Thursday, November 26, 2009

Política, amistad e infortunio

La política, la amistad, el infortunio
Adrián Acosta Silva

Comienzo estas notas como debe de ser, por el principio. Y para el caso, comienzo con los hechos.
1. Desde el 1 de junio de 2008, Miguel Ángel Beltrán Villegas – 45 años, sociólogo colombiano y profesor titular de la Universidad Nacional de Colombia-, llegó a México, invitado por el Centro de Estudios Latinoamericanos (CELA) de la UNAM, para realizar una estancia posdoctoral de un año, con el objetivo de desarrollar un proyecto específico: el estudio del comportamiento de la oposición de la derecha mexicana durante el período de Lázaro Cárdenas (1934-1940). Estudioso de fenómenos políticos como el del Movimiento de Liberación Nacional en México–fundado por el propio Cárdenas a principios de los años sesenta-, o de la violencia política en Colombia, Beltrán conoce bien el país, pues estudió en la FLACSO la Maestría en Ciencias Sociales, y el Doctorado en Estudios Latinoamericanos en la UNAM, todo ello en la década de los noventa.
2. Casi un año después, el 22 de mayo de 2009, luego de solicitar en dos ocasiones anteriores una cita en el Instituto Nacional de Migración con el propósito de extender por un año más su estancia en México (apoyado por la propia UNAM), Beltrán fue detenido, expulsado del país y entregado a la policía colombiana, bajo cargos de de terrorismo y de pertenecer al círculo dirigente de las FARC. Está encarcelado en la cárcel Modelo de Bogotá desde el día 24 de mayo, en espera de enfrentar el juicio correspondiente.
3. El Presidente Uribe agradeció la colaboración del gobierno mexicano el mismo día de la expulsión de Beltrán, a quien señaló como el responsable de las relaciones exteriores de las FARC en México, y encargado de reclutar estudiantes y apoyo para la causa revolucionaria. En tono burlón, señaló también al profesor Beltrán como un profesor “de clases de terrorismo” (según nota de periódico El Tiempo, 23/05/2009, Bogotá).
4. Las pruebas y documentos que sustentan las acusaciones a Beltrán fueron tomadas de la computadora personal de “Raúl Reyes”, que hasta el momento de su muerte en el bombardeo en territorio ecuatoriano hace año y medio por parte del ejército colombiano, era el segundo dirigente en importancia luego de Manuel “Tirofijo” Marulanda. En esa computadora se identifica una correspondencia continua entre el Sr. Reyes y un tal “Jaime Cienfuegos”, que la policía colombiana asocia como el alias del profesor Beltrán.
5. Hasta el momento de escribir estas notas, el inculpado ha rechazado públicamente ser “Cienfuegos” y negado las acusaciones de pertenecer a las FARC (http://wradio.com.co/oir.aspx?id=822633). El asunto está en litigio judicial en Bogotá.


Estos son los hechos. Veamos ahora algunas reflexiones personales.

