Wednesday, December 08, 2010

Los años del plomo



Estación de paso
Los años del plomo
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 9 de diciembre de 2010.
A la memoria de Rafael, Fallo, Cordera

La imagen de la violencia -junto con el mal humor nacional- domina el clima público mexicano de los últimos años. Desde el gobierno y desde los medios se nutre cotidianamente la idea de que de que estamos atrapados en una guerra entre el Estado y las bandas de narcotraficantes, que implica, de manera inevitable, daños colaterales y nuevas disputas territoriales entre los narcos que terminan, a veces, por matar a inocentes. Los pleitos entre el Chapo y el Barbas, entre la Tuta y La Puerca, entre la Barbie y el Popeye contra el Pozolero o contra el Farmero, se colocan como las evidencias para justificar la acción del gobierno federal y explicar los más de 30 mil muertos acumulados en lo que va del sexenio calderonista.
Estas imágenes van acompañadas de un lenguaje público lleno de palabras que han sido vaciadas de significado preciso, en donde hechos y juicios se confunden: ahora, cualquier homicidio aparece como ejecución; un asesinato aparece como venganza; la guerra de las drogas es un pleito entre el cártel del Golfo contra el cártel de El Chapo; de La Familia michoacana contra los Zetas tamaulipecos, y de estos contra los Beltrán Leyva o los Carrillo Fuentes; en Ciudad Juárez, Los Aztecas se baten en duelo contra los de la Línea, mientras que Los Pelones se enfrentan a muerte a los Artistas Asesinos. Se trata de una narrativa edificada sobre el argumento de que la sangre y las muertes son el precio inevitable a pagar en el combate por restablecer el orden perdido o corrompido por años de negligencia por parte de gobiernos anteriores. Más aún: se asegura que lo operativos del ejército donde han muerto más de 500 individuos con balas federales, son actos legítimos de respuesta a los ataques que hacen criminales a los soldados. “La violencia es por los violentos” ha reafirmado hace uno días el propio Presidente Calderón.
Este discurso, insisto, se ha colocado en el centro del espectáculo de la violencia de los últimos años. Sin embargo, el recuento de los daños, el número de muertes violentas por regiones y municipios, la tasa de homicidios en ciertas ciudades y territorios, parecen indicar otra cosa. Una hipótesis inquietante ha sido lanzada recientemente por Fernando Escalante, investigador del Colegio de México: la intervención del ejército en la guerra contra el narco ha provocado que se dispare dramáticamente el índice de homicidios en los últimos tres años. Con cifras y registros puntuales, extraídos de los boletines de prensa del Ejército Mexicano, de la lectura de los diarios nacionales, y de registros de ministerios públicos, Escalante ha estado documentando pacientemente la lógica depredadora de la intervención militar y sus efectos en la desestructuración del orden social de ciudades y regiones enteras del país. Su proyecto se titula: “Violencia, criminalidad y estrategia gubernamental: un diagnóstico alternativo”, y algunos de sus hallazgos fueron presentados hace un par de semanas en el Museo Trotsky de la Ciudad de México, invitado por el Instituto de Estudios para la Transición Democrática.
El supuesto general de su estudio es que una intrincada red de relaciones entre actores del mercado de prácticas ilegales o semi-legales permitió contener y disminuir la violencia desde 1990 y hasta el 2007. Fue un proceso largo tendiente a civilizar los intercambios del mercado de la ilegalidad, que permitió organizar la tolerancia en torno a fenómenos como el narcomenudeo, la venta de mercancías piratas, la instalación del comercio informal. Esta forma de ordenamiento colocó a las policías municipales en una posición estratégica de intermediación entre los actores, estableciendo límites a la violencia, tolerando prácticas corruptas pero altamente efectivas para contener los impulsos homicidas. El bien mayor de todo ello era claro: evitar que las disputas se resolvieran con la muerte. Eso explica que en términos generales, la tasa de homicidios hubiera mostrado una clara tendencia hacia la baja hasta el año 2007.
Sin embargo, desde 2008 la tasa se dispara. ¿Qué lo explica? Para Escalante la causa es la intervención del ejército. Esa intervención rompió las reglas del viejo orden sin ofrecer nada a cambio. Las policías locales conocen casas, grupos y líderes locales, información que no tiene el ejército. Eso despertó a la bestia. Los datos de su estudio son perturbadores: buena parte de los homicidios (cerca de un tercio) de 2008 al 2010 se concentran en 4 ciudades: Juárez, Tijuana, Culiacán, Mazatlán, es decir, lugares donde hay operativos militares, se despidieron a los policías municipales y se ensayan desde hace tiempo los esquemas de “mando único”. Las masacres se han multiplicado frente a las narices de soldados y generales, y no es claro que sean eventos provocados por las disputas por el territorio entre El Nextel y El Toñón, o entre el 67 y Tony Tormenta. Pero peor aún: regiones que difícilmente pueden ser lugar de disputas entre cárteles de la droga, como en el sur de Veracruz o la tierra caliente michoacana, se han convertido en lugares donde los homicidios se han elevado a índices históricos.
Escalante ensaya una interpretación general: los operativos militares han provocado la ruptura de los dispositivos del orden social en los territorios locales, y la multiplicación de la acción directa, el homicidio, rebasa la lógica de los pleitos entre pandilleros y narcotraficantes contra el Ejército. Más bien, la ignorancia y el deprecio hacia los órdenes locales ha provocado el retorno de una violencia que se creía erradicada desde los años treinta del siglo pasado. Si ello es correcto, las postales del presente de la violencia mexicana son señales intimidantes de que estamos de regreso al futuro.

Friday, November 19, 2010

La risa del gobernador




Estación de paso
La risa del gobernador: lo que ves es lo que hay
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 25 de noviembre 2010.

Al señor Gobernador de Jalisco le gusta mucho promover su imagen en los medios. Le agrada, en particular, difundir -seguramente con la orientación de sus consejeros y asesores-, la imagen de que es un hombre feliz, seguro de sí mismo, confiado. A pesar de los enconos que siembra a su paso, de las frecuentes expresiones de malestar público por sus dichos y hechos, el señor Emilio González se siente protegido por la mano de Dios, eleva oraciones todos los días, es un fiel católico dominguero, seguramente se persigna antes de salir de su casa pues sabe que Dios lo guía en su camino. Como todo político-católico, o católico-político -aquí, el orden de los factores sí altera el producto- sabe que las buenas intenciones valen más que mil acciones, que si hace bien las cosas nada ni nadie puede cambiar los designios divinos, que hay que soportar los malos ratos y humores en virtud de que son la expresión de la voluntad divina de poner a prueba a sus fieles. La pureza de las creencias personales como antídoto frente a realidades impuras. Son imágenes de la extensa colección de postales que la derecha ha colocado en la fachada de la democracia mexicana de estos años del plomo.
Muchos le atribuyen al gobernador capacidades casi metafísicas para calcular el efecto de sus palabras y acciones. En algunos círculos y cofradías tanto de los medios como del oficialismo y la oposición política, hay cierta tendencia de mirar sus arrebatos discursivos como la expresión deliberada de fines y medios, como productos de una inteligencia fría y calculadora. Algunos, por el contrario, ven en el personaje la suma de todos los males de la derecha católica mexicana: el mesianismo, el desdén por la política, las taras ideológicas y los prejuicios moralizantes como rasgos autoritarios de una racionalidad política conservadora, ajena a la duda y reacia a la aceptación de otras racionalidades. Las ocurrencias como síntoma irrefrenable de incontinencia verbal, sus exhibiciones públicas de ebriedad en actos públicos y privados como los reflejos de una personalidad caciquil, acostumbrada a dejarse llevar por sus impulsos y arrebatos, amparado en la impunidad de su función pública. La imagen del borracho con poder que devalúa de manera lamentable la imagen de los borrachos a secas.
Pero al Gobernador también le gusta presentarse como un individuo no político, reacio a lo políticamente correcto, y que presume de ser claridoso, franco, que dice lo que piensa y que hace lo que quiere. Si se ve bien, esa máscara revela el profundo tufillo anti-político propio de toda secta religiosa: la política como un asunto de los infieles, que necesitan pastores para guiarlos en el rudo oficio de evadir los males mundanos. Para cumplir esta misión no hay que ser uno más de de la masa de infieles (eso se lo deja a hacen los políticos), sino presentarse sin tapujos como un individuo que desde la superioridad moral que sólo da la fe puede ayudar a comprender a su comunidad los límites de la vida sin intérpretes celestiales. Por ello el desprecio a la figura republicana del gobernador por parte del mismo ciudadanos que lo representa. El puesto del gobernador como el traje incómodo del individuo iluminado por su pasión y su fe, y no por la mesura, la prudencia y la razón de la investidura que representa, o debería representar.
Sospecho que quizá habría que inclinarse por cierto sentido común para describir y tratar de comprender mejor el comportamiento del personaje frente a una realidad que le vomita todos los días mensajes indescifrables, engorrosos, conflictivos; tal vez aplicar al personaje un viejo dicho gringo: “What you see is what you get”, Lo que ves es lo que hay. Si lo vemos así, la risa del gobernador es eso, justamente. La expresión estúpida de quien no entiende nada, de un hombre abrumado por conflictos que él mismo crea o que le estallan de manera imprevista, obligado a tomar decisiones, a ofrecer declaraciones, a tratar de calcular sus acciones, a reír discretamente o a carcajadas por quién sabe qué cosa. Lo que ves es lo que hay.

Friday, November 12, 2010

Tiempo y política



Estación de paso
Tiempo y política
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 11 de noviembre de 2010.

