Wednesday, June 23, 2010

Monsiváis




Estación de paso
Monsiváis
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 24 de junio de 2010.

La muerte de Carlos Monsiváis suscitó una predecible y abrumadora ola de reacciones en torno a la importancia de sus obras, su figura, sus aportaciones a nuestra vida pública, sus compromisos políticos, ideológicos, su carácter de crítico y observador calificado. Más allá de las filias, las fobias o las indiferencias que pudiera atraer el gran escritor mexicano, el hecho coloca en el mostrador el papel de los intelectuales en la vida pública, su función crítica, sus silencios, sus ambigüedades, sus limitaciones.
El caso de Monsiváis es paradigmático para el caso mexicano. Ubicuo, prolífico y complejo, el personaje que era o representaba fue múltiple y en muchos casos único. Activista, crítico, escritor, notario, simpatizante, escéptico, creyente, ambiguo, panfletario, agnóstico, elitista, populista, memorioso, peleonero, jacobino, ultra, conservador, políticamente correcto o incorrecto según el caso y los actores, progresista, narrador formidable, prosista inigualable, izquierdoso, insidioso, irónico. Mordaz, sarcástico, desmesurado, intelectualmente promiscuo, hombre público, miembro destacadísimo del star-system de la opinocracia y de la inteligentsia mexicana, promotor cultural, poeta discreto, lector insaciable, mirón incansable, coleccionista incurable de objetos, máscaras, gatos, libros, periódicos y revistas.
Incómodo en los homenajes, reacio a los cocteles y agasajos que son tan frecuentes en el medio intelectual y cultural, Monsiváis representa la figura del librepensador de los años de las crisis económicas, sociales y políticas del México contemporáneo, el testigo y narrador privilegiado de una época gris, conflictiva y convulsiva. Militante de distintas cofradías, observador y crítico de otras, indiferente ante muchas más, el autor de Días de guardar conjugó la tradición libresca de la intelectualidad mexicana del siglo XIX y la primera mitad del XX con la pasión militante sobre los asuntos de coyuntura y la observación acuciosa de las prácticas populares, masivas, vistas con anteojos inspirados en el estilo desenfadado y anti-académico del nuevo periodismo norteamericano de Tom Wolfe o Norman Mailer, y con la agudeza clásica de Oscar Wilde o de Woody Allen. Observador, cronista e intérprete al mismo tiempo, Monsiváis proporcionó a varias generaciones de lectores y escritores un estilo único de narración, cercano y lejano al mismo tiempo de los hechos que observaba desde la calle, desde los periódicos, desde la televisión o el cine, en los últimos años de internet.
La abrumadora presencia del autor de Apocalipstick o de Pedro Infante. Las Leyes del Querer, en prácticamente todos los medios de comunicación locales y nacionales, la importancia de sus observaciones, de sus críticas o de sus elogios, lo hicieron referente obligado de la discusión pública pero también objeto permanente del chismorreo privado. Su enorme capacidad de relacionar dichos o hechos con referencias literarias, bíblicas o académicas produjo cantidades masivas de ocurrencias en forma de frases envenenadas, aforismos, revelaciones, preguntas sin respuestas, envueltas en un sentido del humor impecable, profundo, incómodo pero siempre disfrutable. En un medio abrumado por imposturas y solemnidades inocuas, la voz lúdica de Monsiváis era un tiro en el concierto, el pitorreo en medio de la fiesta de las simulaciones, la mirada incómoda sobre las desmesuras de nuestra vida pública y de sus actores.
Con una legión de imitadores mediocres, de críticos furibundos y de fanáticos consagrados a la religión monsivaisiana, el creador de las columnas periodísticas Para documentar el optimismo y Por mi madre, bohemios, se convirtió en ícono y en santo, en tiro al blanco y en inspirador de buenas causas, en ídolo de la bienpensantía nacional y en adalid de (casi) todas las causas populares imaginables. De cualquier modo, la muerte de Monsiváis representa el fin de un largo ciclo intelectual y cultural. Después de todo, no hay período o etapa de pensamiento y prácticas culturales que no disponga de un narrador excepcional de sus perfiles, sus peripecias, sus misterios, sus pleitos y sus tensiones. Hoy que las cenizas del narrador están colocadas cual ofrenda sagrada en el Museo del Estanquillo que él mismo creó, se puede recordar alguna de las frases que ingeniosamente soltó en algún momento de los años recientes, como cuando alguien le preguntaba su opinión en torno a los que estaba sucediendo en el país. “En realidad, no lo sé”, respondió el escritor. “Cuando comenzaba a entender lo que estaba pasando, resulta que ya pasó lo que estaba entendiendo”. La escritura “viva, irreverente y desparpajada” de Monsiváis, como la describió antier Guillermo Sheridan en su columna de El Universal-“Escenas con Monsiváis”, www.eluniversal.com.mx/editoriales/48799.html- se va a extrañar.

