintas. Un recuento breve permite formular algunos de los puntos centrales del seminario convocado por la UDUAL y la UNAM.

La heterogeneidad como rasgo de las autonomías. No hay un solo significado de la autonomía universitaria. Las defensas heroicas de la autonomía coexisten con las defensas políticas o ideológicas de las universidades públicas. La fe, el pragmatismo y la razón se mezclan en las nuevas narrativas sobre la universidad, en entornos donde el escepticismo, la crítica o los embates políticos francos a la idea misma de la autonomía académica e intelectual universitaria se han multiplicado en los últimos años. Bolsonaro en Brasil, o Trump en los Estados Unidos, representan esos nuevos contextos de anti-intelectualismo, escepticismo y agresión política a las universidades públicas.

La autonomía es un arreglo institucional surgido en contextos de crisis. Las movilizaciones estudiantiles de la Universidad de Córdoba en 1918, o de la Universidad Nacional de México en 1929, implicaron una demanda de libertades académicas, intelectuales y organizativas que imprimieron sentido y coherencia al reclamo autonómico universitario. Ello significó la contención de las intervenciones del Estado y de los grupos de poder en la vida interna de la universidad, a la vez que legitimó el gobierno colegiado y la autonomía institucional como medios para proteger las libertades de cátedra y de investigación en las universidades. Ese fue el relato dominante durante casi todo el siglo XX, que impulsó diversos procesos reformadores universitarios en muchos países.

Pero la modernización de la autonomía de las universidades que se experimentó con diversas intensidades durante las dos últimas décadas del siglo pasado, ocurrió en contextos de crisis económica y de financiamiento a las universidades públicas. Fue una modernización impulsada en buena medida por el cambio en las políticas públicas de educación superior en la región. Más recientemente, a lo largo del siglo XXI una suerte de crisis de identidad de las universidades ha modificado el sentido mismo de la autonomía, sujeta desde hace tiempo a la evaluación externa del desempeño de las universidades públicas, en contextos donde la multiplicación anárquica de las ofertas privadas y públicas han relocalizado el papel y las funciones tradicionales de las universidades federales y estatales.

Los relatos sobre la autonomía han perdido fuerza política. Uno de los rasgos históricos de la autonomía universitaria en América Latina es su fuerza épica. El “Manifiesto Liminar” de los estudiantes cordobeses, o la reivindicación del triunfo de la primera autonomía como resultado de ”la palabra, la sangre y la huelga” de los estudiantes mexicanos de 1929, fueron emblemáticos de ese sentido casi dramático de la autonomía universitaria en la región. Hoy, la épica de la autonomía es una suerte de épica de indicadores, centrada en mostrar datos sobre el desempeño, calidad, prestigio o impactos de las universidades sobre sus entornos locales, nacionales o internacionales. Es una épica sin fuerza política, una suerte de “épica técnica” que parece débil frente a la descalificación en bloque que hacen los nuevos oficialismos de izquierda o de derechas sobre la autonomía universitaria. En eso se parecen los arrebatos de Trump o Bolsonaro con los de Maduro en Venezuela o de Ortega en Nicaragua.

Existe un “déficit argumentativo” de la autonomía universitaria contemporánea. Ese déficit quizá se explica porque no hay una imagen clara de la universidad pública ni entre los propios universitarios ni entre los poderes públicos. Las imágenes son ambiguas y contradictorias. Las universidad emprendedora coexiste con la universidad crítica, la humanista, la reflexiva, o la científica; la universidad flexible, internacionalizada, competitiva, innovadora, coexiste con la imagen de la universidad para el desarrollo, democrática, equitativa, pertinente. Esa diversidad de imágenes tal vez explica la heterogeneidad de los relatos autonómicos contemporáneos. Pero el resultado es el mismo: la autonomía se ha convertido una categoría vaciada de significado, ambigua, contradictoria, confusa, en un contexto donde a las universidades públicas se les considera refugio de académicos que “levitan”, de fifís y privilegiados.

