Friday, July 19, 2019

Dylan en tiempos de Kiss



Dylan en tiempos de Kiss
Adrián Acosta Silva
(Nexos en línea, 19/07/2019)
https://musica.nexos.com.mx/2019/07/19/dylan-en-tiempos-de-kiss/

Netflix acaba de lanzar en su plataforma un nuevo documental de Martin Scorsese sobre Bob Dylan. Rolling Thunder Revue (2019) reafirma, por si necesitara, que buena parte de la estética sentimental del director se nutre del blues y del rock de los años sesenta y setenta. Luego de trabajar como asistente en la edición de documental emblemático de Woodstock (1970), sus obras posteriores sobre el género confirmaron que desde muy joven su alma ya estaba irremediablemente envenenada por los sonidos y letras del rock. The Last Waltz (1978), sobre el último concierto de The Band; The Blues: Feel Like Going Home (2003), sobre los y las cantantes clásicos del género; No Direction Home (2005), sobre la vida de Dylan; Shine a Light (2008), sobre los Rollling Stones; George Harrison: Living in the Material World (2011), sobre el más discreto de los integrantes de los Beatles, constituyen algunos de los homenajes de Scorsese a las trayectorias de la música y los músicos que gravitan en la estética sonora, fílmica y visual del director neoyorquino.
Rolling Thunder Revue rescata un momento específico de la trayectoria de Dylan, situado en la gira del mismo nombre que se desarrolló entre 1975 y 1976. Ahí, un Dylan ya treintañero decidió emprender una ruta de presentaciones por la costa norte y el medio oeste de los Estados Unidos, asemejando literalmente un circo ambulante que realizaba paradas y presentaciones en pequeños pueblos, en auditorios donde cabían pocos espectadores. Metidos en una casa rodante conducida por él mismo, Dylan y su banda recorren por carreteras interestatales la geografía de la América profunda, rural y urbana, adaptando sus canciones a públicos diferentes, asombrados por el espectáculo de músicos ruidosos, pintarrajeados y disfrazados, ejecutando versiones distintas de las rolas clásicas de los años sesenta (Mr. Tambourine Man, A Hard a Rain´s A-Gonna Fall, It Takes a lot to Laugh, it Takes a Train to Cry, Blowin´in the Wind), con canciones (Hurricane, Isis, One More Cup of Coffee) que para ese momento habían aparecido en uno de los discos quizá menos valorados en la larga trayectoria de Dylan y sus cómplices de ocasión: Desire (1975).
La ejecución de Dylan y su banda es sin duda el núcleo del documental de Scorsese. Pero la descripción del contexto de ese momento a través de la incorporación de personajes que hicieron posible la gira es interesante. Los puntos de vista del empresario que arregla contratos y financia el proyecto; el papel de los propios músicos en la distribución de volantes de promoción de las presentaciones en los pueblos; las impresiones y recuerdos de Dylan, el viejo, sobre aquella gira protagonizada por Dylan, el joven; la manera en que poetas y cineastas como Allen Ginsberg o Sam Shepard participaron en la gira; la incorporación en distintos momentos de cantantes como Joan Baez o Joni Mitchell: o la aparición breve y deslumbrante de una jovencísima Sharon Stone portando una camiseta de Kiss (eran el grupo del momento, qué le vamos a hacer) frente a un curioso Dylan, configuran un extraordinario material fílmico sobre una de las etapas menos conocidas del músico de Minnessota.
El violín potente y triste ejecutado por Scarlet Rivera, guitarras eléctricas (Jack Elliot, T-Bone Burnett), mandolinas, bajos (David Mansfield), y batería (Rob Stoner), acompañan las largas y a veces improvisadas narrativas de Dylan con su guitarra y armónica. Canciones fabricadas como pequeñas historias cantadas, hechas a retazos de estrofas alucinantes y verbos audaces, de oraciones fabricadas con ocurrencias, frases incomprensibles y épicas mundanas, relatos inconexos que mezclan imágenes poéticas con notas de periódicos, metáforas, intuiciones geniales, impulsos verbales que imprimen cadencias afortunadas e inesperadas al sonido y las palabras que habitan el corazón profundo del reino del oxímoron que gobierna desde siempre la imaginación del hombre que, para definirse, solía citar de memoria a Rimbaud con aquello de que “Yo soy el otro”.
Parte del espíritu de la época se cuela en la atmósfera cultural de esos años de la alquimia dylaniana de folck/blues/rock. La reconstrucción del momento a través del rescate y edición del material fílmico disponible es notable, tanto por la calidad misma del trabajo casi artesanal de Scorsese como por la cuidadosa selección de entrevistas, flashbacks, reuniones, ensayos, impresiones, que configuran una mirada a la vez fresca y contemporánea de una época cuyos espectadores, protagonistas y actores principales van desapareciendo poco a poco. Palabras, sonidos, recuerdos, nostalgia, olvido, memoria, optimismo y desilusión forman parte del desfile de las emociones que suscita la obra de Scorsese. Pero es Dylan el mago, el predicador, el payaso, el acróbata sonoro y verbal, el que captura las representaciones de aquellas emociones. Es el Dylan elástico y flexible que ha sobrevivido a giras extenuantes, discos heterogéneos, críticas feroces y premios polémicos.
Para un músico que acostumbraba escribir sus canciones en moteles, trenes, coches y carreteras, el circo era la extensión natural de sus inspiraciones. Rollin Thunder siginificaba en realidad la oportunidad de ensayar una vez más la curiosidad fugitiva y nómada de un Dylan harto con la fama y las etiquetas adquiridas en los años sesenta. El retrato de Scorsese es, más que un relato litúrgico sobre el mito y la leyenda, una exploración sin pretensiones ni adornos sobre los varios Dylans que coexisten contradictoriamente bajo las extrañas máscaras del hombre de la pandereta.