La política es un ejercicio de decisiones y acciones que transcurre inevitablemente en tiempo real. Su visibilidad e importancia práctica o simbólica son proporcionales al tiempo que consume la importancia de las decisiones. Temas, intereses y actores configuran un entramado a veces indescifrable pero siempre complejo, en el cual las máscaras y las sombras son recursos de uso común en el espectáculo del poder. El combustible de la política es el conflicto, la lucha de posiciones o visiones encontradas, a veces de ideas diferentes sobre asuntos de interés colectivo, de cálculos tribales o de pasiones privadas. Por ello, la política suele ser vista más como un juego de ajedrecistas que como un ejercicio de ángeles, en el que los intereses de los involucrados son las piezas de negociación y de las decisiones en el juego.
Pero el tiempo, el “maldito factor tiempo”, es una de las restricciones fundamentales de toda acción política. Cierto sentido de urgencia parece adueñarse a veces del ánimo de los actores y espectadores de la política, una sensación de ansiedad y prisa recorre los comentarios editoriales, las declaraciones de los políticos, los silencios incómodos de los funcionarios. Pero el tempo político está marcado, como todo tiempo social, por relojes y calendarios que articulan ciclos políticos, plazos fatales y, a veces, holguras varias, derivadas de la posibilidad siempre presente de la falta de acuerdos, de incertidumbres o de bloqueos francos.
Veamos, por ejemplo, lo que ocurre con el clima de conflicto político que vivimos en Jalisco desde hace tiempo. La insuperable lógica pleitista del jefe del ejecutivo estatal ha logrado confirmar un hecho duro: el riesgo de la ingobernabilidad es alimentado poderosamente por las decisiones del propio gobierno estatal. Frente a nuestros ojos, el gobierno aparece como un problema y no como solución. Ni la amenaza de la delincuencia organizada, ni las decisiones de los alcaldes priistas de la zona metropolitana de Guadalajara, ni la rebeldía o beligerancia de las autoridades de la U. de G. por el trato presupuestal, han logrado lo que ha hecho el gobernador estatal en muy poco tiempo: ampliar la agenda de los temas críticos, elevar los costos políticos y sociales de los conflictos, consumir el tiempo público y buena parte de los tiempos de los privados en el tratamiento de las diferencias. Es una paradoja mayor de la política jalisciense de esta coyuntura: el principal interesado en mantener umbrales manejables de gobernabilidad convertido por su fe y creencias en el motor de los déficits de gobernabilidad que asoman desde hace tiempo en el estado. Alargar los conflictos es consumir el tiempo político de la legitimidad gubernamental, pero el reloj y los calendarios articulan los plazos fatales de la acción política del ejecutivo. Al parecer, el gobernador y su camarilla están seguros de que pueden gobernar a su antojo el tiempo político desde la Atalaya de Casa Jalisco.
El otro ejemplo de las relaciones entre tiempo y política es el de la elección de los Consejeros Electorales del IFE por parte de la Cámara de Diputados. La decisión de aplazar indefinidamente su designación, por el hecho de no existir un consenso sólido entre los partidos políticos respecto de los tres ciudadanos o ciudadanas que deben elegir, ilustra muy bien el peso específico del tiempo en la regulación de las decisiones políticas. Hay aquí un cálculo y un costo asumido por los decisores: es mejor invertir más tiempo en la búsqueda de acuerdos que precipitarse en una decisión cuyos costos ya los vimos en la elección presidencial del 2006. En este sentido, el manejo adecuado del tiempo político ayuda a posponer una decisión delicada y estratégica para garantizar el respaldo de los partidos en torno al árbitro electoral de las presidenciales del 2012.
En ambos casos, es posible advertir como el timing político es un recurso escaso y precioso en las arenas del poder. En un caso, hay un desperdicio riesgoso y lamentable del tiempo público dedicado a la política, cuyas consecuencias pueden llevar a la inmolación de sus actores principales y confirmar el debilitamiento de las instituciones. En el otro, el ritmo de la política puede ayudar a destrabar una decisión complicada pero inevitable. En cualquier caso, la política siempre parece estar marcada fatalmente por “tiempos de marea flaca y horas de vendavales”, como escribió en algún lugar el poeta galés Dylan Thomas. De esas mareas y vendavales está hecha en proporciones exactas la vida política, y el signo de sus tiempos no es el de las nubes ni las puestas de sol ni los ciclos lunares, sino el de los relojes y los calendarios.

Thursday, October 28, 2010

El escritor fantasma



Estación de paso
El escritor fantasma
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 28 de octubre de 2010.
La más reciente película de Roman Polanski, El escritor fantasma, es una estupenda mirada a las relaciones entre el escritor y sus sombras, pero también una visión sobre la literatura y el poder, o, para decirlo en términos más clásicos, entre la espada y la pluma. La relación entre un escritor contratado para relatar las memorias de un político poderoso –un ex primer ministro británico, para más señas- es la base de la historia de un thriller sombrío, habitado por el pasado de personajes truculentos, en donde el terrorismo, el espionaje y la política conducen los hilos de la vida pública, privada y secreta de los personajes principales: el exprimer ministro, su esposa y su amante, los compañeros del gabinete del político, profesores de la Universidad de Cambridge, asesinos a sueldo y, por supuesto, el propio “escritor fantasma”.
En el desarrollo de su oficio, el escritor trasgrede los límites profesionales de su relación con el político, y se introduce en el mundo sombrío del poder y de sus prácticas políticas. Guiado por la bestia insaciable de la curiosidad, el fantasma revisa pistas, reconstruye historias, investiga asesinatos, registra historias de alcoba y de pasiones amorosas. Poco a poco, pasa del papel de espectador de las historias a ser actor de las mismas, y se sumerge por azar y por convicción en una trama de orígenes inciertos y desenlaces imprevisibles. El escritor, cuando menos se da cuenta, se ha vuelto parte del relato, de la biografía del político, en personaje secundario de un drama que termina con el asesinato del personaje y de su narrador oficial.
El glamour de la política y la maquinaria pesada del mundo editorial van de la mano en esta elaborada cinta de Polanski. Entre fiestas y contratos, entre escándalos mediáticos y acuerdos clandestinos, las relaciones entre el escritor y su agente, entre el escritor y su biografiado, entre el escritor y los submundos de la política y el poder, van tejiendo una intrincada red de complicidades, de verdades a medias y de mentiras completas. Imposturas, cinismo, cálculos egoístas sobre las aguas heladas del poder, buenas intenciones, ingenuidades y pasiones, desfilan en la hoguera de las vanidades en que suele convertirse el negocio editorial y el mercado de la política. Las figuras de Tony Blair, de George Bush y de Osama Bin Laden parecen ser evocadas tenuemente a lo largo de la cinta, aunque eso queda a la imaginación o las creencias de los espectadores, no del director de la cinta.
El tono sombrío de la película –días nublados, lluviosos, fríos- ayuda a reforzar la imagen de la política y de sus actores como actividades poco confiables, ligadas a prácticas de traición, de simulación y de intereses inconfesables. Seguramente, una imagen cercana a la percepción que mucha gente tiene de los gobiernos y de los políticos, incluyendo por supuesto al propio Polanski. Pero sería injusto reducir la cinta a una denuncia estilizada de la corrupción y las prácticas inmorales de los políticos contemporáneos. Después de todo, el juego de máscaras de los personajes es una representación de las relaciones que ocurren en la política pero también en la vida empresarial, eclesiástica o civil. Me parece, más bien, que el ejercicio polanskiano es una reflexión en torno a la soledad del escritor y a la soledad del político, y la manera en que el oficio, el azar o el destino (o los tres) terminan por relacionar de manera absurda y finalmente trágica sus trayectorias y contextos. Más que lecciones morales y airadas o discretas denuncias ideológicas, El escritor fantasma es un relato inquietante sobre la incertidumbre y el azar, la tragedia y la pasión, en el cual el poder, sus personajes, sus espectadores y sus relatores configuran un mismo animal.

Thursday, October 14, 2010

Némesis



Estación de paso

Némesis

Adrián Acosta Silva

Señales de humo, Radio U. de G., 14 de octubre de 2010


Némesis es la diosa griega de la venganza. Pero de manera coloquial, la palabra se utiliza para subrayar lo opuesto al comportamiento de un personaje y sus acciones, sus proyectos o sus ideas, como algo parecido al adversario o al enemigo. Y Némesis se titula justamente el libro más reciente de Philip Roth, el gran novelista norteamericano, a punto de salir de los hornos editoriales en los Estados Unidos. A sus 77 años, el autor de Pastoral Americana, Patrimonio o La humillación, lanza su libro número 31, justo cuando la tristeza, la soledad y la vejez le abrazan de manera inexorable, según suele afirmar el mismo desde hace tiempo.

En una entrevista concedida al reportero John Barber, y publicada en varios medios el pasado fin de semana (yo me baso en la que apareció en el diario de Vancouver The Globe and Mail el sábado pasado, 9/10/10), el gran escritor de origen judío nacido en Newark en 1933, ofrece un muestrario puntual de sus opiniones en torno a varios temas públicos y privados, literarios y extraliterarios, que dan cuenta de la mirada serena que ofrece uno de los mejores escritores norteamericanos de los últimos 50 años. En un tiempo de confusiones masivas, de fotografías alteradas y realidades trucadas, las palabras de Roth colocan en perspectiva un puñado de temas que cruzan el territorio de la realidad y la literatura americana para cruzar por varios campos de las preocupaciones vitales de distintas sociedades. A continuación, algunas de las frases entresacadas al azar de la entrevista citada, traducidas libremente por este opinador.


Sobre Portnoy´s Complaint (El Lamento de Portnoy), -una de sus primeras obras, de los años sesenta-, y sobre la fama, entonces y ahora:

“Todos criticaron mucho este libro. Si tu lo escribes como yo lo hice, es un libro sexualmente indiscreto, de un efecto distinto a cuando escribí Pastoral Americana. Yo no fui celebrado por Pastoral Americana, más bien fui notorio por aquel libro sucio, y ello significa un diferente tipo de atención”.

Sobre los recuerdos del fascismo:

“Yo no sé bien si nos hayan hablado así de niños, pero nazismo, fascismo era de lo que se hablaba en todas nuestras casas en los años treinta. Recuerdo a mi padre escuchar al Padre Coughlin, quien era un sacerdote fascista, antisemita de Detroit, y nunca vi a mi padre enojado cuando era niño.”

Sobre Dios: “Dios es una explicación banal para los misterios morales”

Sobre la polio, que es el fantasma central de su nueva novela: “Hablo de un caso en nuestro vecindario, o dos. Entonces el miedo era palpable. Y aprendimos que nada se podía hacer contra esta cosa. Era una educación silenciosa para niños pequeños. Podría dejarte lisiado. Era un silencio terrorífico”

Sobre la soledad:

“Me fui de esa tierra (Newark) con la certeza de no volver nunca. Pero regresé. Mis amigos están muertos. Ahora es difícil vivir ahí. Hay demasiada soledad en todo eso”.

Sobre si es posible o no escribir la Gran Novela Americana:

“No. Los grandes héroes viriles lo son a pesar de ellos. Tengo un gran respeto por Hemingway, pienso que es un gran escritor, pero él comenzó la competencia. Entonces Mailer se fue por ahí. Los tipos que fueron a la guerra escogieron eso en especial”.

Sobre la destrucción:

“Los hombres –todos los hombres- son atrapados por cataclismos y destruidos. Cada uno de ellos son destruidos”

Sobre los narradores:

“Existe un tipo de inteligencia entre los lectores y los acontecimientos que puedes colocar en una perspectiva moral. Mi “Marlow” (el narrador principal de Némesis), es como era Conrad Marlow, un personaje que se desvanece en el curso del relato. A veces ellos regresan y a veces no. Pero siempre están en la escena, tanto que no tienes que buscar una explicación y una exposición. Eso es bueno, esos caracteres. Es divertido tenerlos”.

