Thursday, August 24, 2017

Groucho Marx, o el humor como recurso civilizatorio


Estación de paso
Groucho Marx: el humor como recurso civilizatorio
Adrián Acosta Silva
(Campus-Milenio, 24/08/2017)
Hace unos días (el 19 de agosto) se cumplieron 40 años de la muerte de uno de los iconos culturales norteamericanos del siglo XX: Groucho Marx. Siendo, literalmente, un hombre de extremos (nació en Nueva York en 1890 y murió en Los Angeles en 1977), la trayectoria del más famoso de los hermanos Marx representa como pocas la combinación de inteligencia y curiosidad con el humor y el sentido común. A través de sus películas, del teatro, de la radio, pero también de los periódicos, las revistas y los libros, el humor excepcional de Groucho -así hay que llamarlo para diferenciarlo del viejo Karl- es una luz en las sombras de la sobre-ideologización de lo cotidiano que invadió la radicalización de la vida política norteamericana antes, durante y después de la guerra fría, una voz sarcástica frente la moralina religiosa y el imperio del cálculo egoísta de capitalismo americano, y un llamado a la prudencia y el realismo frente los horrores de las dos grandes guerras mundiales y de la devastadora crisis económica que les unió en la década de los veinte.
Su trayectoria lo conecta a las mejores tradiciones que combinan el rigor intelectual con el sentido del humor. La capacidad de observar con atención las costumbres y hábitos de los individuos comunes y de las élites del poder que plasmaron Montaigne o Mark Twain, se combina con el filo literario británico de Chesterton y la voz y la pluma política envenenada de Churchill, la filosofía misantrópica de Schopenhauer o la filosofía a martillazos de Nietzsche. Honrado por el ingenio de Woody Allen, Frank Zappa o Tom Waits, temido por los políticos republicanos y demócratas de la posguerra, y desconocido para muchas de las nuevas generaciones jóvenes nacidas desde finales del siglo XX dentro y fuera de los Estados Unidos, la figura de Groucho es la expresión cultural que mejor representa al humor como un genuino recurso civilizatorio. Una expresión excepcional que demuestra que el sarcasmo, la anti-solemnidad y la ironía pueden ser instrumentos para relajar las tensiones propias de la vida en común, para suavizar los conflictos sin perder de vista la necesidad de resolverlos. Ya se sabe: una frase afortunada en una situación difícil puede producir pequeños milagros cotidianos.
Aunque muchos de sus dardos verbales ya forman parte del sentido común americano (y no americano), un breve repaso por algunos de ellas, lanzados en sus películas, entrevistas, o en los varios libros escritos por él mismo, son la mejor manera de “conceder una pausa a esa clase de hombres”, como afirmó en la frase final de su “Nota sobre el autor”, que cierra Memorias de un amante sarnoso, publicado originalmente en inglés en 1963.
“Bebo para hacer más interesantes a las demás personas”
“Desde el momento en que cogí su libro me caí al suelo rodando de risa. Algún día espero leerlo”.
“Disculpen si los llamo caballeros, pero es que no les conozco muy bien”.
“El matrimonio es una gran institución. Por supuesto, si te gusta vivir en una institución”.
“Él puede parecer un idiota y actuar como un idiota, pero no se deje engañar: es realmente un idiota”
“En mi próxima existencia me gustaría venir al mundo con la brillante inteligencia de Kissinger, la fabulosa apostura de Steve McQueen y el indestructible hígado de Dean Martin”.
“Es mejor estar callado y parecer tonto que hablar y despejar las dudas definitivamente”.
“Hijo mío, la felicidad está hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna”.
“Humor es posiblemente una palabra: la uso constantemente y estoy loco por ella. Algún día averiguaré su significado”.
“La inteligencia militar es una contradicción en sus términos”.
“La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”.
“Lo malo de hacer sugerencias inteligentes es que se corre el riesgo de que se le asigne para llevarlas a cabo”.
“No piense mal de mi señorita. Mi interés en usted es puramente sexual.”
“No reírse de nada es de tontos, reírse de todo es de estúpidos.”
“Nunca olvido un cara, pero en su caso haré una excepción”.
“Un gato negro cruzando tu camino significa que el animal va a alguna parte”.
“¿Quiere usted casarse conmigo? ¿Es usted rica? Conteste primero a la segunda pregunta”.
“Yo me he esforzado por llegar de la nada a la pobreza extrema”.
“Estuve tan ocupado escribiendo la crítica que nunca pude sentarme a leer el libro”.
Esta colección de frases del marxismo más puro y penetrante son evidencia de que, aunque algunos no lo crean, el lenguaje breve, inteligente y sarcástico, que combina el aforismo, la crítica y el ingenio, ya existía mucho antes de la era de las redes sociales. Y contrasta, inevitablemente, con la falta de imaginación mezclada con la furia y malhumor que suele invadir el lenguaje político y social de nuestro tiempo a través de las redes comunicativas de la sociedad líquida.