1. Conozco personalmente a Miguel Beltrán desde septiembre de 1992. Lo conocí cuando iniciamos juntos la maestría en ciencias sociales de la FLACSO-México. Además, fuimos vecinos pues compartíamos el mismo conjunto de mini-departamentos en la calle de Acanceh, en la colonia Lomas de Padierna, muy cerca de la Flacso, en las faldas del Ajusco. Ahí, además de estudiar juntos algunas materias –con otros condiscípulos de la maestría-, bebíamos con frecuencia casi religiosa cantidades respetables de cerveza mexicana y aguardiente colombiano, ingredientes indispensables en cualquier comunidad estudiantil que se respete. Muchas horas, días y noches los compartimos discutiendo largamente textos, temas y posiciones políticas para el caso de México y Colombia, teniendo como música de fondo a los Countin Crows, Eric Clapton, Joaquín Sabina, Bienvenido Granda, Daniel Santos, Mark Knopfler, Javier Solís o Julio Jaramillo, según fuera el humor y las circunstancias.
2. Conocí muy de cerca la vida académica, personal y política de Miguel. Fue un estudiante destacado de la maestría (con especialidad habilidad para las matemáticas y la estadística), y realizó una tesis sobre el Movimiento Revolucionario Liberal en Colombia en los años cincuenta y sesenta. Su director fue José Woldenberg, en ese tiempo consejero ciudadano del IFE. En agosto de 1994 presentó el examen de grado correspondiente. También conocí la trayectoria sentimental de Miguel en México, que sostuvo un romance con una estudiante boliviana, de la cual nació su hijo Miguel Ernesto, de quien mi mujer y yo fuimos (y somos) sus padrinos simbólicos. Esa dimensión afectiva de la relación con Miguel no eliminaba nuestras diferentes apreciaciones sobre temas como la violencia política, la guerrilla, o el papel de la izquierda en la construcción de la democracia en nuestros países. Nos tocó presenciar el nacimiento del EZLN en enero del 94, que vimos como un movimiento que apelaba a la vieja y arraigada noción de la revolución política y social, como el inicio de una nueva sociedad y del hombre nuevo guevarista. Pero siempre nos levantó sospechas tanto el discurso revolucionarista como el perfil mercadotécnico y mediático de su icono, Marcos. Coincidíamos en que para México eso significaba un riesgo y un retorno al pasado de la izquierda armada de los años setenta, en el contexto de una transición política que pasaba por la estructuración de un sistema de partidos.
3. Luego de terminar sus estudios de doctorado en la UNAM (período durante el cual también realizó estudios doctorales en el programa de Historia de la U. Iberoamericana del D.F.), regresó a principios de 1998 a Colombia a buscar empleo en las universidades. Le perdí la pista, aunque esporádicamente nos escribíamos por correo electrónico o nos hablábamos por teléfono. Fue hasta el 2007, en ocasión de un viaje de trabajo que hice a Bogotá, que pude volverlo a ver, ahora en compañía de su mujer, Natalia, una inteligente y encantadora argentino-colombiana. En su modesto pero agradable departamento ubicado justo fuera del campus de la Universidad Nacional de Colombia, platicamos largo sobre la vida y los proyectos, entre los cuales estaba el de regresar a México –un país queridísimo por Miguel- para realizar una estancia post-doctoral en la UNAM. A principios de 2008, me confirmó esa posibilidad, luego de que a su mujer la aceptaron en un programa doctoral en la propia UNAM. La semana santa de ese mismo año, estuvo en Guadalajara invitado por nosotros (mi mujer y yo), para que pasaran unos días de vacaciones en casa. Fue un reencuentro muy agradable y cálido, propio de las amistades maceradas a la luz de vivencias compartidas, afinidades electivas y discusiones interminables.
4. Fue en esa ocasión que Miguel me confesó estar un poco temeroso por el hecho de que pudieran vincularlo con las FARC. La razón era que había intercambiado varios correos electrónicos con “Raúl Reyes”, el dirigente farquista muerto en el ataque del ejército colombiano en la selva ecuatoriana a principios del 2008.El tema de esos correos era el de los antecedentes y trayectoria de la guerrilla colombiana, una larga entrevista en varios correos y archivos para tener datos e información acerca del origen y desarrollo de las FARC, una cuestión que interesaba a Miguel desde hacía varios años, pues estaba desarrollando un proyecto de investigación sobre la violencia política en Colombia. A pesar de todo, confiaba en que se podría aclarar la correspondencia referida, pues formaban parte de su trabajo de investigación, que contaba con el respaldo institucional y académico de la Universidad de Colombia.
5. Ya instalado en el D.F., y trabajando en el CELA de la UNAM, lo volví a ver en tres ocasiones más, en mis viajes a la ciudad de México. La última de ella, a finales de marzo de este año, cuando junto con mis hijos y mi mujer fuimos a pasar unos días a la ciudad, que aprovechamos para ir a cenar a un restaurante a la Plaza Loreto con Miguel y su compañera. Ahí lo notamos muy enfermo de gripa y tos, que padecía desde hacía varios días. Eso no era extraño en Miguel. Desde siempre, tenía dos costumbres arraigadas: bañarse con agua helada todas las mañanas y jamás ir al médico, pues insistía en que debía dejar que su cuerpo se curara solo. En otras palabras, tenía disciplina castrense (su padre fue militar en Colombia) y era un homeópata autodididacta. Nunca pude comprender muy bien esas salvajadas.

Por último, algunas consideraciones sobre el infortunio.