Wednesday, June 09, 2010

Un libro para la canícula



Estación de paso
Un libro para la canícula
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U.de G., 10 de junio, 2010.
En estos días gobernados de manera inescapable por la canícula, no hay forma de sacudirse la sensación de que nada así ha pasado antes entre nosotros, aquí mismo. Ventiladores, enfriadores, agua, son recursos insuficientes para mitigar la calidez seca y dura del ambiente, con un sol que cae a plomo sobre nosotros. No parece ser un buen momento para leer libros, sino más bien para meterse a una cantina, tomarse unas cervezas heladas, y esperar a que ocurra un milagro, como aconsejó alguna vez el sabio Ibargüengoitia.
Pero hay libros que tienen imán. Acción Nacional. El apetito y las responsabilidades del triunfo, de Soledad Loaeza, es uno de ellos. Publicado por El Colegio de México este mismo año, el texto es un balance y a la vez una continuación de los trabajos que esta importante investigadora del COLMEX ha desarrollado desde los años setenta en torno al conservadurismo mexicano, las clases medias, y la derecha político-partidista representada por el Partido Acción Nacional, el PAN. Continuación de El Partido Acción Nacional: la larga marcha, 1939-1994.(FCE, México, 1999), este nuevo libro de Loaeza rastrea el paso del PAN en su prolongada conversión de oposición leal y testimonial a partido en el poder. La historia comenzada en el Frontón México el 14 de septiembre de 1939 con la fundación de ese organismo político por parte de figuras como Manuel Gómez Morín y Efraín González Luna, llegó a su fin de ciclo el 1 de diciembre de 2000 con la toma de posesión como Presidente de la República de Vicente Fox Quesada. Ahí se simboliza la transformación de un partido crecido y fraguado como oposición leal en el contexto de un régimen autoritario, a un partido en el gobierno cuyo desempeño ha sido pobre, errático y contradictorio, como se señala en varios de los apartados contenidos en el libro.
Dividido en 9 capítulos, el texto recoge diversos ensayos y artículos publicados previamente por la autora a lo largo de la primera década del siglo XXI en diversas revistas especializadas en ciencias sociales de México y del extranjero. Se pueden advertir las diversas épocas del PAN, desde su formación como opción política de “derecha secularizada” como le llama Loaeza, hasta la influencia de la democracia cristiana en la modernización del partido en el período 1957-1965. Se pasa una revisión de las tensiones internas que sacudieron al PAN desde los años setenta y ochenta, y que explican el surgimiento del neopanismo, el renacimiento de la ultraderecha en el seno mismo del PAN, y las dificultades doctrinarias, ideológicas y políticas del panismo convertido en oficialismo a nivel nacional desde hace una década, pero que comenzó a escala local desde 1989, con el triunfo en la gubernatura de Baja California y en otras 6 entidades a lo largo de los años noventa, entre ellas Jalisco.
De manera lúcida, la politóloga Loaeza desmenuza la historia reciente del nuevo oficialismo, identifica sus dilemas, sus pleitos internos, y sus incapacidades heredadas o construidas desde su nueva posición en el mapa político nacional. Su persistente aversión al riesgo de gobernar, la accidentada relación de los presidentes surgidos del panismo (Fox y Calderón) con la estructura de su propia organización, las contradicciones de un discurso empresarial y gerencial con prácticas políticas ineficaces e incapaces de crear mayorías estables, junto con la configuración de un electorado de derecha en el país, hacen de la análisis del PAN en el ejercicio del poder un balance de saldos discutibles y ciertamente incómodos para una derecha político-partidista que nunca se ha asumido como tal. Un partido que luchó contra el hiper-presidencialismo del priismo, ahora lucha desesperadamente por restablecerlo, como la han mostrado Fox y el propio Calderón, pero ahora sin el contexto y las fórmulas de gobernabilidad con las que funcionaba aquel.
De las varias lecturas que pueden hacerse del texto, una posible es que constituye un examen objetivo del papel que el PAN ha jugado en el proceso de cambio político en México. Atado a taras ideológicas, arrastrando los restos de un discurso conservador, incapaz de reconocer los cambios sociales, económicos y culturales ocurridos en el país en el transcurso de los últimos años, Acción Nacional es un partido paradójico, que supo llegar al poder pero que se muestra incapaz de ejercer el poder. Crecientemente aislado de su propio electorado y de sus propios militantes, el PAN ha mostrado sus limitaciones como organización política capaz de traducir en el gobierno sus programas y propuestas. En otras palabras, el PAN es un partido de derecha que no sabe o ha renunciado a gobernar una sociedad plural, conflictiva, reacia a identificarse con el ideario y las creencias conservadoras del panismo contemporáneo.
Tal vez ahí radica la clave para descifrar los tiempos políticos del cambio mexicano. Un partido que se creó para transformar al país, para hacerse cargo de las “responsabilidades del triunfo”, como afirmó Gómez Morín hace 71 años, se ha convertido en un gobierno maniatado por una pluralidad indescifrable desde la óptica de la derecha, pero también acosado por sus propios prejuicios, fobias y contradicciones internas. Con la pequeña ayuda de una cerveza fría, leer este libro puede ser una experiencia refrescante ahora que la canícula aplasta la ciudad.