Wednesday, November 21, 2012

Elogio de la psicodelia



Estación de paso
Elogio de la psicodelia
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 22 de noviembre de 2012.

Sin lugar a dudas, 2012 ha sido un buen año para Neil Young. Se celebraron los 40 años de la grabación de su disco seminal (Harvest), publicó un libro de memorias (Waging Heavy Peace, Blue Rider Press 2012), y grabó, con su banda histórica, Crazy Horse, un par de pequeñas obras maestras: Americana (Reprise, 2012), y Psycheledic Pill (Reprise, 2012). Mejor, imposible. Justo al cumplir sus 67 de edad, el gran rockero candiense festeja, a su manera, una trayectoria larga, complicada y brillante.
“Píldora psicodélica”, su obra más reciente y con la que cierra un año memorable, expresa un estado de ánimo a la vez que un balance sobre su propia obra. Es una reivindicación del espíritu hippie que nació alguna vez, en algún tiempo de los años sesenta en el parque Haight-Ashbury de San Francisco, y que, pese a todo, se mantiene como la señal luminosa en un tiempo nublado. Fiel a sus nostalgias, Neil Young recapitula y hace un corte de caja a 5 décadas de distancia, y ofrece, en dos discos, ocho canciones -sí, sólo ocho- que combinan los rasgos básicos de su oficio: el tiempo, el ritmo, y una narrativa coloquial, cruda e imprecisa. Canciones largas y larguísimas, (la más breve dura 4 minutos, y la más extensa, media hora), habitadas por la guitarra lúgubre y la voz triste de Young, ofrecen un mapa de las obsesiones, preocupaciones e interpretaciones sobre el pasado y el presente de un músico habituado a ir contra la corriente, situado casi siempre fuera de las modas y las tendencias de la temporada, un observador sentado cómodamente en el margen y a las sombras del espectáculo de la cultura y la política norteamericanas.
Cada una de las canciones encierra una pequeña postal impresionista. Así, por ejemplo, en el primer cd encontramos solamente cuatro rolas. La primera (“Driftin´Back”, algo así como “A la deriva”) es una especulación sobre aquellas “cosas que se desvanecen con uno y que a veces vuelven como una sombra”, escribe Young. La voz melancólica y los largos requintos que acompañan usualmente sus canciones, reaparecen con la fuerza expresiva, potente, que le imprime el sonido clásico de Crazy Horse, mientras afirma, en algún momento: “Disculpen mi religión/ acostumbro ser un pagano”. Psycheledic Pill, la canción que da título e imagen al disco, es una reflexión sobre la edad y la actitud. “La edad no tiene nada que ver con pasar una buena época” ,escribe Young. “Algunas chicas son más viejas que tú pero aún son chicas, y llevan el espíritu y la antorcha. No hay noche oscura que ellas no puedan iluminar”.
El segundo disco contiene también solamente cuatro canciones. “Retorciendo el camino”, por ejemplo, es una mirada a los años jóvenes de Young, en los días en que, como a muchos otros de su generación, la música les cambió la perspectiva y la vida. Algunas veces, en algún lugar del camino, escribe, “tus amigos te enriquecen con sus propios recuerdos”. Ella siempre baila es un homenaje al espíritu del optimismo, al entusiasmo por la vida, a las ganas de pasarla bien a pesar de todo. “Ella arde, ella tiene el fuego”, canta Young, en referencia a la imagen de una mujer que flota entre el humo, “llenando el aire con su música”.
En suma Psycheledic Pill es parte del testamento y la herencia musical de Neil Young. Es una obra de nostalgia y de rebelión, conservadora y revolucionaria al mismo tiempo, reiterativa e innovadora, dedicada a sus amigos, a sus colegas, a sus mujeres, a los afectos. Expresa la música de la melancolía, al estilo de un viejo rockero que, sin embargo, se niega a vivir en el pasado, a la merced de los demonios y los fantasmas de una época que no podrá volver. En sentido estricto “Pastilla psicodélica” es sobre todo un estado de ánimo, un ejercicio reflexivo deslumbrante, una obra de saudade a ritmo de rock puro como música de fondo, como memoria viva de un pasado interesante, y, quizá, como mapa de ocasión para interpretar un presente inasible.

