Wednesday, December 23, 2015

Los Lobos: una base pesada de blues




Los Lobos: una base pesada de blues

Adrián Acosta Silva

Gates of Gold (429 Records, 2015) es el más reciente disco lanzado por Los Lobos, el grupo de rock nacido en 1974 en el lado este de la ciudad de Los Ángeles. Como ocurre regularmente desde hace más de 40 años, David Hidalgo, Louie Pérez, César Rosas, Conrad Lozano y Steve Berlin, los integrantes de la banda, se metieron al estudio para producir un nuevo disco, el número 19 de su ya respetable trayectoria musical. El resultado es una obra que confirma la base pesada del blues que está en las raíces del estilo bastardo, ecléctico y deslumbrante de una agrupación que combina largos riffs de guitarra con el sonido letárgico del sax, la alegría de la jarana con la cadencia del acordeón y el bajo sexto.

Luego de lanzar a principios del año pasado un disco en vivo grabado en Nueva York, Los Lobos se pusieron a trabajar en una nueva colección de rolas que revelaran (otra vez) el alma irremediablemente blusera de sus integrantes. El resultado son 11 nuevas canciones que tocan las esquinas sentimentales de un grupo crecido en las aguas sonoras de Muddy Waters y de B.B. King, de Buddy Holly y de Ritchie Valens, de los sones huastecos, de la cumbia y del bolero ranchero, de las canciones de Álvaro Carrillo y de José Alfredo Jiménez.

Gates of Gold es la sólida confirmación de una voz y un estilo. Es también una ruta de exploración, una reiteración y una novedad. Es la búsqueda de una sonoridad que expresa las incertidumbres vitales de siempre, pero que también recoge las certezas de que las cosas tienen algún sentido, a través de las aguas revueltas y a la vez apacibles de la vida vista desde algún barrio mexicoamericano de esa ciudad múltiple que es Los Ángeles. Es tratar de mirar que hay más allá de la metafísica de unas puertas de oro, los “misterios no contados” que se encuentran detrás de las sombras extendidas de colinas imaginarias.

Pero el nuevo disco de Los Lobos conserva también el inocultable tono kitsch que acompaña su larga trayectoria. “Poquito para aquí” y “La tumba será el final”, representan el lado lúdico y relajado de los auténticos california dreamers de los años setenta y ochenta, canciones que invitan al baile y al relax romanticón, a la sensación de que la vida bien vale un poco de cumbia bailada con un par de cervezas heladas.

Pero es la cultura del blues el centro ordenador del nuevo disco de Los Lobos. Un potente sonido de fondo que acompaña relatos sobre caminos interminables, corazones pequeños y enamoradizos perdidos en algún rincón del mundo, soles deslumbrantes que iluminan esplendores y miserias humanas, el sol como símbolo del fuego y del agua que baña las múltiples caras de la existencia de todos los días. Así, al sonido apagado y melancólico de un relato intimista (There I Go), le sigue el sonido rockero vigoroso y potente de rolas como Too Small Heart, y, antes, un par de artesanías talladas en las viejas maderas del blues clásico, tal y como aparecen en Made to Break Your Heart o en Mis-Treater Boogie Blues.

Para los músicos, tal vez como para los escritores o para los poetas, la necesidad de inventarse una identidad es casi un recurso existencial, el descubrimiento de alguna fórmula simbólica que imprima algún sentido de pertenencia, de coherencia y perspectiva a lo que se hace con regularidad y trabajo duro. Los Lobos, luego de cuatro largas décadas, han logrado inventarse una identidad persistente, una identidad que se ha alejado de “las ridiculeces de la fama y la fortuna”, como las denominaba el poeta Robert Walser, para acercarse al silencio creativo de la imaginación inspiradora. Quizá ahora, en las sombras bienhechoras de algunas casas del este angelino, Los Lobos han encontrado en el blues el verdadero elíxir de la eterna soledad.

Thursday, December 10, 2015

Educación superior: el diablo y los detalles

Estación de paso
El diablo y los detalles
Adrián Acosta Silva
(Publicado en Campus-Milenio, 10/12/2015)

Lo que no tiene peso ni medida, eso es mío
Fernando Pessoa, La hora del diablo.
A tres años del inicio del gobierno del Presidente Peña Nieto, la educación superior mexicana se encuentra en una situación complicada, una mezcla de incertidumbre y estancamiento combinada con los pesimismos, los escepticismos y los optimismos de siempre. Juegan también su papel las ilusiones, los imaginarios y las creencias asociadas a la hechura y a la instrumentación de las políticas dirigidas hacia esa complicada zona, a las que habría que agregar la grisura propia de las rutinas y prácticas que ocurren en las aulas y las oficinas universitarias todos los días. Un recuento rápido de hechos e ideas, de relatos cualitativos y resultados cuantitativos, se amontona desordenadamente en el campo universitario mexicano, aguardando ser examinados con rigor y paciencia para ofrecer un balance más o menos puntual de lo que hemos experimentado en estos primeros 1095 días y sus correspondientes noches.
En la dimensión del tamaño del sistema, la tendencia expansiva es clara. Hoy tenemos más instituciones, estudiantes y profesores que nunca. Poco a poco, nos acercamos a alcanzar la meta de una cobertura bruta del 40% hacia el 2018 (según datos del tercer informe presidencial, ya llegamos al 34.1%), justo como lo comprometió la administración peñanietista hace tres años. Pero el problema es que, como siempre, el diablo está en los detalles. La relevancia del indicador opaca el análisis de la calidad, la consistencia y la composición de las ofertas públicas y privadas, universitarias y no universitarias, presenciales y virtuales que nos llevarán a la cifra mágica presidencial. Ello no obstante, desde el punto de vista del oficialismo estamos en la ruta correcta para llegar a la meta definida por el propio gobierno. La pregunta de cualquier abogado del diablo es: ¿para qué? ¿el incremento de la cobertura asegura la equidad en el acceso? ¿que 4 de cada 10 jóvenes ingresen a alguna modalidad de la educación superior coloca a sus egresados en la ruta de la empleabilidad profesional, la productividad y el desarrollo?
En la dimensión política y de las políticas, los acuerdos para el impulso hacia una “nueva generación de políticas” que propuso la ANUIES en 2012, centradas en los temas de inclusión y equidad, parecen haberse disuelto en aras del cumplimiento de los indicadores de crecimiento fijados en el Programa Sectorial de Educación 2013-2018. No pocos estudios clásicos y contemporáneos han mostrado que un incremento en la cobertura no necesariamente lleva consigo una disminución de las brechas de inequidad y desigualdad en el campo de la educación superior. En esas circunstancias, la expansión flojamente regulada del sistema trae consigo el riesgo de los efectos no deseados o francamente perversos de un crecimiento anárquico y polimórfico en términos de equidad e inclusión social.
En el campo de la calidad, la multiplicación de las agencias y de los instrumentos de la evaluación de la educación superior que hemos observado desde hace más de dos décadas no ha logrado articular una visión clara de la mejoría del sistema o de las instituciones de educación superior. Lo que se puede observar con mayor nitidez es una tendencia hacia la burocratización de la evaluación que no necesariamente está ligada a un mejor desempeño del sistema y de las IES. A pesar de ello, ya comienza en circular en los escritorios, las computadoras y los pasillos de los príncipes, los burócratas y los gerentes de la educación superior la propuesta de crear un “sistema nacional de evaluación de la educación superior”, que suena a algo parecido a la fase superior de la “república de los indicadores”, la “ciber-burocratización” de la evaluación de la calidad de la educación terciaria en nuestro país.
En términos del financiamiento, la maldición del stop-and-go se mantiene y consolida. Un incremento esperanzador de los recursos públicos a la educación superior en los primeros dos años (2013 y 2014), mostraron un estancamiento en el 2015, que podrá alargarse en el 2016, según el presupuesto de egresos que discute la Cámara de Diputados. En esas circunstancias, las aguas heladas del cortoplacismo de la política económica se consolidan en el campo educativo superior. Parafraseando al viejo Keynes, si seguimos por esa ruta en el corto plazo todos estaremos muertos.
En términos de la gestión política de las políticas, la estructura presupuestal mantiene la división mostrada desde hace ya muchos años entre los recursos ordinarios y extraordinarios a las universidades públicas. La disminución de 18 bolsas extraordinarias de financiamiento que se implementaron en el sexenio calderonista, se redujeron a 4 grandes fondos en la presente administración, pero la lógica formal de las asignaciones continúa siendo la misma: recursos adicionales según compromisos e indicadores institucionales de desempeño. Pero el imperio de los cabildeos informales de los presupuestos universitarios también impone su huella en la gestión política de los recursos: rectores, gobernadores, diputados, consultores, cabilderos, funcionarios de la SEP y de Hacienda, son los actores principales de las prácticas que impone el realismo político al campo de la educación superior mexicana.
A la mitad del río sexenal, el panorama de la educación superior mexicana luce complicado y contradictorio. Temas de gestión y políticas como el de las jubilaciones y pensiones del profesorado, la sustentabilidad financiera de las universidades públicas, la renovación de la planta académica, la inclusión y la equidad en el acceso de estudiantes de orígenes y contextos sociales muy distintos, la consistencia académica de programas e instituciones públicas y privadas, la internacionalización educativa, o las formas de inserción profesional de los egresados, se han colocado en el centro de cualquier futuro imaginable. Ahí, en la malignidad de los detalles de esa agenda y sus decisiones posibles, se encuentra escondido el siempre calumniado e insultado diablo.

Monday, November 30, 2015

La evaluación como ingeniería

Estación de paso

La evaluación como ingeniería

Adrián Acosta Silva

(Publicado en Campus-Milenio, 26/11/2015)


En el último cuarto de siglo la experiencia de la evaluación de la educación superior en México parece haberse convertido más en una rama de la ingeniería que en una disciplina de las ciencias sociales. La racionalidad gerencial se ha impuesto a la racionalidad educativa. Las rutinas en torno a la medición de resultados y la producción masiva de indicadores se han colocado en el centro de las políticas de evaluación, desplazando la importancia de las valoraciones cualitativas sobre su desempeño e impactos. Para explorar este fenómeno se pueden proponer 5 tesis generales, en el ánimo de construir un balance de lo ocurrido en este terreno en el último cuarto de siglo en México.

