Wednesday, May 25, 2022

Nueva poesía obradoriana

Nueva poesía obradoriana Adrián Acosta Silva Las evidencias lo demuestran: el presidente López Obrador es un convencido de que la política es la continuación de la guerra por otros medios. Probablemente esa convicción está inspirada en la célebre frase de Clausewitz, aunque claramente invirtiendo los términos del enunciado en De la guerra, publicado originalmente en 1832. A pesar de que AMLO se considera a sí mismo como un pacifista y un liberal, es un político que todos los días practica rounds de sol y de sombra con sus “adversarios”, a los que, sin embargo, nunca considera como “enemigos”, aunque en los hechos los (mal)trate como tales. Hombre de acción y de palabras, el presidente combina la provocación y la exaltación entre sus simpatizantes y adversarios. Acostumbrado a mandar más que a obedecer, López Obrador aprecia más el riesgo que la cautela, el empujón verbal más que la prudencia política. Su lenguaje público revela ese lado áspero, injurioso, bravucón. En junio de 2018, Gabriel Zaid publicó un artículo tiulado “AMLO poeta”. Era un muestrario del florido lenguaje del entonces candidato a la presidencia de la república para referirse a sus adversarios, un lenguaje construido pacientemente a lo largo de su zigzageante trayectoria política, pero afilado con esmero desde los años posteriores a las elecciones de 2006, en las que perdió la elección presidencial contra el panista Felipe Calderón. Escribió Zaid: “Las personas que insultan suelen tener un repertorio limitado y repetitivo. No AMLO. Es un artista del insulto, del desprecio, de la descalificación. Su creatividad en el uso de adjetivos, apodos y latigazos de lexicógrafo llama la atención: Achichincle, alcahuete, aprendiz de carterista, arrogante, blanquito, calumniador, camajanes, canallín, chachalaca, cínico, conservador, corruptos, corruptazo, deshonesto, desvergonzado, espurio, farsante, fichita, fifí, fracaso, fresa, gacetillero vendido, hablantín, hampones, hipócritas, huachicolero, ingratos, intolerante, ladrón, lambiscones, machuchón, mafiosillo, maiceado, majadero, malandrín, malandro, maleante, malhechor, mañoso, mapachada de angora, matraquero, me da risa, megacorrupto, mentirosillo, minoría rapaz, mirona profesional, monarca de moronga azul, mugre, ñoño, obnubilado, oportunista, paleros, pandilla de rufianes, parte del bandidaje, payaso de las cachetadas, pelele, pequeño faraón acomplejado, perversos, pillo, piltrafa moral, pirrurris, politiquero demagogo, ponzoñoso, ratero, reaccionario de abolengo, represor, reverendo ladrón, riquín, risa postiza, salinista, señoritingo, sepulcro blanqueado, simulador, siniestro, tapadera, tecnócratas neoporfiristas, ternurita, títere, traficante de influencias, traidorzuelo, vulgar, zopilote.”(https://vlex.com.mx/vid/gabriel-zaid-amlo-poeta-729681913) Como ya se sabe que su pecho no es bodega, cuatro años después de publicado aquel texto de Zaid, habría que sumar nuevas palabras a la prosa y a la poesía del nutrido diccionario politico de AMLO para referirse a todo lo que no le gusta, le incomoda, o no comprende. Ya se sabe, desde sus ya lejanos tiempos como jefe de gobierno de la CDMX (2000-2006), que lo suyo es la pontificación, el sermón, la amenaza, el sarcasmo, no la discusión ni el debate, menos la conversación