Friday, July 29, 2022

Elvis

Elvis: el fuego y las cenizas Adrián Acosta Silva (Publicado en Nexos, Blog de música, 29/07/2022) https://musica.nexos.com.mx/2022/07/29/elvis-el-fuego-y-las-cenizas/?_gl=1*1rmxle4*_ga*MTk2OTg1NjgyNy4xNjExMzM4ODc0*_ga_M343X0P3QV*MTY1OTEwODUwMy4yNTYuMS4xNjU5MTEwMzI1LjYw Because I´m evil, my middle name is misery Elvis Presley, Trouble (1958) Tal vez no hay una figura del siglo XX sobre la cual se hayan escrito tantas cosas como la de Elvis Presley. Mitos, parafernelia, imágenes, anécdotas, homenajes, memorias, libros, reportajes periodísticos, tributos, museos, se acumulan al lado de las decenas de canciones grabadas y las no pocas películas filmadas por The King. Su vida breve e intensa contribuyó a la edificación de su propia leyenda y contribuyó a amplificar su influencia sobre el rock y en general sobre la musica popular de la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, a 45 años de su muerte (ocurrida en 1977), los ecos de la voz y la figura del El Rey del rocanrol aún provocan los fuegos artificiales de nostalgias falsas y verdaderas, que impulsan el oficio de sus imitadores (más o menos caricaturescos) en Las Vegas, Nueva York o Memphis, y se extienden las sombras de su fama sobre territorios culturales que van mucho más allá del estilo kitsch de la casa de Graceland en Memphis (Tenessee), o de las calles semirurales de su natal Tupelo (Mississippi). La trayectoria vital de Presley inspiró una película reciente (Elvis) dirigida por Baz Luhrmannn, y protagonizada por Austin Butler (en el papel de Elvis), y Tom Hanks (representando al Coronel Tom Parker). Con más de dos horas y cuarenta minutos de duración, la pelicula proyecta la imagen de un muchacho incendiado por la fama y el talento, crecido en el ambiente rural sureño, hechizado desde niño por la influencia cotidiana del gospel y el blues tocado por las comunidades negras del lugar. Pero la cinta también muestra las hechuras canónicas del modelo de negocios en que se convirtió el rock mediante la intervención de empresarios astutos y ambiciosos como el Coronel Tom Parker, un personaje oscuro, con un pasado sin historia, un impostor de circo que dirigió los hilos de la vida de Presley desde su descubrimiento hasta su muerte. La perspectiva de la cinta se concentra en la invención de la fórmula que hizo del rock una industria cultural, una máquina de comercalización del talento en la época del baby-boom de la segunda posguerra. El poder de las compañias de grabación de discos, la influencia expansiva de la industria cinematográfica, los intereses consolidados de la prensa y las estaciones de radio, y el naciente poder de la televisión, configuraron los circuitos del consumo cultural forjados en la década de los años cincuenta en los Estados Unidos y en buena parte del mundo occidental, y que colocaron a Presley en el centro de una potente ola de juvenilización de la cultura popular. La película de Luhrmann tiene el acierto de proponer una mirada bifronte sobre la vida de Elvis. Una acentúa el talento y la pasión sobre la música, la otra se enfoca en la dictadura de los intereses comerciales que están detrás de la construcción del “mejor espectáculo del mundo”, como le denominaba el Coronel Parker a su proyecto sobre Elvis Presley. Ambas pistas permiten apreciar la compleja relación que se estableció entre el hombre y el personaje, entre la fama y la fortuna, entre la magia de la pasión de Elvis por el rock and roll, el blues y el godspell, con la presión constante de los contratos, los calendarios de las giras y las exigencias de relojes de las múltiples y agotadoras presentaciones del personaje en los Estados Unidos de los años sesenta y parte de los setenta. La música, el plástico, las luces de neón y las lentejuelas dominan el espectáculo de uno solo hombre, abrumado por los compromisos y devorado velozmente por el personaje. La ética y la estética del mundillo de la música son hechuras de esa complicada combinación entre imposturas y realidades, cuya factura mayor