Thursday, February 28, 2019

La estatalidad y sus metamorfosis

Estación de paso
La estatalidad y sus metamorfosis
Adrián Acosta Silva

(Campus-Milenio, 28/02/2018)

México es tierra de paradojas. Una fue, hace años, la “paradoja neoliberal”: las reformas de mercado como antídoto contra los “males” del nacional-populismo fueron diseñadas, organizadas e instrumentadas desde el poder del Estado. El elogio de las bondades del mercado, las preferencias de la calidad sobre la cantidad, la integración pragmática a las fuerzas invisibles de la globalización, se convirtieron en las fuerzas que demolieron las ruinas del nacionalismo revolucionario y el desarrollismo económico que estuvieron detrás del milagro mexicano.
La paradoja neoliberal fue justamente esa: desde el Estado se disminuyó al Estado. Pero el efecto fue políticamente interesante, es decir, confuso, contradictorio, habitado por tensiones de distinto calibre y alcances. La liberalización y democratización del régimen político, la multiplicación del sistema de partidos, la rutinización de la alternancia político-electoral en los ámbitos federal, estatal y municipal, junto con la legitimación de los organismos autónomos en la política, la economía y en el gobierno fortalecieron el sector público no gubernamental del país. El resultado fue un típico efecto no esperado: la reforma del estado y las reformas de mercado configuraron una nueva estatalidad, es decir, un nuevo mapa de las representaciones sociales y prácticas políticas de la autoridad en los distintos sectores y territorios.
Hoy asistimos a una nueva paradoja: la paradoja neopopulista o neonacionalista. Se trata de un ruta deliberada de demolición de las reformas neoliberales con el propósito de reconstruir/regenerar la vida económica, política, social y aún moral de la república. Detrás del relato épico de la cuarta transformación nacional, el gobierno del Presidente López Obrador está en la ruta de fortalecimiento del Estado a través de la centralización del poder del gobierno en el ejecutivo federal.
Potencialmente, esto se encamina a una reconfiguración de la estatalidad y de la autoridad en los diversos ámbitos territoriales de la república. No se entiende el hiper-activismo presidencial sin ese propósito central, sin ese sentido de misión suprema centrada en los fines y no en los medios. Conferencias matutinas diarias, giras a ciudades y pueblos los fines de semana, reuniones públicas y privadas con distintos actores y sectores, forman parte de una agenda de construcción de gobierno, de hechura política y de presencia de imagen de una autoridad cercana, legítima y eficaz en el espacio público y territorial de todo el país.
Claramente, hay un germen neo-populista, nacionalista y autoritario en ese propósito. Es una semilla legítima y resistente, incubada desde hace años en el vivero de la pluralidad política, el fortalecimiento de la sociedad civil, los reclamos democratizadores, la persistencia de la desigualdad, y las reformas neoliberales sembradas y cultivadas en los últimos treinta años. Los críticos de la derecha a través de sus espacios de opinión o desde los hervideros de las redes sociales alertan con escándalo, prudencia o vehemencia del inevitable futuro dictatorial que se vislumbra como producto de esa semilla para muchos envenenada. Los defensores del obradorismo, desde el otro lado, aplauden el propósito y las prácticas presidenciales, acusando a sus críticos de elitistas y reaccionarios, contemplando con aplomo envidiable una nueva era nacional, democrática, próspera, incorrupta. Los escépticos observan con distancia el espectáculo, tratando de entender que sucede con el uso de brújulas y mapas políticos en proceso de reconstrucción.
La retórica obradorista se teje desde el imaginario de la corrupción como la causa de todos nuestros males públicos: la desigualdad, el narcotráfico, la violencia, la pobreza, el huachicoleo, la migración, la anomia social. Es una retórica plana, que tiene la virtud innegable de la simplificación, el encanto del maniqueísmo y la fuerza de la ambigüedad. La apuesta es fortalecer la legitimidad de la autoridad ya no por su origen electoral sino por su desempeño cotidiano. El tema fundamental parece ser la reconstrucción del Estado a través de la reconfiguración de las imágenes, representaciones y prácticas de la autoridad; en otras palabras, la hipótesis política de la coalición obradorista, si es que hay alguna, es que la configuración de la estatalidad acompaña necesariamente a la reconstrucción/recuperación del Estado mismo. Pero es sólo eso: una hipótesis.

