Wednesday, September 21, 2016

La crisis y sus tinieblas

Estación de paso

La crisis y sus tinieblas

Adrián Acosta Silva

(Campus Milenio, 22/09/2016)

Con el ruido de fondo de la nueva crisis del oficialismo desatada por varios frentes, el IV Informe de Gobierno se convirtió en la crónica un tanto desesperada de los malos tiempos, y humores, que recorren la vida política mexicana, escenas y relatos que anticipan, prematuramente, el fin de una administración y la emergencia de un tiempo nublado poblado por nuevos actores, voces e intereses. Derrotas electorales no previstas, las desastrosas implicaciones del “efecto Trump”, el estancamiento económico prolongado asociado a un creciente escepticismo de los mexicanos con la democracia (según la encuesta de Latinobarómetro 2016), las protestas del conservadurismo más cerril alentado por los intereses de la clerecía y de las élites de poder realmente existentes en la sociedad mexicana, postales sueltas, amontonadas, de parálisis política, y el desgaste de una retórica de reformas estructurales sin instrumentaciones prácticas, han colocado al gobierno, otra vez, en la puertas de salida al infierno. Los fantasmas de la crisis, los abismos del fracaso, el desencanto propio de ilusiones fallidas y promesas no cumplidas, vuelven a poblar la imaginación y los futuros sombríos de no pocos sectores, algunos de los cuales reclaman desde ya la renuncia del Presidente y de su gabinete como exorcismo de los males de una coyuntura que se ha vuelto ciclo.

El dramatismo del momento se alimenta de una conducción errática de las políticas, o mejor dicho, de la renuncia –deliberada, por incapacidad, o por negligencia-, a coordinar políticamente la instrumentación práctica de las reformas en los distintos campos de la acción pública. Los costos políticos de la reforma educativa han superado con creces sus beneficios reales o simbólicos, y han requerido del gobierno más recursos, negociaciones, claudicaciones y aplazamientos. La fragilidad de las relaciones con la economía internacional, con sus cíclicas tempestades y nubarrones, han golpeado fuerte a las expectativas de crecimiento y prosperidad prometidas por el gobierno hace sólo cuatro años. El “Pacto por México”, celebrado como el modelo mexicano de regreso de la política como eje de la articulación de reformas y cambios largamente anunciados, se ha convertido rápidamente en parte de las piezas de colección del museo mexicano de la política como el arte de las ilusiones.

Ese contexto ayuda a comprender la fragilidad de los logros en el campo de la educación superior. Aunque la cobertura, la matrícula, el profesorado o el número de establecimientos en educación superior mantienen un crecimiento discreto aunque sostenido, las metas fijadas por el propio gobierno –de suyo, conservadoras- amenazan con no cumplirse, o cumplirse a marchas forzadas. En términos de financiamiento, el gobierno federal mantiene un curso errático, que afecta no solo el monto y la distribución de los recursos al sistema de educación superior, sino que impacta de manera especialmente negativa al desarrollo científico y tecnológico nacional. La política de los recortes presupuestales vuelve a campear en las arcas públicas, despertando antiguas sensaciones dèjá vu entre universidades, académicos y centros de investigación. Otra vez, la planeación del desarrollo institucional de la educación superior deja de ser estratégica (con sus requerimientos mínimos de estabilidad, compromiso y visión de largo plazo) para convertirse irremediablemente en contingente, confirmando su carácter de ejercicio condenado a salir al paso de los imprevistos propios de los ciclos de estancamiento y crisis que desde hace casi cuatro décadas marcan fatalmente los dilemas de la educación superior mexicana.

El soundtrack de los tiempos que corren también vuelve a recordar el hecho de que la coyuntura -toda coyuntura- esconde una “ciencia secreta”, como afirmaba Walter Benjamin en sus célebres Pasajes. Quizá, la sensación de crisis de sentido, de confusión e impotencia, se ha endurecido en el ánimo público nacional. Con el sonido familiar aunque ominoso de las tijeras presupuestales, las rutinas y las prácticas propias de los tiempos de crisis vuelven a salir de los armarios públicos y privados, como únicos recursos para enfrentar un horizonte de políticas sin política. Situados nuevamente en el corazón de las tinieblas de la incertidumbre, los actores y espectadores de las grandes reformas estructurales anunciadas con el regreso del oficialismo priista en el invierno de 2012, aguardan con prudencia y pragmatismo (y una buena dosis de resignación), que nuevos tiempos disipen las tinieblas de la crisis.