la pagó al final de cuentas el propio Elvis, y después de él muchos más que recorrieron el mismo camino bajo diferentes circunstancias (Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison, Kurt Cobain, Amy Winehouse). Pero la creatividad y el talento de Presley son inexplicables sin la influencia de la sonoridad negra del Mississippi de B.B. King, de Robert Johnson, de Muddy Waters, de Little Richard, la música country de Hank Williams, la profundidad y potencia vocal de Memphis Minnie, Bessie Smith, Ma Rainie, o Ella Fitzgerald. Elvis narra al final de cuentas una historia triste. Es el auge y caída de un talento consumido por los impulsos vitales, los contratos y los compromisos familiares y comerciales. Es la imagen del fuego y las cenizas de un cantante extraordinario que terminó atrapado en la cárcel del escenario de un lujoso hotel de Las Vegas, condenado a representar cada noche durante muchos años el mismo papel y las mismas rutinas. Es una historia donde entraron en colisión los espíritus rurales, conservadores y puritanos de la América profunda con las voces y los ecos de la cultura bastarda, urbana y moderna que nació con el rock. Es el retrato de un cantante que hizo un pacto con el diablo. Para muchos de los nacidos en la década de los cuarenta hasta los sesenta del siglo pasado, Presley fue un héroe de la cultura pop, el alquimista mayor de un estilo y una forma de expresión desafiante y envolvente. Para los nacidos después de su muerte (los años ochenta hasta el final del siglo), Presley representa la arqueología del rock, la personificación irremplazable de una època de rebeldía ingenua, dorada y optimista. Para los nacidos en las primeras décadas del siglo XXI, Elvis es un fantasma, una leyenda urbana, un oximorón (un famoso desconocido), que interpretaba canciones de amor y tristeza. Pero para todos, sospecho, Elvis es un enigma, una triste, oscura y a la vez luminosa figura surgida entre las cimas y abismos de una era extraña, un hombre que terminó consumido por la fuerza de su propio personaje, abrasado por las llamas de la fama y la fortuna, cuya herencia es un montón de cenizas dispersadas por los vientos del cambio.

Wednesday, July 20, 2022

Universidades: gestión y austeridad

Universidades: de la gestión de la calidad a la gestión de la austeridad Adrián Acosta Silva (Nexos, Blog de educación, 20/07/2022) https://educacion.nexos.com.mx/universidades-publicas-de-la-gestion-de-la-calidad-a-la-gestion-de-la-austeridad/?_gl=1*p4jb71*_ga*MTk2OTg1NjgyNy4xNjExMzM4ODc0*_ga_M343X0P3QV*MTY1ODMyMjkzNS4yMzAuMS4xNjU4MzIzNDA5LjYw El financiamiento público es uno de los factores claves para el desarrollo de las funciones de docencia, investigación y difusión de las universidades públicas federales y estatales del país. A pesar de las obligaciones constitucionales, los conflictos institucionales, las presiones políticas, o los buenos deseos, las autoridades que integran eso que usualmente denominamos como el Estado mexicano (gobierno federal, gobiernos estatales y municipales, congreso de la unión, congresos estatales, poder judicial), ha sido incapaz de mantener una política de financiamiento suficiente, sostenible y estable a las universidades públicas a lo largo del tiempo. Ese ha sido el rasgo principal del financiamiento público en las últimas cuatro décadas. Hay varios factores causales de esa situación: las recurrentes crisis económicas (la crisis de la deuda de los años ochenta del siglo pasado, el “efecto tequila” de 1994-1995, la crisis del 2008-2009, la pandemia 2020-2021), el desplazamiento de la educación superior a un lugar secundario en las prioridades de las agendas gubernamentales sexenales tanto en la escala federal como en las estatales, está fuertemente asociado a la crónica desconfianza gubernamental en las capacidades o en el desempeño de las universidades públicas. Pero es en los últimos años cuando se observa un curioso giro en los modos de intervención gubernamental para afrontar los problemas del financiamiento universitario. Las