1. Las políticas de la evaluación de la educación superior (ES) han pasado de una lógica de modernización a una lógica de burocratización. Desde los primeros años noventa, los intentos por actualizar, por poner al día, los comportamientos tradicionales de las IES, fueron removidos por la idea de la modernización, de estimular a las universidades a adaptarse a los tiempos modernos de la excelencia, la innovación y la calidad de sus funciones y servicios. Pero la modernidad, en términos de política y de políticas públicas, tiene fecha de caducidad, y lo que en algún tiempo fue considerado moderno se convirtió con el paso de los años y los sexenios (y los nuevos oficialismos políticos, del priismo al panismo) en una tradición burocrática, atrapada por la lógica oxidada de las rutinas, el llenado de formatos y de efectos no deseados: simulación, pérdida del sentido institucional de la administración y de la vida académica, a veces descuido y desánimo.
2. Las prácticas de la evaluación de la ES tienen en el centro de su sistema de creencias el supuesto causal de que la estandarización de los comportamientos institucionales (individuales, grupales y de gestión directiva) lleva inevitablemente, tarde o temprano, al mejoramiento de la calidad de la educación superior. La diversidad y heterogeneidad de las instituciones, la relatividad de sus contextos, las tradiciones académicas particulares, el perfil de sus actores, sus trayectorias y relaciones, son fuentes permanentes de tensión frente a los intentos de la estandarización y homogeneización de los comportamientos institucionales.
3. La “fórmula mexicana” de la evaluación puede ser enunciada de la siguiente manera: evaluación de la calidad ligada al financiamiento público condicionado, competitivo y selectivo. Esa música nos ha acompañado en los últimos años, con intensidades y modalidades variables. Los acordes sonoros del financiamiento público insuficiente, condicionado y focalizado, se ha acompañado intermitentemente de los ruidos, los crujidos y los temblores de las crisis económicas de 1994-1995 y de 2008-2009, que terminaron por confirmar la crónica inestabilidad del financiamiento gubernamental y los límites los intentos de planeación “integral” de la educación superior por colocar en un horizonte de mediano y largo plazo el desempeño institucional. El corto plazo (el año fiscal como horizonte permanente) se ha adueñado de la fórmula mexicana de evaluación, calidad y financiamiento público, y la planeación se ha consolidado como un ejercicio contingente, adaptativo y remedial.
4. La evaluación mexicana se ha convertido más en una rama de la ingeniería que en un campo del análisis institucional. La experiencia de la evaluación de la ES se ha reducido a intentos cada vez más sofisticados por medir, controlar y asegurar la calidad del desempeño institucional. La “ingeniería de la evaluación” está en el centro de las acciones públicas para tratar de controlar, acreditar y asegurar la calidad de la ES. Gobernadas por la lógica implacable de que evaluar es medir, las políticas se han alejado de un principio elemental de razonamiento académico: antes de contar, primero hay que pensar, es decir, antes de evaluar, primero hay que definir qué es lo que se quiere evaluar, y para qué. Y en el centro de este déficit cognitivo en torno al “foco” de la evaluación, está el concepto de la calidad, un concepto que nadie puede definir pero que todos intentan medir y controlar.
5. La paradoja de la evaluación se ha adueñado del paisaje de la ES: tenemos más información pero menos conocimiento. Hemos acumulado un “déficit cognitivo” de los efectos institucionales de las políticas de evaluación de la calidad de la ES. A pesar de que contamos con volúmenes importantes de datos e indicadores, acumulados pacientemente a lo largo de un cuarto de siglo gracias a los PIFIS, el PROMEP, el SNI, los COEPES, o los actuales PRODEP y PROFOCIE, no tenemos un conocimiento preciso, comparable y comprehensivo de los impactos que estos procesos han tenido en el mejoramiento de los climas académicos institucionales, en los orígenes sociales, las trayectorias académicas y las formas de inserción profesional de los estudiantes y egresados universitarios, ni de los comportamientos del profesorado y de los grupos de investigación y cuerpos académicos universitarios.

En el campo de análisis de políticas hoy se discuten las insuficiencias y efectos indeseados y perversos de las visiones cuantitativas que dominan estas obsesiones burocráticas por medir y controlar el comportamiento de los problemas públicos de la educación superior. Hay un reclamo intelectual y académico por introducir metodologías y enfoques más cualitativos sobre los problemas que permitan, más que estandarizar, contextualizar los diversos comportamientos institucionales y sociales asociados a dichos problemas. Esos enfoques (cuantitativos y cualitativos) no son rivales sino que pueden ser complementarios, a condición de revisar los enfoques predominantes centrados en la evaluación y sus pretensiones de estandarización, para ligarlos más a un enfoque centrado en la valoración y apreciación del desempeño institucional. Quizá ese nuevo enfoque permitiría renovar la confianza pública en los resultados de las evaluaciones y colocar en una nueva perspectiva los ejercicios públicos al respecto.

Monday, November 23, 2015

El ciudadano Waits


Estación de paso
El ciudadano Waits
Adrián Acosta Silva
(Señales de Humo Radio U. de G., 19/11/2015)
Tom Waits es la voz detrás de las ilusiones, los insomnios y las pesadillas del sueño americano. Leyenda y mito, realidad y fantasía se confunden detrás de un personaje que reúne los atributos clásicos de toda figura icónica que, como se sabe, es una representación situada a medio camino entre la realidad, el delirio y la ilusión. Pero aparte de ello, no hay que olvidarlo, es esencialmente un músico, inclasificable pero músico al fin. Algunos le llaman “El iluminado”, otros, el “cronista de la deriva y la opresión”, otros simplemente un genio, algunos más el último crápula químicamente puro del rock anglosajón. En cualquier caso, su obra, su música y letras, han forjado un aura mítica a su alrededor, en la que conviven la genialidad y el oficio, el trabajo duro y la experimentación, siempre a espaldas de las modas y de los estilos dominantes en la música contemporánea.
Sus canciones tienen un potente aire de familia con la música de Frank Zappa combinada con las tonadas tristes y melancólicas interpretadas por la voz nostálgica de Billy Holiday y la música de Louis Armstrong. Es una mezcla del jazz clásico escuchado de algún oscuro bar de Manhattan con el blues profundo del delta del Misissippi o del que se escucha como música de fondo en algún congal situado a cualquier hora del día o de la noche en Nueva Orleans. Las letras de sus canciones están inspiradas en los libros de William Burroughs y de Charles Bukowski, de Jack Kerouac y de Allen Ginsberg, pero que también se nutren de Lewis Carroll y las películas de Groucho Marx y de las primeras de Cantinflas. Quien nació en 1949 en Pomona, California, y que durante su su adolescencia y juventud fue entre otras cosas empleado de una joyería, vendedor de helados, portero de hotel, ayudante de cocinero y bombero voluntario, llegó este año a los 66 años de edad, reposando su trayectoria de 17 discos grabados a lo largo de más de 4 décadas.
La obra de Waits se ha convertido en objeto de atención de escritores y cineastas. Algunas de sus imágenes y palabras han aparecido en forma de libros desde hace algunos años, en una buena compilación realizada por Mac Montandon, en la que desfilan una catarata de entrevistas, opiniones, apariciones en radio y televisión en varias partes del mundo(Tom Waits. Conversaciones, entrevistas y opiniones. Globalrhythm, Barcelona, 2007). También otro autor, el catalán David F. Abel, hizo una exploración sobre la obra del músico californiano, más centrada en las letras de sus canciones y en algunas frases captadas en diversas entrevistas (Tom Waits. Jazz. Rhythm & Blues, Ed La Máscara, Valencia, España, 1995.) El lenguaje luminoso y envenenado del músico californiano aparece aquí en todo su esplendor, jugando con las palabras, los espejos y las anécdotas. Alimentada por los espíritus lúdicos de los hermanos Marx, los poemas de Bukowski, los relatos de Kerouac, la prosa de Dylan, y los mariachis de Tijuana, la lógica waitsiana es malévola, insana, provocadora. Su vida personal y la música del mundo se funden en Waits, y las entrevistas que se suceden muestran buena parte de la cocina del autor de Orphans (2007), o sus clásicos Closing Time (1973) Franks Wild Years (1985) o The Heart of Saturday Night (1974), hasta su disco más reciente (Bad as Me, de 2011). Frases delirantes habitan estas postales, agrupadas para fortuna de biógrafos y fans nuevos y viejos en varios libros y revistas. A continuación cito libremente algunas de ellas.
“Soy tan solo un rumor”.
“Dios protege a los borrachos, a los locos y a los niños pequeños. Y a los perros.”
“¿En qué ocasiones mientes?”: “¿Quién necesita una ocasión?”
“¿Cuál es tu característica más marcada?”: “Mi capacidad para discutir, en profundidad, un libro que no he leído”.
A los músicos que le acompañan: “Simplemente les pido que toquen como si necesitasen el dinero para ir al dentista”.
Sobre sus canciones: “Sólo cuento lo que veo, soy como un detective. Auque a menudo la inspiración sobre una canción no tiene que ver con lo que se cuenta en ella. Las historias son como una metáfora sobre cualquier cosa de la que quieras hablar. Soy un escritor, no un periodista”.
Sobre el sueño americano: “América son las carreteras rurales que te llevan a tomarte una copa después del trabajo. América es verte obligado a vivir en hoteles mugrosos. América es dejarte la piel y la vida en un trabajo que odias…América es el jazz”.
Sobre el alcohol: “No tengo problemas con la bebida, excepto cuando no puedo conseguir un trago”
De sus canciones:
“Cada minuto nace un mamón” (Nigthawks at the Dinner)
“He perdido mi equilibrio, las llaves del coche y el orgullo” (The One That Got Away)
“¿Cómo encontró la navaja mi cuello?” (Alice).
La atmósfera oscura y lúgubre de las canciones de Waits habita discretamente la parte áspera y cruda del rock contemporáneo, esa zona en tinieblas que incluye a músicos de la reputación de Lou Reed o Nick Cave. Alejadas del pop, de los reflectores y del bullicio público que se respira hoy en dentro y fuera de las mitificadas redes sociales, su música aguarda para ser escuchada por algún incauto, al que quizá, con un poco de suerte, le puede cambiar la vida.

Calidad educativa: ¿es posible asegurar la ambigüedad?