Wednesday, November 07, 2012

Fin de ciclo


Estación de paso
Fin de ciclo
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 8 de noviembre de 2012.
Como lo ha estado anunciando repetidamente desde hace unos meses, el Presidente Calderón y lo que él representa termina su ciclo en el gobierno de la República. Luego de seis años largos, el calderonismo cede su lugar al naciente y aún difuso “peñismo” priista, mediante los rituales, usos y costumbres de la alternancia en el poder que se han asentado como monedas de uso común en los últimos tres sexenios en nuestro país. Con el calderonismo se van también doce años del panismo –para muchos, la docena trágica-, con un balance todavía impreciso, pero con la certeza de que el PAN es un partido que no entendió nunca cual era su papel en el escenario principal de la cosa pública, y que tampoco pudo construir el “buen gobierno” al que aspiraba desde su fundación en 1939, al que siempre colocó como el leit motiv de su tarea en la oposición leal y, luego, como actor protagónico del nuevo oficialismo político.
Los años del calderonismo y del panismo serán conocidos muy probablemente como los años de la confusión, la incapacidad y el voluntarismo. En términos económicos, los panistas en el poder se subieron sin mayores cuestionamientos al cabús del envejecido tren de las políticas económicas neoliberales construidas por los tres presidentes del priismo que les antecedieron (De la Madrid-Salinas- Zedillo), y se montaron sobre las olas del discurso trendie de la globalización, la apertura comercial, y la desregulación económica. Desde el foxismo, aplaudieron frenéticamente las reformas de mercado de sus antecesores, y se convirtieron en los más férreos defensores de los mercados abiertos, la libre inversión y el enaltecimiento de la economía global. Sin embargo, el estancamiento económico prolongado, el incremento espectacular de la precariedad laboral y de la economía informal, el aumento de la desigualdad social y la persistencia de la pobreza como las bestias negras de la experiencia económica mexicana de los últimos treinta años, permanecen como las herencias de un oficialismo que jamás supo cómo lidiar con la ecuación política de las políticas de crecimiento económico, justicia social y bienestar colectivo.
En términos políticos, su “política de alianzas” (si es que alguna vez la hubo) consistió en una ambigua red de acuerdos cupulares, pragmáticos y de corto plazo con las fuerzas vivas del sindicalismo priista y expriista (el SNTE, por ejemplo), a cambio de apoyos confusos y reformas simbólicas. Bajo el manto protector del calderonismo, se extendieron y consolidaron las redes del sindicalismo de la más pura cepa corporativa y autoritaria, mientras que por otro lado, se combatió sin prisas pero sin pausas las expresiones del sindicalismo rebelde (como el del SME). Sitiado por la oposición política tanto del perredismo como del priismo, el ejecutivo federal nunca pudo articular una coalición política estable y coherente, capaz de sacar adelante las reformas estratégicas planteadas en su propia agenda. En cambio, la imagen de incapacidad e ingenuidad, de voluntarismo combinado con un permanente malhumor presidencial, se impusieron como las señas de identidad de un gobierno maniatado y cercado por una oposición política hábil en el manejo de los bloqueos a las iniciativas del ejecutivo. Las elecciones federales intermedias del 2009 y las presidenciales del 2012, en los cuales se desplomó el voto panista, pasaron la factura ciudadana a la fallida política presidencial.
La última y acaso única salida política que tuvo a su disposición el calderonismo para legitimar su gestión fue el combate al narcotráfico. Colocado en la agenda como un asunto moral y ético responsabilidad del Estado -según la interpretación católica de la ideología panista y el cálculo frío del pragmatismo político-, el Presidente intentó encabezar una “guerra” contra un enemigo supuestamente claro y preciso: las organizaciones criminales, los cárteles del narcotráfico. Como se ha registrado de manera sistemática, esa guerra tuvo efectos incontrolados y perversos: la expansión de las redes del narcotráfico, el incremento espectacular de la violencia y el número de homicidios en muchas ciudades y poblados, el debilitamiento de las autoridades locales y estatales, el fortalecimiento del temor como signo de los tiempos, la sensación de que todo lo sólido se desvanecía en el aire.
En el ocaso de su gestión y de su trayectoria política, Felipe Calderón representa muy bien las paradojas y contradicciones del panismo contemporáneo, fatalmente atrapado por las reglas y condiciones que ayudó a construir en los años de la transición y el cambio político hacia la democracia. Los saldos duros de la gestión del panismo en el poder ya fueron contados, puntualmente, en las elecciones presidenciales de este año. Sin embargo, el acumulado de costos, pérdidas y extravíos para el partido más importante de la derecha política mexicana aún está por hacerse.