Wednesday, October 28, 2015

El independentismo político en la sociedad de los codazos

Estación de paso
El independentismo político en la sociedad de los codazos
Adrián Acosta Silva
(Señales de Humo, Radio U. de G., 22 de octubre, 2015.)
Como se sabe, el entusiasmo partidofóbico se ha adueñado desde hace tiempo de ciertas franjas del ánimo público, hasta alcanzar en algunos círculos mediáticos, empresariales y sociales (casi) el estatus de nuevo deporte nacional. Desde el punto de vista de la sociedad política, es un entusiasmo bipolar, pues al mismo tiempo se vota o se castiga discreta pero masivamente a los candidatos de los partidos, mientras por el otro se alaba escandalosamente la emergencia de los candidatos sin partido. Algunos intelectuales y analistas, muchos periodistas y líderes empresariales, y no pocos ciudadanos de a pie, celebran en ocasiones con júbilo la llegada de políticos que no se presentan como tales, que dicen no pertenecer a ninguna organización tradicional y que suelen presentar como prendas de sus almas políticas la probidad, la honestidad o la transparencia, que prometen austeridad y castigo a los corruptos, a los ladrones y a los vende-patrias de oficinas y escaños que antes, durante o después de ellos han ocupado puestos públicos. Esas emociones y arrebatos discursivos, cimentados en razones pantanosas, tan llenos de una retórica simplista pero relativamente eficaz, forman parte irremediable de nuestro espíritu de época. Pero, ¿qué las provoca? ¿cómo explicarlas? ¿de dónde han surgido? ¿qué tan extendidas están?.
No hay respuestas fáciles a estas preguntas difíciles, aunque para muchos de los “independifílicos” las respuestas sean obvias. En realidad, no hay explicaciones contundentes, sólo explicaciones rivales, hipótesis, sospechas, conjeturas, que tienen que ver quizá con lo que pensadores como Enzesberger denominaron hace tiempo como la “expansión de la sub-política”, es decir, la aparición de nuevos comportamientos políticos no partidistas que se desarrollan azarosamente por fuera de las organizaciones partidarias, para luego pasar a formar parte de nuevos partidos o nuevas formas de agregación de intereses (diversificación de grupos de interés o de presión, movimientos, redes, ong´s) que colocan ciertos temas, ideas e intereses en la agenda pública. Para otros intelectuales, como por ejemplo el sociólogo alemán Ulrich Beck (fallecido el primer día del 2015), el súper-individualismo de la sociedades del siglo XXI se significa como el fenómeno que ha desplazado la era de las potentes solidaridades e identidades políticas que surgieron a lo largo del siglo XX, esa era que permitió la edificación del Estado Social junto con el florecimiento del sindicalismo y los grandes partidos políticos de masas, de izquierda y derecha. De acuerdo a estas tesis, la era del individualismo salvaje surgida en el contexto del fin de la guerra fría y de la globalización de capitalismo, ha desplazado a la era de las solidaridades identitarias, gremiales, territoriales, urbanas o rurales.
Si ello es correcto, el fenómeno del individualismo ha llegado al territorio mexicano de la política electoral y de la política-política. Su expresión más clara es el independentismo, esa figura tan ambigua como el populismo, pero que resulta atractiva en el contexto de la crisis de representación política de los partidos, el debilitamiento del Estado, y las difusas contribuciones de la democracia a la mejoría del bienestar y el desarrollo económico de la sociedad. Son individuos que se han despojado (o intentan hacerlo) del “olor a establo” que significa la militancia en los partidos políticos -como refiere con ironía envenenada el propio Enzensberger-, para tratar de cubrirse con el olor a santidad de la sociedad civil. El tránsito de la “sociedad solidaria” a la “sociedad de los codazos” –como las denominó Beck hace un par de décadas- forman el telón de fondo del nuevo discurso independentista en la esfera política, un vago relato en el cual los candidatos y los políticos independientes, real o aparentemente no afiliados a ningún partido ni adscritos a ninguna ideología, representan como ningún otro caso el ascenso de la estrategia de la desideologización de la vida política contemporánea como una vía para legitimar sus propios intereses.
“Vota por un ciudadano, no por un político”, “Ciudadanización de la política”, “Fuera los corruptos”, “No robaré”, forman parte de las frases toda-ocasión que en distintos momentos y circunstancias han utilizado distintos personajes y personajillos de nuestra vida política reciente para tratar de protegerse bajo el amplio y virtuoso manto simbólico de la pureza política independentista. Un probado expriista como “Gobernador independiente” en Nuevo León (el “Bronco”); un orgulloso heredero del neopanismo en la Cámara de Diputados (Clouthier), o un activista social (Kumamoto) en el Congreso de Jalisco, son los rostros públicos de coyuntura de esos impulsos independentistas que se abren paso a codazos entre los espacios dominados tradicionalmente por los partidos. Y ya se sabe: esas figuras no importan tanto por lo que son, sino, sobre todo, por lo que representan.