Estación de paso
Calidad: ¿es posible asegurar la ambigüedad?
Adrián Acosta Silva
(Campus Milenio, 12/11/2015)
Hace unas semanas, del 21 al 23 de octubre, se celebró en la ciudad de Tianjin, al norte de China, el “12º. Taller internacional de reformas de educación superior. Políticas y prácticas de aseguramiento de la calidad y el control de la educación superior”, organizado por la Universidad Normal de Tianjin. Se trató de un evento que se celebra regularmente en diversas ciudades del mundo desde hace 12 años, impulsado por académicos de distintas universidades, entre las cuales se encuentra la Universidad de la Columbia Británica (BCU, por sus siglas en inglés), con sede en Vancouver, Canadá.
El Taller reunió a cerca de 70 académicos que discutieron durante casi tres días diversas experiencias, aproximaciones y enfoques sobre el tema general de la calidad de la educación superior, sus intentos de conceptualización, sus formas de medición, su valor como referente de la políticas educativas, sus insuficiencias teóricas, su inevitable relatividad, sus corrosivas ambigüedades y sus a veces insoportables contradicciones. Las preguntas claves del evento fueron: ¿cuáles son los criterios, los procedimientos y políticas que definen y controlan la promoción de la calidad académica? ¿Quiénes son los controladores y que tipo de procesos pueden asegurar que los sistemas y las instituciones de educación superior distribuyan calidad?. Como señaló con puntualidad y profundidad en la conferencia inaugural uno de los decanos del evento, Hans Schuetze, de la BCU, la calidad de la educación superior ”es algo que nadie sabe muy bien qué es pero que todos intentan medir y evaluar”.
Bajo esta idea general, el Taller tocó en distintas sesiones muy diversos puntos relacionados con el tema de la calidad de la educación terciaria. Varias de las intervenciones se concentraron en presentar estudios de casos, mientras que otras ofrecieron panorámicas sobre nuevas metodologías y enfoques sobre el asunto general. Fue posible identificar tres puntos relevantes de lo discutido en Tianjin: a) la calidad de la educación superior como una idea intrínsecamente ambigua; b) la expansión de la educación superior y los esfuerzos públicos y privados por gobernar, controlar o regular su mejoramiento; y c) el análisis de la experiencia china de educación superior.
a) Calidad: el difícil aseguramiento de la ambigüedad. Uno de los rasgos del debate sobre la calidad de la educación superior es la insoportable vaguedad del concepto. En buena medida es un debate que oscila entre la obsesión por la estandarización del comportamiento institucional universitario en relación a ciertos indicadores de calidad, y la contextualización de dichos comportamientos como condición para establecer parámetros de desempeño más adecuados a las diversas realidades institucionales, regionales y nacionales de la educación superior.
A pesar de esa ambigüedad, la calidad se ha convertido en el centro de toda una potente industria de aseguramiento, asociada a la masificación y, en algunos casos, a la universalización de la educación superior. Esa industria, que es a la vez una mezcla extraña de función pública y negocio privado (el conocido Ranking de Shangai es el mejor ejemplo de ello), ha convertido a la calidad en un sustantivo vaciado de significado, cuando en realidad es, como señalaron Schuetze y otros colegas, un adjetivo que es inevitablemente relativo, nunca absoluto.
b) ¿Gobernar la expansión mejorando la calidad?. Otro de los temas constantes del evento fue el relacionado con las experiencias, las polìticas y las prácticas de evaluación y acreditación de la calidad en los diversos países, en un contexto de veloz expansión y diversificación de los sistemas de educación superior. Varias ponencias se concentraron en las diversas dimensiones de evaluación de la calidad (institucional, sistémica), o en la evaluación de funciones específicas como la investigación o la docencia; otras se refirieron a la evaluación del desempeño o las trayectorias de profesores y estudiantes del pregrado y del posgrado. Pero una tensión común atraviesa el fondo de estas experiencias prácticas y preocupaciones teóricas: la que ocurre entre distintas lógicas de expansión pública y privada, y los intentos de gobernar de algún modo la calidad de esa expansión acelerada.
c) La experiencia china. Como era de esperarse, varias de las ponencias presentadas se concentraron en el análisis de la experiencia china de expansión y evaluación de la calidad de su sistema de educación superior. Una de las más interesantes fue presentada por la profesora Jinghuan Shi, de la Universidad de Tsinghua de Beijing. En su intervención, la profesora Shi planteó el tema de la gobernanza de la calidad de la educación superior en su país, a la luz del explosivo crecimiento mostrado por el sistema en las últimas tres décadas (se pasó de 7.3 millones de estudiantes en el año 2000 a más de 34 millones en el 2013). A su juicio, hay un cambio sustancial en el paradigma chino del énfasis por el crecimiento hacia el énfasis en la gestión de la calidad del sistema, derivado de factores como la globalización o la explosión de las modernas tecnologías de la información y la comunicación (TIC´s), que se concentra más en el aprendizaje de los estudiantes que en los métodos de enseñanza de los maestros, el rol de la evaluación como una herramienta de mejoramiento, y no como un “juicio final”. Ese nuevo paradigma tiene implicaciones no solamente en las creencias y comportamientos de enseñanzas y aprendizajes, sino también en el campo de la administración y la gobernanza tanto de las instituciones como del sistema en su conjunto.
Estos temas configuran parte central de las nuevas agenda tanto de investigación como de políticas públicas en el campo de la educación superior en diversas regiones del mundo. Son temas “vivos” y polémicos, que han impulsado nuevos estudios y enfoques para tratar de incidir en mejores formas de aprendizajes y nuevas metodologías de evaluación cuantitativa y valoración cualitativa de las prácticas y los efectos de los procesos/intentos de mejoramiento de la calidad de la educación terciaria. Pero quizá la lección maestra del Taller de Tianjin en torno a la calidad de la educación superior viene bajo la incómoda envoltura de una pregunta franca: ¿Puede asegurarse la ambigüedad?. ¿Cómo medir algo que no ha sido definido?

Monday, November 09, 2015

Sombras de la China

Sombras de la China
Adrián Acosta Silva
(Publicado en la versión digital de Revista Nexos, 09/11/2015)
A la muerte de Mao Tse Tung, en 1976, la República Popular de China se asomaba a los abismos de la incertidumbre política, social y económica, en el contexto del mundo bipolar de esos años de guerra fría y tensiones calientes. Al igual que le ocurriría a la Unión Soviética a finales de los años ochenta, la situación era crítica para los dirigentes de la revolución que en 1949 se impuso al Kuomitang (el partido nacionalista chino, de tendencias liberales), para instaurar un Estado comunista. Hoy, a casi 40 años de distancia del fallecimiento del gran líder de la Revolución Comunista, el verdadero constructor del Partido Comunista y del moderno Estado Chino, el hombre autoritario y pragmático cuyas tesis dieron la vuelta al mundo de las izquierdas, esos abismos se convirtieron en las praderas del milagro chino que hoy asombra a muchos, especialmente tanto a los neoliberales radicales como a los comunistas más ortodoxos.
La experiencia china desafía buena parte de las explicaciones convencionales sobre las transiciones económicas y políticas contemporáneas. Para decirlo en breve, el viejo “Consenso de Washington” ha sido cuestionado por el nuevo “Consenso de Beijing”. Si aquel sirvió como decálogo de cabecera de las reformas y promesas económicas neoliberales respecto del mercado como el principal mecanismo del crecimiento económico y distribución eficiente de los bienes en los países del tercer mundo, el Consenso de Beijing plantea que es el Estado el principal mecanismo de regulación y distribución de los bienes para lograr combinar crecimiento económico y bienestar social en las economías emergentes. Para los neoliberales, las lecciones chinas contradicen el endiosamiento del mercado; para los marxistas ortodoxos, esas lecciones hablan de un fenómeno contranatura: el Estado comunista como promotor del capitalismo, o, para decirlo en palabras de marxismo viejo, China como el Estado Capitalista del siglo XXI.
La experiencia china también se aleja tanto de las fórmulas socialdemócratas que combinaron la democracia política, el Estado social y la economía de mercado, como de los intentos de construcción de una “tercera vía” de desarrollo que recuperara el papel del Estado en la regulación económica y en la democratizacin política que tanto impulsó con fuerza intelectual y política el laborismo inglés con Tony Blair como Primer Ministro (1997-2007), y Anthony Giddens como uno de los intelectuales orgánicos del proyecto y de la idea. Como sabemos, el agotamiento de la fórmula socialdemocráta y el brillo fugaz de la tercera vía, se consumieron entre las llamas de la crisis del final de la primera década del siglo XXI. Frente a esa historia y proyectos agotados o fallidos, la experiencia china puede ser vista quizá como la “cuarta vía” de desarrollo, una experiencia que se nutre del reconocimiento e impulso de los mercados globales como espacios de crecimiento y competitividad, pero sin una democracia política como factor de desarrollo y bienestar social.
Pero más allá de la discusión política o ideológica respecto a la caracterización del fenómeno chino, quizá importa identificar los rasgos de las imágenes cotidianas de una sociedad que, a cuatro décadas de la muerte de Mao y del maoísmo, se desenvuelve hoy entre las contradicciones de un régimen no democrático que impulsa un capitalismo global, que produce rápidamente una nueva estratificación social de nuevos pobres y nuevos ricos, de clases medias, miles de empresarios y comerciantes, y la incorporación de más de 34 millones de estudiantes en la educación superior de ese país. Es la transición de una economía basada en la centralidad imaginaria de China como el “Taller del mundo”, a la economía de conocimiento como la pretensión china de “Plataforma de innovación del mundo”.
Ciudades que combinan el caos vehicular de millones de bicicletas circulando al lado de automóviles de lujo y transporte público masivo, en medio de una escándalo ininterrumpido del claxon de todo tipo de vehículos; imágenes de miles de chinos en cuclillas fumando cigarros y jugando cartas frente a decenas de rascacielos y centros comerciales, donde las marcas más exclusivas y caras del mundo ofrecen los bienes del consumo más lujoso que uno pueda imaginar hoy día; callejones oscuros, malolientes y sucios, donde la clásica miseria tercermundista coexiste con residencias inglesas o francesas del principios del siglo XX que hoy sirven como escuelas públicas u oficinas gubernamentales en ciudades como Shangai, Beijing o Tianjin; aeropuertos espectaculares, autopistas y trenes de alta velocidad, en los que fluyen masivamente turistas, académicos, comerciantes y hombres y mujeres de negocios de todo el mundo.
El milagro económico chino del siglo XXI se encuentra hoy en la cresta de la ola mediática, económica y política del mundo globalizado, y se presenta como el nuevo tipo de combinaciones ente Estado y mercado que los mares embravecidos del capitalismo pueden impulsar. Sin embargo, las tensiones entre un régimen político no democrático y una economía de mercado dirigida desde el Estado, comienzan a mostrar las fisuras y contradicciones de una experiencia en muchos casos inédita en el mundo moderno.
Quizá por ello, los esfuerzos por comprender el fenómeno chino sean juegos de sombras más que de producción de certezas intelectuales o políticas. Se parecen un poco a aquello que Joan Manuel Serrat describía con una canción referida a la “exótica destreza” de un hombre venido de tierras orientales que, a cambio de una cerveza, proyectaba con sus hábiles manos sombras en la pared de una vieja cantina. Esa canción, esa figura, quizá ayude a comprender las veloces transformaciones y las nuevas paradojas de la economía, la sociedad y la política chinas del siglo XXI, tan lejos del maoísmo nacionalista y tan cerca del pragmatismo económico. “Sombras de la China” para tratar de entender los tiempos globales y otra vez modernos del Consenso de Beijing.