En ese contexto, el desafío mayor consiste en elaborar un nuevo discurso sobre la autonomía universitaria como parte de una narrativa política potente y profunda. Una épica que dote de sentido y coherencia a la idea misma de la universidad y de lo público en un nuevo contexto. De otro modo, las tendencias hacia la heteronomía de las universidades por la vía del Estado o del mercado con sus propias narrativas neo-utilitarias, competitivas y de ilusiones de clase mundial, continuarán colonizando el significado de la autonomía universitaria contemporánea.

Thursday, August 08, 2019

1969: La nostalgia como museo

Estación de paso
La nostalgia como museo
Adrián Acosta Silva
(Campus Milenio, 08/08/2019)
Hace exactamente cinco décadas, dos acontecimientos llamaron la atención del mundo. Uno fue el viaje a la luna protagonizado por tres astronautas norteamericanos, un hecho que culminaba una década de experimentos y aproximaciones científicas. La otra noticia era la celebración del Festival de Woodstock, en Bethel Woods, una granja del estado de Nueva York, donde decenas de miles de jóvenes pasaron tres días de “paz y música”. Ambos eventos fueron espectaculares por causas distintas. Uno era el triunfo de la inteligencia humana, el producto de años de investigación científica y desarrollo tecnológico aeroespacial (Programa Apolo). El otro era el cénit del movimiento hippie asociado al rock, la expresión mayor y más prolongada de las prácticas e imaginarios asociados a la libertad, las drogas, el espíritu comunitario, la rebeldía organizada que se había acumulado a lo largo de los años sesenta.
El Apolo 11 y sus tripulantes (Nel Amstrong, Buzz Aldrin y Michel Collins) representaban el sueño de una generación de políticos, científicos y gobernantes. Woodstock representaba la utopía de una generación que deseaba romper con las tradiciones e inercias del conservadurismo de la época. Ambas generaciones eran el producto de la segunda posguerra, los baby-boomers que por la vía de la ciencia, la política, la música o la cultura se arriesgaban a emprender proyectos diferentes, ambiciosos, desmesurados. La ingenuidad y la disciplina, la imaginación y el poder, la rebeldía y la paciencia, la certeza y la confusión, fueron la mezcla de valores y sentimientos que alimentaron con distintos intereses y pasiones la hechura de los acontecimientos.
Los dos eventos compartieron el mismo contexto: la guerra fría. Y ambos también experimentaban oportunidades y limitaciones: un capitalismo de alto crecimiento económico combinado con déficits de representación política y una extendida aunque vaga sensación de malestar moral y cultural. Las críticas al consumismo feroz, la amenaza del comunismo, las movilizaciones contra la guerra de Vietnam, coexistían con la intolerancia, política y las crecientes dificultades de las democracias liberales para traducir el malestar de los jóvenes en legitimidad política de los gobiernos nacionales. Algunos llamaron a estos procesos “crisis de las democracias”.
El Apolo 11 y Woodstock fueron iluminados por la misma luna. Los meses de julio y agosto de aquel verano del ´69 una luna llena descendía sobre doscientas mil personas en Bethel Woods, la misma luna que había sido conquistada sólo un mes antes por tres solitarios astronautas ante los ojos de millones de espectadores que seguían la hazaña por televisión. La épica espacial y la épica cultural alimentaron dos de los relatos fundamentales sobre la modernidad experimentada durante los años sesenta. Una era sobre la nueva frontera, el triunfo de la curiosidad científica y el desarrollo tecnológico sobre el universo que comenzaba con la conquista simbólica de la luna. La otra épica era la invención de una nueva utopía: la libertad y el espíritu comunitario coexistiendo durante tres largos días bajo la lluvia, arropados por música de rock.
El despegue y el aterrizaje de la nave Apolo, la caminata lunar, las palabras de Aldrin transmitidas por televisión, representaban la realización de un esfuerzo de casi una década dirigido por la ambición científica y política de un gobierno y un régimen empeñado en mostrar su superioridad sobre otro. Las interpretaciones de Jimi Hendrix, Joe Cocker, Jefferson Airplane, Carlos Santana o The Who frente a una multitud de jóvenes empapados bailando y cantando entre el lodo y baños improvisados, representaban el romanticismo terrenal de una utopía cuya propia naturaleza era la imposibilidad.
Pero la nostalgia bien cabe en un museo. Uno es el fin de un sueño; otro la confirmación de una ruta. Ambos son hoy piezas de sus respectivas salas de exposiciones, que alimentan la nostalgia y sus parafernalias, melancolías e ilusiones. Después de todo, como escribió en algún lugar Nathaniel Hawthorne a la mitad del siglo XIX, toda nostalgia es un conjunto desordenado de recuerdos poblados de espectros. Para el caso, un trío de fantasmas posados en la superficie lunar, mientras que decenas de miles de espirítus bailaban a la luz de la misma luna extrañas canciones a las que en algún tiempo se les llamaba rock, y que se presentaba como la música del futuro de una nueva sociedad. Aquellos acontecimientos son hoy objetos de museo.