Friday, October 09, 2015

Universidad de Guadalajara: postalles de historia y política

Estación de paso

Universidad de Guadalajara: postales de historia y política

Adrián Acosta Silva

(Campus-Milenio, 8 de octubre de 2015)

Hace 90 años, el 12 de octubre de 1925, el entonces gobernador de Jalisco, José Guadalupe Zuno, anunciaba en acto solemnísimo celebrado en el Teatro Degollado la reapertura de la Universidad de Guadalajara. El evento simbolizaba el intento político e intelectual más importante de los grupos locales identificados con la corriente hegemónica aglutinada en el conocido “grupo Sonora” para consolidar el triunfo de la Revolución Mexicana en Jalisco. La U. de G. formaba parte de la primera ola de universidades estatales surgidas en el contexto revolucionario, junto con la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (1917), la Universidad de Occidente (1918, antecesora inmediata de la Universidad de Sinaloa), la Universidad del Sureste (1922, antecesora de la de Yucatán), y la Universidad de San Luis Potosí (1923).

Sin embargo, los antecedentes de la U. de G. se remontan al año de 1791, cuando se crea como la “Real y Literaria Universidad de Guadalajara”. Posteriormente, con el movimiento independentista y a lo largo del convulsivo siglo XIX mexicano, la Universidad es clausurada en varias ocasiones, hasta que en 1826, bajo la influencia de los aires liberales y positivistas que inflamaban el espíritu independentista en diversas regiones del nuevo país, fue reemplazada por el Instituto de Ciencias del Estado de Jalisco.

Como ha sido documentado por el historiador David Piñera Ramírez en su libro Las cuestiones clave en la historia de las universidades estatales de México (UABC, 2013), la historia moderna de la U. de G. comienza realmente con su reapertura en 1925, y con los procesos de consolidación y expansión que la llevaron a convertirse no solamente como la segunda universidad más grande y antigua del país, sino como la universidad estatal de mayor influencia en la región occidental y del pacífico norte de todo el país.

Pero esa historia institucional esconde varias historias particulares. Se pueden encontrar por lo menos una historia académico-intelectual, una historia social y una historia política de la universidad. Vistas en su conjunto, esos relatos configuran lo que puede ser llamado con cierta propiedad sociológica como el “poder institucional” universitario, es decir, el conjunto de relaciones que imprimen representación social, sentido práctico y relevancia política a los procesos que se desarrollan a lo largo de los años dentro y fuera de la universidad.

La historia política de la U. de G. implica identificar a los actores, estructuras y procesos que han poblado desde hace nueve décadas la peculiar conformación de su gobernabilidad político-institucional, y los modos políticos de articulación de los intereses internos y externos de la universidad. Una revisión general a esa dimensión política de la U. de G. ayuda a comprender la peculiar complejidad de su propia historia institucional.

La legitimación política de la universidad ocurre a lo largo de las primeras décadas de su refundación, cuando bajo la influencia de las ideas socialistas, en particular del cardenismo, se conforma una estructura de control político-institucional centrada fuertemente en la corporativización de la participación estudiantil. La creación del Frente de Estudiantes Socialistas de Occidente (FESO), en 1934, y su posterior sustitución por la Federación de Estudiantes de Guadalajara (la FEG), en 1948, formarían las bases político-institucionales del poder universitario. Detrás de esas organizaciones hay una matriz de intereses, ideología y política que marcaría para siempre los modos universitarios de “hacer política” en la U. de G.

Pero esa historia estaría incompleta sin hacer referencia al contexto que imprimió sentido a las prácticas políticas universitarias tapatías. El ascenso de una derecha poderosa y beligerante, representada por la creación de la UAG (Universidad Autónoma de Guadalajara), como resultado de una fractura ideológica y política en el año de 1935 ocurrida en el seno de la propia U. de G., así como la influencia de la burocracia eclesiástica local en la vida política jalisciense, y la conformación de un régimen político corporativo y autoritario encabezado por el PRI, son fenómenos que también explican el comportamiento político de la universidad pública local.

Los años sesenta y setenta son claves para entender la actual configuración política universitaria. Son años de violencia y política, ocurridos en el marco de un vigoroso período de expansión y crecimiento institucional. Son los días y los años marcados por la lucha entre la FEG y la FER (Frente Estudiantil Revolucionario) por el control político de la universidad, una historia de crimen, de asesinatos, de violencia y política que aún aguarda para ser contada con precisión y profundidad. Son también los años de la creación de la Liga Comunista 23 de septiembre, las Fuerzas Revolucionarias Armadas del Pueblo (FRAP), y de la Unión del Pueblo, expresiones de izquierda radicalizadas asociadas al FER, y en las que se involucraron activamente varios universitarios tapatíos para oponerse ya no solamente a la FEG sino también el Estado mexicano, luego del movimiento estudiantil de 1968.

Los saldos de esas luchas y conflictos marcarían la entrada de la U. de G. a los años ochenta, en el contexto de la crisis económica y financiera de las universidades públicas estatales. El arreglo histórico de la FEG y de los grupos políticos universitarios con el régimen priista, comenzaba a resquebrajarse rápidamente. La aparición de nuevas expresiones políticas de izquierda (principalmente la representada por el PSUM, a principios de esa década, y posteriormente por el Frente Democrático Nacional, en 1987, hasta llegar al PRD), transformaron el entorno político nacional y local universitario.

Pero la vida actual de la universidad no puede comprenderse sin el impacto de la reforma emprendida entre 1989 y 1994 por el entonces rector Raúl Padilla López, un personaje político clave no solamente para la U. de G. sino para el configuración de la clase política jalisciense surgida en los años de la transición, de la alternancia política y el cambio en la entidad. Esa historia reciente, coincidente con el predominio del largo período panista en la entidad (1994-2012), está en el centro de la celebración de los primeros noventa años de la U. de G. Pero es una historia que ya abordaremos en una próxima ocasión.