Thursday, November 05, 2015

Ruidos en el cuarto de máquinas


Estación de paso
Ruidos en el cuarto de máquinas: la elección de un rector
Adrián Acosta Silva
(Campus Milenio, 5 de noviembre, 2015)
Con la regularidad que marcan puntualmente los calendarios institucionales en cada caso, las universidades públicas mexicanas experimentan de cuando en cuando las tensiones políticas propias de los procesos de elección de un nuevo gobierno universitario encabezado por un rector o rectora. Las fórmulas y contextos institucionales varían, los protagonistas y procedimientos de elección también, y los mecanismos, usos y costumbres universitarias que habitan la hechura de las decisiones y los rituales de elección de los nuevos rectores suelen ser tan diversos como las historias políticas de cada universidad. Este año, por ejemplo, la UNAM y la Universidad Autónoma de Zacatecas enfrentan inminentes procesos de elección de rector bajo fórmulas institucionales distintas. En otros casos, como la Universidad de Guanajuato, o la El Colegio de México, transitaron recientemente por procesos similares de elección de sus máximos representantes institucionales.
Estos procesos están asociados a uno de los rasgos sustantivos de la autonomía universitaria: la facultad de autogobernarse, es decir, de definir los métodos de elección de las autoridades de la universidad, desde el rector hasta los directivos de escuelas, facultades, institutos, divisiones o departamentos, según sea el caso. Esta atribución nace históricamente con la estructura misma de la universidad como organización del conocimiento, en la que el co-gobierno de la universidad, o el “gobierno compartido”, se constituyó desde su origen como un rasgo distintivo de la vida política universitaria. La “universidad de los estudiantes” (Bolonia), o la “universidad de los profesores” (París), se establecieron como los modelos básicos de configuración del gobierno de las universidades en todo el mundo.
Para el caso latinoamericano y mexicano, la influencia del modelo de Bolonia, a través de la Universidad de Salamanca, fue determinante para la estructuración del gobierno de la universidad durante la época colonial. Sin embargo, con la constitución de los nuevos Estados nacionales a lo largo del siglo XIX, las universidades experimentaron transformaciones importantes de sus entornos tradicionales –locales y nacionales-, y comenzaron un largo proceso de reforma de sus estructuras y prácticas de gobierno.
Pero es a partir del movimiento de reforma de Córdoba, en Argentina, en 1918, cuando el tema de la autonomía como autogobierno comienza a plantearse con toda claridad. La disputa por la orientación de la universidad como una institución pública, basada en la libertad de cátedra y de investigación, con la participación legítima de los estudiantes y profesores en el gobierno de la universidad, transformó rápidamente las estructuras académicas, de administración y de conducción institucional universitaria. Las tensiones clásicas entre eficacia y legitimidad, entre la cantidad de participación y la calidad de la representación, se colocaron en el centro de la vida política en la universidad.
Factores coyunturales o estructurales gravitan en la manera en que se toman las decisiones y se configuran los acuerdos institucionales, pero también existen prácticas políticas específicas para minimizar los riesgos del conflicto que potencialmente pueden surgir de la insatisfacción o el malestar con las decisiones tomadas. La pregunta clave es: ¿hay mecanismos que aseguren que las elecciones universitarias en México no se traduzcan en conflicto e inestabilidad institucional, es decir, en crisis de gobernabilidad?. La respuesta contundente es que no. Pero lo que puede ayudar a examinar el funcionamiento de las estructuras políticas universitarias es identificar algunos factores clave para comprender las posibilidades de que una elección rutinaria no desbarranque en ingobernabilidad institucional.
Se pueden proponer cuatro factores clave para dicho esfuerzo comprehensivo: a) la duración del período rectoral; b) la posibilidad de la reelección inmediata; c) la conformación y el papel de los órganos de gobierno que intervienen en la designación del nuevo rector o rectora; y, d) el perfil de las redes de poder realmente existentes que se forman en cada universidad.
A) El maldito factor tiempo.
En 37 universidades públicas mexicanas (incluido el Instituto Politécnico Nacional) los períodos temporales son de tres tipos: los de 3, los de 4 y los de 6 años. 4 son períodos de 3 años, 27 de 4, y 6 de 6 años. En 19 de los casos que tienen rectorías de 3 o 4 años se permite la reelección inmediata por una sola vez, y solo en 1 caso de los que duran 6 años se permite esa posibilidad. ¿Qué implicaciones tiene esto? Probablemente varias, pero se pueden identificar dos principales. Primero, que la organización de los tiempos políticos marca los límites del activismo de los grupos interesados (internos y externos) en los procesos políticos universitarios. Segundo, que el activismo político universitario depende fuertemente de la posibilidad de la duración del período rectoral. ¿Qué significa esto? Que el cálculo de los tiempos, las presiones y los cabildeos entre los universitarios obedecen a las coyunturas políticas que inician cuando se anuncia la convocatoria a la participación para la presentación de las candidaturas, algo así como las “elecciones primarias” para la promoción de nombres, proyectos y respaldos universitarios.
B) La reelección como incentivo
Pero la posibilidad de la reelección introduce un factor estratégico para la movilización política de los universitarios. Que un rector pueda o no ser reelecto de manera inmediata introduce un mecanismo que teóricamente puede favorecer el sentido político de la conducción institucional. Salvo excepciones, las universidades públicas que contemplan esta posibilidad utilizan regularmente este mecanismo para mantener la estabilidad político-administrativa, y para ofrecer más tiempo al desarrollo de proyectos universitarios impulsados por el gobierno en turno. Sin embargo, las excepciones son importantes. Fue el caso del Rector Jorge Carpizo en la UNAM, que luego de la conflictividad estudiantil manifestada con el proyecto reformador lanzado durante su administración (1985-1989) decidió no promover su reelección para el período siguiente.
C) ¿Quién decide?
La elección de un rector en las universidades públicas mexicanas contemporáneas obedece a tres fórmulas institucionales: 1) La designación por una Junta de Gobierno, Directiva o Universitaria; 2) la elección por parte del Consejo General Universitario; y 3) la elección abierta, universal, ponderada o directa por parte de la comunidad universitaria. Salvo en el caso del Instituto Politécnico Nacional, donde el Director General es designado por una entidad externa (El Presidente de la República), en el resto de las universidades la autonomía garantiza que sean los propios universitarios quienes deciden los métodos y procedimientos de elección de sus máximas autoridades.
Ello no elimina por supuesto la influencia que gobernadores, altos funcionarios federales, partidos políticos o grupos de interés externos tienen o intentan tener en la elección de candidatos a los puestos de rector. Sin embargo, la lógica autonomista de las universidades suele colocar límites más o menos precisos a las intervenciones externas. Lo interesante en el caso mexicano es que la fórmula de las Juntas de Gobierno, integradas por notables personajes académicos o sociales de las universidades, se ha expandido como un modelo de elección entre las universidades públicas mexicanas. Hasta 1980, sólo 3 universidades tenían una Junta de Gobierno encargada de designar al Rector; en 2010, ese modelo funciona en 16 universidades.
D) ¿Cómo se gobierna?
Pero el tema sustantivo en términos de gobernabilidad y gobernanza institucional no es quién gobierna sino cómo gobierna. Y aquí el factor estratégico es la distribución del poder institucional universitario, del cual deriva la legitimidad y la eficacia de la autoridad de los órganos unipersonales de gobierno como es la rectoría. Las fórmulas de integración y capacidad de los órganos colegiados de gobierno (Consejos universitarios, colegios de escuela, divisionales o departamentales), pero también las formas de agregación de los intereses políticos de los diversos sectores universitarios a través de sindicatos, organizaciones estudiantiles y de académicos, configuran en su conjunto una dinàmica de redes organizadas de poder que imprime un perfil específico a los procesos de construcción de los liderazgos institucionales indispensables para el funcionamiento de esquemas de ejercicio del poder de las autoridades universitarias que garantice umbrales mínimos de gobernabilidad y gobernanza institucional a sus representantes.
En otras palabras, en la conformación de las estructuras formales e informales de la política y el poder de las universidades radica la explicación de las mayores o menores capacidades institucionales para consolidar o transformar la lógica del desempeño institucional y en ocasiones, con suerte, de producir prácticas de cooperación, de legitimación de lealtades y participación comprometida en la conducción político-institucional y académica de las propias universidades. Es el reconocimiento de la política y el gobierno universitario como las fuentes de los ruidos, crujidos y temblores que ocurren en el “cuarto de máquinas” del poder institucional en la universidad.

Wednesday, October 28, 2015

El independentismo político en la sociedad de los codazos

Estación de paso
El independentismo político en la sociedad de los codazos
Adrián Acosta Silva
(Señales de Humo, Radio U. de G., 22 de octubre, 2015.)
Como se sabe, el entusiasmo partidofóbico se ha adueñado desde hace tiempo de ciertas franjas del ánimo público, hasta alcanzar en algunos círculos mediáticos, empresariales y sociales (casi) el estatus de nuevo deporte nacional. Desde el punto de vista de la sociedad política, es un entusiasmo bipolar, pues al mismo tiempo se vota o se castiga discreta pero masivamente a los candidatos de los partidos, mientras por el otro se alaba escandalosamente la emergencia de los candidatos sin partido. Algunos intelectuales y analistas, muchos periodistas y líderes empresariales, y no pocos ciudadanos de a pie, celebran en ocasiones con júbilo la llegada de políticos que no se presentan como tales, que dicen no pertenecer a ninguna organización tradicional y que suelen presentar como prendas de sus almas políticas la probidad, la honestidad o la transparencia, que prometen austeridad y castigo a los corruptos, a los ladrones y a los vende-patrias de oficinas y escaños que antes, durante o después de ellos han ocupado puestos públicos. Esas emociones y arrebatos discursivos, cimentados en razones pantanosas, tan llenos de una retórica simplista pero relativamente eficaz, forman parte irremediable de nuestro espíritu de época. Pero, ¿qué las provoca? ¿cómo explicarlas? ¿de dónde han surgido? ¿qué tan extendidas están?.
No hay respuestas fáciles a estas preguntas difíciles, aunque para muchos de los “independifílicos” las respuestas sean obvias. En realidad, no hay explicaciones contundentes, sólo explicaciones rivales, hipótesis, sospechas, conjeturas, que tienen que ver quizá con lo que pensadores como Enzesberger denominaron hace tiempo como la “expansión de la sub-política”, es decir, la aparición de nuevos comportamientos políticos no partidistas que se desarrollan azarosamente por fuera de las organizaciones partidarias, para luego pasar a formar parte de nuevos partidos o nuevas formas de agregación de intereses (diversificación de grupos de interés o de presión, movimientos, redes, ong´s) que colocan ciertos temas, ideas e intereses en la agenda pública. Para otros intelectuales, como por ejemplo el sociólogo alemán Ulrich Beck (fallecido el primer día del 2015), el súper-individualismo de la sociedades del siglo XXI se significa como el fenómeno que ha desplazado la era de las potentes solidaridades e identidades políticas que surgieron a lo largo del siglo XX, esa era que permitió la edificación del Estado Social junto con el florecimiento del sindicalismo y los grandes partidos políticos de masas, de izquierda y derecha. De acuerdo a estas tesis, la era del individualismo salvaje surgida en el contexto del fin de la guerra fría y de la globalización de capitalismo, ha desplazado a la era de las solidaridades identitarias, gremiales, territoriales, urbanas o rurales.
Si ello es correcto, el fenómeno del individualismo ha llegado al territorio mexicano de la política electoral y de la política-política. Su expresión más clara es el independentismo, esa figura tan ambigua como el populismo, pero que resulta atractiva en el contexto de la crisis de representación política de los partidos, el debilitamiento del Estado, y las difusas contribuciones de la democracia a la mejoría del bienestar y el desarrollo económico de la sociedad. Son individuos que se han despojado (o intentan hacerlo) del “olor a establo” que significa la militancia en los partidos políticos -como refiere con ironía envenenada el propio Enzensberger-, para tratar de cubrirse con el olor a santidad de la sociedad civil. El tránsito de la “sociedad solidaria” a la “sociedad de los codazos” –como las denominó Beck hace un par de décadas- forman el telón de fondo del nuevo discurso independentista en la esfera política, un vago relato en el cual los candidatos y los políticos independientes, real o aparentemente no afiliados a ningún partido ni adscritos a ninguna ideología, representan como ningún otro caso el ascenso de la estrategia de la desideologización de la vida política contemporánea como una vía para legitimar sus propios intereses.
“Vota por un ciudadano, no por un político”, “Ciudadanización de la política”, “Fuera los corruptos”, “No robaré”, forman parte de las frases toda-ocasión que en distintos momentos y circunstancias han utilizado distintos personajes y personajillos de nuestra vida política reciente para tratar de protegerse bajo el amplio y virtuoso manto simbólico de la pureza política independentista. Un probado expriista como “Gobernador independiente” en Nuevo León (el “Bronco”); un orgulloso heredero del neopanismo en la Cámara de Diputados (Clouthier), o un activista social (Kumamoto) en el Congreso de Jalisco, son los rostros públicos de coyuntura de esos impulsos independentistas que se abren paso a codazos entre los espacios dominados tradicionalmente por los partidos. Y ya se sabe: esas figuras no importan tanto por lo que son, sino, sobre todo, por lo que representan.