Thursday, July 18, 2019

Un asunto de Estado

Estación de paso
Un asunto de Estado: la Universidad de la Seguridad Pública
Adrián Acosta Silva
(Campus-Milenio, 18/07/2019)
En el contexto de las movilizaciones de miembros de la Policía Federal en protesta por su posible incorporación a la Guardia Nacional ocurridas hace un par de semanas, un discreto tema educativo salió a relucir entre las postales del conflicto. De acuerdo a una escueta nota de El Universal (08/07/2019), la formación y capacitación del personal del nuevo órgano de seguridad federal se hará mediante la creación de la “Universidad de la Seguridad Pública”. Según la nota publicada, “el Consejo Nacional de Seguridad Pública…instruyó a la Policía Federal que entregue las academias regionales de seguridad pública del Estado de México, Nuevo León, Sinaloa, Michoacán y Veracruz para poner en marcha la Universidad de la Seguridad Pública”.
La noticia indica la construcción de un nuevo espacio institucional de formación en las siempre delicadas tareas de inteligencia y seguridad pública nacional. Hasta ahora, esas tareas descansaban, a nivel federal, en las mencionadas Academias, y a nivel local en las Academias de Policías municipales y estatales que existen desde hace mucho tiempo en las entidades federativas. Pero la experiencia de formación más importante para esas áreas se desarrolla en la Universidad del Ejército y la Fuerza Aérea Mexicana (UDEFAM), creada en el año 1975, y que forma parte del Sistema Educativo Universidad Militar Mexicano (SEMM). Ahí se forman soldados y generales, especializados en carreras como médico militar, abogados o ingenieros militares.
Según su documentación pública, en la UDEFAM se reconocen cuatro categorías militares (Generales, Jefes, Oficiales y Tropa), y el acceso a esos puestos depende, entre otras cosas, del grado de escolaridad obtenido en el SEMM. Ubicada como parte de la organización de la Secretaría de la Defensa Nacional, la UDEFAM tiene una jerarquía rígida, propia de la función y principios de la milicia. El ingreso es altamente selectivo, y se distribuye en una red de Colegios (Colegio del Aire, por ejemplo), Escuelas (Escuela Médico Militar, Escuela Superior de Guerra), Centros de Estudios (Escuela Militar de Inteligencia), y Unidades-Escuela (Escuela Militar de Ingenieros de Combate, Escuela Militar de Artillería). Según los datos disponibles (ANUIES), para el ciclo 2016-2017 la matrícula de licenciatura en las carreras militares era de 2 964 estudiantes, y en posgrado de 509.
La experiencia tanto de la UDEFAM como de las Academias Regionales de Seguridad Pública Federal, y las Academias estatales y municipales de formación profesional han sido muy poco estudiadas. Tampoco se sabe mucho de la experiencia de la Gendarmería Nacional, proyecto del gobierno de Peña Nieto, que ha pasado prácticamente desapercibida en esta transición entre los cuerpos de seguridad pública federal. Por su propia naturaleza, esos espacios formativos forman parte de las áreas de reserva del Estado mexicano, de competencia exclusiva de los órganos militares y policiacos encargados de la soberanía y la seguridad nacional. Ello no obstante, sería importante conocer cuál será la organización y las políticas de formación de la anunciada Universidad de la Seguridad Pública (USP) pues lo poco que se sabe de ese proyecto es que dependerá del Consejo Nacional de Seguridad Pública, y no de la SEDENA.