autoridades y comunidades universitarias han transitado de la gestión de la calidad a la gestión de la austeridad en la educación terciaria. Durante un largo período (1988-2018), el razonamiento básico que articuló las políticas de financiamiento público fue considerar a la baja calidad e ineficiencia de la educación superior como el principal problema del sector. Para ello, se diseñaron un conjunto de programas dirigidos a influir en la mejora de la calidad, el impulso a la innovación y la excelencia, o la búsqueda de recursos propios (auto-generados por las propias universidades), a partir de la combinación de presupuestos extraordinarios dirigidos a mejorar la calidad y eficacia de las universidades públicas. Así, sexenio tras sexenio, desde Salinas de Gortari y Zedillo hasta Peña Nieto, pasando por dos administraciones del PAN (Fox y Calderón), la fórmula de financiamiento público se mantuvo: combinación de presupuesto ordinario “irreductible” más un conjunto de programas específicos (bolsas de financiamiento) condicionados al cumplimiento de metas fijadas por el gobierno federal. Aunque los resultados fueron ambiguos, contrastantes y contradictorios, la formulilla permitió la mejora de ciertos aspectos (bibliotecas, condiciones de investigación, crecimiento de la matrícula, nuevas infraestructuras para la expansión de las universidades), y el estancamiento o recrudecimiento de otros (pensiones y jubilaciones, aprendizajes efectivos, abandonos escolares, eficiencia terminal). En ningún caso eso ocurrió en condiciones de abundancia de recursos para las universidades. Algunos años fueron mejores que otros, pero la tendencia general fue de presupuestos públicos estancados y a la baja, con algunas mejoras puntuales en algunos años, en contextos institucionales donde el crecimiento de programas, matrículas y del profesorado de la educación superior fue modesto pero sostenido. Pero, además, durante este largo ciclo de políticas las regulaciones y controles federales y estatales se multiplicaron con el propósito de mejorar la responsabilidad y transparencia en el uso de los recursos públicos en instituciones autónomas como las universidades. En esas circunstancias, la gestión de la calidad se convirtió en la estrella del norte de la gobernanza universitaria. Métricas, planes “integrales” y “estratégicos”, productividad académica (publicaciones), reglas de operación, proyectos, indicadores, eficiencia, eficacia, impacto, se convirtieron en el corazón del lenguaje utilizado por los gobiernos y comunidades académicas de las universidades públicas. Se crearon instancias externas para la evaluación de las universidades (CIIIES, COPAES, CENEVAL), se fortalecieron agencias federales para el desarrollo de la investigación (SNI, CONACYT), se establecieron controles para la rendición de cuentas (auditoría superior de la federación, auditorias estatales, contralorías institucionales). El nombre del juego fue el de la mejora de la calidad, con la música de fondo de la competencia entre las universidades por obtener los mejores resultados para tener acceso a la mayor cantidad de bolsas de financiamiento extraordinario que fuera posible alcanzar. Fue la era dorada de la “épica de los indicadores”. Con marcados altibajos, las relaciones entre finaciamiento público condicionado, diferencial y competitivo con la evaluación de la calidad se mantuvieron en la lógica de la gobernanza y el desempeño de las universidades. Pero desde finales del sexenio de Peña Nieto una nueva crisis de financiamiento expresada en insuficiencia presupuestal (tanto en gasto programable como en porcentaje de gasto en relación al Producto Interno Bruto), cancelación de programas, cambios en las prioridades gubernamentales, impactaron de manera directa en la universidades públicas. La llegada de un nuevo gobierno (AMLO-MORENA) con un proyecto de regeneración y transformación nacional en la conducción política y administrativa de la república, alimentó la ilusión de que las cosas cambiarían para las universidades. Se