pública. AMLO no dialoga, monologa. Negocia según sus propios intereses y reglas. La imagen del presidente de la república es similar al de John Vincent Moon, el marxista irlandés que protagoniza una de las Ficciones de Jorge Luis Borges (“La forma de la espada”): un personaje que no discute, sino que “dictamina con desdén y cierta cólera”. “Aspirantes a fifís, traidores, apátridas, no somos iguales, reaccionarios, doble cara, chantajistas, que no me vengan a mi con el cuento de que la ley es la ley, panistas disfrazados, derechistas de clóset, aspiracionistas, el que se aflige se afloja, enemigos del pueblo, explotadores, usureros, ahora resulta, con todo respeto, saqueadores de la nación, estamos blindados contra la traición, oligarcas, vendepatrias, aguas puercas, se derechizó, chicanadas, época de mentiras, traición a la patria es cárcel, ya basta de hipocresías, cacicazgos políticos, se rayó, finísima persona, lo que no suena lógico suena metálico, tiburones, malos mexicanos, técnicos muy echados a perder, que se vayan con su cuento a otro lado, cuidamos a los integrantes de las bandas, son humanos, nosotros no somos hipócritas, élites racistas y retrógradas, al carajo”. Pero no todo son palabras. También hay imágenes grotescas, coloreadas de humor involuntario, que acompañan la abundante prosa obradoriana de estos años de polarizaciónes y pleitos verbales. Como la ofrecida en la conferencia matutina del lunes 18 de abril, un día después de la derrota de su inciativa de reforma eléctrica en la cámara de diputados. Luego de calificar a la oposición de “grupo de traidores”, afirmó que él “aplaudía la valentía” de los diputados que apoyaron su proyecto de reforma. Acto seguido, aplaudió frente a las cámaras y periodistas como “reconocimiento” a los diputados que votaron por su proyecto. Fue un aplauso solitario y largo, un pausado clap-clap presidencial. En realidad, era el espectáculo de un aplauso para sí mismo, solicitado, ejecutado y celebrado por él mismo, como el reflejo de la imagen de un espejo en un cuarto vacío. La imagen no es sólo una anécdota de los años del obradorismo. Es una postal familiarizada con otras transiciones políticas, animadas por distintas voces y épocas. El retrato vivo de las imágenes y crujidos de la transición de una democracia frágil hacia un populismo autoritario, construido sobre las bases de un sistema de prácticas autocráticas: desprecio de la ley, descalificación de los críticos, desconfianza hacia las elites y sectores medios, adoración permanente de la imagen impoluta del pueblo y sus representaciones. El lenguaje obradorista se radicaliza y endurece. La campaña de criminalización de los diputados opositores a la reforma eléctrica, o la iniciativa para la desaparición del INE, son vueltas de tuerca en las tareas de demolición de la democracia representativa construida penosamente a lo largo de tres décadas, con todo y sus insuficiencias, contradicciones y déficits. “Traición a la patria” es un lema que despide un claro tufillo decimonónico pero que viene como anillo al dedo del imaginario político del obradorismo en pleno siglo XXI, un imaginario que no sólo inspira la retórica furiosa de las creencias de la 4T, sino que guía prácticas amenazadoras que destilan ácido sobre las siempre delicadas hechuras de la política, sus actores e instituciones.