Tuesday, February 26, 2019

Estética de pasiones tranquilas

Estética de las pasiones tranquilas
Adrián Acosta Silva

(Nexos en línea, 22/02/2019)
https://musica.nexos.com.mx/2019/02/22/estetica-de-las-pasiones-tranquilas/


Para Angélica, como siempre

Las palabras se mueven, la música se mueve
T.S. Eliot, Burnt Norton
Sospecho que para muchos de los que rondamos con razón y sin remedio la década de nuestros inexorables años sesenta, los sonidos que acompañan la era de la incertidumbre son la expresión esporádica de nuestras propias perplejidades culturales y estéticas. Los gustos globales se han pulverizado en el consumo frenético de música electrónica, “música urbana”, la proliferación de dj´s, el imperio del reggetón y del trap, el desvanecimiento de las fronteras de la “música alternativa”, variaciones al infinito del rap en distintos idiomas y con diversas intensidades, a los que habría de agregar los sonidos locales dominados por la música de banda, el romanticismo pop o los ecos del rock nacional. El alargamiento de la juventud y el envejecimiento relativo de la población son fenómenos que acompañan los consumos y definen de manera imprecisa los gustos musicales permanentes, inestables o fugaces entre individuos y tribus, entre estratos y clases sociales, cuyas preferencias se revelan todo el tiempo frente a las nuevas plataformas digitales, donde la música ha alcanzado niveles de audiencia nunca antes registrados, en una expansión sin precedentes de las nuevas industrias culturales. La crisis de la radio y el declive dramático del consumo de discos (con todo y el renacimiento de los discos de vinilo) alcanzan también la erosión de la crítica, donde predomina sin discusión el relativismo del “todo vale”. Las brechas generacionales se han convertido en fragmentos que flotan sobre la superficie de arenas movedizas, en la cual jóvenes y no tan jóvenes coexisten bajo climas sociales donde la exigencia de derechos y la anti-política se mezclan con la furia y el ruido, con los reclamos y las denuncias, con la desigualdad y la violencia.
Es curioso como ese contexto se traduce en sonidos paradójicos. Ritmos planos, repetitivos, la legitimación del lenguaje soez, del “porno auditivo”, sexismo y violencia, imágenes de status como poder personal, la divinización del individualismo, la defensa del barrio y la tribu, la exposición de creencias y grandes expectativas de lujo y consumo, de hedonismo y placeres, catálogos enteros de postales de drogas, sexo y reggetón habitan zonas extensas de los imaginarios culturales de la incertidumbre. En ese contexto, géneros como el rock, el blues, el soul, el R&B y todas sus mudanzas e hibridaciones se ha relocalizado en la aldea global. La música del siglo XXI los ha desplazado sin pausa pero sin prisa de la luminosa centralidad que ocuparon en la segunda mitad del siglo XX. Hoy, los grupos, compositores y cantantes que cultivaron esos géneros al amparo de la primera explosión del “capitalismo cultural” que sentó las bases de la industrialización de la música masiva, sobreviven grabando algunos discos, organizando conciertos esporádicos, o emprendiendo giras mundiales en los cuales puedan conectar con públicos recientes o antiguos.
Quizá debido a ello, los ahora más que maduros artífices de los sonidos que gobernaron la música popular en el último tercio del siglo pasado han emprendido trayectos revisionistas, una re-lectura de sus propias obras. Se trata de esfuerzos por repensar y corregir, en algunos casos para mejorar, canciones tempranas; pero también contemplan la hechura de nuevas canciones que colocan tímidamente en el mapa de los sonidos globales contemporáneos, como banderas de un tiempo que no se ha ido, como recordatorio de que la interpretación de las culturas exige siempre el reconocimiento del pasado reciente.
Con el viento en contra, Paul Simon, Bruce Springsteen y Mark Knopfler son buenos ejemplos de esos esfuerzos exóticos, casi heroicos. A finales del año pasado lanzaron obras al gran océano de los sonidos globales, acaso con la esperanza de que a alguien o a algunos les resultaran atractivas, quizá hasta interesantes. Se trata de discos inspirados por la nostalgia de las pasiones tranquilas que están detrás de la creatividad musical, donde la experiencia, la paciencia y la persistencia se confirman como fuentes únicas de curiosidad e invención de sonidos y letras. En un tiempo dominado por las pasiones destructivas (codicia, racismo, xenofobia, violencia, desesperación), la apuesta por la mesura y la distancia, la prudencia y el escepticismo, constituyen buenas noticias para el optimismo presente y futuro.