anunció la creación de un centenar de nuevas universidades públicas (“Universidades del Bienestar”) y un programa de becas para estudiantes de educación superior de instituciones públicas (“Jóvenes escribiendo el futuro”). Sin embargo, a casi 4 años de ese cambio sexenal, para las universidades públicas la situación es la misma: financiamiento a la baja (en términos reales), cancelación de prácticamente todos los programas de financiamiento extraordinario, condicionamientos crecientes a la búsqueda o generación de recursos propios por parte de las universidades (el cobro de matrículas, por ejemplo). Pasamos entonces de las políticas de gestión de la calidad a las políticas de gestión de la austeridad. Ese es el núcleo duro de las nuevas relaciones entre gobernanza y desempeño universitario. A la vieja conseja neoliberal/tecnocrática de hacer más con menos, se sumó la nueva conseja populista de hacer más o menos lo mismo con (mucho) menos. La política de la austeridad significa el adiós a los recursos extraordinarios, la dependencia exclusiva de presupuestos ordinarios a la baja, la ausencia de incentivos a la mejora de la calidad y la rendición de cuentas. A pesar de que en la flamante Ley General de Educación Superior aprobada el año pasado se considera el establecimiento de un “Fondo Nacional para la Educación Superior” a partir del 2022, éste nunca fue considerado en el presupuesto federal correspondiente, y es poco probable que se incluya en el paquete presupuestal del 2023. En estas condiciones, los recursos federales y estatales se han estancando y disminuido, y la música lúgubre de la austeridad resuena desde hace años en los campus y pasillos universitarios. Las políticas de austeridad suelen ser ciegas. No distinguen instituciones, personas ni proyectos. Representan la idea de que las instituciones públicas deben ser organismos de bajos costos financieros pero de alto impacto social. No son vistas como inversión para el desarrollo sino como fuentes de despilfarro o desvíos presupuestales. La lógica instrumental de las políticas de austeridad son los recortes, las cancelaciones de programas, la precarización de las condiciones laborales, la presunción de posibles actos de corrupción o desvíos de recursos en las universidades públicas. Se trata de sustituir la calidad por la austeridad como el centro de la acción institucional. Y sus efectos ya los vemos, desde hace años: deterioro de infraestructuras, insuficiencia de apoyos a proyectos, profundización del deterioro salarial de profesores, investigadores y trabajadores manuales y administrativos, cancelaciones de plazas y de nuevas ofertas de contratación para jóvenes profesores e investigadores. Aunque esas políticas afectan de modo distinto a cada universidad, sus efectos son significativos en todas las universidades públicas. Los casos de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, del CIDE o del INAH, por ejemplo, donde sus investigadores y profesores padecen los estragos de recortes en sus actividades habituales, son quizá los casos más dramáticos de los efectos destructivos de las políticas de austeridad. Pero no son los únicos. Visto desde la lógica de costos y beneficios institucionales, la austeridad produce el conocido “Efecto Mateo” en la distribución de los recursos públicos a las universidades, pero al revés. No tendrá más el que ya tenía. En la condiciones impuestas por la austeridad, se le quita más tanto al que ya tenía como al que menos. La diferencia estriba en los contextos y estrategias de la gestión de la austeridad de cada institución. En todos los casos, las universidades resienten los efectos de una austeridad ciega (que puede ser también tuerta, daltónica, o míope), que no sólo afecta el presente y el futuro inmediato de la educación superior pública, sino también sus posibilidades de desarrollo en el mediano y largo plazo. Sin cambios que se vislumbren en lo que resta del sexenio, para las universidades públicas es el momento, otra vez, de esperar por tiempos mejores.