Sobre el Premio Nobel 2010 de la literatura (antes de saber que se lo otorgaron a Mario Vargas Llosa):

“No me importa…He ganado suficientes premios, aunque podría tener una “duda feliz” si lo ganara”. ¿Pero luego qué? “Ir a Suecia, preparar un discurso, regresar a casa y de nuevo al trabajo”.

Yo agregaría una cita más, extraída de la carta nunca leída a sus amigos del narrador de Pastoral Americana, que ilumina bien la escritura brillante y contenida de Roth, relativa a la importancia de los detalles: “El detalle, la inmensidad del detalle, la fuerza del detalle, el peso del detalle, la riqueza inacabable de los detalles que les rodeaban en su joven vida, como los dos metros de tierra que se amontonarán sobre sus tumbas cuando estén muertos”.

Tuesday, October 05, 2010

U. de G.: el pleito y la taquilla

Estación de paso
El pleito y la taquilla
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 30 de septiembre, 2010
El pleito que se registra en estos días entre el Gobierno de Jalisco y las autoridades de la Universidad de Guadalajara forma parte de una historia más larga, accidentada y compleja de lo que aparenta. Ventilado profusamente entre los medios locales –ya se sabe: los pleitos son taquilleros-, el conflicto puede ser visto como una típica disputa entre legitimidades sociales y políticas distintas, pero también entre proyectos y argumentaciones de orígenes diferentes. El reclamo universitario por más recursos financieros, y las negativas o condicionamientos del Ejecutivo estatal para otorgarlos, ha colocado en el centro de la batalla mediática la imagen de que este pleito es un asunto de dineros, de recursos, en lo que ambas instituciones exhiben sus argumentos y sus respectivos músculos para tratar de convencer a un tercero –la sociedad de los incrédulos, de los escépticos, de los espectadores- acerca de quién tiene la razón…y la fuerza.
El cliché favorito del gobierno estatal es que no tiene recursos y la U. de G. no sabe gastarlos, o, como dijo con finura inigualable el Secretario General de Gobierno, la U. de G. “es un barril sin fondo”. Pero a la luz de la información pública que circula en los medios, se puede afirmar que el gobierno panista ha demostrado una y otra vez que tiene recursos, pero no sabe, no puede o no quiere gastarlos. La discrecionalidad y las ocurrencias del ejecutivo son la brújula que domina el destino de los dineros públicos. No hay una idea clara del tipo de desarrollo que tiene en mente el gobierno del estado, y no existe una agenda de prioridades que marque el rumbo de su administración. Cuando se lee el Plan Estatal de Desarrollo, o los programas de las dependencias del ejecutivo (en especial, la de educación) lo que se observa es un gigantesco listado de obligaciones constitucionales y burocráticas que entran entre lo que los expertos en políticas públicas denominan “Agenda constitucional” (es decir, obligatoria para todo gobernante), o que se derivan de los programas federales ya existentes, pero no existe una agenda propia de gobierno, clara, coherente y definida. En esas condiciones, y frente a los recurrentes montajes y espectáculos discursivos que gusta ofrecer el jefe del ejecutivo estatal, la conclusión es que el Gobernador y su camarilla no terminan de entender dónde están parados y que representan. Su espectáculo recuerda tristemente las imágenes del foxismo, reproducidas-mal y tarde, diría Sabina- a escala local. Terminan confundiendo su gestión como un ejercicio personal y discrecional, como una facultad que los libera de ofrecer argumentos, ideas y políticas claras y factibles. Y ni las lecturas de la Biblia en Casa Jalisco, ni la soberbia con la que suelen pasear los funcionarios cercanos al emilismo, parecen ser suficientes para evitar la sensación a ciudadanos, a opositores políticos o a algunos de sus propios correligionarios, de que algo huele a podrido en los pasillos del Palacio de Gobierno.
Por su parte las actuales autoridades universitarias continúan con un proyecto expansionista que “arrastra” a otros actores a su implementación. Frente a la ausencia de una política local de desarrollo de la educación superior, que incluya no sólo la creación de “enseñaderos” masivos, sino también la investigación científica y el desarrollo cultural, la U. de G. ha planteado desde 1990 un proyecto de Red Universitaria que ha traído varios efectos directos y colaterales en Jalisco, que hay que evaluar más que descalificar. Ello implica un reclamo legítimo por mayores recursos a los gobiernos federal y estatal, mismos que sus diversas autoridades han gestionado con un considerable grado de éxito desde los primeros años noventa. ¿Hacia dónde se van esos recursos? Como todas las universidades públicas, el gasto lo consume fundamentalmente la nómina (8 de cada 10 pesos se van para allá) y eso hace de la U. de G. una de los grandes empleadores del estado (25 mil trabajadores entre académicos y administrativos). Como otras universidades públicas estatales, la U.de G. participa puntualmente desde hace dos décadas en el concursos anuales para nuevas bolsas de financiamiento federal (hay 14 programas de recursos extraordinarios cada año) y ello le ha implicado obtener indicadores de calidad y reconocimientos nacionales, tanto del gobierno federal como de otros organismos. El problema es que muchos de esos programas implican apoyos y obligaciones por parte del gobierno estatal, como lo documenta la publicidad que ha dado a conocer la U. de G. en los últimos días. Así las cosas, el Ejecutivo estatal aparece como un actor que no conoce, no respeta o no le gustan las reglas del juego del financiamiento público a la educación superior, pero que tampoco articula un argumento medianamente convincente para regatear o condicionar los recursos.
Por lo que se ve, la apuesta del ejecutivo es la de personalizar el pleito, y eso trae cierta sensación Déja Vú al conflicto presente. El fantasma de lo ocurrido en 2008, con la destitución del exrector Carlos Briseño, vuelve a aparecer en el horizonte discursivo y las prácticas políticas del gobernador, con la apuesta de desacreditar a un personaje o a un grupo como método para la demolición política de la legitimidad del orden político-institucional de la U. de G., un orden desagradable para el emilismo y para otros grupos. Esta ruta de confrontación no parece favorecer un buen desenlace al conflicto. Luego de la marcha de ayer, los próximos días serán críticos para desactivarlo, empantanarlo o recrudecerlo. Sin embargo, la tensión entre una lógica política intervencionista y potencialmente invasiva de la autonomía universitaria, y una lógica autonomista y expansiva de los logros universitarios, alimenta un clima de confrontación que será difícil de disipar en muchos meses o años.

Wednesday, September 22, 2010

Universidad, política y élites




Estación de paso
La política, la universidad y la formación de las elites
23 de septiembre de 2010.
Adrián Acosta Silva
El domingo pasado, el periódico Público-Milenio presentó en páginas interiores un interesante reportaje sobre el perfil universitario de los liderazgos políticos en México. Tomando como base un libro del politólogo estadounidense Roderic Ai Camp- pionero de los estudios sobre la clase política en México-, la nota confirma una tendencia de cambio en la composición universitaria de los liderazgos partidistas y el funcionariado público en México. Para decirlo en breve, la UNAM ha dejado de ser desde hace tiempo la institución formadora prácticamente exclusiva de los liderazgos políticos en el país, y ahora comparte esa función informal o no declarada con otras instituciones públicas o privadas de educación superior.
El asunto no es menor. A un siglo de su fundación, la UNAM mantiene su fuerza académica y cultural, pero sus contribuciones específicas a la formación de las élites políticas han disminuido. Ya no basta ser abogado y egresado de la UNAM para tener acceso al poder político, como ocurrió durante un largo ciclo. Hoy (con datos de 1999 según la nota), 45% de los cuadros políticos priistas egresó de las aulas de la UNAM, contra el 42% de los panistas o el 36% de los perredistas. El último Presidente egresado de la UNAM fue Carlos Salinas de Gortari, y el primero no puma fue Ernesto Zedillo, que egresó del IPN, y luego Vicente Fox, que egresó de una privada, la Ibero. El actual Presidente Calderón, egresó de la Escuela Libre de Derecho, una antigua institución formadora de abogados de carácter privado. Estos cambios en el origen formativo de la figura presidencial revela el tamaño de las transformaciones que han operado silenciosamente en el subsuelo de la política y la educación superior mexicana en los últimos treinta años.
¿Qué fuerzas han operado en el desplazamiento de la UNAM como la institución que prácticamente monopolizó durante muchos años la formación de las élites políticas? Se pueden identificar por lo menos dos grandes procesos. Por un lado, la tendencia hacia la pluralización política partidista, que permitió que individuos y grupos con diversas afinidades electivas y diferentes perfiles sociales e ideológicos se distribuyeran entre las distintas organizaciones políticas. Pero esa diversidad no se hubiera expresado sin la expansión acelerada de un conjunto de nuevas universidades públicas estatales y privadas que ejercieron una potente tendencia hacia la descentralización regional y la diversificación institucional de la educación superior mexicana.
Eso explica el hecho de que la UNAM perdiera fuerza como institución monopólica de la educación superior desde los años sesenta. Algunos datos para ilustrar lo anterior: hacia 1970, la UNAM concentraba más del 30% de la matrícula total de educación superior del país. Hoy se estima que absorbe menos del 10% de la misma. La aparición y expansión de nuevas universidades públicas en los tiempos del echeverrismo (la UAM, la UACJ, la UABCS, la UAA, por ejemplo), y la explosión de las universidades y escuelas privadas desde finales de los años ochenta, explican ese desplazamiento. Por tanto, pluralización político-partidista y diversificación de las opciones de formación universitaria, explican el declive de la UNAM como centro formador exclusivo de las elites políticas del país.
Ello no obstante, dicha institución es sin duda la que más peso relativo mantiene en la formación universitaria de origen de nuestras elites. Ninguna otra compite con ella en ese campo. En otras palabras, la UNAM ya no monopoliza la formación, pero es la que forma más “cuadros” políticos que ninguna otra. Aunque universidades públicas federales como la UAM o el IPN, o públicas estatales como la U. de G., la Autónoma de Nuevo León, la de Puebla o la Veracruzana, tengan influencia en la formación de los políticos profesionales, no alcanzan a tener la magnitud de la UNAM. De las privadas, aunque cada vez más tengamos egresados del ITAM, de la Ibero, del Tec de Monterrey o de la Panamericana en el gobierno o en los partidos, su fuerza sigue siendo muy marginal en relación a las públicas y a la propia UNAM.
Pero, después de todo, ¿tiene alguna relevancia el origen universitario de los liderazgos políticos? ¿En qué medida influye el hecho de ser egresado de algún tipo de institución en un buen o mal desempeño político de los individuos o grupos? Estas preguntas aún aguardan por respuestas sólidas, aunque existan de creencias, conjeturas e hipótesis al respecto. Sin embargo, ante los cambios en el contexto político y las transformaciones en la educación superior mexicana –con sus respectivos déficit de representación política y eficacia institucional, por parte del primero, o con los problemas de equidad y acceso educativo, de la segunda- las relaciones entre formación escolar universitaria y desempeño político parecen estar gobernadas como siempre más por los códigos del poder que por la calidad de la escolaridad universitaria. Ser egresado de la Ibero o del Tec no parece asegurar un mejor desempeño que alguien de la UNAM o de la U. de G. Quizá las formas de socialización política en las instituciones sea la variable fundamental para valorar el “éxito político” de los individuos, pero es sólo una sospecha. Esos reconocimientos ayudarían a comprender mejor la complejidad de la función de las universidades en la formación de los liderazgos políticos contemporáneos.