El artesano, el nómada, el sedentario

Paul Simon (Newark, 1941) lanzó a en la primavera del año pasado In the Blue Light (Legacy, 2018), una obra intimista, a la vez introspectiva y retrospectiva, que construye serenamente alrededor de diez canciones reinventadas por un grupo extraordinario de músicos jóvenes, a los que el propio Simon invitó para explorar su propio pasado como compositor y cantante. El resultado es una sorpresa, la revelación de una obra exquisita mirada desde una perspectiva diferente. Canciones arrumbadas, otras vueltas a grabar, algunas olvidadas por el propio Simon en algún estudio de grabación, desfilan lentamente a lo largo del disco. Can´t Run But, How the Heart Approaches What it Yearns, René and Georgette Magritte with Their Dog After the War, Teacher, Questions for the Angels, son parte de los registros acumulados por Simon a lo largo de más de medio siglo de trayectorias mútiples por los barrocos mapas del folck y el rock norteamericano. La combinación de flautas, clarinetes, violines, chelos, percusiones, sax, pianos, tubas, chasquidos de dedos, imprimen fuerza y delicadeza al recorrido sonoro, al que invitó como arreglistas a músicos como Wynton Marsalis, Rob Moose o Bryce Dessner. En un trabajo de orfebrería artesanal, de re-hechura de sonidos, armonías y letras de sus propias canciones, Simon propone una incursión profunda sobre las aguas de sus propias nostalgias, anhelos y esperanzas.
Por su parte, el noveno disco en solitario del guitarrista escocés Mark Knopfler (Glasgow, 1949) exhuma la música del nómada. Sobriedad, discreción, una narrativa minimalista, salpìcada de los toques metálicos del sax y de suaves coros susurrantes, configuran el sonido apacible y cálido de uno de los mejores guitarristas de rock de la historia del género. Down the Road Wherever (Universal Music, 2018) quizá representa mejor que sus discos anteriores las líneas maestras de los territorios simbólicos que Knopfler está empeñado en recorrer desde hace más de dos décadas. Trece piezas que apuntan hacia distintas direcciones, intensidades y ambientes. Retratos de oficios viejos, útiles para lidiar con las nuevas circunstancias vitales dominadas por el consumismo y la incertidumbre (Trapper Man), niños abandonados creciendo solitarios y vagando en planicies áridas (Nobody´s Child), la música de la melancolía y de los afectos personales (When You Leave), la auto-contemplación del envejecimiento físico mirado desde el espejo de alguien que se desvanece en la distancia (Floating Away), las dificultades por entender un tiempo presente y extraño que parece transcurrir demasiado rápido para algunos (Slow Learner), la nostalgia por practicar “el único juego del pueblo” alrededor de viejas pistas de baile (Back On The Dance Floor).
Lejos de los incendiarios riffs de su pasado remoto, Knopfler desliza sus dedos expertos entre los acordes de guitarras acústicas y el ritmo pausado de bajos eléctricos, acompañados por teclados, baterías, percusiones, flautas de madera, saxofones, trompetas, trombones. La voz profunda del escocés marca con nitidez los matices, los énfasis, las palabras que imprimen un sentido de coherencia básica a sus experimentos sonoros. Knopfler es un alquimista nómada, un artesano inquieto que va a donde el camino le lleve sin preocuparse demasiado por el destino, confiado en que sus instintos, el azar y la fortuna le pueden deparar cosas interesantes.
Bruce Springsteen (New Jersey, 1949), por el contrario, dignifica la figura del sedentario en Springsteen On Broadway (Columbia Records, 2018). El disco recoge parte de las canciones que el músico de Nueva Jersey incluyó en la obra protagonizada por él mismo durante el otoño pasado en el Teatro Walter Kerr de Nueva York. A través de un monólogo, Springsteen narra el origen de la creación de 16 de sus canciones más representativas, tratando de descifrar el sentido de las palabras y sonidos que habitan rolas como Thunder Road, Born in the USA, My Hometown, Brilliant Disguise, The Ghost of Tom Joad, Dancing In The Dark, o Born to Run. Son relatos íntimos, confesiones personales y quizá generacionales (que suelen ser también tribales), gobernados por la fe y la inseguridad, la nostalgia y la esperanza, la amistad y la diversión. Con buen sentido del humor, el Jefe reconoce ahora que el combustible detrás de cada canción fue la depresión. Combinada con la necesidad del reconocimiento paterno, de la búsqueda inconfesada de una identidad y algún sentido de pertenencia, el rock se convirtió para Springsteen en un pretexto para construir un refugio seguro, habitado por amistades sólidas y afectos perdurables. Fiel al costumbrismo urbano de la música de la costa este, las canciones son ejecutadas únicamente con guitarras, armónica y piano en la soledad del escenario en penumbras de un viejo teatro de Broadway.
Simon, Knopfler y Springsteen reafirman a la contemplación como una de las bellas artes. Nos recuerdan que nada es tan bueno ni tan malo ni para siempre. Pero también nos ofrecen la extraña certeza del cultivo cuidadoso de las pasiones tranquilas, de cierta estética melancólica, como mecanismos legítimos de defensa en períodos de incomprensión e incertidumbre. Después de todo, quizá el propio Eliot tenía toda la razón poética cuando afirmó en Dry Salvages aquello de que “somos la música mientras dura la música”. Disfrutemos mientras se pueda.