Thursday, July 14, 2022

Tecnológico Nacional: gobierno y política

Estación de paso Tecnológico Nacional: gobierno y política. Adrián Acosta Silva (Campus-Milenio, 14/07/2022) https://suplementocampus.com/tecnologico-nacional-de-mexico-gobierno-y-politica/ El Tecnológico Nacional de México (TNM) representa uno de los esfuerzos institucionales más importantes en el proceso de consolidación de las políticas de diversificación de las ofertas públicas de educación superior a nivel nacional. Agrupa a 254 institutos, centros y escuelas tecnológicas federales y estatales, donde estudian más de 600 mil estudiantes de licenciatura y porgrado, y laboran casi 30 mil profesores e investigadores, de los cuales 769 pertenecen al Sistema Nacional de Investigadores. Creado como “órgano administrativo desconcentrado” de la SEP el 23 de julio de 2014 mediante decreto presidencial, el TNM es una institución que goza de “autonomía técnica, académica y de gestión”, lo que le permite desarrollar programas de docencia e investigación en diversas disciplinas del campo de las ciencias exactas e ingenierías. Aunque la figura de los institutos tecnológicos se remonta a 1948, cuando se inauguran ese tipo de centros escolares en Durango y Chihuahua, su expansión y diversificación se acelera a partir de los años ochenta del siglo pasado, cuando el gobierno federal y los gobiernos estatales impulsaron la creación de nuevas opciones tecnológicas de carácter público para absorber la creciente demanda por estudios superiores de la población. Diseñados originalmente como opciones de formación de ciclos cortos (2-4 años), los centros e institutos tecnológicos se han consolidado como alternativas públicas atractivas para diversas franjas de la población joven y adulta de muchas entidades del país. El reconocimiento de la importancia de las ofertas tecnológicas públicas en la educación terciaria, es uno de los motivos centrales que llevaron al gobierno del presidente Peña Nieto a la decisión de crear un organismo administrativo que coordinara las políticas y acciones de las decenas de escuelas e institutos desconcentrados del país. A 8 años de su creación, el TNM ha avanzado con dificultades en la conformación de un subsistema de educación tecnológica nacional, aunque aún se conoce relativamente poco sobre el perfil de sus actores (estudiantes, profesores, directivos), o de sus resultados (inserción laboral de egresados, vinculación con empresas públicas o privadas, impactos en las economías regionales). Pero uno de los puntos críticos del Tecnológico Nacional es el relacionado con su gobierno institucional, que recae en dos figuras de autoridad: el Director General, y el Consejo Académico. Según su propia normatividad, el Director es nombrado por el presidente de la república a propuesta de la Secretaría de Educación Pública, y el perfil del puesto corresponde a ciertos requistos convencionales: mayor de 35 años, con licenciatura y posgrado en el campo de las ciencias exactas e ingenierías, con experiencia administrativa y de gestión educativa, de buena reputación y honorabilidad. Por su parte, el Consejo Académico se integra por 8 miembros, todos representantes de la SEP y de los institutos, escuelas o centros tecnológicos del país. Su función principal es asesorar al Director general en las políticas y programas de fortalecimiento institucional del subsistema que coordina el TNM. El tema es importante porque en los últimos dos meses el TNM atraviesa por un conflicto que llevó a la renuncia de su Director, Enrique Fernández Fassnach, quien ejerció el cargo desde enero del 2019 hasta el pasado 16 de mayo. Según nota aparecida en el diario La Crónica de Hoy (7/07/2022), parece inminente el nombramiento de un nuevo Director General de Instituto. El motivo de la renuncia del director fue considerar que “en este momento mi perfil no corresponde al proyecto de transformación del país” (La Jornada, 14/05/2022). Detrás de esa decisión está una combinación de las políticas de austeridad impuestas por el gobierno federal al TNM, y las presiones y movilizaciones que la sección 61 del SNTE hizo a lo largo