Monday, August 21, 2017

Un fubolista, un tio y el beso del diablo

Estación de paso

Un futbolista, un tío y el beso del diablo

Adrián Acosta Silva


El escándalo suscitado por las acusaciones del gobierno norteamericano respecto de la probable implicación del futbolista Rafael Márquez y el cantante Julión Álvarez con los negocios de un misterioso narcotraficante identificado con el apodo de “El Tío”, ha significado el beso del diablo para ambos personajes públicos. Aunque el litigio judicial de estos asuntos es largo y sinuoso (tanto en México como en los Estados Unidos), los efectos prácticos son de corto plazo y de alto impacto para los involucrados. Como en muchos otros casos, en los medios y las redes, las condenas, las descalificaciones, las burlas y el sarcasmo gobiernan las reacciones de las muy diversas voces que han expresado con asombro, indignación moral, condenas o solidaridades instantáneas, muchos con la mano en la boca y algunos con las manos en la cabeza, esas expresiones tan fuertemente instaladas en la vida pública y privada mexicana desde hace un buen tiempo.

Una de las empresas mencionadas en la trama de lavado de dinero del cual se acusa al capitán del Atlas es el club de futbol “Morumbi”, cuyas instalaciones están situadas en la zona del bajío, en Zapopan, Jalisco, muy cerca del estado Omnilife donde juegan la Chivas del Guadalajara. El Morumbi es el nombre popular de un viejo estadio de futbol profesional de Sao Paulo, en Brasil, que fue fundado en los años sesenta del siglo pasado, y es sede del equipo local de esa ciudad. Por razones diversas, que van de la cercanía domiciliar al prestigio bien ganado de ese club en el mundillo futbolístico amateur tapatío, en uno de los equipos de ese club juega actualmente el más pequeño de mis hijos. Cuando el escándalo estalló, el club suspendió los entrenamientos por varios días, ante la incertidumbre y el temor de sus directivos, entrenadores, jugadores, y la preocupación de no pocos padres y madres de familia. Gobernada por la incertidumbre, la decisión expresa uno de los efectos prácticos del escándalo: antes de resolverse judicialmente, el asunto ya tuvo consecuencias inmediatas en la alteración de las rutinas, usos y costumbres de un club de futbol al que ahora se señala como posible empresa de lavado de dinero para el histórico jugador del Barcelona, de la selección mexicana y, ahora, de regreso a su primer equipo profesional, del Atlas.

La reacción forma parte de la micro-sociología de escándalo mexicano: frente a la furia informativa desatada entre medios, redes sociales y autoridades, el único refugio seguro es esperar a que todo se calme; o, como solía decir aconsejar con sabiduría práctica Jorge Ibargüengoitia cuando se tenían que enfrentar situaciones difíciles y tomar decisiones importantes, lo mejor es “meterse en una cantina, pedir un par de tragos, y esperar a que ocurra un milagro”. Pero ni el refugio ni los milagros existen para casos como éste. Lo que hay es el mundo grisáceo de la burocracia judicial: fojas, documentos, apelaciones, juicios, condenas o absoluciones, que suelen tardar meses o años, con los costos e incertidumbres propias de estos pleitos largos.