Friday, October 09, 2015

Universidad de Guadalajara: postalles de historia y política

Estación de paso

Universidad de Guadalajara: postales de historia y política

Adrián Acosta Silva

(Campus-Milenio, 8 de octubre de 2015)

Hace 90 años, el 12 de octubre de 1925, el entonces gobernador de Jalisco, José Guadalupe Zuno, anunciaba en acto solemnísimo celebrado en el Teatro Degollado la reapertura de la Universidad de Guadalajara. El evento simbolizaba el intento político e intelectual más importante de los grupos locales identificados con la corriente hegemónica aglutinada en el conocido “grupo Sonora” para consolidar el triunfo de la Revolución Mexicana en Jalisco. La U. de G. formaba parte de la primera ola de universidades estatales surgidas en el contexto revolucionario, junto con la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (1917), la Universidad de Occidente (1918, antecesora inmediata de la Universidad de Sinaloa), la Universidad del Sureste (1922, antecesora de la de Yucatán), y la Universidad de San Luis Potosí (1923).

Sin embargo, los antecedentes de la U. de G. se remontan al año de 1791, cuando se crea como la “Real y Literaria Universidad de Guadalajara”. Posteriormente, con el movimiento independentista y a lo largo del convulsivo siglo XIX mexicano, la Universidad es clausurada en varias ocasiones, hasta que en 1826, bajo la influencia de los aires liberales y positivistas que inflamaban el espíritu independentista en diversas regiones del nuevo país, fue reemplazada por el Instituto de Ciencias del Estado de Jalisco.

Como ha sido documentado por el historiador David Piñera Ramírez en su libro Las cuestiones clave en la historia de las universidades estatales de México (UABC, 2013), la historia moderna de la U. de G. comienza realmente con su reapertura en 1925, y con los procesos de consolidación y expansión que la llevaron a convertirse no solamente como la segunda universidad más grande y antigua del país, sino como la universidad estatal de mayor influencia en la región occidental y del pacífico norte de todo el país.

Pero esa historia institucional esconde varias historias particulares. Se pueden encontrar por lo menos una historia académico-intelectual, una historia social y una historia política de la universidad. Vistas en su conjunto, esos relatos configuran lo que puede ser llamado con cierta propiedad sociológica como el “poder institucional” universitario, es decir, el conjunto de relaciones que imprimen representación social, sentido práctico y relevancia política a los procesos que se desarrollan a lo largo de los años dentro y fuera de la universidad.

La historia política de la U. de G. implica identificar a los actores, estructuras y procesos que han poblado desde hace nueve décadas la peculiar conformación de su gobernabilidad político-institucional, y los modos políticos de articulación de los intereses internos y externos de la universidad. Una revisión general a esa dimensión política de la U. de G. ayuda a comprender la peculiar complejidad de su propia historia institucional.

La legitimación política de la universidad ocurre a lo largo de las primeras décadas de su refundación, cuando bajo la influencia de las ideas socialistas, en particular del cardenismo, se conforma una estructura de control político-institucional centrada fuertemente en la corporativización de la participación estudiantil. La creación del Frente de Estudiantes Socialistas de Occidente (FESO), en 1934, y su posterior sustitución por la Federación de Estudiantes de Guadalajara (la FEG), en 1948, formarían las bases político-institucionales del poder universitario. Detrás de esas organizaciones hay una matriz de intereses, ideología y política que marcaría para siempre los modos universitarios de “hacer política” en la U. de G.

Pero esa historia estaría incompleta sin hacer referencia al contexto que imprimió sentido a las prácticas políticas universitarias tapatías. El ascenso de una derecha poderosa y beligerante, representada por la creación de la UAG (Universidad Autónoma de Guadalajara), como resultado de una fractura ideológica y política en el año de 1935 ocurrida en el seno de la propia U. de G., así como la influencia de la burocracia eclesiástica local en la vida política jalisciense, y la conformación de un régimen político corporativo y autoritario encabezado por el PRI, son fenómenos que también explican el comportamiento político de la universidad pública local.

Los años sesenta y setenta son claves para entender la actual configuración política universitaria. Son años de violencia y política, ocurridos en el marco de un vigoroso período de expansión y crecimiento institucional. Son los días y los años marcados por la lucha entre la FEG y la FER (Frente Estudiantil Revolucionario) por el control político de la universidad, una historia de crimen, de asesinatos, de violencia y política que aún aguarda para ser contada con precisión y profundidad. Son también los años de la creación de la Liga Comunista 23 de septiembre, las Fuerzas Revolucionarias Armadas del Pueblo (FRAP), y de la Unión del Pueblo, expresiones de izquierda radicalizadas asociadas al FER, y en las que se involucraron activamente varios universitarios tapatíos para oponerse ya no solamente a la FEG sino también el Estado mexicano, luego del movimiento estudiantil de 1968.

Los saldos de esas luchas y conflictos marcarían la entrada de la U. de G. a los años ochenta, en el contexto de la crisis económica y financiera de las universidades públicas estatales. El arreglo histórico de la FEG y de los grupos políticos universitarios con el régimen priista, comenzaba a resquebrajarse rápidamente. La aparición de nuevas expresiones políticas de izquierda (principalmente la representada por el PSUM, a principios de esa década, y posteriormente por el Frente Democrático Nacional, en 1987, hasta llegar al PRD), transformaron el entorno político nacional y local universitario.

Pero la vida actual de la universidad no puede comprenderse sin el impacto de la reforma emprendida entre 1989 y 1994 por el entonces rector Raúl Padilla López, un personaje político clave no solamente para la U. de G. sino para el configuración de la clase política jalisciense surgida en los años de la transición, de la alternancia política y el cambio en la entidad. Esa historia reciente, coincidente con el predominio del largo período panista en la entidad (1994-2012), está en el centro de la celebración de los primeros noventa años de la U. de G. Pero es una historia que ya abordaremos en una próxima ocasión.

Friday, September 25, 2015

La política del miedo


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La política del miedo

Adrián Acosta Silva

Señales de humo, Radio U. de G., 24/09/2015

Las conocidas bravuconerías lanzadas desde hace tiempo por el multimillonario Donald Trump contra los inmigrantes latinos, en especial contra los mexicanos, no son solamente parte de un escándalo de ocasión, un espectáculo de coyuntura protagonizado por un individuo que abierta y rápidamente ha pasado del mundo de los negocios al mundo de la política electoral en los Estados Unidos. No son tampoco la expresión de una actitud basada en ciertas vertientes del racismo y del clasismo anidadas profundamente en algunas raíces de la cultura política norteamericana. El discurso discriminatorio que emplea desde hace meses el símbolo del capitalismo neoliberal más salvaje surgido desde finales de los años ochenta en las entrañas de Wall Street, es parte de las aguas profundas del principal mecanismo de ordenamiento político y social que nació junto con las formas institucionalizadas de la democracia liberal norteamericana: la política del miedo.

Que un millonario inculto, un analfabeta funcional, representante conspicuo de aquellos que Philip Roth ha llamado el ejército de “leprosos morales” que han tomado el poder económico y político en los Estados Unidos desde hace tiempo, ocupe por asalto a la política electoral, no es una sorpresa. Que un individuo deje por el momento de usar la máscara purificadora del empresario exitoso y arriesgado, el self-made-man como orgulloso representante del american way of life, para colocarse la máscara del político claridoso, dispuesto a soltar a los perros de la guerra del odio racial y la xenofobia en una coyuntura pre-electoral, tampoco es realmente nuevo. La novedad no estriba en el juego de espejos que se produce al mezclar el mundo de los negocios con el mundo de la política para alcanzar el poder. Quizá lo verdaderamente inquietante del fenómeno Trump es que marca con toda claridad el retorno de una vieja idea a las arenas públicas: el miedo político.

Esa idea está enraizada profundamente en el imaginario y en las prácticas políticas tanto de las democracias liberales y representativas, como de los regímenes políticos no democráticos como son las dictaduras, los autoritarismos, las teocracias o los sultanatos. La génesis del miedo como una poderosa idea política que cohesiona a un grupo, una comunidad o una clase social, tiene que ver con el temor hacia el desvanecimiento del orden, a las amenazas de la anarquía, a los reales o imaginarios efectos corrosivos que tienen ciertas ideas, grupos, razas o intereses económicos sobre el bienestar, la seguridad o los valores de las elites y de las sociedades que aquellas afirman representar como nadie más. La historia de esta representación política del miedo se remonta a la historia de las tribus y de las civilizaciones occidentales, desde los griegos hasta los teóricos de las democracias modernas. Como propone con elegancia intelectual y curiosidad histórica el politólogo norteamericano Corey Robin en “El miedo. Historia de una idea política” (FCE, México, 2009), el miedo forma la base, el pegamiento emotivo y racional de nuestra vida pública, el motor de la construcción de leyes, instituciones y políticas públicas.

Pero, como afirmaba el viejo Weber, las ideas siempre tienen consecuencias políticas. Y el miedo no escapa a esta aseveración. Bien visto, Trump y sus asesores explotan abiertamente esta veta oscura de la sociedad norteamericana como una fuente articuladora de simpatías electorales. Es el retorno a la atmósfera inquietante y perturbadora plasmada magistralmente en los años treinta del siglo pasado por John Steinbeck en Las uvas de la ira, y que actualizó y re-interpretó hace 20 años Bruce Springsteen escribiendo “El miedo es algo poderoso”, al referirse a la rápida expansión de los sentimientos anti-inmigrantes en los Estados Unidos en su disco The Ghost of Tom Joad (1995), en el que “Tom Joad” es el personaje principal de la novela de Steinbeck. Pero es también el tono de provocación política y moral que explica la reacción molesta de Neil Young cuando Trump anunció su interés por la nominación republicana utilizando su conocida canción “Rockin in a Free World” como himno de guerra de su campaña.