1. Dada la situación de mi amigo, varios sentimientos habitan el ánimo. Uno de ellos, es la molestia franca por el modo y la forma en que el gobierno mexicano –mi gobierno, qué le vamos a hacer-, procedió contra Miguel. No era un ciudadano extraño para las autoridades de migración, ni se desconocía el hecho de que sus temas de interés académico y personal estaban relacionadas con las FARC. Entiendo que bajo el discurso de la seguridad nacional de Colombia –un discurso lleno de agujeros, por lo demás-, se invocara a la cooperación del gobierno mexicano para la aprehensión de un posible miembro de las FARC, pero lo que no entiendo es porque el propio gobierno uribista permitió la salida de Beltrán desde mayo de 2008 y porque no empleó los canales diplomáticos sino hasta un año después. Tampoco entiendo porqué el gobierno mexicano, a través del Instituto Nacional de Migración, permitió la entrada de Beltrán en mayo de 2008, mantuvo en suspenso la autorización de su prórroga durante casi un año, para luego, de mala manera, entregar a Miguel al gobierno colombiano en una actuación humillante para un profesor invitado de la UNAM…y para la propia UNAM.
2. Acosado por las dudas, también me he preguntado de manera intermitente (junto con otros amigos) si efectivamente hubiera algo de cierto en las acusaciones del gobierno de Colombia, de si Miguel hubiera tenido una doble personalidad, el disfraz del académico prestigiado bajo el cual se escondió siempre (o recientemente) el sombrío militante guerrillero de las FARC. Si ello es así tendría que probarse. Sin embargo, a pesar de mis dudas, confío en que no ocurrirá así. Quizá una parte del las simpatías políticas de mi amigo estaban con las FARC, debido a su historia y el contexto en el cual había el mismo crecido en la Bogotá de los años ochenta –en donde fue encarcelado por participar en la “Unión Patriótica”, una organización de izquierda legal, de abierta oposición política- aunque me consta que reprobaba de manera creciente y explícita los métodos y las acciones que utilizaban para lograr sus fines, particularmente las bombas y los secuestros, las alianzas con el narco y la descomposición política de sus líderes y militantes. Y aunque uno nunca termina de conocer bien a sus amigos (ni a uno mismo, por lo demás), estoy convencido de que aunque los temas de interés existencial y profesional de Miguel lo hubieran llevado a la frontera entre la vida académica y la militancia política –frontera siempre borrosa y frágil, en ocasiones confusa- eso no justifica ni el tamaño de las acusaciones ni el modo en que fue tratado por los gobiernos de México y de Colombia, que lo exhibieron casi como un criminal de guerra ante los medios nacionales e internacionales. De hablar pausado y sereno, siempre incómodo frente a las multitudes, con un sentido del humor afilado y preciso, muy seguramente Miguel debe sentirse incómodo por la exhibición pública de la que ha sido objeto.
3. Creo firmemente que el infortunio y el azar van de la mano. Por supuesto, ni la academia ni la política escapan a ellas. En este caso, Miguel ha caído en ese cruce y en ese trance. Es un momento difícil para él, para su mujer, su familia y para sus muchos amigos. Confío en que todo el asunto termine aclarándose más o menos pronto, para reconstruir lo que se deba y recobrar lo que se pueda. En el último mes, un activismo (casi) frenético se apoderó de muchos de los que conocemos a Miguel, un activismo que compartimos sin desear con ciertos activistas y personajes de dudosa reputación (lo cual no sé si a la larga sea benéfico para la causa del propio Miguel). Con todo, defender la causa de Miguel, que personaliza la defensa de un principio –la libertad de pensamiento y el derecho a expresar ideas y críticas- , es una causa que vale la pena. Pero además, es defender al amigo y al colega, al esposo y al profesor, al ciudadano y al académico. Finalmente, se trata de preservar la flor exótica y delicada de la amistad en tiempos de infortunio, algo quizá demasiado poco para algunos, premoderno o francamente anticuado, pero que para otros nos puede significar un asidero sólido en las adversidades vitales. La geografía de los sentimientos que nos ha despertado a muchos la situación de Miguel Beltrán –para emplear la frase que Italo Calvino utiliza sabiamente en Los sellos de los estados de ánimo-, forma parte de los aprendizajes que uno puede o espera extraer duramente de la experiencia de lo que es, estoy seguro, una infamia.

Guadalajara, Jal., agosto, 2009.