La nueva institución no aparece contemplada en el Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024. Tampoco fue mencionada durante la campaña electoral de AMLO. Muy probablemente, su formulación ocurrió en el proceso de discusión y debate sobre la creación de la Guardia Nacional. Sin embargo, se trata de una propuesta relevante, pues introduce una dimensión clave en la estructuración presente y futura de la nueva fuerza de seguridad federal: el proceso de formación de una organización que se pretende obedezca a criterios de disciplina castrense, bajo la operación y jerarquías establecidas por mandos militares. La pregunta obligada es: ¿qué papel jugará la experiencia de la UDEFAM en este proceso? ¿La nueva USP formará parte del Sistema Educativo Militar? ¿Supone la desaparición no solo de las academias de seguridad pública federales, sino también de las estatales y municipales?
En cualquier caso, la dimensión instrumental, educativa y formativa de la flamante Guardia Nacional no es un asunto menor. Dado el enorme esfuerzo político y las altas expectativas colocadas por el oficialismo en este proyecto para combatir la inseguridad y la violencia en el país, el trabajo de diseño de objetivos, funciones, organización, implementación y supervisión de la USP es un asunto de Estado. Ello significa que no se trata solamente de armas, uniformes y cascos, o de tanques y helicópteros, ni de incorporar a miles de individuos en las tareas de combatir la expansión del crimen organizado, de contener la migración centroamericana o de intervenir de manera permanente en la vigilancia de la seguridad pública en muchas ciudades y regiones de los distintos territorios republicanos. La USP es la apuesta institucional por controlar el proceso profesional y técnico, ético y pedagógico, de la nueva fuerza de seguridad pública nacional.


Thursday, July 04, 2019

La dictadura de los indicadores

Estación de paso

La dictadura de los indicadores

Adrián Acosta Silva

(Campus-Milenio, 04/07/2019)

La velocidad de la ola expansiva de la educación superior en el mundo trajo consigo la multiplicación de organismos, programas y agencias públicas y privadas dedicadas a registrar, analizar, comparar los datos de la multiplicación de sus demandas y ofertas. Como nunca antes, la métrica del crecimiento se colocó en el centro de los relatos de las políticas públicas como instrumento de evaluación de la calidad, la asignación del presupuesto público, la acreditación institucional, la vinculación con el entorno, la empleabilidad de los egresados, o el análisis del perfil del profesorado. Esa ruta larga acumula numerosas experiencias y perspectivas. Hoy, no hay uno sola forma de medir el crecimiento o la calidad del desempeño de las instituciones de educación superior; sin embargo, sí hay un conjunto de indicadores que conforman el mínimo común de los ejercicios métricos.