Ello no obstante, el valor simbólico del pasado y del presente no parece hacer mella en la rápida expansión del miedo como combustible político de la cruzada anti-inmigrante y anti-mexicana que simboliza Trump, apoyado entusiastamente por la ultraderecha política norteamericana del Tea Party y de los Minute Men que se protegen bajo el amplio paraguas republicano, pero que también encuentra simpatías en no pocos sectores del propio partido demócrata en el contexto de la administración del Presidente Obama.

Paradójicamente, las estructuras de la desigualdad social, los fantasmas del bajo crecimiento económico, el desempleo, los intentos del obamismo por domar a las bestias salvajes del neoliberalismo depredador a través del impulso a políticas sociales inclusivas y universalistas que protejan a sectores importantes de los inmigrantes mexicanos y latinos que hoy duermen a las sombras de la inseguridad e incertidumbre sobre el futuro, alimentan generosamente el discurso y las imágenes del miedo político que está detrás de la mercadotecnia electoral y el tono beligerante de un hombre de negocios que ve a la política como la extensión natural de sus habituales prácticas empresariales. Ese proceso de naturalización del miedo político está en el centro ideológico de la nueva ultra-derecha que emerge desde los sótanos de Wall Street para tratar de imponer una utopía anti-liberal, corporativa, racista y antimexicana, bajo el liderazgo de un comisario empresarial representado grotescamente por Donald Trump.

Thursday, September 10, 2015

El más extraño de los políticos


Estación de paso
El más extraño de los políticos
Adrián Acosta Silva
(Señales de humo, Radio U. de G., 10 de septiembre, 2015)
Las figuras del héroe, del oportunista y del traidor suelen ser fundamentales para reconstruir la vida política de todos los tiempos. Respecto de los primeros, nos los recuerda recientemente el escritor Michael Ignatieff en “El héroe que Europa necesitaba” -publicado en la versión digital de la revista Letras Libres-, donde se refiere a la figura de Václav Havel, el dramaturgo, poeta y escritor que luego se convertiría en Presidente de su natal Checoslovaquia durante los años duros de la transición que van de la caída del muro a la conquista de la democracia en los países del este de Europa. Havel, el amigo de Frank Zappa, el hombre en ocasiones desaliñado y distraído, el político entusiasta y el Presidente sobrio, representa muy bien esa necesidad de héroes que tienen las sociedades en momentos específicos de sus historias nacionales. (http://www.letraslibres.com/revista/convivio/el-heroe-que-europa-necesitaba)
Pero hay que recordar que entre las filas de los políticos, hay linajes, estirpes y trayectorias de muy diverso origen, encarnadas por individuos de motivaciones complejas, que usan diferentes máscaras de temporada y disponen de mayores o menores recursos políticos, éticos y morales para su desempeño cotidiano. Uno de esos personajes ha sido descrito de manera inmejorable por el escritor austríaco Stefan Zweig en Fouché: retrato de un hombre político, con las palabras que a continuación transcribo, seleccionadas al azar. Corresponden a la némesis del héroe político, individuos que permiten contrastar con alguna nitidez perfiles y trayectorias de las carreras políticas en todos lados.
Escribió Zweig, en 1929:
“Traidor nato, miserable intrigante, puro reptil, tránsfuga profesional, vil alma de corchete, deplorable inmoralista. Hombre de bajo perfil y siempre cómodo en los segundos planos de la Historia. No gusta de dejarse mirar la cara ni de enseñar sus cartas. Casi siempre se esconde dentro de los acontecimientos, dentro de los partidos, actuando de forma tan invisible tras la envoltura anónima de su cargo como la maquinaria de un reloj, y sólo muy raras veces se logra, en el tumulto de los acontecimientos, atrapar las curvas más cerradas de su trayectoria, su huidizo perfil.
“Cuanto más audaces sus transformaciones, tanto más resulta el carácter, o más bien no carácter, de este hombre, el más consumado maquiavélico de la edad contemporánea. Tal descripción va, lo sé, en contra del evidente deseo de los tiempos. Nuestro tiempo quiere y ama hoy las biografías heroicas, porque dada la pobreza propia de figuras de liderazgo políticamente creativo busca ejemplos mejores en el pasado.
“En la vida real, la verdadera, en la esfera de poder de la política, raras veces deciden las figuras superiores, los hombres de ideas puras, sino un género mucho menos valioso pero más hábil: las figuras que ocupan el segundo plano. Y diariamente volvemos a ver que en el discutible y a menudo sacrílego juego de la política, al que los pueblos siguen confiando de buena fe sus hijos y su futuro, no se abren paso los hombres de amplia visión moral, de inconmovibles convicciones, sino que siempre se ven desbordados por esos tahúres profesionales, esos artistas de manos ágiles, las palabras vacías y los nervios fríos.
“Ese estar en la oscuridad será su actitud durante toda una vida; no ser jamás titular visible del poder y, sin embargo, tenerlo por completo, tirar de todos los hilos y no pasar jamás por responsable. Como auténtico jugador intelectual, sólo ama los valores de tensión del mando, no sus insignias. Le basta con tener acceso a las cosas, influencia sobre los hombres, gobernar realmente al aparente gobernante del mundo y, sin apostar su persona, jugar al más emocionante de todos los juegos: el inmenso juego político. Mientras otros se atan a sus convicciones, a sus palabras y gestos públicos, él, oculto y temeroso de la luz, se mantiene interiormente libre y se convierte así en el polo persistente en la sucesión de los fenómenos.
“Cuando abandona traidoramente un partido, jamás lo hace lenta y cautelosamente, no se escurre saliendo sin ser visto de sus filas, sino que se marcha en línea recta, a plena luz del día, sonriendo fríamente con una naturalidad asombrosa y aplastante, a las filas del ahora contrario, y se apropia de todas sus palabras y argumentos. Lo único que sigue siendo importante para él es estar siempre con el vencedor, jamás con el vencido. No va con una idea, sino con el tiempo, y cuanto más corra, más deprisa correrá con él.
“Pero un hombre de poder sin poder, un político liquidado, un intrigante agotado, siempre es la cosa más miserable del mundo. Tarde, pero con intereses de usura, tendrá que pagar ahora su culpa de no haber servido jamás a una idea, a una pasión moral de la Humanidad, sino siempre y únicamente al favor perecedero del momento y de los hombres.
“Con todo, este hombre intelectualmente apasionado sólo mantiene hasta el último instante un único sentimiento: la esperanza de volver a subir en política una sola vez, una vez más. En la muerte, busca desesperadamente el olvido. Pero ni siquiera desde la tumba este terco ocultador revela toda la verdad: incluso en la fría tierra, se lleva celoso sus secretos para seguir siendo él mismo un secreto, penumbra y luz híbrida, una figura que nunca se revela del todo. Pero precisamente por eso sigue atrayendo a practicar los juegos inquisitoriales que tan magistralmente practicó: a descubrir, por un rastro fugaz y huidizo, todo el intrincado camino de su vida y, por su cambiante destino, la estirpe intelectual de este hombre, el más extraño de los políticos.”
¿A quién se refiere la descripción anterior? Quizá al lector se le ocurra pensar que a algún político local o nacional, remoto o reciente, pero no, aunque bien podría ser. Las palabras de inocultable tono decimonónico corresponden a la figura de Joseph Fouché, un político francés nacido en 1759 y fallecido en 1820. Participó activamente en la Revolución francesa, y transitó azarosamente por varios puestos y posiciones políticas, tanto conservadoras como radicales. Jacobino y realista, oportunista consumado, regicida y diplomático refinado, nació y murió en la desgracia. El libro que Zweig publicó en 1929 es una estupenda biografía sobre él, de la cual se han extraído las notas de esta colaboración -tomadas de la traducción publicada por la editorial El Acantilado, Barcelona, 2011-, con la exclusiva pretensión de recordar que los políticos son, han sido y serán una especie extraña, camaleónica, contradictoria y compleja.

Monday, August 31, 2015

La invención de la ANUIES: Historia y política (2)


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La invención de la ANUIES: historia y política (2)

Adrián Acosta Silva

(Campus Milenio, 27/08/2015)

Durante los 18 años que van de 1982 al 2000, la ANUIES tuvo que adaptarse rápida y pragmáticamente a las nuevas reglas del juego político de las políticas públicas, determinadas por la idea de la “modernización” de la educación superior, una idea incubada en los años duros y largos de la crisis y el ajuste económico y conflictividad política de los regímenes de Miguel de La Madrid (1982-1988), de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), y de Ernesto Zedillo (1994-2000). Los tres últimos gobiernos del PRI en el siglo XX introdujeron una nueva racionalidad en las formas de intervención del Estado en las políticas públicas, basada en mecanismos de evaluación de la calidad ligados a fórmulas de financiamiento público diferencial, competitivo y condicionado. Es el ciclo de lo que aquí hemos denominado como el de la “gobernabilidad transicional”. Junto a su función de legitimidad político-corporativa del sector de la educación superior, la ANUIES mantendría sus funciones en la gestoría de las condiciones presupuestales de sus miembros. Desde el gobierno de Juan Casillas García de León (1985-1993) y de Carlos Pallán Figueroa (1993-1997), hasta la de Julio Rubio Oca (1997-2000), la ANUIES intenta afianzarse como interlocutora institucional del gobierno federal (en especial con el propio Presidente de la República, y con la SEP y la Secretaría de Hacienda), en un período de crisis económica pero también de expansión y masificación de la educación superior del país.

Para los inicios del nuevo siglo, las reformas económicas neoliberales y la democratización del régimen político marcaban el fin de una época. “El gobierno de los incentivos” comienza a dominar abrumadoramente la racionalidad de las intervenciones públicas en el campo de la educación superior, induciendo ciertas pautas en el comportamiento institucional de las universidades públicas (planeación “integral”, estímulos a profesores, formación de cuerpos académicos, rendición de cuentas), con el respaldo de la Asociación. Con el fenómeno de los “gobiernos divididos” y la alternancia política, nuevos actores –como la Cámara de Diputados- entrarían en escena en el ajedrez político nacional. En ese marco, la dirigencia de la ANUIES y de las propias instituciones que la conforman enfrentarían nuevas condiciones, restricciones y oportunidades para su desempeño. Además un nuevo entorno de masificación de la educación superior, con nuevos proveedores y actores públicos y privados, habían colocado al viejo núcleo cuasi monopólico de las universidades públicas en un contexto institucional heterogéneo y contradictorio, poblado por cientos de nuevas universidades e institutos tecnológicos de carácter público, y miles de nuevos y viejos establecimientos privados.