Thursday, September 02, 2010

El voluntarismo y sus fábulas

Estación de paso
El voluntarismo y sus fábulas
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 2 de septiembre, 2010.

El voluntarismo ha adquirido carta plena de naturalización en nuestro medio. Las buenas declaraciones, las nobles intenciones, los deseos magníficos, inundan las planas de periódicos, el sonido de los televisores y de la radio, las redes sociales, las declaraciones públicas y privadas de autoridades y ciudadanos. La incontinencia verbal asociada al voluntarismo se ha instalado firmemente entre nosotros, y no se ve por dónde pueda evadirse la tentación de propagar el optimismo, las ganas de hacer o de creer, la buena voluntad como antídoto contra los males públicos y privados.
Pero el voluntarismo es, bien visto, una creatura del ilusionismo. Pensar que con puras ganas se pueden transformar realidades significa que las emociones pueden llegar a ser alucinógenas. Se pueden identificar dos buenos ejemplos, muy recientes, para documentar un poco lo anterior. Uno de ellos es la llamada “Ley antichatarra”, que consiste en evitar que en las escuelas se vendan frituras y golosinas de escaso o nulo valor nutricional. El otro tiene que ver con la prohibición para vender antibióticos sin receta médica. Dos buenos deseos están en el centro de ambas disposiciones oficiales: evitar niños gordos, y mejorar la efectividad de los medicamentos entre la población. Ambas, se dice desde la Secretaría de Salud y desde la SEP, van a mejorar la calidad de vida de los mexicanos, bajarán los costos del sistema de salud, y todos seremos más felices y saludables.
Como en las fábulas clásicas, los deseos se confunden con las capacidades, como en la fábula del buey y del sapo, en la que este último se imagina febrilmente con la fuerza y el tamaño del primero, hasta que de tanto aspirar termina reventado por la fuerza de la realidad. Las miles de escuelas públicas a las que acuden millones de niños, son espacios de consumo donde las familias disponen de poco tiempo y condiciones para preparar alimentos con determinados componentes calóricos y proteínicos. Desde las oficinas de la SEP, se piensa que con la fuerza de la ley quedarán atrás los tiempos de los churrumais, de los refrescos, de las papas fritas con chile y limón, de los confitones y de los gansitos, para ser sustituidos como por arte de magia normativa por naranjas, zanahorias, botellitas de agua potable, papas cocidas, ensaladas de atún y de pollo cuidadosa e higiénicamente preparadas por padres responsables, hacendosos y dedicados. Seguramente no saben que en muchas localidades un refresco es más barato e higiénico que una botella de agua, o de que una bolsa de papitas es más confiable que unas papas cocidas quien sabe en qué condiciones. Los baños de las escuelas son en muchos casos focos de insalubridad más potentes que los alimentos chatarra, pero eso parece no importar a los funcionarios encargados de salvar a los niños de grasas y azúcares dañinos.
El caso de los antibióticos es otro buen ejemplo de nuestros funcionarios-exorcistas. A los médicos-funcionarios se les ocurrió que es una buena medida controlar la venta libre de medicamentos contra muchas enfermedades comunes: resfríos, anginas, fiebres. Ahora, para evitar los efectos de una medicación bajamente regulada pero efectiva como la que ocurre, se tienen que expedir medicamentos sólo con receta médica. El pequeño problema es que para eso hay dos caminos para los ciudadanos realmente existentes: uno es acudir a una cita en algún centro público de salud, con la consecuente inversión de tiempo, esfuerzo y paciencia que exige lidiar con la impresentable burocracia sanitaria del país. El otro es pagar el costo de un servicio de un médico privado. ¿Habrá alguien que haya pensado en el costo individual y colectivo de implementar una medida que rápidamente puede generar un mercado negro de recetas médicas o la aparición de nuevas formas de coyotaje en hospitales y clínicas?
Las prácticas de salud, o las prácticas alimenticias, como toda práctica social, son fenómenos complejos, que implican cierta racionalidad y algún tipo de orden fuertemente arraigado entre los ciudadanos reales, no los imaginarios. Así como la democracia no se construye con clases de civismo ni condenas morales a la apatía o loas a la participación, ni la justicia social con acciones filantrópicas de empresas o individuos adinerados, la buena alimentación no se suprimirá con la prohibición de los productos chatarra, ni la aparición de nuevos virus y bacterias tampoco se evitará controlando la venta de medicamentos. Antes bien, pueden ocurrir efectos contrarios a los buscados, como encarecer los servicios de salud, o como eliminar las únicas fuentes de alimentación confiables entre muchos niños y sus familias. Como lo narra Esopo, el sapo, por más que lo imagine y lo desee, nunca podrá ser un buey. Sólo el realismo mágico gubernamental es capaz de desafiar la capacidad explicativa de las viejas fábulas.

Thursday, August 19, 2010

Mártires y apóstatas




Estación de paso
Mártires y apóstatas
Adrián Acosta Silva
Señales de Humo, Radio U. de G., 19 de agosto, 2010.

Hace casi doscientos años, el distinguido aristócrata y pensador francés Alexis de Tocqueville –quien es considerado por muchos expertos (Jon Elster, por ejemplo) como el primer “científico social” del mundo-, reflexionaba en torno a las circunstancias que rodean los tiempos del cambio revolucionario y de la paz conservadora. Desde el laboratorio estadounidense en el cual registraba sus observaciones –reunidas en su famoso libro La democracia en América, publicado originalmente en francés en 1835- y atormentado por la experiencia de la Revolución Francesa de 1789, apuntaba con lucidez la presencia de convicciones vigorosas pero no profundamente sostenidas en los tiempos revolucionarios, en tanto que las épocas posrevolucionarias se convertían en épocas de “duda y desconfianza universales”; en esas épocas, ”las personas no están tan dispuestas a morir por sus opiniones, pero no las cambian; además, se encuentran menos mártires y menos apóstatas” (Tocqueville, A. de, Democracy in America, Anchor Books, New York, 1969, p. 187).
Las palabras de Tocqueville parecen retumbar en los oídos del presente mexicano, en estos tiempos de monólogos al mayoreo. La duda y la desconfianza se han anudado en el centro de nuestra vida pública, y ni exorcismos presidenciales ni llamados patrioteros son suficientes para enfrentar las bestias negras de la incredulidad y el sinsentido. Sin mártires ni apóstatas en el horizonte inmediato, estos tiempos malditos son ganados por los canallas, los oportunistas y los timadores, que se desenvuelven con soltura entre medios de comunicación, partidos políticos, en el gobierno y en la sociedad civil.
Como se sabe, un mártir es alguien que está dispuesto a morir por una causa –una convicción, un hecho, una creencia-, mientras que un apóstata es quien ha renunciado justamente a sus creencias, un renegado, en algún sentido, un traidor a dogmas, principios, proyectos. Y de mártires y apóstatas está hecha la vida de las naciones y de sus agitadas pasiones políticas y sociales. La música ensordecedora del bicentenario y el centenario ha colocado en el centro las figuras de héroes y mártires, de traidores y apóstatas, como tratando de justificar cierto sentido de optimismo y orgullo nacional, en estos tiempo de desencanto político y de bajísimas expectativas individuales o colectivas sobre las posibilidades de mejoría económica, de bienestar social o de desempeño político.
El conservadurismo católico y el moralismo tradicional han resurgido en estos tiempos de escepticismo, a la voz de conocidos cardenales iracundos que alientan discursos de odio. Opuestos a cualquier discusión sobre el tema de matrimonio entre homosexuales, la legalización de la droga, o la adopción de niños por parte de parejas del mismo sexo, curas en busca de santificaciones futuras, y sus no pocossúbditos laicos, se han lanzado contra cualquier intento o decisión de quién sea, incluyendo a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, para modificar la legislación y las creencias en torno a temas de la vida privada que requieren de derechos públicos para proteger, justamente, decisiones que garanticen libertades de individuos, de minorías y también de mayorías. Predeciblemente, la corte de las sotanas y sus admiradores se ha lanzado a la defensa de principios abstractos, inmutables e inmortales, propios de mentalidades en busca de mártires para sus causas.
Por otro lado, la discusión en torno al tema de la violencia y la seguridad pública ha colocado las baterías políticas presidenciales en búsqueda de la legitimación mala y tardía de una estrategia que ha tenido efectos perversos. A prácticamente un año del inicio del proceso electoral federal para renovar la presidencia en 2012, y a poco más de dos para dejar Palacio Nacional, el calderonismo ha entrado en la recta final de su mandato con una retórica triunfalista, patriotera y hasta regañona que no se corresponde con los logros observados en los primeros cuatro años de su gestión. Los apóstatas se encuentran agazapados en las sombras y márgenes de este período.
Estas dos postales de tono gris sólido, parecen recordar los hechos y el ánimo con el que lidiaba aquel excéntrico francés que deambulaba con su diario en la mano por la costa este, los desiertos y las montañas de los Estados Unidos a principios del siglo XIX, tratando de entender las tensiones y dilemas de los hombres en períodos de agitación y turbulencia. Habitada por dudas, opiniones y creencias que pavimentan la sabiduría convencional de nuestro tiempo, en México necesitamos más herejes y apóstatas que mártires, capaces de desafiar los lugares comunes que nos han conducido al estancamiento y el hastío. Después de todo, la apostasía posee ese discreto encanto de la incomodidad que tanto molesta a los predicadores vueltos pescadores gananciosos en nuestras propias aguas revueltas.

Monday, August 16, 2010

La música lúgubre de la violencia




La música lúgubre de la violencia
Adrián Acosta Silva
Revista Nexos, agosto de 2010.