Friday, July 19, 2019

Dylan en tiempos de Kiss



Dylan en tiempos de Kiss
Adrián Acosta Silva
(Nexos en línea, 19/07/2019)
https://musica.nexos.com.mx/2019/07/19/dylan-en-tiempos-de-kiss/

Netflix acaba de lanzar en su plataforma un nuevo documental de Martin Scorsese sobre Bob Dylan. Rolling Thunder Revue (2019) reafirma, por si necesitara, que buena parte de la estética sentimental del director se nutre del blues y del rock de los años sesenta y setenta. Luego de trabajar como asistente en la edición de documental emblemático de Woodstock (1970), sus obras posteriores sobre el género confirmaron que desde muy joven su alma ya estaba irremediablemente envenenada por los sonidos y letras del rock. The Last Waltz (1978), sobre el último concierto de The Band; The Blues: Feel Like Going Home (2003), sobre los y las cantantes clásicos del género; No Direction Home (2005), sobre la vida de Dylan; Shine a Light (2008), sobre los Rollling Stones; George Harrison: Living in the Material World (2011), sobre el más discreto de los integrantes de los Beatles, constituyen algunos de los homenajes de Scorsese a las trayectorias de la música y los músicos que gravitan en la estética sonora, fílmica y visual del director neoyorquino.
Rolling Thunder Revue rescata un momento específico de la trayectoria de Dylan, situado en la gira del mismo nombre que se desarrolló entre 1975 y 1976. Ahí, un Dylan ya treintañero decidió emprender una ruta de presentaciones por la costa norte y el medio oeste de los Estados Unidos, asemejando literalmente un circo ambulante que realizaba paradas y presentaciones en pequeños pueblos, en auditorios donde cabían pocos espectadores. Metidos en una casa rodante conducida por él mismo, Dylan y su banda recorren por carreteras interestatales la geografía de la América profunda, rural y urbana, adaptando sus canciones a públicos diferentes, asombrados por el espectáculo de músicos ruidosos, pintarrajeados y disfrazados, ejecutando versiones distintas de las rolas clásicas de los años sesenta (Mr. Tambourine Man, A Hard a Rain´s A-Gonna Fall, It Takes a lot to Laugh, it Takes a Train to Cry, Blowin´in the Wind), con canciones (Hurricane, Isis, One More Cup of Coffee) que para ese momento habían aparecido en uno de los discos quizá menos valorados en la larga trayectoria de Dylan y sus cómplices de ocasión: Desire (1975).
La ejecución de Dylan y su banda es sin duda el núcleo del documental de Scorsese. Pero la descripción del contexto de ese momento a través de la incorporación de personajes que hicieron posible la gira es interesante. Los puntos de vista del empresario que arregla contratos y financia el proyecto; el papel de los propios músicos en la distribución de volantes de promoción de las presentaciones en los pueblos; las impresiones y recuerdos de Dylan, el viejo, sobre aquella gira protagonizada por Dylan, el