En este contexto, las habilidades políticas y de gestión de la ANUIES tendrían que adaptarse rápidamente a la música estruendosa de la alternancia en el poder federal. La llegada a la Presidencia de la República del representante de un partido político distinto al tradicional PRI (el PAN, con su candidato Vicente Fox), implicaba la posibilidad de un cambio en la orientación y organización de las políticas públicas hacia la educación superior. Sin embargo, ni el foxismo (2000-2006) ni el calderonismo (2006-2012), significaron un cambio ni en la orientación sustancial ni en el funcionamiento de los ejes y los programas creados durante la década anterior, heredados de la lógica modernizadora de las políticas de los gobiernos priistas precedentes. Dichas políticas, con todo y programas e instrumentos, se reafirmaron bajo el cielo azul del panismo (2000-2012), colocando como sus programas insignia los PIFI´s (Programas Integrales de Fortalecimiento Institucional), la continuidad del PROMEP (Programa de Mejoramiento del Personal Académico), y nuevos esquemas de rendición de cuentas y auditorías a las universidades.

En este ciclo, el giro de los viejos temas centrados en la gobernabilidad del sistema de educación superior fue desplazado por el énfasis en la gobernanza del sistema. En otras palabras, las preocupaciones por la legitimidad y la estabilidad de las IES fue subordinada por el interés en mejorar la eficiencia, la calidad y la eficacia del sistema. Con el retorno al poder del PRI en 2012, con Enrique Peña Nieto como Presidente, la larga transición del modelo centrado en la gobernabilidad corporativista hacia un modelo centrado en el gerenciamiento de las políticas, se confirmaba.

Durante la gestión de las Secretarías de Jorge Luis Ibarra (2001-2005) y de Rafael López Castañares (2005-2013), la Asociación ha mantenido su capacidad de representación institucional (hoy más de 180 IES conforman su membresía, contra las 26 que la formaron inicialmente en 1950), aunque su peso relativo en el conjunto de IES del país es minoritario, si consideramos que hoy se contabilizan casi 3000 establecimientos de enseñanza superior en todo el país. Asimismo, la propia ANUIES ha diversificado sus funciones y acciones institucionales, dando lugar a cierto proceso de burocratización institucional, pero también ampliando su oferta de publicaciones y de servicios de apoyo académico a las instituciones que forman su membresía.

Hoy, temas como el envejecimiento del personal académico y el problema “caliente” de la pensiones y jubilaciones, la contratación masiva de nuevos profesores e investigadores, o el incremento de la cobertura de la educación superior para incorporar a un porcentaje mayor de jóvenes que hoy no llegan a la universidad, son asuntos que aparecen a lado de las preocupaciones por construir una sustentabilidad financiera de las universidades públicas en el mediano y largo plazo, el aseguramiento de la calidad, o la innovación y la internacionalización de la educación superior mexicana. En esas circunstancias, la celebración de los 65 primeros años de la ANUIES es una fiesta que transcurre bajo el cielo nublado de la incertidumbre, y de frente a lo que se anticipa como un nuevo (otro más) escenario de crisis financiera y económica nacional para el futuro inmediato de la educación superior mexicana. Lo malo de las fiestas es que a veces no terminan como se desea, con excesos y pleitos que ensombrecen los motivos del festejo. Lo bueno de las festividades, sin embargo, es que también pueden ayudar a alimentar con imaginación y voluntad el diseño de un futuro más promisorio e interesante para los propios festejados y sus invitados.

Friday, August 28, 2015

Vivir muriendo


Estación de paso

Vivir muriendo

Adrián Acosta Silva

(Señales de Humo, Radio U. de G., 27/08/2015)

Hace casi 4 años, en diciembre del 2011, falleció Christopher Hitchens, acaso uno de los más brillantes intelectuales occidentales surgidos en la transición que va de las dos últimas décadas del siglo XX a la primera del XXI. Pensador lúcido y crítico hasta su muerte, con un agudo sentido británico del humor y capaz de demoler a críticas a sus adversarios y a las ideas, prejuicios y creencias que ellos representan, Hitchens fue sorprendido por un cáncer de esófago en junio de 2010, enfermedad que muy pronto lo llevó a la muerte.

Ateo confeso y orgulloso, comentarista político y literario, polemista intimidante e ilustrado, Hitchens enfrentó la muerte con las únicas armas que conoció y practicó a lo largo de su vida: las de la razón. Y producto de ello, fueron los últimos artículos que publicó en vida, escritos mientras se sometía a intensas sesiones de quimioterapia y radioterapia, inyecciones de morfina para mitigar el dolor, pastillas, oxígeno, pruebas de sangre, ilusiones sobre nuevos tratamientos para el cáncer, biopsias, metástasis, trámites y burocracias, imágenes de médicos, enfermeras, ambulancias y hospitales.

Estos textos, publicados originalmente en revistas norteamericanas como Vanity Fair, fueron traducidos al español y publicados en 2012 por la editorial española Debate bajo el título Mortalidad. Es un libro pequeño, que contiene 6 textos breves, algunas notas fragmentarias que quedaron inconclusas a la muerte del autor, y un epílogo escrito por su viuda, Carol Blue. El libro constituye a la vez un veloz recorrido intelectual por la obra de Hitchens y un testamento político-racional sobre la agonía, la vida y la muerte.

Como señala el autor, son notas al vuelo escritas desde “Villa Tumor”, la imaginaria capital de la República de los enfermos terminales, a la cual se arriba desde las costas del país de los sanos al que usualmente muchos pertenecemos durante un tiempo más o menos prolongado.

Pero adaptarse al nuevo país no resultó nada fácil al autor de libros como “Cartas a un joven disidente”, “Dios no es bueno” o “Dios no existe”, tal vez sus obras más conocidas. El descubrimiento del nuevo mundo de enfermos, médicos y hospitales fue un proceso de adaptación amargo, ineludible y doloroso. En las horas largas pasadas en las “tumbas de colchones” (como le llamó Sidney Hook), la mente lúcida de Hitchens pasaba revista a las reacciones de amigos y colegas frente a su condición, el trato de los médicos y su transformación en una suerte de sacerdotes científicos y laicos, la promoción de productos milagrosos que prometen curas instantáneas para el cáncer, su impotencia para resistir los tratamientos contra el mal, las negociaciones de los equipos de “gestión del dolor” que en los hospitales discutían frente a él las mejores opciones para aminorar los efectos devastadores de los tratamientos médicos.

Vivir en Villa Tumor no implicó nunca abandonar las certezas intelectuales, emocionales y morales de Hitchens. Así, las figuras, las frases y las obras de Nietzsche, de Eliot, de Voltaire, de Auden, de Bellow, aparecen junto a sonidos y frases de canciones de Simon & Garfunkel, Cat Stevens, Leonard Cohen o Bob Dylan. Esa mixtura de palabras y sonidos recorre la complicada maquinaria espiritual que Hitchens utilizó para enfrentar la guerra contra la muerte.

Quizá hay dos temas que sobresalen de los ensayos reunidos en Mortalidad. Uno es el de la tentación de caer en las trampas de la fe religiosa como protección o bálsamo contra la fatalidad. La otra es la dificultad que tienen muchos amigos, familiares y aún los adversarios frente a la muerte. Respecto al primer tema –las trampas de la fe- Hitchens recuerda las palabras de Voltaire, cuando en su lecho de muerte lo importunaban y le pedían que renunciara al diablo y murmuraba: “no es el momento de hacer enemigos” (p.26).

Las trampas de la fe son las trampas de la ilusión, sugiere Hitchens, cuando algunos de sus críticos le piden arrepentimientos y conversiones ante la inminencia de la muerte. El lenguaje de las culpas y de las traiciones forman pare de los protocolos utilizados para lidiar con la enfermedad. Y recuerda a Montaigne: “El cimiento más sólido de la religión es el desprecio a la vida”(p. 105).
Las dificultades prácticas de lidiar con la muerte son distintas para el ciudadano de Villa Tumor y para los ciudadanos de Villa Salud. Hay protocolos extraños y contradictorios. Las muestras de solidaridad y de afecto, de compasión y hasta de lástima, se suceden frente a las narices del moribundo. Y aquí Hitchens recuerda frecuentemente una célebre frase de Nietzsche , escrita en Como se filosofa a martillazos (1888), cuando se refiere a las lecciones de la “escuela de guerra de la vida” en la que afirma: “lo que no mata me hace más fuerte”. “Nietzsche se equivocó”, dice Hitchens. Cuando se enfrenta una enfermedad terminal como el cáncer, que te enferma y te debilita, te mata y nunca te fortalece.

Los apuntes de Hitchens constituyen una narrativa de aguas profundas contra la muerte y sus demonios. Pero es también un esfuerzo intelectual por descifrar los significados de nuestra propia educación sentimental para enfrentar la agonía, el dolor y la muerte. Son las palabras escritas bajo el peso de la fatalidad, pero que conservan la lucidez intelectual y emocional de un pensador excepcional, condenado durante 19 meses a “vivir muriendo” como le confesó casi al final a su esposa. Hitchens representa muy bien la lucidez mortecina de un pensador y moralista político al que le disgustaron siempre los sermones y las moralinas, para mostrar hasta el final la entereza intelectual y moral que sólo inspira la razón.





Monday, August 17, 2015

La invención de ANUIES: historia y política (1)

Estación de paso

La invención de la ANUIES: historia y política (1)

Adrián Acosta Silva

(Publicado en Campus-Milenio, 13/08/2015)

La historia de la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES) es, como toda historia institucional que se respete, una trayectoria larga, compleja y a menudo ambigua y contradictoria. Hoy que celebra 65 años de su fundación (1950-2015), quizá valga la pena un breve ejercicio de balance, de revisión sobre su papel y aportaciones al desarrollo de la educación superior mexicana.

La primera dificultad es, digamos, conceptual: ¿cómo puede caracterizarse la ANUIES? En términos estrictamente jurídicos es una asociación de carácter civil, conformada por un conjunto de miembros (universidades e instituciones de educación superior públicas y privadas) que deciden voluntaria y libremente auto-organizarse para perseguir ciertos objetivos y finalidades. Pero esa definición es insuficiente para comprender la dinámica de su comportamiento institucional, que involucra por lo menos la consideración de una dimensión política y otra sociológica. En términos de análisis de políticas, la ANUIES es una organización de política y de gestión de los asuntos de la educación superior, orientada hacia el reconocimiento de su legitimidad política externa e interna. Pero vista desde una perspectiva más sociológica, la Asociación es también la expresión de un conjunto organizado de intereses que intenta “traducir” ciertas ideas en rutinas y prácticas institucionales. Estas tres formas o dimensiones de la caracterización de la Asociación permiten afirmar el carácter ambiguo, complejo o “híbrido” de la que es sin duda la organización más importante de la educación superior mexicana.