Thursday, February 21, 2019

La música de los efectos perversos

Estación de paso
Música de efectos perversos
Adrián Acosta Silva
(Campus-Milenio, 21/02/2019)
http://www.campusmilenio.mx/index.php?option=com_k2&view=item&id=15045:musica-de-efectos-perversos&Itemid=256

La abundante retórica del obradorismo colocó desde su campaña el tema de la gratuidad obligatoria de los estudios universitarios ligado al tema de la universalización de las becas a esa población. Aunque no es claro el diagnóstico sobre el cual descansa la propuesta, se infiere que es el costo de los estudios el factor que explica las altas tasas de rechazo en el acceso y la baja tasa de cobertura educativa superior de la educación terciaria mexicana (38%), que la sitúa en la parte baja de las coberturas de toda América Latina. También se entiende que detrás de la propuesta está la creencia de que es la falta de recursos lo que obliga a los alumnos universitarios a abandonar sus estudios en las instituciones públicas.
Las cosas hay que situarlas por supuesto en su contexto. Con un activismo inusual en la ya larga alternancia política mexicana (PRI-PAN-PAN-PRI-MORENA), el nuevo gobierno ha impulsado la construcción de una ambiciosa agenda educativa ligada a la idea “catch-all” de la 4T. A menos de 100 días de inicio, en esa agenda se incluye la demolición de la reforma educativa impulsada en el sexenio anterior, la desaparición del Instituto Nacional de Evaluación Educativa (INEE), la recomposición de las relaciones tanto con el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) como con la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE). Para el caso del nivel superior, el oficialismo ha lanzado iniciativas de reformas constitucionales asociadas a determinar la gratuidad obligatoria de los estudios universitarios, la apertura de nuevas universidades públicas en regiones marginadas del país, o el impulso a un sistema federal de becas para los estudiantes universitarios.
Ello no obstante, a diferencia de lo que ocurre en la educación básica, el obradorismo mantiene una fría distancia con las universidades públicas federales y estatales, que concentran más de un tercio de la matrícula nacional y donde se acumula gran parte del capital científico, profesional y de investigación del país. Con la organización que aglutina tradicionalmente la representación política de las universidades (la ANUIES), el nuevo oficialismo no ha mantenido prácticamente ningún contacto público desde la campaña electoral. El documento elaborado por sus miembros como propuesta para la elaboración del próximo programa sectorial de educación superior (Visión y acción 2030. Propuesta de ANUIES para renovar la educación superior en México) tampoco, al parecer, ha sido tomado en cuenta.
El problema es que las propuestas del nuevo gobierno tocan puntos muy complicados de las relaciones entre el gobierno y las universidades, puntos que tienen que ver con la autonomía universitaria. Hoy, luego de más de tres décadas de políticas federales centradas en acreditar la calidad y la evaluación como mecanismos de cambio institucional, las universidades han establecido procesos de selección que premian el mérito individual de los estudiantes como criterio básico de acceso a los estudios universitarios. También, en el marco de las políticas de modernización y calidad universitaria, las universidades