El final de la violencia, de 1997, es una película inquietante del director alemán Wim Wenders. El argumento central de la cinta es que la violencia es una bestia indomable, cuya influencia y efectos se extienden a múltiples campos de la vida privada y de la vida social. Un director que se ha vuelto rico y famoso filmando justamente películas sobre la violencia, se ve envuelto poco a poco en una red de acontecimientos en los que la violencia que usualmente filma lo atrapa a él mismo. La separación de su mujer, el robo, el secuestro y el asesinato, son acontecimientos unidos por el hilo delgado de la violencia, que termina por consumir las vidas de los involucrados. El tema la película, la fotografía y las escenas, la pista sonora que la acompaña (en la que desfilan canciones de Ry Cooder, Tom Waits, Los Lobos, y Roy Orbison, entre otros), ilumina de manera espléndida el argumento básico de la obra: los efectos corrosivos, devastadores, a veces deliberados, en otras no intencionales o muchas veces perversos de la violencia en la vida de los individuos y de las sociedades.
El tema, por supuesto, es complejo. La perspectiva que ofrece Wenders permite asomarse desde la ventana cinematográfica a dicha complejidad, y sirve quizá para referir lo ocurrido en los últimos años en México –lo que va del siglo, para ser exactos-, que mucho le debe a la violencia. Crisis económicas, epidemias, desastres naturales, cambio político, personajes permanentes o de ocasión, han tenido como música de fondo el eco de balaceras, asesinatos, bombas, secuestros. Las imágenes de la época son dominadas por cuerpos descuartizados, hombres decapitados, sangre en las calles, cadáveres embolsados, amarrados, abandonados en baldíos, carreteras y barrancos. Miles de muertos acumulados, individuos y grupos viviendo en la zozobra, miedos extendidos entre poblaciones específicas, en algún sentido paranoias privadas vueltas esquizofrenia pública. El asesinato del candidato a gobernador de Tamaulipas, las muertes de policías en Guadalajara, las ejecuciones cotidianas que habitan la vida pública en Chihuahua, Sinaloa, Michoacán o Guerrero, forman parte de una espiral de violencia que se alimenta de varios fuegos en distintos lugares y territorios. No se sabe bien cómo y cuándo comenzó todo, y tampoco se sabe muy bien cómo enfrentarlo.
Como lo ha mostrado Fernando Escalante en Nexos, el índice de homicidios violentos, deliberados, se ha incrementado de manera espectacular en algunas ciudades del país, aunque la tasa general de mortandad por accidentes u homicidios imprudenciales de la población se mantenga en sus patrones históricos. Los medios registran todos los días las imágenes y los hechos, las autoridades manifiestan su indignación y sus lamentos, el oficialismo panista y sus opositores lanzan al aire sus reclamos y diatribas, mientras que los ciudadanos continúan con sus actividades habituales. Contener la violencia no sólo como un buen deseo, una noble intención, sino como necesidad básica para autoridades y ciudadanos, para políticos y gobernados.
El discurso dominante coloca a la violencia como una reacción frente a la acción del Estado. Pero eso no parece ser tan obvio, ni tan claro. La acción de los grupos criminales surge del rompimiento de los acuerdos viejos o recientes con las propias estructuras del Estado y de los aparatos de seguridad nacional o locales. La penetración de la delincuencia en las esferas del poder y en las prácticas sociales parece ser la hipótesis que explicaría la fuerza incontenible de la violencia en la vida pública mexicana de los últimos años. Ni la policía, ni las leyes, ni la retórica presidencial parece ser suficiente para enfrentar con posibilidades de éxito la amenaza de sicarios, asesinos y depredadores. Algo hay de ruptura de los códigos básicos de la cohesión social, la expansión de las conductas anómicas, el cálculo de que unos cuantos platos de sangre pueden ayudar a recomponer el orden perdido, que incluiría la consolidación de una variada colección de impunidades cotidianas y de transacciones sombrías. El resultado es parecido a la película de Wenders: la creación de un clima ominoso, a veces irrespirable, en el que el poder de las tribus y de los depredadores sustituye el poder del Estado y sus instituciones.

Wednesday, July 21, 2010

Un trago por Cat Stevens



Estación de paso
Un trago por Cat Stevens
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 22 de julio, 2010.

La geografía sonora del rock contemporáneo está forjada por historias extrañas. Por “contemporáneo” me refiero al que inició a finales de los años sesenta y que se alargó hasta bien entrado el siglo XXI. Las poco más de 4 décadas que cubre el período contienen un conjunto de trayectorias vitales brillantes, de orientaciones sonoras diversas y coloridas, y una zona grisácea cubierta de rutas imprecisas, que configuran un mapa barroco en el que se pueden identificar estilos, grupos y cantantes que han expandido las fronteras del “cantar de los cantares” del siglo XX, como suele denominarle Jaime López al rock de estos años. Así, al lado del panteón de los héroes muertos del rock –Jim Morrison, Jimi Hendrix, Janis Joplin, John Lennon, Kurt Cobain-, permanecen también una colección de desvanecimientos estilísticos y de pequeñas historias de abandono de convicciones sonoras y estéticas, que coexisten con las conversiones espirituales de los que se rebelaron a su manera frente a la dictadura del negocio musical en que terminó convertida una buena parte de la producción, distribución y consumo de grupos y cantantes del género.
Una de esas célebres conversiones está representada por la figura de Cat Stevens. Nacido en Londres el 21 de julio de 1948, Steven Demetre Georgiou (el verdadero nombre del Gato) es hijo de madre sueca y padre greco-chipriota. Convertido por méritos propios en miembro distinguido del star-system rockero en los primeros años setenta, hacia finales de esa década decidió cambiar de nombre, de vida y de hábitos para convertirse en el musulmán Yusuf Islam, establecerse en una mezquita londinense, adoptar a decenas de niños para formarlos en esa religión, y dedicarse a promover por todo el mundo las enseñanzas de Alá y los mensajes del Corán. Las generaciones que crecieron escuchando Wild World, Father and Son, o Hard Headed Woman, presenciaron con cierto asombro el proceso de conversión de su ídolo, de su fuga hacia la búsqueda de la luz espiritual, aunque nunca dejaron de comprar y escuchar sus discos como Cat Stevens. Back to Earth , de 1978, fue su último disco grabado con ese nombre, con lo que se cerraba un ciclo como gran estrella pública , y se iniciaba otro como discreto creyente privado.
En la década de los ochenta y noventa no se supo más del buen Gato. Sin embargo, la condena a muerte del Ayatollah Jomeini al escritor inglés Salman Rushdie por su libro Versos satánicos, y la guerra del Golfo iniciada por el Presidente Bush padre a principios de los años 90 invadiendo la Irak de Sadam Hussein, trajeron nuevamente al ámbito público la voz y la figura del cantante y compositor de obras emblemáticas del folck-rock como Mona Bone Jackon, o Tea for the Tillerman (ambas de 1970). Los medios recogieron las impresiones de Stevens apoyando la condena al libro de Rushdie (aunque no estaba de acuerdo con la sentencia del Ayatollah), o condenando la invasión de los infieles occidentales a una nación musulmana como Irak (aunque reconocía los crímenes de Hussein). De pronto, decenas de irritados adultos norteamericanos o ingleses salieron a las calles para destrozar los discos de Stevens, y para renunciar a la devoción que en los años de su juventud profesaban a sus canciones. El sueño, otra vez, había terminado.
No fue sino hasta 2006 cuando Yusuf Islam reapareció con un nuevo disco bajo el brazo: An Other Cup, en el que muestra que el talento de un compositor excepcional se conservaba intacto. Más recientemente, en el 2009, con Roadsinger, el hoy sesentón Cat Stevens volvió a mostrar una obra cuidadosamente trabajada con manos de orfebre, dominada por guitarras, piano y sax, y con los ecos místicos de sus convicciones musulmanas. En los últimos años, ha hecho presentaciones con conciertos en diversos lugares de Londres, Nueva York o Montreal, como el que hizo en 2007 en el homenaje al fallecido Jim Capaldi (exmúsico de la banda Traffic, liderada por Steve Winwood), con una versión extraordinaria de la canción Man With No Country, del propio Capaldi. Estos registros muestran que el cambio de piel que experimentó Cat Stevens hace tres décadas, no eliminó al músico brillante que se conserva bajo el nombre de Yusuf Islam. Y quizá más aún: que bajo las creencias y la fe de un musulmán de orígenes múltiples, permanece un cantante gobernado por los impulsos de un talento irrenunciable.