Por lo pronto, las metas de crecimiento y prosperidad nacional parecen canceladas hasta nuevo aviso. El escepticismo se consolida como moneda de uso común en el extraño mercado de los intereses, las pasiones y las razones que gobiernan el imaginario y las prácticas de la vida pública mexicana. En los patios interiores de la educación superior, ese escepticismo no paraliza ni actividades ni expectativas de directivos, estudiantes y profesores, pero se aprende rápidamente a convivir con él. Después de todo, las creencias, los hábitos y las rutinas de los individuos, lo que hacen todos los días, suelen ser brújulas prácticas para el mantenimiento de un orden social capaz de adaptarse a los malos tiempos.

Acostumbrados por la fuerza de la experiencia a que las transiciones ya no sean lo que solían ser (ritos de paso de un estado de crisis a uno de prosperidad, o al revés), la retórica de los cambios parece estancada para repetirse como una fórmula de continuidad discursiva. Ya otras voces intentan capitalizar esa retórica cansada prometiendo nuevos horizontes e ilusiones. El 2018 ya está aquí, instalado entre nosotros, en medio de un oficialismo debilitado y en franca retirada, y una oposición que comienza a jugar sus cartas para un nuevo ciclo político. En ese contexto, la educación superior se confirma como un territorio caracterizado por la heterogeneidad, por su colección de paradojas y tensiones, como un espacio que aguarda, otra vez, por nuevos diagnósticos y propuestas de futuro.



Sunday, September 11, 2016

Enseñaderos

Estación de paso

El regreso de los enseñaderos

Adrián Acosta Silva

(Publicado en Campus-Milenio, 8/09/2016)

Hace casi un siglo, cuando un joven Manuel Gómez Morín fungía como Director de la Escuela Nacional de Jurisprudencia de la Universidad Nacional, durante el segundo período rectoral de Antonio Caso, pronunció un adjetivo que con el tiempo se volvería célebre y polémico. En la sesión del 7 de julio de 1922 del Consejo Universitario, al proponer la creación de nuevos doctorados y carreras en la universidad, Gómez Morín afirmaba que “desgraciadamente las escuelas profesionales en México no se pueden llamar facultades universitarias… nuestras escuelas son simples enseñaderos” (María Teresa Gómez Mont, La lucha por la libertad de cátedra, UNAM, 1996, p.73). El contexto, las palabras, los actores de la época, permiten encontrar el sentido profundo del reclamo de Gómez Morín. Las prácticas memorísticas, de dictados en clase, se habían impuesto a las necesidades de asociar la docencia con la investigación, la articulación de las carreras profesionales y el posgrado con prácticas de discusión y con la búsqueda de nuevos conocimientos basados en métodos científicos en todas las disciplinas, como lo habían hecho desde principios del siglo XIX las universidades alemanas, bajo la influencia de las ideas de Wilhelm Von Humboldt.

El calificativo de enseñadores era descriptivo, pero con el uso y el tiempo se volvió despectivo. “Enseñadero” como sinónimo de masificación similar al de los comederos, los lavaderos, los mataderos, como un espacio multitudinario poblado de las figuras de maestros que enseñan y alumnos que aprenden, en los cuales la transmisión de conocimientos era el sinónimo de la repetición de lecciones y libros año tras año, generación tras generación, escuela por escuela, carrera por carrera. La investigación, la búsqueda de nuevo conocimiento, la curiosidad intelectual, desplazadas por la necesidad de impartir clases a poblaciones estudiantiles cuya demografía y composición social se volvieron cada vez más grandes y complejas.

Luego de casi un siglo de las palabras de Gómez Morín, y después de varias reformas organizativas y académicas en las universidades públicas mexicanas, orientadas justamente hacia la búsqueda del equilibrio de la formación profesional con la investigación científica y la difusión cultural, podría suponerse que la educación superior universitaria mexicana habría dejado de ser el lugar de los enseñaderos que criticaba quien luego sería uno de los principales ideólogos y fundadores del Partido Acción Nacional, en 1939. Pero no ha ocurrido así, Si se presta la debida atención, muchas carreras universitarias y muchas instituciones públicas y privadas mantienen la imagen y las prácticas de enseñaderos a lo largo y ancho de la República. En otras palabras, los enseñaderos no están muertos sino por el contrario parecen gozar de cabal salud.

Algunos ejemplos podrían ilustrar lo anterior. Uno es lo que ocurre en la mayor parte de las universidades privadas con las prácticas de enseñanza como la única actividad académica posible, como horizonte institucional y práctica formativa. El otro ocurre con la explosión de los MOOC´s, (siglas en inglés del los cursos abiertos, masivos y en línea), esas novedosas y publicitadas formas de ofrecer cursos universitarios a cientos o miles de jóvenes al mismo tiempo, desplazando la antigua centralidad de los seminarios como espacios académicos, inevitablemente selectivos y jerárquicos, de integración de la docencia y la investigación.