establecieron cuotas de recuperación (aranceles) como parte de sus esfuerzos de generar recursos propios, adicionales a los que reciben como parte de los crónicamente insuficientes subsidios públicos. Aunque existen enormes diferencias en el monto de dichas cuotas (que van de los 20 centavos de dólar que cobra anualmente la UNAM a los que cobra, por ejemplo, la Universidad de Guadalajara, que ascienden a 60 dólares, o la Autónoma de Aguascalientes, de 600 dólares al año), el monto en todos los casos es simbólico.
El otro punto tiene que ver con las becas. En el año 2000 se instrumentó el Programa Nacional de Becas, que desde 2006 contempla a la educación superior y que luego se convirtió en el Programa de Becas de Manutención (2012-2018). Además, las universidades suelen tener sus propios programas de becas, apoyos y condonaciones a los estudiantes. En esas circunstancias, las universidades corren el riesgo de disminuir significativamente sus grados de autonomía académica e institucional ante las posibles determinaciones normativas de eliminar los exámenes de selección y admisión, los cobros a los estudiantes, y abandonar sus propios programas de becas y apoyos estudiantiles.
En un contexto donde la desigualdad social se traduce en desigualdad educativa, cualquier política pública redistributiva es bienvenida. El problema de fondo es que el acceso, la gratuidad y las becas carecen de un diagnóstico preciso sobre las causas que determinan los problemas de ingreso, permanencia y egreso en los estudios universitarios en México. Investigaciones contemporáneas han mostrado que el problema del bajo acceso se deriva de tres factores clave: el origen social (escolaridad de los padres), la baja eficiencia terminal de los niveles previos (especialmente del bachillerato), y la rigidez de los programas de estudios en el nivel de licenciatura. Estos tres factores condicionan fuertemente el efecto de las políticas de becas ligadas a las intenciones de universalización de la educación terciaria.
Pero quizá la dificultad central de la propuesta oficialista es que no se reconoce la enorme diversidad de los conglomerados estudiantiles que aspiran a ingresar, transitar y egresar de las universidades públicas. Eliminar la selección de estudiantes, el costo de las matrículas y decretar el acceso universal supone tener en mente un solo tipo de estudiante en el sector público. Es un supuesto heroico que, traducido en términos de políticas públicas, suele producir la música lúgubre de los efectos perversos, no deseados, de esas mismas políticas. Los jóvenes mexicanos de hoy no tienen dilemas dicotómicos ni comportamientos bipolares: no solo no caben en la simplificación nini (ni estudian, ni trabajan), pues a veces sólo estudian y a veces sólo trabajan y, con mucha más frecuencia de lo que se piensa, suelen combinar sistemáticamente estudios y trabajo. Sus itinerarios individuales, escolares y laborales forman parte de transiciones propias de itinerarios vitales complejos, que obedecen a las características de las disciplinas formativas, las instituciones universitarias y los contextos regionales y locales específicos. Esas combinaciones diversas y múltiples producen justamente, contra lo que dicta el sentido común del nuevo oficialismo, efectos no previstos pero positivos en la formación educativa y laboral de muchos jóvenes universitarios.