Thursday, May 19, 2022

Serrat: la música como patria

Estación de paso Serrat: la música como patria Adrián Acosta Silva (Campus-Milenio, 19/05/2022) https://suplementocampus.com/serrat-la-musica-como-patria/ La música forma parte de la educación sentimental de todas las generaciones. El tipo, los autores e intérpretes, por supuesto, varían considerablemente. Pero en todos los casos, la estética de los sonidos constituye una patria –“un país”, diría Robert Walser-, cuyas fronteras son imprecisas pero que contiene identidades, memorias, afinidades electivas, afectos, ilusiones. La música suele ser el territorio de una patria a la vez melancólica y nostálgica. Esa metáfora aplica bien con la música de Joan Manuel Serrat. Debo confesar que comencé a escuchar con atención sus canciones de manera relativamente tardía, a finales de los años setenta, en Guadalajara. A los 18 años, lo mío eran Grand Funk Railroad y Cat Stevens, Three Dog Night y The Doors, Bob Dylan y Bruce Springsteen, Santana y Joe Cocker, The Band y Blind Faith, Neil Young y Chicago (sus primeros tres discos, desde luego). También entraban en el menú de mis consumos musicales habituales Javier Solís y Pedro Infante, Pepe Jara y los Hermanos Martínez Gil, Daniel Santos y Celio González. Ya se sabe: las afinidades sonoras son extrañas hechuras de herencias familiares, influencias de amigos, efectos difusos de las misteriosas fuerzas del azar. En realidad, descubrí a Serrat por la invitación de un amigo de la prepa de la U de G, algún viernes de un caluroso verano de 1977. Lo había escuchando con ciertas reservas porque era parte del soundtrack de la época, que escuchaban habitualmente estudiantes universitarios de escuelas privadas como el ITESO, donde Serrat era casi parte de los cursos regulares de la instrucción jesuíta. Eso me alejaba un poco del interés por sus canciones. Pero ese verano del 77, luego de tomarnos varias cervezas afuera de la prepa 5, mi amigo me convenció de ir a la presentación que Serrat ofrecía ese día en el teatro Degollado en el centro de Guadalajara. No teníamos boletos, pero él lo resolvió como se suelen resolver estas cosas: con un arrebato de temeridad. Llegamos al teatro a la mitad del concierto, merodeamos un poco en los alrededores, y en un descuido de los vigilantes nos colamos a las gradas superiores del lugar. Desde ahí escuchamos Penélope, Señora, Mediterráneo, Cantares. 45 años después de ese episodio anecdótico, volví a un concierto de Serrat, ofrecido como parte de su gira de despedida El vicio de cantar. A lo largo de esas cuatro décadas me interesé mucho en los discos de Serrat, y descubrí a través de ellos los misterios de la poesía de Antonio Machado y Miguel Hernández, la prosa delicada sobre personajes ficticios e historias verdaderas, el peso de las imágenes y las fantasías, la dulzura de los arreglos musicales dominados por la melancolía de violines, pianos, violoncellos, la oscura profundidad del sax, el poder de una batería discreta para acentuar ritmos y letras de las canciones. La noche del 12 de mayo en el auditorio metropolitano universitario (el “Telmex”), en Zapopan, Serrat aparecía en escena. A sus 78 años luce rejuvenecido, entusiasmado, contento. Bromea, baila, se da tiempo para conversar con el público, hace pequeñas confesiones sobre su vida y canciones. Acompañado por siete músicos, el catalán nacido en el barrio obrero de Poble Sec, en las faldas del Montjuic, en Barcelona, narra historias protagonizadas por paisajes, personajes y emociones. La música y las letras de las canciones que Serrat ha compuesto a lo largo de más de medio siglo forman un libro lleno de viñetas, poesía y prosa, con algunas páginas en blanco y muchos signos de interrogación, notas de pie de página, frases tachadas, epígrafes, paréntesis, insinuaciones. Serrat reúne tres cualidades extrañas en los cantantes contemporáneos: sobriedad, elegancia y buen humor. Disfruta ejecutando sus canciones, se dirige con afecto a sus músicos, agradece los aplausos y piropos de mujeres, hombres y “regulares”, como él mismo dice para evitarse pleitos de género y la retahíla de las acusaciones discriminatorias tan de moda. Esos rasgos definen las letras y los arreglos de sus canciones. Las canas y arrugas que exhibe son marcas vitales que humanizan a su portador, una tendencia extraña en tiempos dominados por el botox, las cirujías plásticas, el culto a la juventud, la rebeldía contra el envejecimiento. Dale que dale, Señora, Lucía, Los recuerdos, Romance de Curro el Palmo, Penélope, Mediterráneo, Aquellas pequeñas cosas, Pare, Las nanas de la cebolla, Para la libertad, Fiesta. Canciones insignia de la larga trayectoria serratiana, son también el mapa de un territorio poblado por experiencias políticas como la represión franquista y el exilio en México, la transición democrática española, los pleitos entre independentistas e unionistas que han fracturado amistades y familias en Barcelona. Entre naufragios, tormentas y exilios, Serrat es una voz reconocible en medio del estruendo. Quizá por ello, el poeta catalán Joan Margarit (1938-2021) le dedicó uno de sus poemas a Serrat (Mala mar), sobre marineros que buscan refugios en noches de tormenta: “Que mal tiempo la noche de los sábados/ cuántos mercantes que, con mala mar/ en su mirada, intentan refugiarse/ siempre en el mismo puerto. Ay de ti/ si nunca, en los ojos de tu amor/ has visto la sonrisa de una puta”. El tren nocturno de Serrat se resiste al óxido y a las rutinas. Conserva la fuerza original, auque a veces palidezca con el clima cambiante de los tiempos. “Ser viejo es una especie de posguerra”, escribió el propio Margarit. Y Serrat ha entrado en esa zona donde ya no se puede planear nada a largo plazo. Un posible epígrafe de los conciertos de despedida de Serrat también podría ser otro obsequio del poeta: “Los recuerdos son botes de gases venenosos/abandonados en antiguos campos/ de batalla cubiertos por las flores” (Preguntar). La música es una patria cubierta de tumbas y flores, de fantasmas y cenizas. Y durante más de dos horas, Serrat nos llevó a miles de asistentes al concierto por una travesía fluvial a lo largo de esos campos imaginarios.