Grado de habilitación del profesorado, costo por alumno, impacto de las publicaciones universitarias, número, diversidad y nivel de los programas acreditados y certificados, actividades e impactos de la investigación científica, tecnológica o humanística, grado de internacionalización, tipo de instituciones de educación superior, destino de los egresados en los mercados laborales, percepción de los empleadores, forman parte de la batería de variables comunes que articulan la gestión de las instituciones y sistemas terciarios.

Hay diferencias notables en la medición de variables e indicadores de las instituciones del sector público y privado. Mientras que la lógica de las IES particulares está orientada claramente a la búsqueda de nuevos clientes y mercados educacionales, mediante el incremento de la visibilidad, el prestigio o reputación de las ofertas privadas, en el caso del sector público los indicadores están orientados por la lógica del financiamiento público y el fortalecimiento de la eficacia social, política y académica de las IES públicas.

Estas lógicas explican las tensiones y contradicciones que habitan los diferentes comportamientos institucionales de la educación superior. Al colocar por delante la búsqueda de indicadores, tasas o índices, las organizaciones educativas alinean frecuentemente sus acciones a la acumulación de información adecuada al logro del indicador. Y ello trae consigo efectos perversos. Uno de ellos, relevante por sí mismo, es el tema de la eficiencia terminal de los estudiantes de pregrado y posgrado. La disminución de los indicadores de reprobación, rezago o abandonos ha llevado a prácticas que aceleren el tránsito y titulación de los estudiantes. Las formas tradicionales de la formación pausada de aprendizajes, habilidades y destrezas técnicas, disciplinarias e intelectuales de los estudiantes, ha sido desplazada por la urgencia de los datos que mejoren el indicador.

El fenómeno del fast-learning se ha adueñado de los campus universitarios. La experiencia del slow-learning interactivo, contextualizado, está en tensión continua con la presión de evaluaciones rápidas, titulaciones al vapor, laxitud de los procesos formativos, que frecuentemente son prácticas asociadas al logro del indicador correspondiente. Más que el proceso se privilegia el resultado. En un mundo gobernado por indicadores, la educación superior experimenta la presión de la velocidad de resultados frente a la tradición de la importancia de los procesos formativos.

El ejemplo revela varias cosas. Los aprendizajes rápidos implican el supuesto de la homogeneidad de los profesores, estudiantes y programas, lo que explica la estandarización de los sistemas métricos. Los aprendizajes lentos, por el contrario, tienen el supuesto de la heterogeneidad social e institucional de la educación superior, que implican diferenciación, énfasis formativos y contextuales distintos. La explicación de la velocidad en la configuración de los mercados educacionales está asociada a la industrialización de la educación terciaria, y su fase superior es el capitalismo académico, este “modo de producción” que exige logros, indicadores de éxito, índices de productividad académica.

Pero las reservas con el uso de los indicadores no oculta el hecho de su importancia y utilidad como referentes de la acción institucional. Ayudan a comprender, mejorar, comparar comportamientos, definir acciones y políticas. Lo que es intelectual y políticamente relevante es revisar la calidad de los indicadores, su pertinencia para saber si se está en la ruta correcta, su consistencia para conocer a profundidad las relaciones causales entre los problemas, los factores que influyen en la formación de los mismos, así como en los efectos de los programas y decisiones institucionales instrumentadas para enfrentarlos.

Luego de varios años de lidiar con la “revolución de los indicadores”, parecería necesario revisar las métricas del desempeño de la educación superior mexicana. La legitimidad de su uso requiere asociarlos a su eficacia para resolver problemas institucionales, no para convertirse en parte de la burocratización de la acción universitaria. Hay que evitar que la dictadura de los indicadores se convierta en un fin en sí mismo, como horizonte y pensamiento único de las prácticas de gestión en las universidades.