Thursday, February 14, 2019

Huelgas, sindicatos, incentivos

Estación de paso
Huelgas, sindicatos, incentivos
Adrián Acosta Silva
(Campus- Milenio, 14/02/2019)
http://www.campusmilenio.mx/index.php?option=com_k2&view=item&id=14925:huelgas-sindicatos-incentivos&Itemid=349
El 1 de febrero estalló la primera huelga universitaria del sexenio obradorista. Protagonizada por el Sindicato Independiente de Trabajadores de la UAM (SITUAM), se demanda un aumento salarial del 20% e incremento de las prestaciones a los trabajadores. Aunque no hay nada nuevo bajo el sol –el SITUAM desde su existencia ha protagonizado cíclicamente huelgas de este tipo, aunque la última fue en 2008-, el hecho importa porque se sitúa en un contexto diferente, donde un gobierno declaradamente anti-neoliberal ha emprendido una ruta de cambios orientados explícitamente a mejorar el ingreso de los trabajadores.
El conflicto es un asunto de dineros pero también de política y de políticas, y puede ser representativo de los tiempos por venir. Aunque en sentido estricto es un tema que compete resolver a las autoridades de la UAM, el ejecutivo federal está involucrado pues la fuente de los recursos está determinada por la Secretaría de Hacienda. La autonomía de la gestión de los conflictos salariales de las universidades está condicionada financieramente por el gobierno federal, y esa autonomía muestra su fragilidad cuando estallan las huelgas universitarias.
Luego de un largo ciclo de desinterés y hostilidades gubernamentales frente al sindicalismo universitario –que van desde la era de Salinas hasta la de Peña Nieto, pasando por los dos sexenios del oficialismo panista-, la nueva huelga emerge en un contexto político diferente. Los ajustes en los ingresos de los funcionarios públicos contemplados en el presupuesto de egresos 2019 y en la Ley federal de remuneraciones de los servidores públicos, afectarán directamente las prácticas tradicionales que las universidades tienen para la organización de sus políticas salariales. La exención de impuestos (ISR), los bonos por productividad, antigüedad y desempeño, forman parte de esas prácticas que pueden ser alteradas por las nuevas políticas de austeridad promovidas por el ejecutivo.
Sin embargo, está en duda el supuesto de que los académicos sean servidores públicos tradicionales. La historia reciente de la profesión académica mexicana ha convertido a este sector en un núcleo especializado, que obedece a contextos dominados por la autonomía de las instituciones donde laboran. Al igual que otros sectores, poseen un perfil que los aleja claramente de las burocracias típicas del sector público. Aunque en un sentido amplio los académicos prestan una función pública, resulta complicado considerarlos en el mismo rango de otros funcionarios federales, estatales o municipales.
Las medidas, de prosperar, afectarán de manera especialmente grave a los académicos de las universidades públicas y de los centros especializados de investigación, los cuales vieron incrementar sus ingresos en base a un esquema de estímulos y prestaciones asociadas a las políticas federales de los últimos treinta años. Aunque sus salarios base se mantuvieron rezagados a lo largo de este tiempo, las políticas de estímulos actuaron en los hechos como políticas de compensación salarial, legitimando así el “soborno” de los incentivos en el orden meritocrático universitario.
