Monday, October 28, 2013

La era de la bestia


Estación de paso
La era de la bestia
Adrián Acosta Silva
(Publicado en Campus-Milenio, 10/10/2013).

El conflicto magisterial encabezado por la CNTE desde hace ya varias semanas, es una buena estampa (colorida, conflictiva, dramática) de los problemas que enfrenta todo intento de reforma de la acción pública en sectores específicos, en este caso, el de la educación básica. El desarrollo del conflicto, que va del anuncio que el Presidente hizo de la reforma educativa en diciembre del año pasado, en su toma de posesión, hasta el desalojo del Zócalo el 14 de septiembre y las negociaciones de la CNTE con la Secretaría de Gobernación la primera semana de octubre, pasando por el golpe mediático, político y judicial derivado de la detención de la profesora Gordillo a principios del 2013, ha colocado un conjunto de intereses y posicionamientos en el centro del debate público. Lo que hemos visto a lo largo de este año intenso es un juego de poder entre reformadores y bloqueadores de las reformas, o, para decirlo en términos un tanto más técnicos, o clásicos: la formación de una coalición reformadora vs. la resistencia de una fuerza de bloqueo a las reformas. Es un espectáculo en el cual “la política de las políticas” está en el centro del pleito, una postal de conflicto y poder de nuestra “era de la bestia” en el campo educativo nacional.
Desde esta perspectiva la iniciativa, o la ofensiva política, la ha llevado claramente el Presidente y su equipo más cercano de asesores y consejeros. Reformar la educación básica, colocando en el centro del proyecto el tema del profesorado, constituyó la decisión estratégica, la pieza central de la iniciativa presidencial. Con un lenguaje orientado a aglutinar la mayor parte de los consensos en torno a los aspectos críticos de la educación (baja calidad, ausencia de evaluaciones significativas, hiper-politización y corrupción sindical, la iniciativa de reforma constitucional, la autonomía del Instituto Nacional de Evaluación Educativa, el nombramiento de una nueva Junta Directiva de ese organismo, la creación del servicio profesional docente), la coalición promotora de la reforma confeccionó un discurso con el cual atrajo rápidamente no solamente a los partidos a través de esa plataforma política restrictiva y vinculante que es el “Pacto por México”, sino que concentró también las simpatías de grupos de presión y de interés como el de Mexicanos Primero, los organismos empresariales, buena parte de la opinión pública ilustrada, de destacados intelectuales y no pocos líderes sociales. Pero el apoyo duro y rudo a la reforma es, como debía esperarse, del SNTE, cuyos dirigentes, luego de la caída de Gordillo, rápidamente se alinearon frente al liderazgo presidencial, colocándose como promotores entusiastas y convencidos de las bondades de la reforma planteada.
En el lado opuesto de la arena, la CNTE se colocó al frente de la oposición, en condiciones desventajosas. Cargada con mala fama entre medios y analistas, reacia al diálogo con las autoridades federales, simpatizante de la calle como espacio casi exclusivo de expresión política, la Coordinadora y sus dirigentes constituyen un personal difícil de tratar. Sus usos y costumbres son una combinación de un discurso de izquierda radical ochentera (críticas al neoliberalismo, arengas contra la pseudo-democracia mexicana, exigencias de cambio en la conducción gubernamental), con la persistencia de estilos de negociación basados en los viejos métodos del corporativismo priista de los años sesenta (personalización de las negociaciones con autoridades locales, arraigo entre ciertos núcleos del profesorado, fortalecimiento de su legitimidad como representante de sus agremiados). Es curioso -tal vez lógico, mirado desde cierta perspectiva- como ese híbrido que es la CNTE se incubó en los estados más “priistas” de la república, es decir, aquellos donde el PRI no perdió la gubernatura sino hasta hace muy poco tiempo (Oaxaca, Guerrero) o no la ha perdido jamás (Veracruz), y esa historia aún espera ser relatada con precisión y profundidad. Pero el hecho es que, en un contexto de deterioro político de la política educativa, de programas simbólicos y de alianzas frágiles (la del SNTE con el oficialismo priista desde la política de federalización de la educación básica hasta la alternancia política,1990-2000, y con el oficialismo panista durante los dos sexenios pasados, 2000-2012), la CNTE fortaleció su poder e influencia como corporación opositora y como organización política. La movilización anual que mayo con mayo, año con año, desde hace más de 20 realizan numerosos contingentes estatales de la Coordinadora a la sede de la SEP y al zócalo capitalino, se convirtió en un ritual de consolidación de sus señas de identidad: el empleo del lenguaje político rudo de la calle, bloqueos de avenidas y carreteras, toma de escuelas y plazas, el paro magisterial, la presión por aumentos salariales y el mejoramiento de condiciones de trabajo, prestaciones, inamovilidad laboral, incremento en el número de plazas docentes, críticas a la dirigencia del SNTE, acuerdos puntuales con padres de familia y poderes municipales y estatales.