Tuesday, July 06, 2010

El Estado y las tribus

El Estado y las tribus
Adrián Acosta Silva
(Texto publicado en sección “Debate”, del periódico “Mural”, Guadalajara, Jal., 4 de julio de 2010.)
El asesinato del candidato a gobernador tamaulipeco confirma a la violencia como uno de los grandes temas de la agenda pública nacional de una coyuntura que a fuerza de sangre y balas ya se volvió ciclo. Por el modo, el tiempo y el contexto, la ejecución del político priista es un asunto que coloca al límite la funcionalidad de las instituciones democráticas y la fortaleza o debilidad de los cambios experimentados en los últimos 20 años. El discurso y las prácticas contra la violencia que hemos atestiguado bajo la cruzada calderonista contra la delincuencia, no parece tener los efectos deseados, sino justamente efectos contra-intuitivos, no deseados o francamente perversos: la creación de un clima de confrontación y guerra con desenlaces fatales y potencialmente corrosivos de la vida política nacional.
¿Qué explica la fuerza que ha adquirido en los últimos años la delincuencia organizada - especialmente la derivada del narcotráfico- en la esfera pública del país? En realidad no se sabe muy bien, en primer lugar porque no es clara la magnitud de la presencia de estos grupos en las diversas actividades económicas, las estructuras políticas y las prácticas sociales. Ello no obstante, para el oficialismo panista, la “acción de los violentos” (como le gusta decir a los funcionarios de ocasión) es una efecto defensivo contra las acciones del gobierno federal. Esta hipótesis heroica trata de explicar, y justificar, la violencia legítima del Estado contra los poderes fácticos del narco y el crimen organizado. Sin embargo, los hechos muestran un par de cosas inquietantes y al parecer estrechamente relacionadas. La débil fuerza del Estado asociada a la creciente impunidad de los grupos delincuenciales. En otras palabras, la beligerancia policiaca y militar del gobierno es directamente proporcional al grado de impunidad de los poderes criminales que hoy tienen capturados territorios completos de la vida económica, social y política del país.
Si bien es cierto el hecho de que sólo la acción del Estado puede enfrentar y contener la acción de los criminales, también es un hecho que el desvanecimiento de la presencia del Estado en múltiples actividades y espacios de la vida pública ha propiciado la aparición de poderes alternativos y crecientemente influyentes en varios municipios y estados del país. Con estructuras de seguridad caracterizadas por bajos salarios, poca capacidad institucional, confusión en términos de coordinación y de operación policiaca e inteligencia criminal, las posibilidades de generar prácticas de impunidad que superan el costo de pagar por los delitos cometidos se ha impuesto en las aguas heladas del cálculo egoísta de los asesinos.
El desplazamiento de la violencia hacia los centros nerviosos de la política electoral coloca una perspectiva ominosa sobre la democracia mexicana realmente existente. El propósito de la violencia es intimidar, proveer de una imagen de miedo y riesgo a las actividades políticas que son por naturaleza públicas, incrementar la sensación de que todo lo sólido se desvanece en el aire. La delincuencia homicida también tiene sus rituales y sus rutinas, y parte de ellas no solamente consisten en ejecutar políticos, funcionarios, periodistas o ciudadanos, sino también llamar la atención pública sobre sus actos, sus motivaciones, sus chantajes.
Ello explica el hecho de que el discurso de las condenas, la indignación moral, las lamentaciones y los pésames al mayoreo se han instalado en el discurso habitual de las autoridades federales, estatales y municipales. Y eso en sí mismo es ya un síndrome preocupante de las limitadas capacidades del poder público, que ya forma parte de las rutinas esperadas por los depredadores. Las palabras también llegan a erosionarse y a perder fuerza y significado práctico. Por incapacidad, por corrupción, por cálculo, por efectos perversos o no deliberados, la criminalidad es una bestia indomable en las condiciones actuales. Y ya no importa tanto como, cuando y porqué llegamos aquí. Eso es tarea, quizá, de historiadores, sociólogos o antropólogos. Lo que importa es cómo diablos salimos de ella. Lo que hemos visto es que ahora, mal y tarde, se hacen llamados patrióticos para formar acuerdos políticos de unidad cuando las políticas de seguridad jamás se asentaron en una deliberación cuidadosa de sus alcances y costos. Es la hora del balance y las rectificaciones. De otro modo, el paisaje mexicano de estos años malditos recordará las palabras de Don Manuel Azaña, el último presidente republicano español antes del franquismo, cuando observaba con asombro la pérdida de las capacidades cohesivas de la política y de las instituciones democráticas de su tiempo: “Cuando desaparece el Estado, reaparecen las tribus”.

Wednesday, June 23, 2010

Monsiváis




Estación de paso
Monsiváis
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 24 de junio de 2010.

La muerte de Carlos Monsiváis suscitó una predecible y abrumadora ola de reacciones en torno a la importancia de sus obras, su figura, sus aportaciones a nuestra vida pública, sus compromisos políticos, ideológicos, su carácter de crítico y observador calificado. Más allá de las filias, las fobias o las indiferencias que pudiera atraer el gran escritor mexicano, el hecho coloca en el mostrador el papel de los intelectuales en la vida pública, su función crítica, sus silencios, sus ambigüedades, sus limitaciones.
El caso de Monsiváis es paradigmático para el caso mexicano. Ubicuo, prolífico y complejo, el personaje que era o representaba fue múltiple y en muchos casos único. Activista, crítico, escritor, notario, simpatizante, escéptico, creyente, ambiguo, panfletario, agnóstico, elitista, populista, memorioso, peleonero, jacobino, ultra, conservador, políticamente correcto o incorrecto según el caso y los actores, progresista, narrador formidable, prosista inigualable, izquierdoso, insidioso, irónico. Mordaz, sarcástico, desmesurado, intelectualmente promiscuo, hombre público, miembro destacadísimo del star-system de la opinocracia y de la inteligentsia mexicana, promotor cultural, poeta discreto, lector insaciable, mirón incansable, coleccionista incurable de objetos, máscaras, gatos, libros, periódicos y revistas.
Incómodo en los homenajes, reacio a los cocteles y agasajos que son tan frecuentes en el medio intelectual y cultural, Monsiváis representa la figura del librepensador de los años de las crisis económicas, sociales y políticas del México contemporáneo, el testigo y narrador privilegiado de una época gris, conflictiva y convulsiva. Militante de distintas cofradías, observador y crítico de otras, indiferente ante muchas más, el autor de Días de guardar conjugó la tradición libresca de la intelectualidad mexicana del siglo XIX y la primera mitad del XX con la pasión militante sobre los asuntos de coyuntura y la observación acuciosa de las prácticas populares, masivas, vistas con anteojos inspirados en el estilo desenfadado y anti-académico del nuevo periodismo norteamericano de Tom Wolfe o Norman Mailer, y con la agudeza clásica de Oscar Wilde o de Woody Allen. Observador, cronista e intérprete al mismo tiempo, Monsiváis proporcionó a varias generaciones de lectores y escritores un estilo único de narración, cercano y lejano al mismo tiempo de los hechos que observaba desde la calle, desde los periódicos, desde la televisión o el cine, en los últimos años de internet.
La abrumadora presencia del autor de Apocalipstick o de Pedro Infante. Las Leyes del Querer, en prácticamente todos los medios de comunicación locales y nacionales, la importancia de sus observaciones, de sus críticas o de sus elogios, lo hicieron referente obligado de la discusión pública pero también objeto permanente del chismorreo privado. Su enorme capacidad de relacionar dichos o hechos con referencias literarias, bíblicas o académicas produjo cantidades masivas de ocurrencias en forma de frases envenenadas, aforismos, revelaciones, preguntas sin respuestas, envueltas en un sentido del humor impecable, profundo, incómodo pero siempre disfrutable. En un medio abrumado por imposturas y solemnidades inocuas, la voz lúdica de Monsiváis era un tiro en el concierto, el pitorreo en medio de la fiesta de las simulaciones, la mirada incómoda sobre las desmesuras de nuestra vida pública y de sus actores.
Con una legión de imitadores mediocres, de críticos furibundos y de fanáticos consagrados a la religión monsivaisiana, el creador de las columnas periodísticas Para documentar el optimismo y Por mi madre, bohemios, se convirtió en ícono y en santo, en tiro al blanco y en inspirador de buenas causas, en ídolo de la bienpensantía nacional y en adalid de (casi) todas las causas populares imaginables. De cualquier modo, la muerte de Monsiváis representa el fin de un largo ciclo intelectual y cultural. Después de todo, no hay período o etapa de pensamiento y prácticas culturales que no disponga de un narrador excepcional de sus perfiles, sus peripecias, sus misterios, sus pleitos y sus tensiones. Hoy que las cenizas del narrador están colocadas cual ofrenda sagrada en el Museo del Estanquillo que él mismo creó, se puede recordar alguna de las frases que ingeniosamente soltó en algún momento de los años recientes, como cuando alguien le preguntaba su opinión en torno a los que estaba sucediendo en el país. “En realidad, no lo sé”, respondió el escritor. “Cuando comenzaba a entender lo que estaba pasando, resulta que ya pasó lo que estaba entendiendo”. La escritura “viva, irreverente y desparpajada” de Monsiváis, como la describió antier Guillermo Sheridan en su columna de El Universal-“Escenas con Monsiváis”, www.eluniversal.com.mx/editoriales/48799.html- se va a extrañar.

Wednesday, June 09, 2010

Un libro para la canícula



Estación de paso
Un libro para la canícula
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U.de G., 10 de junio, 2010.
En estos días gobernados de manera inescapable por la canícula, no hay forma de sacudirse la sensación de que nada así ha pasado antes entre nosotros, aquí mismo. Ventiladores, enfriadores, agua, son recursos insuficientes para mitigar la calidez seca y dura del ambiente, con un sol que cae a plomo sobre nosotros. No parece ser un buen momento para leer libros, sino más bien para meterse a una cantina, tomarse unas cervezas heladas, y esperar a que ocurra un milagro, como aconsejó alguna vez el sabio Ibargüengoitia.
Pero hay libros que tienen imán. Acción Nacional. El apetito y las responsabilidades del triunfo, de Soledad Loaeza, es uno de ellos. Publicado por El Colegio de México este mismo año, el texto es un balance y a la vez una continuación de los trabajos que esta importante investigadora del COLMEX ha desarrollado desde los años setenta en torno al conservadurismo mexicano, las clases medias, y la derecha político-partidista representada por el Partido Acción Nacional, el PAN. Continuación de El Partido Acción Nacional: la larga marcha, 1939-1994.(FCE, México, 1999), este nuevo libro de Loaeza rastrea el paso del PAN en su prolongada conversión de oposición leal y testimonial a partido en el poder. La historia comenzada en el Frontón México el 14 de septiembre de 1939 con la fundación de ese organismo político por parte de figuras como Manuel Gómez Morín y Efraín González Luna, llegó a su fin de ciclo el 1 de diciembre de 2000 con la toma de posesión como Presidente de la República de Vicente Fox Quesada. Ahí se simboliza la transformación de un partido crecido y fraguado como oposición leal en el contexto de un régimen autoritario, a un partido en el gobierno cuyo desempeño ha sido pobre, errático y contradictorio, como se señala en varios de los apartados contenidos en el libro.
Dividido en 9 capítulos, el texto recoge diversos ensayos y artículos publicados previamente por la autora a lo largo de la primera década del siglo XXI en diversas revistas especializadas en ciencias sociales de México y del extranjero. Se pueden advertir las diversas épocas del PAN, desde su formación como opción política de “derecha secularizada” como le llama Loaeza, hasta la influencia de la democracia cristiana en la modernización del partido en el período 1957-1965. Se pasa una revisión de las tensiones internas que sacudieron al PAN desde los años setenta y ochenta, y que explican el surgimiento del neopanismo, el renacimiento de la ultraderecha en el seno mismo del PAN, y las dificultades doctrinarias, ideológicas y políticas del panismo convertido en oficialismo a nivel nacional desde hace una década, pero que comenzó a escala local desde 1989, con el triunfo en la gubernatura de Baja California y en otras 6 entidades a lo largo de los años noventa, entre ellas Jalisco.
De manera lúcida, la politóloga Loaeza desmenuza la historia reciente del nuevo oficialismo, identifica sus dilemas, sus pleitos internos, y sus incapacidades heredadas o construidas desde su nueva posición en el mapa político nacional. Su persistente aversión al riesgo de gobernar, la accidentada relación de los presidentes surgidos del panismo (Fox y Calderón) con la estructura de su propia organización, las contradicciones de un discurso empresarial y gerencial con prácticas políticas ineficaces e incapaces de crear mayorías estables, junto con la configuración de un electorado de derecha en el país, hacen de la análisis del PAN en el ejercicio del poder un balance de saldos discutibles y ciertamente incómodos para una derecha político-partidista que nunca se ha asumido como tal. Un partido que luchó contra el hiper-presidencialismo del priismo, ahora lucha desesperadamente por restablecerlo, como la han mostrado Fox y el propio Calderón, pero ahora sin el contexto y las fórmulas de gobernabilidad con las que funcionaba aquel.
De las varias lecturas que pueden hacerse del texto, una posible es que constituye un examen objetivo del papel que el PAN ha jugado en el proceso de cambio político en México. Atado a taras ideológicas, arrastrando los restos de un discurso conservador, incapaz de reconocer los cambios sociales, económicos y culturales ocurridos en el país en el transcurso de los últimos años, Acción Nacional es un partido paradójico, que supo llegar al poder pero que se muestra incapaz de ejercer el poder. Crecientemente aislado de su propio electorado y de sus propios militantes, el PAN ha mostrado sus limitaciones como organización política capaz de traducir en el gobierno sus programas y propuestas. En otras palabras, el PAN es un partido de derecha que no sabe o ha renunciado a gobernar una sociedad plural, conflictiva, reacia a identificarse con el ideario y las creencias conservadoras del panismo contemporáneo.
Tal vez ahí radica la clave para descifrar los tiempos políticos del cambio mexicano. Un partido que se creó para transformar al país, para hacerse cargo de las “responsabilidades del triunfo”, como afirmó Gómez Morín hace 71 años, se ha convertido en un gobierno maniatado por una pluralidad indescifrable desde la óptica de la derecha, pero también acosado por sus propios prejuicios, fobias y contradicciones internas. Con la pequeña ayuda de una cerveza fría, leer este libro puede ser una experiencia refrescante ahora que la canícula aplasta la ciudad.