de su gestión. En ese contexto, la dirección general permanece acéfala desde hace casi dos meses, pero las fuerzas sinidicales y políticas se han movilizado para impulsar candidatos a ser nombrados por el presidente, una decisión que al parecer ya está tomada. Según diversas fuentes, uno de los candidatos para suceder a Fernández Fassnach es Ramón Jiménez López, quien actualmente es Director General de la Red de Transporte de Pasajeros de la Ciudad de México. Según su curriculum, es “profesor” y cuenta con una “maestría en economía y matemática educativa”. Pero lo más relevante de Jiménez López es su trayectoria política, ligada, primero, al Partido Popular Socialista en los años noventa, para luego pasar a las filas del PRD, y actualmente es un militante de MORENA. A través de estas organizaciones ha sido diputado local y federal en distintas legislaturas y ejercido diversos cargos públicos en la Ciudad de México . El profesor Jiménez se presenta además como “Secretario General del Instituto Latinoamericano de la Idea Juche” y del “Comité Mexicano para el Estudio del Kimilsumgismo”, que son organizaciones dedicadas a difundir el legado “teórico” de la larga dictadura norcoreana, iniciada con el abuelo (Kim il-Sung) de su actual líder (Kim Jong-un). La “Idea Juche” significa la construcción de un “nacionalismo autosuficiente” y la “aplicación creativa del marxismo-leninismo”. El “kimilsumgismo” es una pseudofilosofía derivada de la retórica del abuelo de la dictadura norcoreana, Kim il-Sung, que plantea como el centro de su ideología el poder de las masas como instrumento de transformación social. Según se desprende de esa trayectoria, el posible nuevo director del TNM es un activista y un promotor ideológico del morenismo y adorador de la dictadura norcoreana, más que un académico y un técnico calificado en la gestión de instituciones de educación superior. De resultar ungido por la voluntad presidencial, el gobierno del TNM será conducido políticamente, no académicamente, apoyado por un consejo dominado por autoridades de la SEP. Aunque ha sido objeto de criticas de académicos del propio TNM, de concretarse esa designación se vislumbra un futuro complicado para la educación tecnológica nacional, pero que confirma el predominio de la lógica político-electoral del lopezobradorismo en la conformación del funcionariado federal en la educación superior.

Saturday, July 02, 2022

Nick Cave

Nick Cave: duendes, naves quemadas y tristeza infinita Adrián Acosta Silva (Publicado en Laberinto-Milenio, 02/07/2022) https://www.milenio.com/cultura/laberinto/nick-cave-duendes-naves-quemadas-tristeza-infinita Estoy orgulloso de estas canciones. Son mis sombrías y violentas criaturas de ojos oscuros Nick Cave Entre los ruidos y silencios globales de la prolongada era pandémica, Nick Cave es una voz discreta, que pronuncia susurros inquietantes y fabrica imágenes fantasmales. Atrapados desde hace tiempo entre las luces y ruinas del antropoceno, apreciar la música de Cave equivale a encontrar un refugio en el desierto sonoro de estos años de confusión, enfermedad y muerte, un espacio atractivo no sólo para los seguidores fieles de la música del compositor australiano (Warracknabeal,1957), sino también para quienes han descubierto de manera espontánea o reciente el sonido hechizante de letras y acordes producidos por uno de los últimos rockeros químicamente puros que transitaron sin prejuicios hacia la exploración de nuevas voces, ritmos y sonidos. Si el rock ha cambiado de piel en los ultimos años se lo debe a autores como Cave. Pasó del sonido pospunk de sus primeros discos (From Her to Eternity, de 1984, o Your Funeral my Trial, de 1986), a la suavidad y profundidad de los posteriores (The Boatmans Call, de 1997, o No More Shall We Part, de 2001), hasta los más recientes, lanzados en los últimos seis años, desde el tristísimo y melancólico Skeleton Tree (2016), o Gostheen (2019), hasta Carnage (2021). En esta larga transición, las hechuras de sus obras han abandonado y quemado las naves de los terrenos estridentes del punk (“Red Right Hand”, por ejemplo), para adentrarse en los