Como ha sido documentado con cierta amplitud, la educación superior privada es un espacio heterogéneo, múltiple y contradictorio. Coexisten algunas instituciones de alto costo y alta selectividad que desarrollan investigación e algunas disciplinas, con una multitud de pequeñas universidades e instituciones de no más de 500 estudiantes, que se concentran en dos o tres carreras profesionales, que suelen ser de bajo costo y con flexibilidad de horarios e instalaciones precarias. Se estima que la mitad de la matrícula del sector privado (unos 500 mil estudiantes que se concentran en poco mas de 1,100 instituciones) cursa sus estudios de contextos de enseñaderos químicamente puros. Aquí, la paradoja es que el discurso de la calidad, la innovación y la formación “integral” (es decir, que incluye a la investigación) se ha sometido inexorablemente a los usos y costumbres de enseñadero que imponen las restricciones y las necesidades, las creencias y las expectativas de cada caso.

El segundo ejemplo tiene que ver con la nueva masificación de la enseñanza asociada a la proliferación de los cursos abiertos y masivos en línea. Con la ayuda de las nuevas tecnologías y modelos pedagógicos, la cursos en línea se han convertido para autoridades educativas, consultores y no pocos profesores, en el nuevo “aceite de serpiente” para curar los males del déficit de cobertura, la baja calidad de la formación profesional, y para innovar y mejorar la enseñanza de las masas. La fascinación por la virtualización educativa ha llevado a los directivos de no pocas universidades públicas a pensar, incluso, que ese tipo de cursos “democratizan” verdaderamente el acceso a la universidad, y permiten una formación de calidad homogénea para los estudiantes. Los repositorios digitales, un “nuevo tipo” de profesores, la generación de “ambientes virtuales” adecuados, forman parte del extraño lenguaje que domina la adoración de los nuevos dioses de las TIC´s. Aquí, la idea de que los cursos abiertos y en línea pueden sustituir a los tradicionales seminarios presenciales y selectivos es una hipótesis heroica. (Aunque luego uno nunca sabe nada: ya proliferan en toda la red la oferta de “webinars”: seminarios abiertos, masivos y en línea).

En ambos casos, estamos en presencia de fantasma viejos: el regreso de las universidades como aquellos enseñaderos que tanto criticaba Gómez Morín. Pero bien visto, esos enseñaderos nunca se fueron, sino que se adaptaron a los nuevos ciclos universitarios, año tras año, reforma tras reforma. Hoy que el discurso de la innovación y la virtualidad inunda con envidiable optimismo los relatos institucionales de la educación superior, quizá convendría prestar atención a lo que ocurre con las prácticas de enseñanza que se desarrollan cotidianamente en no pocas universidades públicas y privadas. Quizá, las palabras de Gómez Mont volverían a escucharse como lamentos en el campus.

Thursday, September 08, 2016

Lenine en Barcelona: un descanso en la locura


Lenine en Barcelona: un descanso en la locura

Adrián Acosta Silva


(Publicado en Nexos-Digital, 06/09/2016)


La lógica del viento/El caos del pensamiento/La paz en la soledad/
La órbita del tiempo/La pausa del retrato/ La voz de la intuición/
La curva del universo/ La fórmula del acaso/
El alcance de la promesa/El salto del deseo
(É o que me interessa, 2008).

Una de los voces con mayor autoridad en la música brasileña contemporánea se presentó en Barcelona el pasado domingo 4 de septiembre en el Parc del Fórum de esta ciudad Mediterránea. Lenine (Recife, 1959) se presentaba en esta ciudad para ofrecer un concierto en el marco del “Día de Brasil”, un evento celebrado desde hace 8 años dedicado a reconocer la presencia brasileña en España. Ahí, frente a unas cinco mil personas –en su mayoría, brasileños-, el músico de Recife (1959), con una ya larga y respetable trayectoria iniciada en 1983, se presentaba acompañado por su banda (tres guitarristas y un baterista), para presentar su último disco (Carbono, 2016), frente a una multitud que aguardaba con impaciencia el rock brasileño elaborado por el músico elogiado desde hace décadas por Caetano Veloso o por María Bethania.

Con el Mediterráneo a sus espaldas, Lenine apareció en el escenario poco después de las ocho de una noche, cuando aún brillaba el sol en el horizonte. El bochornoso atardecer de ese domingo, húmedo y caluroso, propio del período estival de estas tierras gobernadas por las inclemencias del clima marino, no parecía hacer mella en el ánimo de los asistentes. El escenario crepuscular de la ocasión, al ánimo festivo, las expectativas de escuchar las rolas clásicas y el nuevo material del músico brasileño, se combinaban para crear una atmósfera adecuada para la celebración de un ritual cultural centrado en los sonidos, las palabras y la música.