En el corazón secreto de ésa peculiar micro-sociología del escándalo se fortalece la sensación de que la corrupción es una de las maldiciones bíblicas nacionales. En muchos territorios del alma mexicana contemporánea se afirma la sensación de que nada ni nadie está a salvo de la corrupción. Que ahora le toque estar involucrado a una de las glorias futbolísticas locales solo confirma que nadie es inmune a esa plaga. La educación sentimental de varias generaciones de mexicanos se ha nutrido pacientemente de la certeza de que la corrupción es inevitable, que está incrustada en el ADN de los ciudadanos y de las autoridades, que es motivo de indignación y escándalo, pero que también es inevitable, ubicua y duradera. En este como en otros casos poco importa la veracidad de las acusaciones, el tamaño del involucramiento del futbolista, los costos financieros, morales y profesionales que le acarrearán al involucrado y a su familia. Los sentimientos y los prejuicios pesan hoy como ayer mucho más que las razones.

Pero mientras las cosas suceden, se deben tomar decisiones prácticas, y muchos de los niños y jóvenes que juegan en los equipos del Morumbi decidieron mantener su afiliación al club, con el apoyo de sus padres y amigos. La temporada está por comenzar y las ilusiones, como siempre, alimentan la esperanza de futbolistas y entrenadores. En medio de los nubarrones y la incertidumbre sobre el futuro del club se impone una certeza básica: las cosas se arreglarán, sólo fue una confusión, todo será aclarado. Quizá una mezcla imprecisa de creencias y fe, de razones y cálculos, produce esas pequeñas certezas cotidianas de las que suele alimentarse la búsqueda de algún sentido del mundo y sus demonios, una búsqueda rutinaria, colectiva e individual, que se mantiene latente en (casi) en cualquier circunstancia.


Friday, August 11, 2017

Vidas cruzadas

Estación de paso

Universidad y trabajo: vidas cruzadas.

Adrián Acosta Silva

(Campus-Milenio, 10/08/2017)

Las relaciones entre escuela y trabajo se pueden resumir en una afirmación general: ambas actividades educan a los individuos. La escuela, desde la básica hasta la universitaria, educa a través de la formación de habilidades, destrezas, el acceso a los conocimientos, la formación de hábitos de aprendizaje donde el pensamiento complejo encuentra algunas de las herramientas necesarias para el desarrollo cognitivo de los individuos. Pero el trabajo, la experiencia laboral, sobre todo durante los años de la juventud universitaria, también educa al proporcionar disciplina, capacidad de aprendizaje en entornos inestables, adaptación de los individuos a rutinas y ritmos de trabajo, pero también para enfrentar incertidumbres y desafíos específicos.

La afirmación no es, por supuesto, nueva ni reciente. Sin embargo, las percepciones de no pocos empleadores y funcionarios universitarios resultan contradictorias con la tesis general. Los empleadores señalan con frecuencia la “falta de experiencia laboral” de los egresados de los diversos niveles educativos como causal de su no contratación o no adecuación a los requisitos de muchos de los puestos laborales ofertados; los funcionarios educativos, por su parte, suelen señalar que los mejores estudiantes son los que pueden dedicarse de tiempo completo a los estudios en sus períodos formativos.

Bien vistas, ambas visiones coinciden en algo: en la idealización del tipo de individuos que deben trabajar o estudiar. Uno asume que el egresado ideal es alguien que reúne mínimos de experiencia laboral con mínimos de escolaridad superior; para los directivos escolares, el estudiante ideal es aquel que sólo se dedica, por lo menos por un tiempo, exclusivamente a estudiar. El egresado ideal debe acumular principalmente capital laboral; el estudiante ideal, solo capital escolar.

Pero, ¿qué indican los siempre incómodos hechos?. Que los estudiantes universitarios mexicanos combinan de manera mayoritaria estudios y trabajo a lo largo de su formación universitaria. Más aún: una proporción significativa de ellos lo hacen desde su formación en el nivel medio superior y lo continúan en el nivel del posgrado. Muchos son trabajadores que estudian; otros, estudiantes que trabajan. En algunas carreras y disciplinas, son estudiantes de tiempo completo (los estudiantes de medicina, por ejemplo). Otros, son estudiantes cuyos procesos formativos incluyen experiencia laboral práctica fuera del currículum universitario (los estudiantes de contaduría, por ejemplo). En algunas ramas laborales los bajos niveles salariales se compensan con ciertos grados de libertad en el uso del tiempo (las egresadas o estudiantes que son madres, por ejemplo).