Sin embargo, esa identidad ha tenido dos efectos importantes en el contexto actual. De un lado, ha endurecido las posiciones al interior de la Coordinadora. Por el otro, la ha aislado de convocar a un número mayor de organizaciones y fuerzas políticas. Ni siquiera MORENA o el SME, dos fuerzas que podrían coincidir en el apoyo a la coordinadora, han logrado sumarse de manera decidida y clara a las demandas de la organización, y sólo algunos grupúsculos y tribus anarquistas han logrado colarse a las fuerzas el movimiento. En esas condiciones, la CNTE se ha convertido en una fuerza potente pero aislada, incapaz de convocar a una verdadera coalición contra-reformadora, capaz de equilibrar las fuerzas que se enfrentan en torno al proyecto reformador, y que obligue a una negociación de los momentos y alcances de la implementación de los cambios impulsados por la SEP. Atrapada entre un discurso polarizador y hostil ante cualquier intento de transformación educativa, pero sin un proyecto propio, coherente, capaz de convencer a otras fuerzas a unirse a sus causas, la Coordinadora se ha sometido a un desgaste brutal, a una sobre-exposición pública donde las críticas y los abucheos mediáticos y de no pocos ciudadanos han comenzado a cobrar la factura a sus dirigentes y al propio movimiento.
Por su parte, “la máquina de las reformas” (como les denominó en diciembre un eufórico diputado y connotado dirigente priista, Manlio Fabio Beltrones) ha seguido su curso. Pasó del análisis y de los foros a las iniciativas y a los proyectos de reformas, logrando pasar por la aduana del congreso, de la mayoría de los congresos estatales y por supuesto del SNTE. La mayor parte de los partidos políticos han apoyado esa reforma, y no pocas organizaciones y miembros del círculo rojo se han sumado con entusiasmo a la iniciativa presidencial. Esto coloca a la coalición reformadora en una posición de fuerza frente a sus adversarios, una condición que debilita significativamente la resistencia de la Coordinadora y divide a sus liderazgos.
En estos momentos lo que está en juego es la legitimidad y la factibilidad política de la iniciativa reformadora peñanietista. Y eso recuerda los acordes de la vieja música de los problemas de gobernabilidad, de sus déficits institucionales y de los modos de gestión política que aseguraron en el pasado reciente cierta “estabilidad conflictiva”, basada en intercambios de posiciones, recursos y comportamientos magisteriales. La CNTE está jugando claramente a bloquear la implementación de la reforma en las escalas locales, principalmente entre aquellas en las que mantiene una fuerza importante (Oaxaca, Guerrero, Michoacán, Veracruz). El gobierno federal y la mayor parte de los gobiernos estatales están endureciendo sus posturas y presionando para debilitar la oposición a las reformas, y generar mayores recursos e instrumentos para su implementación en el sistema y en las escuelas. Si la política es un juego de ajedrecistas y no de ángeles, los tableros, las piezas y los jugadores están hoy en el centro del espectáculo.
Sobra decir que, según enseñan las lecciones de muchas experiencias reformadoras, el problema de la implementación de las políticas es el verdadero problema político de las políticas públicas, pues ello requiere de mantener umbrales positivos o manejables de gobernabilidad institucional. Movilizar a la burocracia educativa federal y estatal, promover el conocimiento preciso del alcance de los cambios en las formas de evaluación, promoción y contratación del profesorado, así como vincular claramente los efectos de estas reformas en la calidad de la educación, en el mejoramiento de los procesos de enseñanza y de aprendizajes de niños y jóvenes, forma parte de las actividades de persuasión, argumentación y coerción propias del ejercicio de la autoridad en el sector educativo como también en cualquier otro campo de la acción pública. Pero existen cuestiones políticas y de política educativa que forman parte de la complejidad del asunto, y generan cuestiones que aún aguardan respuestas por parte de los reformadores. Como reza el lugar común en política pública, cualquier proyecto reformador es esencialmente un buen conjunto de hipótesis sobre comportamientos institucionales y sociales que solo pueden demostrarse en el proceso de instrumentación de las acciones y de su evaluación expost. Las sombras de la ingobernabilidad asoman en el horizonte, con el ruido de la desinstitucionalización y desestructuración política del sector educativo que hemos observado en los últimos meses, y perfilan un panorama complicado para reformadores, contra-reformadores y simples espectadores. Parafraseando a Yeats: una bestia terrible ha nacido.