Desde hace más de treinta y tres años, con 13 discos grabados (que incluyen un recopilatorio en 2009, y una sesión en vivo en la serie MTV, de 2006), y con miles de kilómetros recorridos en extenuantes giras por Brasil y Portugal, por Argentina, Chile y Uruguay, en España, Alemania y Holanda, la música de Lenine ha perforado las fronteras entre la samba y el rock, entre el bossa nova y el blues, con una pequeña ayuda de ecos tangueros conosureños y algún extraño sonido de raíces africanas. Como otros compositores en distintos contextos, la obra de Lenine es a la vez un acto de fe y una voluntad de resistencia, una obra macerada a fuego lento entre la tradición y la innovación, una expresión de reiteración y reinvención, de “creación destructiva”. ¿Quién no sabe que la invención es también un acto de demolición?

Hijo de padre comunista y madre católica, el nombre le viene por supuesto del padre (“fui bautizado con fuego”, dice Lenine en una de sus nuevas canciones incluidas en Carbono), el signo en la frente de un mito revolucionario soviético con sonoridades portuguesas, que asemeja la figura de un líder comunista en sandalias, de pelo largo, tocando una guitarra mágica influenciada indistintamente por los Beatles y los Stones, por Pink Floyd y Cat Stevens, por la música de Caetano Veloso y de Elis Regina, las novelas de Rubem Fonseca, la poesía de Vinicius de Moraes y de Luis de Camões, por el ánimo solitario, desasosegado y curioso de Fernando Pessoa.

Baque Solto de 1983 (“Barco suelto”), fue el mascarón de proa con el que Lenine inició su carrera, cuando aún resoplaban en el aire los tambores de la dictadura militar y se iniciaba el largo proceso de democratización de la cultura y la política brasileñas. Lenine fue la voz que surgió discretamente de entre los escombros de la música censurada de Milton Nascimento, de Ellis Regina, de Chico Buarque. Representaba en cierta medida un desafío y un reclamo en un entorno cultural y político en el cual se asfixiaba la tradición festiva, desafiante y contundente de la música urbana de Sao Paulo y de Río de Janeiro, colocando en perspectiva una vitalidad cultural que abría al mismo tiempo cauces y horizontes emocionales y sonoros para una nueva generación de jóvenes brasileños. Tres décadas después de aquella discreta presentación en sociedad, el perfil estético de una obra contenida, que combina el virtuosismo sonoro de guitarras, violines y pianos con la profundidad letrística, estalla en un par de pequeñas obras maestras, pobladas por canciones talladas a mano, reposando en la voz profunda de un cantante comprometido con sus impulsos e imaginación: eso representan es Chão (“Suelo”), lanzado en 2011, y Carbono, su disco más reciente.

¿De qué nos habla el músico de Recife? Del mar, del amor, de los seres extraños que habitan las ciudades, de la resistencia frente a las adversidades, de la malicia y de la maldad, del sonido y la locura. Son la versión musicalizada a ritmo de rock de los “fantasmas hambrientos” que suelen asolar la imaginación literaria, según la feliz expresión de Borges. Con una voz que gobierna firmemente ritmos de letras mezcladas con metal, y una guitarra que conduce con precisión los tonos claros de rock combinados con bajos, baterías y teclados que acompañan la dulzura del idioma portugués, Lenine coloca en perspectiva viejas y nuevas obsesiones que han alimentado en el pasado y presente su imaginación, sus elucubraciones y ansiedades. En Barcelona, la brisa marina recogió sus palabras a lo largo de una veintena de canciones. Un recuento azaroso de la siempre impredecible memoria captó algunas frases sueltas:

El suelo llega cerca del cielo/Cuando levantas la cabeza y te quitas el sombrero, dice en “Chão”.

Amor es materia prima/Es llama/La esencia/La suma/El tema (“Amor es para quien ama”).

Uno es solamente apatía/Otro se dice que es un genio/Ese transpira energía/ Y áquel orina uranio…Ése remuerde sus huesos/ Áquel mastica diamantes (“Seres Extraños”).

Y cuando el mar está bravo/Y cuando ya no doy pie/ No me enfado o me quejo/Y tal como un barco suelto /a salvo del mar revuelto/Vuelo firme a mi camino (“Me doblo pero no me quiebro”).

Hora y media después de iniciado el concierto, Lenine cerraba su actuación celebrando la ciudad, la gente, el sitio, mientras miles de asistentes ovacionaban al grupo. La oportunidad de oír en vivo a una leyenda viviente del rock brasileño se había cristalizado. Exhaustos, bañados en sudor, los músicos agradecían los aplausos, mientras a lo lejos, los barcos surcaban las aguas del Mediterráneo y los aviones el aire húmedo sobrevolaban la noche catalana dirigiéndose hacia El Prat, el aeropuerto de la ciudad. Cumplido el ritual, satisfechas las expectativas, el músico de Recife había cumplido sus palabras: su concierto había significado “un descanso en la locura”.