Thursday, May 05, 2022

Educación y violencia

Estación de paso Educación y violencia Adrián Acosta Silva (Campus Milenio, 05/05/2022) https://suplementocampus.com/educacion-y-violencia/ Buena parte de los estudios sobre las relaciones entre educación y sociedad se sustentan en una tesis básica: a mayor nivel de escolaridad de una población corresponde una mejor calidad de vida. Esto significa que tener una población mayor y mejor educada disminuye potencialmente los indíces de violencia, inseguridad y conflicto, y mejora la cooperación, la confianza y la cohesión social. Esta tesis alimenta muchas teorías y enfoques sobre las bondades de la educación contemporánea, algunas mas claras y rigurosas que otras. La teoría del capital humano, por ejemplo, fue la base de las políticas de expansión acelerada de la escolaridad básica y superior bajo el supuesto de que el cambio tecnológico y la productividad económica requieren de individuos más calificados, es decir, con mayor capital escolar. La teoría de la modernización, por otro lado, atribuyó a la educación el incremento de la movilidad social ascendente, la democratización política y el desarrollo económico. Durante el último tercio del siglo XX, la educación fue vista como el mecanismo central para la recuperación de las crisis económicas, y desde el inicio del presente siglo la educación es considerada como una estrategia para alcanzar los objetivos del desarrollo sostenible formulados por la ONU para enfrentar la incertidumbre de los tiempos que corren y mejorar la construcción de futuros más optimistas para las sociedades nacionales. Sin embargo, una serie de paradojas han oscurecido la confianza en las capacidades cohesivas, cooperativas y económicas de la educación moderna. A pesar de la formidable expansión educativa observada en todo el mundo durante la segunda mitad del siglo pasado y las primeras dos décadas del presente, el estancamiento económico, el debilitamiento de las democracias, las brechas de desigualdad social y los índices de violencia e inseguridad han crecido de manera espectacular. El caso mexicano resulta representativo de los problemas que enfrenta la educación en entornos que no favorecen sino que debilitan las contribuciones de la educación al desarrollo de las sociedades locales. En nuestro caso, la paradoja observada en las últimas décadas es que a mayor escolaridad de la población se diminuyen las posibilidades de movilidad social ascendente y se incrementan los índices de violencia, pobreza e inseguridad. Los feminicidos, el narcotráfico, las desaparaciones y secuestros han crecido de manera constante desde 2006, a pesar de que la población en general pasó de tener de 8.2 a 9.6 años de escolaridad promedio durante este período. Pero estos datos generales impiden apreciar con precisión sociológica (y no solo estadística) el peso que estas relaciones guardan en territorios y poblaciones específicas, y cómo se relacionan con factores extra-escolares. Una de las cuestiones básicas es determinar cuál es el perfil de los feminicidas, los secuestradores, los narcotráficantes que integran las delincuencias organizadas y no organizadas. Muchos políticos, funcionarios, empresarios, directivos y no pocos ciudadanos creen que ese perfil es el de hombres con poca o nula escolaridad, que provienen de familias desintegradas, sumidas en estados de pobreza intergeneracional, que les gusta el dinero fácil, y no tienen ningún escrúpulo moral o ético para dedicarse a las actividades delictivas. Por ello, la solución es proporcionar becas públicas o privadas a niños y jóvenes en situación de pobreza, campañas para resaltar las bondades de la integración familiar y de amor al prójimo, impulsar eslógans, cursos y talleres de valores, o inducir actividades de participación y solidaridad social. Esa retórica bienintencionada se alimenta de mitos, ignorancia y fe, más que de información y conocimiento preciso sobre las relaciones entre educación y violencia. Sonora, Sinaloa o Baja California son entidades donde el acceso a la educación superior supera la media nacional, y, sin embargo, son lugares en que la violencia se ha generalizado en poblaciones como Ciudad Obregón, Culiacán o Ensenada. En Jalisco o en Zacatecas, con tasas de acceso menores a la media nacional, la violencia también se ha generalizado en poblaciones urbanizadas como Guadalajara o semirurales como Fresnillo. ¿Qué explica esa situación en contextos regionales diferentes? ¿Quiénes son los delincuentes? ¿Cuáles son los itinerarios vitales que los conducen a las actividades criminales? Los clichés de que son enfrentamientos por la disputa entre cárteles del narco no explican mucho. Suponer que esas bandas son integradas por muchachos pertenecientes al lumpenproletariado o a los nuevos olvidados del sistema educativo, la política y la economía, es una creencia que requiere de evidencias que ahora no tenemos. Quizá en las cárceles sea posible tener una visión más precisa de estos segmentos para identificar los componentes del perfil de esa criminalidad que se expande a la sombra de la escolarización del país. El asunto vás más allá de un ejercicio académico. La pedagogía de las violencias tiene múltiples dimensiones y tipos: verbal,simbólica, homicida. La escuela es el espacio donde la pedagogía de la tolerancia se opone a las prácticas de violencia. La contiene, la encausa, la racionaliza. Y sin embargo, los comportamientos violentos también ocurren en las escuelas desde el nivel básico hasta el universitario y en sus entornos sociales y familiares. Hoy, la escuela es un espacio vulnerable e incapaz por si mismo para contener las tendencias depredadoras que observamos desde hace muchos años en el país. Examinar ese fenómeno, sus raíces causales y estructuras, es un ejercicio político y de políticas públicas, orientado a reconstruir el tejido educativo básico para enfrentar los comportamientos anómicos que alimentan el ciclo de violencia e inseguridad que debilita la política, la economía y la moral pública de la vida social.