Ello explica el comportamiento antisindical o a-sindical de los académicos observado en el seno de estas organizaciones del conocimiento. El sindicalismo realmente existente se concentró en los trabajadores administrativos y de servicios, quienes no fueron contemplados como beneficiarios de las políticas de estímulos. Los académicos fundamentalmente se dedicaron a acumular capital académico para acceder a los programas de incentivos (SNI, PRODEP, PROESDE, PRIDES, etc.), para escalar posiciones en los tabuladores salariales, y acumular bonos de antigüedad asociados al mejoramiento del ingreso. El resultado político del proceso fue la crisis de representación de los académicos entre los sindicatos universitarios.
Para decirlo en breve, a la era de la gran movilización sindical universitaria de los años setenta basada en la demanda de mejoramiento general de los trabajadores académicos y administrativos –homologación, mejores salarios base, prestaciones, contratos colectivos de trabajo-, le siguió desde los años noventa una larga era post-sindical basada en la diferenciación de los trabajadores académicos y administrativos, donde el esfuerzo individual es la base de los mecanismos de incremento individual de las posiciones e ingresos de profesores e investigadores universitarios (deshomologación salarial basada en el pago por méritos). La gramática y la retórica de la calidad, la excelencia y la productividad, se asentaron como el lenguaje básico de esta era inspirada en la teoría de los incentivos y de la elección racional.
Hoy, el discurso de la austeridad ha penetrado en los campus universitarios, suscitando fenómenos que no se veían desde hace décadas, En el CIDE, por ejemplo, sus académicos se ha amparado de los posibles recortes a sus ingresos y están pensando en organizar un sindicato que proteja sus intereses y prestaciones. En otras universidades, los sindicatos movilizan sus fuerzas para exigir incrementos sustanciales a los salarios base, en el cual se comienzan a interesar activamente no pocos académicos.
Con la incertidumbre en el horizonte, ciertas franjas de profesores e investigadores comienzan a considerar nuevas formas de mantener y mejorar sus ingresos, ya no solo a través del acceso a estímulos, sino considerando formas colectivas de acción que incluyan a las prestaciones como parte de sus ingresos regulares y ya no extraordinarios. Eso significa una suerte de regreso al futuro: el resurgimiento del sindicalismo universitario en el contexto de la cuarta transformación. Sería una paradoja interesante. Acostumbrados a negociar individualmente sus mejoras salariales y laborales, el nuevo ciclo implicaría lógicas de acción colectiva que no se veían desde hace tiempo. Si ello es así, el nuevo oficialismo tendría un desafío más en su ya de por sí abultada agenda de transformaciones: establecer nuevas relaciones con el sindicalismo universitario, especialmente con los académicos.