Wednesday, May 26, 2010

La rebelión de las sotanas



Estación de paso
La rebelión de las sotanas
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 27 de mayo, 2010.

Examinemos los principios religiosos que, de hecho, han prevalecido en el mundo. Es difícil no convencerse de que no son otra cosa que los sueños de unos enfermos.
David Hume, Ensayos morales y políticos, 1742.
La Iglesia Católica mexicana es capaz de encontrar causas para subrayar su importancia y superioridad moral en cualquier asunto, en cualquier lugar, en cualquier tiempo. Sabe que el diablo está en los detalles y en ellos se concentra de manera obsesiva para denunciar, pontificar, acusar, descalificar. La lista es larga y no tiene desperdicio: desde hace 17 años hizo del asesinato de un cardenal una cruzada para demostrar que hubo un complot de propósitos inconfesables; hace de la guerra cristera del siglo pasado una gran causa para canonizar a sus soldados, y transformarlos con la bendición papal en mártires y santos; construye iglesias y santuarios para mostrar su poder sobre almas y cuerpos; se atribuye el monopolio de la verdad para saber cuando Dios decide la vida y cuando la muerte, y confiando en esa sabiduría de origen extraterrestre se opone a cualquier intento de interrupción de embarazos, abortos protegidos, matrimonios entre homosexuales, adopciones, manifestación de preferencias éticas, políticas o sexuales. En fin. La misma y vieja iglesia de siempre, con sus súbditos laicos de siempre, la “puta de babilonia” de las páginas del Apocalipsis, como le denominaron los albigenses a la iglesia romana desde el siglo XI.
Esta es la forma de hacer política por parte de arzobispos y cardenales. Vestidos con intimidantes sotanas púrpuras, y armados con báculos e incienso, los curas y sus monaguillos clericales y laicos ejercen presión desde los medios y entre sus fieles, incluyendo a buena parte de los políticos profesionales de todos los partidos. Intentan controlar la agenda pública, propiciar decisiones políticas, intervenir en los asuntos privados y de gobierno. El último de los casos es el precipitado anuncio que hizo la Arquidiócesis de México de un boicot de la iglesia al Censo de Población y Vivienda 2010 que está por arrancar, y que como se sabe es un ejercicio de información estadística que se realiza desde el año de 1890 para conocer el estado que guarda la población mexicana en múltiples aspectos, entre ellos el de sus creencias religiosas.
Según la nota aparecida en el diario Público- Milenio el lunes pasado (24/05/2010) el argumento de la iglesia es, digamos, de carácter técnico: se trata de la manera en que está planteada la pregunta sobre la religión a la que pertenecen los miembros que viven en una casa, y que ofrece 12 posibles variaciones sobre la respuesta “católica” en caso de que la hubiera. La iglesia plantea su diatriba con una descalificación, como es costumbre de la santa casa: “Censo tramposo”, diseñado para “manipular los números con fines perversos particulares”, dice la nota.
El acusado tono de escándalo de la clerecía nacional tiene que ver con el hecho de que el estudio de las religiones ha mostrado desde hace tiempo que la religión católica se ha fracturado en un conjunto de sub-religiones, o mini-religiones, que se orientan con creencias más y más alejadas del núcleo ortodoxo de la vieja iglesia católica, apostólica y romana que todos conocemos. Más aún: el catolicismo ha perdido el monopolio de la fe, y compite con otras creencias, religiones, iglesias y sectas que se disputan ferozmente el derecho de educar las almas perdidas, de elevar oraciones y recibir las limosnas de los feligreses. El escepticismo ha ganado adeptos, y prácticas como la unión libre, el divorcio, la homosexualidad, han ganado legitimidad entre los mortales. Si a ello se agregan los escándalos generados en el seno de la propia iglesia –el padre Maciel, por ejemplo- lo que tenemos es el espectáculo de curas haciendo política en el ámbito público, tratando de mantener en el centro mediático su presencia e imágenes, luchando contra todo intento por mostrar el deterioro de la iglesia en las prácticas cotidianas de ciudadanos cuyas creencias han cambiado de manera importante e inevitable en los últimos años. A eso los científicos le llamarían evolución o modernización, pero la evolución no es un término que agrade mucho a cardenales y curas.
En fin. Tal vez hay que recordar las palabras de Albert Einstein respecto del pensamiento religioso como “un intento de encontrar una salida allí donde no hay puerta”. Y la oligarquía católica mexicana se ha convertido en una verdadera experta en el duro oficio de buscar puertas inexistentes. Temerosa de evidenciar su descenso en las preferencias religiosas de los mexicanos, ahora se ha lanzado contra un ejercicio del Estado para dar a conocer lo que muchas otras encuestas y estudios han mostrado desde hace tiempo: el declive del catolicismo.

Wednesday, May 12, 2010

La carretera



Estación de paso
La carretera
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 13 de mayo 2010.

Evoca las formas. Cuando no tengas nada más inventa ceremonias e infúndeles vida
(Cormac McCarthy, La carretera)

Hace un par de semanas se estrenó en los cines de la ciudad la película “El último camino” del director australiano John Hillcoat, protagonizada por Viggo Mortensen, Charlezie Theron, Robert Duvall y el niño Kodi Smith-McPhee. La cinta está basada en la novela La carretera, del escritor norteamericano Cormac McCarthy, publicada originalmente en inglés en el año de 2006 (hay una reciente versión en español: La carretera, Random House-Mondadori/Ediciones Debolsillo, México, 2009, 210 págs.). McCarthy, como tal vez algunos recuerden, fue también el autor del libro No Country for Old Man, que inspiró la filmación de la película “Sin lugar para los débiles”, del 2008, de un amplio reconocimiento entre la crítica y el público en general.
El argumento central de “El último camino” es el miedo. Ese es el motor que activa la búsqueda por la supervivencia de un hombre y su hijo en un mundo que, literalmente, se derrumba, explota en llamas, se hunde. Con un principio y un final inciertos, el relato que sostiene la película es simple y desgarrador: la lucha diaria de un hombre por proteger a su hijo de la violencia y el canibalismo, que trasladan en unos pocos años a la civilización del siglo XXI al estado de barbarie del principio de los tiempos.
Con la música bella y lúgubre de Nick Cave –el estupendo rockero australiano, paisano y amigo de Hillcoat-, la cinta es una colección de imágenes grisáceas, que reflejan un mundo frío marcado por el humo, la niebla y las cenizas. Marcado dolorosamente por las pérdidas –en primer lugar, por la de la valiente esposa y madre de los protagonistas, representada por Theron, quien decide suicidarse antes que permanecer condenada a una vida de penurias y temores-, la vida del padre y el hijo transcurre por una ruta –una carretera- que conduce al sur, el lugar que consideran más seguro en el imparable proceso de descomposición de la naturaleza y la sociedad que conocieron en un pasado reciente. Los restos de la civilización estallan frente a sus ojos a lo largo del camino, que recorren en busca de algo de comida y protección. Lo que encuentran como paisaje inevitable es la muerte, representada por cuerpos que cuelgan del techo de casa abandonadas, cadáveres esparcidos por los otrora jardines verdísimos, cuerpos desmembrados y devorados por las hordas de caníbales que recorren ciudades y granjas.
Acosado por el miedo y el hambre, el padre intenta reconstruir en su pequeño hijo el mapa de sentimientos, valores y afectos que conoció en el pasado anterior a la catástrofe. Se aferra a la tarea de transmitir en el hijo la esperanza que las cosas pueden ser mejores si se mantiene en el bando de los buenos, los no asesinos, los no depredadores. Inculca todo el tiempo al muchacho la idea de la supervivencia, de desconfiar en los extraños (generalmente “los malos”), esperando que en algún momento pueda encontrar al grupo de los buenos. Se trata de una lucha cotidiana contra la incertidumbre y la adversidad, con el riesgo siempre presente del aniquilamiento, con la meta básica de sobrevivir sólo un día más. Demolida cualquier certeza sobre la bondad de los hombres, o sobre la infinita sabiduría de un Dios cruel y asesino, el padre descubre en su hijo al dios verdadero, el último reducto de afecto y sentido de futuro que puede sobrevivir a un tiempo de ladrones, canallas y homicidas. Como escribe McCarthy al describir una de las escenas: ”Salió a la luz gris y se quedó allí de pie y fugazmente vio la verdad absoluta del mundo. El frío y despiadado girar de la tierra intestada. El aplastante vació negro del universo. Y en alguna parte dos animales perseguidos temblando como zorros escondidos en su madriguera. Tiempo prestado y mundo prestado y ojos prestados con que llorarlo”. (La carretera, págs..99-100)
El último camino es la representación visual y dramática de una novela compleja, profunda e inquietante. Ya se sabe: transmitir a imágenes las representaciones que evoca una novela es una tarea difícil. Y aunque el libro, en este caso, es mejor que la película, el esfuerzo que hace el director por trasladar el argumento textual a la película resulta un decoroso ejercicio de presentación de una historia de supervivencia fraguada en un contexto maldito, hostil y asesino.