Pero ligado a las dificultades conceptuales, aparecen también las dificultades prácticas para organizar un análisis más o menos coherente sobre la historia de la Asociación, que vaya más allá del tono festivo que suele dominar el espíritu de los cumpleaños institucionales. El supuesto de base de cualquier propuesta por dominar dichas dificultades prácticas es considerar que los 65 años de la organización constituyen una trayectoria accidentada, no lineal, sujeta a las contingencias contextuales y a los ciclos políticos y de políticas que han configurado los diferentes entornos de la educación superior mexicana.

Bajo ese supuesto, la reconstrucción de la historia de la ANUIES puede hacerse colocando como foco su papel en la construcción política de las políticas públicas de educación superior en nuestro país. Y desde esta perspectiva se puede distinguir tres grandes ciclos de la historia política de la ANUIES: el de la “gobernabilidad corporativista” (1950-1982), el de la “gobernabilidad transicional” (1982-2000), y el de las tensiones entre la “gobernabilidad sistémica y la gobernanza institucional” (2000-2015). Como cualquier forma de periodización, la distinción tiene limites y es discutible, pero quizá puede ayudar a comprender mejor la dimensión política del papel de la ANUIES en la configuración del sistema de educación superior mexicano en las últimas seis décadas y media.

El primer ciclo comienza con la fundación de la Asociación en 1950 y culmina con la gran crisis económica de los años ochenta que impactó de manera dramática los montos, los modos y las reglas del financiamiento público a la educación superior universitaria. Son poco más de tres décadas donde, en la dimensión económica, las políticas del largo ciclo del desarrollo estabilizador determinaron una acelerada etapa de urbanización e industrialización, y en el campo político, se estructuraba un régimen político no democrático, donde la lógica de la representación corporativa dominaba las voces y las lealtades de los grupos y sectores sociales, incluyendo las del sector educativo superior. En esas circunstancias, se despliega un lento crecimiento de la oferta y de la demanda de la educación superior, y se crean las bases político-institucionales de la transición de las universidades tradicionales a las universidades modernas.

Desde su origen, fueron dos los ejes principales de la acción de la ANUIES. De un lado, influir en el diseño e implementación de la acción gubernamental en el campo de la educación superior; del otro, en mejorar las condiciones presupuestales de las instituciones que forman parte de su membresía. Es decir, una función política de representación y gestión legítima de sus intereses, y por el otro, una función financiera pertinente, ligada a estabilizar y mejorar las fórmulas de crecimiento del presupuesto público para las universidades. Ambas funciones se desarrollan con distintos grados de éxito por parte del gobierno de la ANUIES, desde la primera Secretaría de la Asociación de Alfonso Ortega Martínez (1950-1953), y la de un joven recién doctorado, Pablo González Casanova (1953-1955), hasta el período dirigido por Rafael Velasco Fernández (1977-1985).

La lógica corporativa del régimen posrevolucionario subordina la autonomía de las organizaciones civiles al reconocimiento de la autoridad del poder institucionalizado. Las figuras del Presidente en turno y de un partido político (el PRI), estructuran la cohesión y lealtad política hacia las políticas de desarrollo estabilizador y de la “unidad nacional”. En el campo de la educación superior, las universidades públicas conforman el núcleo cuasi monopólico de la oferta institucional, un núcleo en que descansará el activismo y la representatividad política de la ANUIES durante poco más de tres décadas, y en el cual se forman varias generaciones de las élites políticas que luego pasarán a integrarse como parte de las élites dirigentes del régimen posrevolucionario.

Pero es una doble crisis (económica y política) lo que termina por actuar como mecanismo de disparo de una serie de reformas que afectarían el entorno de la política y las políticas de la educación superior. El ascenso del “Estado evaluador” y de las políticas basadas en la búsqueda de la calidad, la evaluación y el financiamiento público competitivo, diferencial y condicionado, marcarían el fin de la gobernabilidad corporativista y el inicio de una “nueva” gobernabilidad –la “gobernabilidad transicional”- que obedece a una lógica distinta de intercambios entre el Estado y las universidades públicas. Así, desde los primeros años ochenta hasta finales de los años noventa, las políticas económicas neoliberales y la liberalización y posterior democratización del régimen político, poblaron de nuevas señales, racionalidades y reglas el contexto político de la educación superior.

Los años duros del financiamiento inestable y de aprendizajes políticos ocurridos en el marco de una expansión/masificación anárquica de la matrícula, el profesorado y las instituciones públicas y privadas del sistema, marcarán los procesos de adaptación incremental de la ANUIES a un contexto que muy pronto ya no era lo que solía ser. Los rasgos de esa nueva etapa los veremos en la próxima colaboración.


Friday, July 24, 2015

IEEPO: una historia de poder y políticas


El IEEPO: una historia de poder y políticas
Adrián Acosta Silva
(Publicado en versión digital de Nexos, 23/07/2015. www.nexos.com.mx)
La desaparición (en realidad reforma y reestructuración), por decreto del gobernador oaxaqueño, del Instituto Estatal de Educación Pública de Oaxaca (el IEEPO), es una decisión que intenta “devolver la autoridad educativa al gobierno del estado”, según anunció el propio gobernador Gabino Cué en la conferencia de prensa del pasado 21 de julio. El anuncio dramático, espectacular, de ocho columnas para medios impresos y electrónicos, fue apoyado simbólicamente por las figuras del Secretario de Educación Pública y del vocero de la Presidencia de la República. Pero la decisión, el diseño del nuevo Instituto, constituye apenas el primer paso en el complicado proceso de reconfiguración del poder político en el campo educativo oaxaqueño. La implementación de la decisión es, en realidad, el proceso en el cual se verá a prueba la fortaleza política del gobernador y del gobierno federal, frente al ruido de los tambores de guerra que ya ha comenzado a hacer sonar la CNTE como reacción frente a la desaparición del Instituto.
Más allá del curso de los acontecimientos, conviene sin embargo detenerse a reconstruir la historia del IEEPO en su contexto estatal y su relación con la CNTE. Como se sabe, el Instituto fue creado el 23 de mayo de 1992 durante la gubernatura de Heladio Ramírez (1986-1992), un priista tradicional, curtido en las aguas turbulentas de la fractura del PRI previa y posterior a las elecciones presidenciales de 1988. Con el salinismo y con el apoyo de Ramírez, llegó el Acuerdo Nacional para la Modernización de la Educación Básica, un reforma al sistema educativo nacional orientada políticamente a dos cosas fundamentales: primero descentralizar (federalizar) la educación básica en las entidades de la república, trasladando la nómina, algunas decisiones y recursos educativos a los gobiernos estatales; y segundo, acabar con los restos del caciquismo sindical formado y ejercido durante casi dos décadas por Carlos Jongitud Barrios en el SNTE.
Los resultados, lo sabemos, fueron contradictorios, parciales y perversos. Por un lado, más que federalización de la educación lo que tuvimos fue un proceso de “feudalización” del sistema educativo básico, donde gobernadores y líderes sindicales nacionales y locales terminaron ejerciendo una suerte de cogobierno de la educación básica en las distintas entidades del país. Por otro lado, el desplazamiento de Jongitud y su Vanguardia Revolucionaria, cedió el paso no a la democratización sindical sino al surgimiento de un nuevo tipo de liderazgo, caciquil y poderoso, encabezado por Elba Esther Gordillo. En este contexto nacional, la creación del IEEPO en Oaxaca se significó, en una primera etapa (justamente la que corresponde al gobierno de Heladio Ramírez) por mantener los entendimientos políticos tradicionales entre el SNTE y el gobierno estatal: nombramiento conjunto de funcionarios educativos tanto en el IEEPO como en las direcciones de la escuelas públicas, los nombramientos de supervisores y jefes de zona, el acceso a plazas y los cambios de adscripción.
Al igual que se hacía y se hace en las secretarías estatales de educación en todo el país, la autoridad educativa surge de los arreglos institucionales entre los gobiernos estatales y el SNTE. Sin embargo, desde mediados de los años noventa la creciente influencia de la fracción disidente del SNTE en el suroeste del país (la Coordinadora) terminó por desplazar políticamente la fuerza del sindicato tradicional en esas regiones. Y la CNTE se posicionó como el principal interlocutor político del gobierno estatal oaxaqueño. Esto se tradujo poco a poco en la penetración del IEEPO por parte de la Coordinadora, desplazando la influencia tradicional del SNTE en el sector y en el organismo. La creciente legitimidad corporativa de la Coordinadora, su fuerza beligerante a través de paros y movilizaciones, fue consolidando la certeza en la clase política local de que gobernar el sector educativo oaxaqueño era una labor en la cual debía apoyarse, negociar o ceder ante la fuerza de la Coordinadora.
Con los gobiernos de Diódoro Carrasco (1992-1998), de José Murat (1998-2004) y de Ulises Ruiz (2004-2010) (todos pertenecientes al PRI), el poder de la CNTE se amplió y consolidó. La coalición que a nivel federal significó la alianza del SNTE con el PRI durante el salinismo y el zedillismo, se transformó en una coalición del gobierno educativo entre los gobiernos panistas y el SNTE con el elbismo como fuerza de cohesión y control político electoral y sindical. Pero esa coalición, paradójicamente, significó en Oaxaca el fortalecimiento de la Coordinadora como una fuerza política local que luego se extendió rápidamente a entidades como Guerrero, Veracruz, Chiapas y Michoacán. Sin embargo, nada se parece al poder que la coordinadora acumuló en Oaxaca, y que le llevaron a desafiar y bloquear la reforma educativa peñanietista lanzada el inicio de su mandato finales del 2012.
La llegada del Gabino Cué al gobierno estatal en 2010, un expriista postulado por una coalición multipartidista (PAN, PRD, PT y Convergencia), significó la irrupción de la alternancia en Oaxaca, y con ella, la posibilidad de un cambio político en el gobierno del sector educativo. Ello no obstante, por prudencia, pragmatismo o debilidad pura y dura, el nuevo gobierno estatal mantuvo el esquema tradicional de la gobernabilidad del sector, consolidando la fuerza de la CNTE en el centro del mapa político local, pero también manteniendo su dominio del IEEPO, con lo cual el poder de la Coordinadora también se tradujo en su dominio en los programas, los puestos, los recursos y las políticas locales de educación.
Pero la política, ya se sabe, es el arte de gestionar los conflictos, los tiempos y las posibilidades. La fuerza consolidada de la Coordinadora explica que la reforma educativa peñanietista no contara con los apoyos locales suficientes ni del SNTE ni del gobierno de Cué para penetrar en las estructuras de control político de la CNTE. Habría que esperar el paso de las elecciones intermedias de julio de 2015, coincidente con el último año de gobierno de Cué, para emprender una acción espectacular, mediática, y políticamente apoyada por el gobierno federal, el gobierno estatal y el SNTE, una operación cuyo centro simbólico y práctico es el desmantelamiento del IEEPO. La cuestión clave es si esa operación conjunta permitirá reconstruir la gobernabilidad del sector, avanzando al mismo tiempo en la gobernanza institucional necesaria para implementar la reforma educativa nacional en Oaxaca, y minimizando, al mismo tiempo, los costos políticos de la reacción de la CNTE en el corto y mediano plazo.