ritmos suaves del jazz, el blues, el espíritu de la saudade portuguesa, o la búsqueda del duende de la creatividad del que hablaba Federico García Lorca, quien escribió aquello de que “todo lo que tiene sonidos oscuros tiene duende”. Nick Cave pertenece a esa estirpe. Las canciones de amor, que forman la columna vertebral de las canciones del rock clásico y contemporáneo, tienen su fuente de inspiración en los duendes de la tristeza, escribió Cave en 1999. Pero hoy, “la verdadera tristeza escasea”, dijo Cave en el mismo tono crepuscular del fin de siglo: “Bob Dylan siempre la padeció. Leonard Cohen se centra, específicamente, en su tratamiento. Persigue a Van Morrison como un perro rabioso, y aunque lo intenta, no puede sustraerse a su sombra. Tom Waits y Neil Young pueden, en ocasiones, invocarla”. Esa emoción, la tristeza infinita, es el alma del duende y la saudade, el combustible de la inspiración y la dueña de sus almas hermanas: la nostalgia y la melancolía. Quizá ningún disco como Idiot Prayer (2020) representa mejor el espíritu de los años de la pandemia. Un idiota significa en griego alguien que ejercita la vida contemplativa, no activa, aislado de los demás, absorto en sus propias meditaciones y reflexiones privadas, desinteresado de los asuntos públicos. Y la Oración idiota de Cave expresa muy bien el significado de la palabra: una plegaria solitaria pronunciada en un espacio vacío, donde el sonido es una mezcla de silencios ocasionales, voces secretas y ecos lejanos. En la soledad del inmenso auditorio del Alexander Palace, de Londres, Cave grabó un disco y un filme totalmente en solitario, acompañado únicamente por un piano. Se trata de un recuento, un repaso por algunas de las canciones que ha compuesto desde hace más de treinta años, un recorrido letrístico y sonoro gobernado por la soledad, el asombro, y los destellos siempre fugaces de la felicidad. “Spinning Song”, “Palaces of Montezuma” (sic), “Man in The Moon”, “Waiting for You”, forman las canciones que aparecen junto con sus clásicas “Jubilee Street”, “Far from Me”, “Into my Arms”, “Higgs Boson Blues”, o “Galleon Ship”. 22 piezas cuidadosamente distribuidas en dos discos que contienen la espina dorsal de la obra acumulada de Cave, que reinventa su estilo y lo colocan de manera apropiada como parte de la pista sonora de estos años de aislamiento y desesperanza dominados por el temor, la paranoia y la incertidumbre. Carnage (Goliath Records, 2021), por su parte, es el lado más luminoso, por decirlo así, de la música lúgubre de Cave en el tiempo de la pandemia. Junto con su amigo y colega Warren Ellis (un músico extraordinario y arreglista brillante de buena parte de las canciones de Cave), Hand of God, Old Time, Lavender Fields, Albuquerque, forman parte de las ocho canciones compuestas por Cave/Ellis para integrar un disco impresionista, poético, dominado por el piano, sintetizadores, violines, flautas, violas, cellos, y acompañados por suaves coros ocasionales, puntuales, casi insonoros y prácticamente invisibles. La tristeza, el duelo, la muerte, son emociones que coexisten con los afectos, las ilusiones de un reino solar y celeste, los lamentos por las pérdidas, el incendio de viejos barcos de madera tripulados por antiguas convicciones. La metáfora del mundo no escrito como una carnicería, una matanza, representada con hachazos y bisturíes en las palabras del mundo escrito y sonoro creado por Cave. Escribó Cave a finales del siglo pasado, acaso inspirado en el aire nostágico del cierre finisecular: “La tristeza o duende necesita espacio para respirar. La melancolía detesta el apremio y flota en silencio”.* Espacio y tiempo entremezclados para alentar la imaginación y las exploraciones, las representaciones de estos tiempos de cenizas, agobio y hastío, donde muchos hombres y mujeres, “sentados en sillas de mimbre/ respiran el futuro exhalando el pasado” (Dead Man in my Bed). *“La vida secreta de la canción de amor”, conferencia pronunciada en 1999 en el South Bank Center de Londres, incluída en el libro Nick Cave, Letras. Obra lírica completa 1978-2019. Libros del Kultrum, España, 2020.