Friday, October 25, 2013

El extraño regreso del Sr. Torquemada


Estación de paso
El extraño regreso del Sr. Torquemada
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 24 de octubre de 2013.
La historia de la sociedad del espectáculo es en buena medida la historia del desvanecimiento de las fronteras entre lo público y lo privado. Políticos, hombres de negocios, actrices y actores, deportistas y locutores, profesores e intelectuales, son los protagonistas visibles de ese cambio profundo en la valoración de lo que es de todos, lo que es de nadie, y lo que pertenece al ámbito de los individuos. Los medios, por supuesto, incluyendo los tradicionales y los nuevos, se han erigido en espacios de juicios sumarios y tribales sobre la vida y obra de los privados para valorar su desempeño público y viceversa. En otras ocasiones, son los propios individuos –que incluyen a cantantes o actrices de moda, boxeadores profesionales, funcionarios públicos, a los nuevos ricos- los que aspiran a hacer públicas sus preferencias, sus pertenencias y posesiones, su lugar en el mundo público, exhibiendo parte de sus vidas privadas al abierto escrutinio de otros, fotos y entrevistas incluidas. Baste observar lo que todos los días se publica en casi cualquier lado para mostrar ese cambio profundo del sistema de creencias que domina la sociedad del espectáculo.
Veamos el caso, por ejemplo, de un conocido futbolista tapatío, que juega en las Chivas del Guadalajara, llamado Marco Fabián. Desde hace tiempo, los medios y las “redes sociales” le siguen la pista, publicando fotos y comentarios sobre su vida privada. Desde cierta ambigüedad moral, se le recrimina que asista a los bares y a los antros para beber con sus amigos y novias, bajo el supuesto moral de que un deportista es un hombre público, que debe ser en todo momento y bajo cualquier circunstancia un ejemplo para sus seguidores (en espacial para los niños), y que representa la honestidad y superioridad moral de una institución, en este caso futbolística. En ese marco el futbolista profesional se confunde con el ciudadano que ejerce su derecho a divertirse; el hombre público, trabajador asalariado de una marca deportiva que vive de ese negocio, se funde con el individuo que sale a beber unos tragos con sus amigos luego de un partido.
Ese prejuicio moralista es la metástasis contemporánea de una obsesión medieval, que hoy se expresa en los medios en formas diversas de acoso y espionaje, prácticas que se extienden como la hiedra entre medios y redes sociales: “Marco Fabián fue visto en un bar luego del partido contra el América”, cabeceó una nota de la versión electrónica del suplemento “Cancha” del diario Mural, de Guadalajara(11/10/2013). En otros medios, “nacionales”, el tono acusatorio domina la nota: “no importa que pierdan partidos, ellos siguen la fiesta”. (http://www.eluniversal.com.mx/deportes/2013/pese-a-perder-el-clasico-en-chivas-no-para-la-fiesta-956544.html). Muchos diarios, comentaristas y ciudadanos achacan a este tipo de comportamientos “indebidos” de los profesionales el fracaso de un equipo, la derrota en un juego, la debacle de una historia gloriosa y sin fisuras, la explicación de todos los males que suceden a una actividad, cosas así.
Bien visto, el desliz moralista es muy claro: un futbolista profesional (o el funcionario público, o el actor del momento) no debe ni puede exhibir comportamientos “no profesionales”, lo que eso signifique. Es como decir que un político siempre debe actuar como un político, sea en el espacio público, privado o secreto; o que un profesor siempre hable en tono magisterial, o que una ama de casa sea la misma cuando va al cine o cuando busca trabajo, o que un directivo de cualquier empresa (incluyendo las deportivas), debe comportarse como hombre de negocios ya sea en la alcoba o en el restaurante. Es una forma estúpida no solo de valoración de lo público y lo privado, sino que tiende a fundir en una imagen unidimensional, francamente arcaica, la figura del hombre público con la del hombre privado. En ese trance, lo que queda a la vista es la fuerza de un viejo prejuicio moralistón y aburrido: los individuos deben comportarse íntegramente, con absoluta probidad y honestidad tanto en su vida pública como privada. Es la fantasía de que todos los individuos deben usar la misma máscara en toda ocasión.
Ese razonamiento invade el imaginario de algunas franjas y espacios de la sociedad del espectáculo. Pero se pierde de vista que la distinción entre lo público y lo privado es una invención civilizatoria. No es fácil definir con precisión los límites entre ambos mundos. Ni la ley, ni la ética, ni la moral ni las creencias son capaces de marcar con claridad hasta donde los comportamientos privados afectan los comportamientos públicos y viceversa. Hay, sí, códigos altamente formalizados que intentan regular ambas esferas, identificando los límites entre sus prácticas, tratando de distinguir las fronteras de los actos privados que tienen consecuencias públicas y al revés. Pero las abismales diferencias entre los individuos no pueden resolverse mediante exorcismos públicos de demonios privados, ni con la proliferación de los prejuicios privados que intentan convertirse en reglas públicas. El derecho a la privacidad (un derecho liberal clásico), la libertad de elegir que tienen los ciudadanos para que puedan hacer lo que se les antoje con sus vidas cuando ejercen ese derecho, representa el bien mayor del debate, y las consecuencias y efectos de esos comportamientos solo afectan esencialmente a los individuos, no a las instituciones o a los medios. Vivir de la exploración morbosa de las vidas personales de los hombres o mujeres es un acto inquisitorio propio de mentalidades conservadoras, puritanas, aquellas que representan muy bien los nuevos Torquemadas que hoy habitan la república de los medios, los palcos de los hombres de negocios y las redes sociales.