joven; la manera en que poetas y cineastas como Allen Ginsberg o Sam Shepard participaron en la gira; la incorporación en distintos momentos de cantantes como Joan Baez o Joni Mitchell: o la aparición breve y deslumbrante de una jovencísima Sharon Stone portando una camiseta de Kiss (eran el grupo del momento, qué le vamos a hacer) frente a un curioso Dylan, configuran un extraordinario material fílmico sobre una de las etapas menos conocidas del músico de Minnessota.
El violín potente y triste ejecutado por Scarlet Rivera, guitarras eléctricas (Jack Elliot, T-Bone Burnett), mandolinas, bajos (David Mansfield), y batería (Rob Stoner), acompañan las largas y a veces improvisadas narrativas de Dylan con su guitarra y armónica. Canciones fabricadas como pequeñas historias cantadas, hechas a retazos de estrofas alucinantes y verbos audaces, de oraciones fabricadas con ocurrencias, frases incomprensibles y épicas mundanas, relatos inconexos que mezclan imágenes poéticas con notas de periódicos, metáforas, intuiciones geniales, impulsos verbales que imprimen cadencias afortunadas e inesperadas al sonido y las palabras que habitan el corazón profundo del reino del oxímoron que gobierna desde siempre la imaginación del hombre que, para definirse, solía citar de memoria a Rimbaud con aquello de que “Yo soy el otro”.
Parte del espíritu de la época se cuela en la atmósfera cultural de esos años de la alquimia dylaniana de folck/blues/rock. La reconstrucción del momento a través del rescate y edición del material fílmico disponible es notable, tanto por la calidad misma del trabajo casi artesanal de Scorsese como por la cuidadosa selección de entrevistas, flashbacks, reuniones, ensayos, impresiones, que configuran una mirada a la vez fresca y contemporánea de una época cuyos espectadores, protagonistas y actores principales van desapareciendo poco a poco. Palabras, sonidos, recuerdos, nostalgia, olvido, memoria, optimismo y desilusión forman parte del desfile de las emociones que suscita la obra de Scorsese. Pero es Dylan el mago, el predicador, el payaso, el acróbata sonoro y verbal, el que captura las representaciones de aquellas emociones. Es el Dylan elástico y flexible que ha sobrevivido a giras extenuantes, discos heterogéneos, críticas feroces y premios polémicos.
Para un músico que acostumbraba escribir sus canciones en moteles, trenes, coches y carreteras, el circo era la extensión natural de sus inspiraciones. Rollin Thunder siginificaba en realidad la oportunidad de ensayar una vez más la curiosidad fugitiva y nómada de un Dylan harto con la fama y las etiquetas adquiridas en los años sesenta. El retrato de Scorsese es, más que un relato litúrgico sobre el mito y la leyenda, una exploración sin pretensiones ni adornos sobre los varios Dylans que coexisten contradictoriamente bajo las extrañas máscaras del hombre de la pandereta.