Estos hechos no resuelven, sin embargo, interrogantes e incertidumbres corrosivas. ¿Cómo se resuelven estas relaciones entre universidad y trabajo en las diversas disciplinas, profesiones, instituciones y territorios? ¿Qué tipos de relaciones pueden ayudar a explicar las diversas combinaciones entre educación y trabajo? ¿Que papel juega el peso de la precariedad laboral en el terreno profesional? ¿Qué tipo de estrategias establecen los individuos (universitarios y no universitarios), los gobiernos y los empleadores (públicos y privados) para mejorar sus posibilidades de articulación de las transiciones de la escuela al trabajo y viceversa? ¿Cómo afecta el peso de la informalidad y la formalidad laboral en la construcción de las estrategias de ajuste y adaptación en los mercados del trabajo?

Estas preguntas están en el corazón de nuevos enfoques que tratan de ver más allá de las teorías del capital humano, del “adecuacionismo”, de las utopías emprenduristas, o las fórmulas de la “triple hélice” que con certeza envidiable aseguran el éxito de las relaciones entre gobiernos, empresas y universidades. Sin embargo, estos enfoques tradicionales no han proporcionado respuestas satisfactorias a las preguntas planteadas. Para decirlo en breve: se trata de contrastar a los estudiantes y egresados ideales con los reales. Ello ha llevado a la formulación de nuevas aproximaciones analíticas que reconocen la complejidad de las relaciones educación/trabajo, y que, además, pueden proporcionar hipótesis sobre posibles comportamientos futuros, que implican el diseño de políticas públicas, programas de investigación social, y capacidades de gobernanza institucional de las relaciones. Uno de esos enfoques emergentes es el de los “itinerarios vitales complejos” que asume que las relaciones entre universidad y trabajo implica reconocer la experiencia de transiciones múltiples a lo largo de la formación, el empleo y el trabajo entre grupos e individuos específicos.

Para analizar estas relaciones y tratar de identificar la capacidad explicativa de los nuevos enfoques, un grupo de interesados nos reunimos en Guadalajara los días 20 y 21 de julio pasado para conversar sobre estos temas, gracias a la convocatoria realizada por el Instituto de Investigaciones en Políticas Públicas y Gobierno, el Centro de Estudios Estratégicos para el Desarrollo, y el Departamento de Políticas Públicas de la Universidad de Guadalajara. El seminario/conversatorio titulado “El futuro de la relación entre educación y trabajo”, reunió a una decena de académicos de distintas instituciones (INEE, COLEF, UNAM, UAM, BUAP, ITESO, U. de G.) para examinar las distintas dimensiones de la complejidad de las relaciones y sus posibles trayectorias futuras.

A partir de un sugerente texto elaborado por Jordi Planas, profesor de la UA de Barcelona y actualmente profesor visitante en la U. de G., los académicos convocados discutimos sobre conceptos, problemas, experiencias de investigación y limitaciones de los estudios sobre el tema. Una de las tesis básicas de Planas es que experimentamos desde hace tiempo una arritmia (“discronía”) en las relaciones, que es el efecto de la velocidad de los cambios en ambas esferas en el contexto contemporáneo. Las reformas en la formación universitaria son pausadas y lentas y tienen un horizonte de cumplimiento de largo plazo, mientras que las transformaciones en el mundo laboral son intensas y rápidas, con horizontes de corto plazo. A partir de esta tesis, el objetivo del conversatorio fue el de proponer una agenda de investigación así como el diseño de alternativas de políticas públicas que incidan en el gobierno de las relaciones entre educación superior y trabajo. ¿El resultado? La identificación de cinco puntos estratégicos para la investigación y tres ideas centrales de política pública sobre el tema. En alguna colaboración futura se explorarán brevemente esos planteamientos.