Friday, February 01, 2019

Tiempo y reformas

Estación de paso

Tiempo y reformas

Adrián Acosta Silva

(Campus-Milenio, 31/01/2019)

Hace un cuarto de siglo, varias universidades públicas estatales experimentaron procesos reformadores de distinto significado, orientación y alcance. Como todos los procesos similares, las reformas fueron el efecto de factores contextuales e institucionales generales y específicos, que se combinaron de distinta forma para modelar las condiciones, las percepciones y las creencias que activaron proyectos de cambio institucional al interior de las comunidades universitarias.

La dimensión simbólica, el lenguaje al uso, los actores e intereses en juego, los diagnósticos, las agendas de las transformaciones, determinaron el origen de las reformas de los primeros años noventa del siglo pasado. Pero es la dimensión política la que explica la lógica de las reformas, el peso de los intereses y de los interesados, el papel de las fuerzas externas a las universidades, o la manera en que el pasado remoto o reciente determinó la configuración política que hizo posible el rumbo y la viabilidad de las reformas universitarias del fin del siglo XX mexicano.

Los casos de las Universidades de Guadalajara, Puebla y Sonora representan experiencias institucionales que de algún modo se constituyeron en referentes para otras universidades públicas del país. Luego de momentos de crisis, de conflicto y tensión entre sus comunidades, y en un contexto marcado por el escepticismo gubernamental en torno a las capacidades transformadoras de las universidades públicas, en esas tres instituciones se desarrollaron reformas que terminaron no solamente por legitimar proyectos y agendas, sino también para adaptar sus estructuras de gobierno y gestión institucional a un contexto político y de políticas que ya no era lo que solía ser.

En la Universidad de Guadalajara, por ejemplo, la expedición de una nueva Ley Orgánica en los primeros días del mes de enero de 1994 fue el resultado de intensos años de negociación y cabildeo entre diversos sectores de la comunidad universitaria, y entre las autoridades de esa universidad con los gobiernos estatal y federal. Luego de casi cinco largos años de diagnósticos, foros, consultas, integración de propuestas, de ásperos conflictos internos que terminaron en fracturas entre los grupos políticos tradicionales universitarios, la nueva Ley permitió no solamente legitimar el proyecto reformador universitario, sino también implementar lo que hoy se conoce como la Red Universitaria de Jalisco de la U. de G.

Un cuarto de siglo después, la Red es un proyecto institucional con resultados importantes, algunos esperados, otros no tanto. La coalición reformadora que impulsó la transformación de la U. de G. hace tres décadas, se convirtió con los años en una coalición estabilizadora y hoy, en una coalición conservadora. El tiempo, las circunstancias, los actores e intereses involucrados explican esa metamorfosis. Pero hay también poderosas fuerzas externas a la universidad que influyeron para comprender ese proceso interno. Tres sexenios de gobiernos estatales panistas (1995-2012) marcaron un perfil de tensiones continuas entre el proyecto reformador y sus promotores, y entre autoridades federales priistas y panistas cautelosas con el rumbo y alcances del proyecto reformador.

Hoy, la U. de G. ha configurado una Red de 6 centros metropolitanos temáticos y 9 regionales, y ha expandido su presencia en el nivel medio superior en la gran mayoría de los 126 municipios del estado. Su oferta de programas de licenciatura y posgrado, la multiplicación de centros e institutos de investigación en todas las áreas del conocimiento, el crecimiento de sus comunidades estudiantiles y de la planta académica de profesores e investigadores, forman parte del balance positivo de la reforma del ´94.

En el campo cultural, la Universidad sostiene proyectos como la Feria Internacional del Libro, o el Festival Internacional de Cine de Guadalajara. Asimismo, desde 2005 inició la construcción del Complejo Cultural Universitario, que incluye las instalaciones de la Biblioteca Pública de Jalisco, el Auditorio Metropolitano, el Centro de Artes Escénicas, y el Museo de Ciencias Ambientales que será concluido este mismo año. Pese a la oposición de sus críticos y con las reservas de los escépticos, estos proyectos están asociados a la consolidación de las reformas iniciadas hace más de un cuarto de siglo.

Pero existe también un lado problemático en el proceso reformador. La legitimación de prácticas de simulación, la burocratización salvaje de la vida académica, la rigidez administrativa, la renovación de la planta docente y de investigación, la baja participación de estudiantes y profesores en la toma de decisiones institucionales, constituyen problemas asociados a causas relacionadas con el agotamiento, la propia expansión o la pérdida del sentido institucional de la vida académica universitaria.

Todas las reformas cuestan. Y la de la U. de G. no es la excepción. Dinero, gestión política y coordinación que operan bajo un esquema peculiar de gobernabilidad y gobernanza, efecto de los estilos tradicionales de hechura de la política y el gobierno universitario, son recursos que han costado tiempo y concentración de la vida institucional. Hoy que en la Universidad corren los vientos del cambio rectoral, en un contexto político nacional y local poblado de nuevos intereses y actores, y dominado por las tensiones e incertidumbres de la época, tal vez sea un buen momento para promover un esfuerzo intelectual ambicioso, basado en un diagnóstico profundo, sobre los límites de la reforma, y pensar en un nuevo ciclo de transformaciones para un futuro que desde hace tiempo ya tampoco es lo que solía ser.