Wednesday, November 25, 2009

El suicidio

Estación de paso
El suicidio
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 26 de noviembre de 2009.
El suicidio es, siempre, un acontecimiento perturbador. Las emociones que emergen frente al acto, las reacciones frente a la muerte auto-infligida, los sentimientos encontrados de dolor, de lamento o de indiferencia, revelan de alguna forma los perfiles de una comunidad o de una sociedad en torno al significado, los motivos, las razones que llevan a alguien a quitarse la vida. Buena parte de nuestros prejuicios, fobias y creencias son removidos cuando observamos que alguien decide terminar con su existencia, revelándose de pronto el hecho de que la muerte de un individuo es algo más que una muerte solitaria y aislada de su contexto social, simbólico y cultural. El suicido del exrector Briseño, ocurrido hace exactamente una semana, coloca nuevamente un tema incómodo para una comunidad que contempla de maneras muy distintas la tragedia en que culmina, en parte, una accidentada historia personal, política e institucional.
El fenómeno del suicidio es parte de las preocupaciones sociológicas, antropológicas y psicológicas clásicas. Emile Durkheim por ejemplo, escribió una de sus obras fundamentales alrededor de este tema con un título del mismo nombre publicado originalmente en París en el año de 1897. Ahí, el sociólogo francés examina el fenómeno del suicido en las sociedades modernas, el cual define como “todo caso de muerte que resulte, directa o indirectamente, de un acto…realizado por la víctima misma, sabiendo ella que debía producir este resultado” (El suicido, UNAM, México, 1983, p.60). Pero el propio Durkheim se encarga de distinguir desde el principio las dos dimensiones desde los cuales se analiza (y se juzga) frecuentemente el fenómeno suicida. Una, muy común, es que el acto del suicidio sólo compete a la esfera del individuo, como un acción solitaria derivada de sus impulsos emocionales, y que sólo se explica a través de la determinación de las causas psicológicas, subjetivas, que llevan al individuo a cometer su propia muerte. Esta postura asume que hay una conducta enfermiza o patológica asociada a la decisión del individuo de su propio aniquilamiento. La otra perspectiva, menos reconocida, es la dimensión social del suicidio, donde el fenómeno es producto del debilitamiento del sentido mismo de la existencia personal en la vida social, de la relación del individuo con las instituciones, las normas y los valores que le rodean y a las cuales ha tratado de adaptarse toda su vida. Para Durkheim, como se sabe, las causas del suicidio no deben encontrase en el individuo, sino en la sociedad.
El fallecimiento del exrector, por su modo y contexto, nos muestra nuevamente el poder explicativo de las palabras de Durkheim. Más allá del sentido del fracaso, de la desesperación o de la frustración que pueden intervenir para explicar el acontecimiento, se encuentra también el papel que ha jugado la comunidad universitaria en la decisión de autoinmolación de uno de sus miembros. Las palabras inmediatas de algunos funcionarios y académicos, de políticos y ciudadanos, muestran que las reacciones sociales frente al hecho en Guadalajara son parecidas a las que Durkheim registraba hace más de un siglo en París: la culpa es del individuo, no de las comunidades o de sus instituciones. Mientras que algunos señalan la debilidad emocional del suicida como la causa, otros atribuyen a su acto una extraña carga martirológica, mientras que algunos más, desde la indiferencia o el cinismo, lo muestran como el resultado, lamentable, de un comportamiento, digamos, inadecuado.
Ello no obstante, quizá sea necesario acotar una obviedad: que el hecho es producto de una dinámica de conflictividad política que llevó a un esquema de ganadores/perdedores en el cual uno de sus miembros destacados, terminó asumiendo los costos de las pérdidas internalizando los problemas políticos como problemas personales. En el baile de máscaras que suele ser la política universitaria, nadie sabe bien cómo entiende cada uno su papel en la fiesta, que luego puede terminar en tragedia, como es el caso. Ese proceso de “personalización radical” de la vida política –como lo ha recordado Cristina Palomar en estos días- , conforma quizá el fondo explicativo de un drama que afecta en primerísimo lugar a una familia, pero que también tiene efectos en la configuración de las creencias, las emociones y los sentimientos que habitan la cultura política de los universitarios. De un lado, las explicaciones instantáneas, las condenas morales, las descalificaciones al vapor, dominan el ánimo de los juzgadores de acto; del otro lado, el silencio, el estupor, o la franca indiferencia de muchos rodean la violencia del acontecimiento. Lo que está abajo y al fondo es, tal vez, un proceso de socialización de la política que culmina de manera dramática, y en el que no está claro quiénes son los ganadores y quiénes los perdedores.