Thursday, July 18, 2019

Un asunto de Estado

Estación de paso
Un asunto de Estado: la Universidad de la Seguridad Pública
Adrián Acosta Silva
(Campus-Milenio, 18/07/2019)
En el contexto de las movilizaciones de miembros de la Policía Federal en protesta por su posible incorporación a la Guardia Nacional ocurridas hace un par de semanas, un discreto tema educativo salió a relucir entre las postales del conflicto. De acuerdo a una escueta nota de El Universal (08/07/2019), la formación y capacitación del personal del nuevo órgano de seguridad federal se hará mediante la creación de la “Universidad de la Seguridad Pública”. Según la nota publicada, “el Consejo Nacional de Seguridad Pública…instruyó a la Policía Federal que entregue las academias regionales de seguridad pública del Estado de México, Nuevo León, Sinaloa, Michoacán y Veracruz para poner en marcha la Universidad de la Seguridad Pública”.
La noticia indica la construcción de un nuevo espacio institucional de formación en las siempre delicadas tareas de inteligencia y seguridad pública nacional. Hasta ahora, esas tareas descansaban, a nivel federal, en las mencionadas Academias, y a nivel local en las Academias de Policías municipales y estatales que existen desde hace mucho tiempo en las entidades federativas. Pero la experiencia de formación más importante para esas áreas se desarrolla en la Universidad del Ejército y la Fuerza Aérea Mexicana (UDEFAM), creada en el año 1975, y que forma parte del Sistema Educativo Universidad Militar Mexicano (SEMM). Ahí se forman soldados y generales, especializados en carreras como médico militar, abogados o ingenieros militares.
Según su documentación pública, en la UDEFAM se reconocen cuatro categorías militares (Generales, Jefes, Oficiales y Tropa), y el acceso a esos puestos depende, entre otras cosas, del grado de escolaridad obtenido en el SEMM. Ubicada como parte de la organización de la Secretaría de la Defensa Nacional, la UDEFAM tiene una jerarquía rígida, propia de la función y principios de la milicia. El ingreso es altamente selectivo, y se distribuye en una red de Colegios (Colegio del Aire, por ejemplo), Escuelas (Escuela Médico Militar, Escuela Superior de Guerra), Centros de Estudios (Escuela Militar de Inteligencia), y Unidades-Escuela (Escuela Militar de Ingenieros de Combate, Escuela Militar de Artillería). Según los datos disponibles (ANUIES), para el ciclo 2016-2017 la matrícula de licenciatura en las carreras militares era de 2 964 estudiantes, y en posgrado de 509.
La experiencia tanto de la UDEFAM como de las Academias Regionales de Seguridad Pública Federal, y las Academias estatales y municipales de formación profesional han sido muy poco estudiadas. Tampoco se sabe mucho de la experiencia de la Gendarmería Nacional, proyecto del gobierno de Peña Nieto, que ha pasado prácticamente desapercibida en esta transición entre los cuerpos de seguridad pública federal. Por su propia naturaleza, esos espacios formativos forman parte de las áreas de reserva del Estado mexicano, de competencia exclusiva de los órganos militares y policiacos encargados de la soberanía y la seguridad nacional. Ello no obstante, sería importante conocer cuál será la organización y las políticas de formación de la anunciada Universidad de la Seguridad Pública (USP) pues lo poco que se sabe de ese proyecto es que dependerá del Consejo Nacional de Seguridad Pública, y no de la SEDENA.
La nueva institución no aparece contemplada en el Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024. Tampoco fue mencionada durante la campaña electoral de AMLO. Muy probablemente, su formulación ocurrió en el proceso de discusión y debate sobre la creación de la Guardia Nacional. Sin embargo, se trata de una propuesta relevante, pues introduce una dimensión clave en la estructuración presente y futura de la nueva fuerza de seguridad federal: el proceso de formación de una organización que se pretende obedezca a criterios de disciplina castrense, bajo la operación y jerarquías establecidas por mandos militares. La pregunta obligada es: ¿qué papel jugará la experiencia de la UDEFAM en este proceso? ¿La nueva USP formará parte del Sistema Educativo Militar? ¿Supone la desaparición no solo de las academias de seguridad pública federales, sino también de las estatales y municipales?
En cualquier caso, la dimensión instrumental, educativa y formativa de la flamante Guardia Nacional no es un asunto menor. Dado el enorme esfuerzo político y las altas expectativas colocadas por el oficialismo en este proyecto para combatir la inseguridad y la violencia en el país, el trabajo de diseño de objetivos, funciones, organización, implementación y supervisión de la USP es un asunto de Estado. Ello significa que no se trata solamente de armas, uniformes y cascos, o de tanques y helicópteros, ni de incorporar a miles de individuos en las tareas de combatir la expansión del crimen organizado, de contener la migración centroamericana o de intervenir de manera permanente en la vigilancia de la seguridad pública en muchas ciudades y regiones de los distintos territorios republicanos. La USP es la apuesta institucional por controlar el proceso profesional y técnico, ético y pedagógico, de la nueva fuerza de seguridad pública nacional.