Wednesday, April 28, 2010

Día del libro: la fiesta y el drama






Estación de paso
Día mundial del libro: la fiesta y el drama
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 29 de abril de 2010.
Como ya es costumbre, el pasado 23 de abril se celebró el Día Mundial del Libro. Autoridades educativas y culturales, ciudadanos interesados y medios de comunicación se reunieron para compartir el festejo. Lecturas colectivas, regalo de ejemplares en librerías, cámaras y micrófonos en la calle, todo un espectáculo por supuesto. Sus promotores más entusiastas hablan de que gracias a esa celebración y a otros eventos (la Feria Internacional del Libro, por ejemplo), se han formado nuevos lectores, nuevos públicos, pequeñas multitudes que ya han tomado como suyo el hábito de la lectura, compartiendo autores, libros, editoriales, creando redes y clubes de lectura, votando por sus autores preferidos, felicitando a los organizadores de los festejos y los rituales de rigor. Desde la atalaya de la autocomplacencia, los organizadores de la fiesta pontifican, tiran netas, profetizan, realizan diagnósticos al vapor, pronósticos instantáneos, algunos hablan incluso de un cambio cultural profundo entre los mexicanos. El entusiasmo, ya se sabe, suele jugar malas pasadas a los entusiastas de ocasión, los marea y hace ver cosas que no existen, o decir palabras que no resisten la prueba del ácido de la realidad.
El día mundial del libro es, esencialmente, una ficción en el contexto de un mercado de compradores y vendedores entre los que quedan fatalmente atrapados los autores de las obras. Sólo una muy pequeña fracción de autores tiene la libertad y el poder para hacer contratos ventajosos con editoriales y librerías, y muchas veces ese poder tiene que ver más con buenas relaciones públicas y con conocimiento de cómo asociarse con grades firmas editoriales que con la calidad de sus obras y escritos. El problema es antiguo. Lo recordó hace unos días José Emilio Pacheco al recibir el Premio Cervantes 2009: “En la Roma de Augusto quedó establecido el mercado del libro. A cada uno de sus integrantes –proveedores de tablillas de cera, papiros, pergaminos; copistas, editores, libreros- le fue asignado un pago o un medio de obtener ganancias. El único excluido fue el autor sin el cual nada de los demás existiría. Cervantes resultó la víctima ejemplar de ese orden injusto.” Las palabras del poeta remarcan el doble rostro de la celebración libresca: la fiesta y el drama.
El fenómeno ha sido examinado desde hace tiempo. Sociólogos como Fernando Escalante en su espléndido A la sombra de los libros. Lectura, mercado y vida pública, editado en el 2007 por El Colegio de México, ha abordado con profundidad el asunto. En ese texto, Escalante plantea un argumento central: “en los últimos años se ha producido en todo el mundo una concentración extraordinaria de la industria editorial: la mayor parte del mercado global pertenece a ocho o diez empresas, integradas en grupos que también tienen periódicos, revistas, productoras de cine, discográficas, cadenas de radio y televisión. El negocio de los libros –escribe Escalante- se ha convertido en un gran negocio, incorporado a la industria del espectáculo. Y eso tiene consecuencias sobre el tipo de libros que se publican y sobre el modo en que se venden, sobre las librerías y las prácticas de lectura” (p. 9). El libro ilustra con datos y hallazgos este argumento central, para llegar a una conclusión poco entusiasta: la cultura del libro no desaparecerá, pero se ha hecho más marginal que nunca, y no bastan cruzadas culturales para evitar ese hecho duro. Factores como la baja escolaridad y el ingreso afectan de manera directa el pobre consumo de libros en México.
En un libro póstumo (Los desheredados. Cultura y consumo cultural de los estudiantes de la Universidad de Guadalajara, CUCEA-U. de G., 2009, Guadalajara), el profesor Roberto Miranda Guerrero examinó la relación entre lectura, prácticas de estudio y la asistencia a los recintos culturales de los estudiantes de licenciatura de la Universidad de Guadalajara. Tomando como muestra a los estudiantes del CUCEA, el estudio de Miranda tiene resultados inquietantes: los estudiantes universitarios leen poco, generalmente por obligación derivada de su formación académica, y casi nunca asisten a recintos culturales locales. Más de la mitad de los estudiantes no ha leído ni siquiera tres libros no curriculares en un año, los libros que leen son “para pasar las materias”, y, como señala el autor, “ocho de cada diez alumnos no han asistido a Casa Vallarta, nueve de cada diez no conoce ni la Casa Julio Cortázar ni la Casa Escorza. Más de la mitad dice no haber asistido nunca al Museo de las Artes y el 70% no conoce el ¨Paraninfo Enrique Díaz de León”, el recinto más importante y emblemático de la U. de G.
Es una paradoja monumental: hoy que se producen más libros que nunca tenemos prácticas de lectura y consumo cultural más pobres que nunca: La intención democrática de las campañas de promoción de lectura para elevar el gusto por los libros, no alteran el hecho de que la lectura es una práctica social y no un gusto personal.

Thursday, April 15, 2010

Ciudadanización

Estación de paso
Ciudadanización
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 15 de abril de 2010.
La palabra comenzó a utilizarse desde hace tiempo y pronto no sólo se puso de moda, sino que llegó para quedarse un largo rato. Nos llegó ruidosamente con los vientos de la democratización, la santificación de la sociedad civil y el lenguaje de la rendición de cuentas, la responsabilidad pública, la desconfianza en los partidos políticos, en los funcionarios, en el gobierno. Como suele ocurrir en el lenguaje público de los tiempos de cambio, nunca se especificó que significaba exactamente el término ciudadanizar, pero el concepto evocaba algo así como la purificación de la política, la despartidización de las instituciones, la despolitización de las decisiones públicas, cosas de ese tipo.
Hoy, el terminajo se sigue utilizando con la misma vaguedad con la que se empezó a utilizar hace ya más de 20 años. Se insiste en que la ciudadanización es una buena fórmula para eliminar la corrupción, mejorar los gobiernos, procurar buenos servicios públicos, acabar con el cinismo y la hipocresía de los políticos profesionales y de sus partidos y organizaciones. Es más: se citan y documentan experiencias exitosas de ciudadanización, se argumenta que las sociedades donde los ciudadanos participan más se elevan significativamente los niveles de desarrollo económico y social, se incrementa la confianza y la cohesión, los más entusiasmados aseguran que lleva incluso a la felicidad de individuos y comunidades.
Este discurso es seductor, para muchos fascinante, pues, ofrece la posibilidad de enfrentar con ojos frescos, quizá incluso con sangre nueva, los problemas que aquejan a una sociedad que se observa devastada por la corrupción, la politización, la partidización de los asuntos públicos, la ausencia de una moral pública correcta, lo que eso signifique.
Sin embargo, la cruzada ciudadanizadora está poblada por mitos y leyendas que conforman la sabiduría convencional que expresan casi siempre en tono de denuncia y acusaciones los activistas social-civilistas más radicales. Como todas las sabidurías convencionales, están hechas de pedazos de teorías sociales más o menos populares, voluntarismo a toda prueba, e ingenuidades y tonterías de muy diverso calibre. Enumero algunas de ellas:
-Los ciudadanos son mejores que los políticos para resolver problemas públicos. Primero habría que preguntarse qué ciudadanos tenemos y cómo los imaginamos. Y lo que tenemos no es de entusiasmar mucho a nadie. Como en todos lados, son pragmáticos, individualistas, oportunistas o solidarios a veces, desconfiados casi siempre, de participación política confusa, muy desiguales en términos de ingreso económico y escolaridad, de prácticas contradictorias, de convicciones políticas cambiantes o ausentes, según sea el momento y la ocasión. Los que imaginamos –mejor dicho, los que imaginan nuestras elites intelectuales, religiosas, políticas o empresariales- son todo lo que no tenemos: ciudadanos interesados en la cosa pública, informados, participativos, productivos, honorables, de ética republicana a toda prueba, de moral sólida habitada por valores absolutos y certezas democráticas. Esos ciudadanos imaginarios de la república imposible están en el centro del discurso socialcivilista actual.
-Los partidos pervierten la política. La vida en sociedad es, ya se sabe, intrínsecamente conflictiva. Para reducir la conflictividad se construyen leyes, instituciones y organizaciones que permitan representar la voluntad de los ciudadanos, y los partidos son algunas de esos dispositivos (junto con los sindicatos, las federaciones, los gremios, los colegios de profesionales, los clubes de futbol, las asociaciones de padres de familia o las de vecinos de una colonia). La política requiere de partidos y ciudadanos, en la que aquellos pueden representar a segmentos específicos de estos, y los ciudadanos pueden participar o no, elegir o no, de entre ese puñado de partidos políticos. La idea de que los partidos distorsionan la política y la democracia es muy antigua, pero es igualmente añeja la evidencia de que las democracias no pueden existir sin partidos políticos, aunque los partidos puedan existir sin democracias.
-La democracia verdadera puede funcionar sin partidos políticos. Esta afirmación es parte de las leyendas urbanas políticas de hoy y de aquí. Supone algo así como esquemas de democracias plebiscitarias, directas, basadas en la movilización cívica masiva, capaz de discutir todos los asuntos todo el tiempo posible. Toda forma de intermediación entre los ciudadanos y las decisiones públicas es vista como una distorsión o una franca perversión de la voluntad popular. Esos ejemplos los vemos en las visiones de las “democracias desde abajo” (así le dicen sus promotores más aguerridos), esquemas horizontales de toma de decisiones, esencia popular de las mismas, recursos de organización y de supervisión de racionalidad absoluta, instituciones habitadas no por burócratas ni funcionarios ni políticos profesionales sino por ciudadanos de la calle.
-Las instituciones deben ser operadas por los ciudadanos. Hoy se exige en diversos tonos la propuesta de “ciudadanizar instituciones”. Bajo el título taquillero del “empoderamiento” de los ciudadanos, se piden procuradores ciudadanos, contralores ciudadanos, auditores ciudadanos, síndicos ciudadanos. La iniciativa presidencial de reforma política del Presidente Calderón se monta en esta ola ciudadanizadora en varios de sus pasajes. Bien vista, esta ola intenta des-institucionalizar a nuestras instituciones, para transformarlas en otras, en la que los burócratas y los políticos sean sustituidos por ciudadanos virtuosos, es decir, imaginarios. ¿Dónde hemos oído esta música?.
En el confuso clima intelectual y política de nuestra época, esas voces y susurros configuran los sonidos de los medios y a veces de la calle. Parafraseando a una vieja rola de Ten Years After -con la guitarra de Alvin Lee, por supuesto-, los nuevos cruzados creen que la ciudadanización, como el amor, puede cambiar al mundo. Que San Joe Cocker nos agarre confesados.