El suicidio

Wednesday, November 11, 2009

Viejos recuerdos, nuevas desolaciones

Estación de paso
Viejos recuerdos, nuevas desolaciones
Adrián Acosta Silva
Señales de Humo, Radio U. de G., 12 de noviembre, 2009.

“Las formas más primitivas sobreviven”, afirma en tono de revelación el narrador anónimo de la carta de presentación que inicia la lectura de Suttree, la novela del escritor norteamericano Cormac McCarthy (Mondadori, Barcelona, 2004). El protagonista de la historia, Cornelius Suttree, es un personaje solitario, sin expectativas, con un pasado confuso, un presente azaroso, y un futuro imposible. Ambientada en la ciudad de Knoxville, Tennesse, en algún momento de los años cincuenta, la trayectoria del personaje está poblada de equivocaciones, accidentes, muerte, desolación, alegrías instantáneas, salpicado de pocos días felices que pasa encerrado en las sombrías habitaciones de un hotel perdido. Pescador solitario de siluros (“pez teleósteo de agua dulce, de hasta 5 metros de largo, gran depredador, con una boca muy grande rodeada de barbillas”, según lo define Maria Moliner en su indispensable Diccionario del uso del español) la vida diaria de Suttree es un esfuerzo de sobrevivir a las penurias económicas y a los afectos corrosivos, de lidiar con los demonios del olvido y la memoria, habitando en los márgenes de un río contaminado y pestilente, donde la silueta de la ciudad es el paisaje cotidiano de sus travesías, con el fondo metálico de trenes fantasmales que recorren con pesadez las venas de acero de Knoxville, la horrible.
Publicada originalmente en inglés en 1979, esta novela precede en el tiempo a la fama global que alcanzó McCarthy el año pasado con la película No Country For Old Man, (titulada en español como “Sin lugar para los débiles”) inspirada en su propia novela, dirigida por los hermanos Cohen y protagonizada por Javier Bardem. Es anterior también a libros como La Carretera (2006) o Meridiano de Sangre (1985). Pero al igual que los otros textos de McCarthy, es también una obra que recorre con precisión estética lugares, diálogos, imágenes y relaciones que Budd (el apodo del personaje central) establece con su medio a lo largo de su intermitente estadía como outsider de un pueblo de perdedores, bebedores habituales de cerveza caliente y whisky barato, comerciantes de lo que sea, ladrones, putas, chamanes y brujas, “gente austera y diminuta enmarcada por cucuruchos de flores, vendedores ambulantes de artículos esotéricos, electuarios raros ordenados por tarros y elixires macerados en días sin luna” .
Caminando al filo del abismo, el pescador entabla amistades frágiles con personajes oportunistas cuya vida breve pasa de la cárcel a la calle, del robo en pequeña escala para satisfacer necesidades mínimas al goce de lujillos que hacen llevadera una vida repleta de penurias, de rutinas inexorables y desenlaces previsibles. Condenado a transitar circularmente por “escenarios de viejos recuerdos y nuevas desolaciones”, el solitario convive con pordioseros, intercambia pescado por dinero, ropa o cerveza, bebe en burdeles infames, cosecha mejillones en busca de perlas preciosas, coexistiendo con personajes hundidos en miserias cotidianas, mirando siempre al fondo del desfiladero, con pequeñas pero sistemáticas explosiones de violencia que aturden por su precisión cruda, envueltos en pleitos cotidianos con la policía local.
La estética de McCarthy es la estética literaria del granito, sin matices, de un lenguaje fluido y crudo, exacto y envolvente. Novela de cenizas y de sombras, de túneles subterráneos que sostienen el peso de una ciudad sórdida, la narración de esta obra es una pieza de orfebrería que deslumbra por la solidez del oficio y la imaginación del narrador. En un medio invadido por el predominio apabullante de best-sellers y literatura basura, la prosa que se encuentra en las casi 600 páginas de Suttree es una muestra de que la buena literatura sobrevive, a pesar de la industria literaria, como lo señaló con lucidez moribunda Sándor Márai en sus últimos Diarios.