Saturday, January 28, 2023

David Crosby (1941-2023): el hombre que olvidó su nombre

David Crosby (1941-2023): el hombre que olvidó su nombre Adrián Acosta Silva (Laberinto-Milenio, 28/01/2023) https://www.milenio.com/cultura/laberinto/david-crosby-el-hombre-que-olvido-su-nombre Hace unos días (el 18 de enero) murió el cantante y compositor David Crosby, una de las últimas leyendas del rock-folk norteamericano. Su voz suave, armoniosa y cálida acompañó los sonidos del rock de los años sesenta y setenta a través de dos de los grupos más emblemáticos de la época norteamericana del género: The Byrds, y Crosby, Stills, Nash y Young (CSNY). Metodista insobornable (le metió duro a todo tipo de drogas y al alcohol), el californiano nacido en la ciudad de Los Ángeles fue uno de los más célebres representantes de la generación de los baby-boomers de la posguerra, cuyas trayectorias vitales son un muestrario de excesos, creatividad, genialidad, tragedias y decepciones de la época de las flores, el pacifismo, el hippismo, y el ambientalismo de primera generación de muchos de los nacidos al final de la segunda posguerra mundial en la costa oeste de los Estados Unidos. Mi primer contacto con el sonido de Crosby fue en mi adolescencia, en los primeros años setenta en Mazatlán, cuando un grupo de amigos de Guadalajara nos fuimos a pasar unos días a ese puerto del pacífico. Recuerdo que en la grabadora de un mazatleco se tocaba un recién desempacado cassete de CSNY (4 way street), donde la voz suave y la guitarra acústica de Crosby entonaban “Laughing”, una discreta canción de amor acompañada por los poderosos riffs de Stills y Young. Luego de eso, inmediatamente pude comprar el LP (“vinyl”, le dicen ahora) Dèja Vú, el más célebre de las obras de CSNY, donde Crosby incluye una canción de su autoría con un título propio de los aires alucinantes del barrio Haight-Ashbury de San Francisco: “Almost cut my hair”. El enorme bigote y la cabellera ensortijada de Crosby fue el emblema de su figura a lo largo de su carrera de 6 décadas, en la que grabó 11 discos como solista (8 de estudio y 3 en vivo), más los grabados con sus grupos de origen. Desde el deslumbrante If a Could Only Remember My Name…, de 1971, hasta el sobrio For Free, de 2021, Crosby se mantuvo nadando entre las aguas superficiales y profundas del rock, con apariciones esporádicas junto a otros de sus antiguos compañeros de The Byrds o de CSNY, aunque también grabó un par de discos, en 2001 (Just Like Gravity) y en 1998 (CPR), con una banda formada por él mismo (CPN, siglas de Crosby, Pehar y Raymond). Prisionero de sus excesos, rebeldías y alucinaciones, Crosby encajó bien con la atmósfera de reclamos vigorosos y optimismos desbordados del hippismo, como dibuja con curiosidad y buenas maneras el exlíder de The Band, Robbie Robertson, en su Testimony (Neo Person, Madrid, 2017), libro autobiográfico donde desfilan entre sus memorias de juventud personajes extravagantes y un poco locos como el propio Crosby. A finales de los años setenta, éste pasaba por su propia temporada en el infierno. Atrapado por las drogas y el alcohol se encontraba en un permanente estado de paranoia y ansiedad, asegurando que alguien lo quería matar. Con el asesinato de John Lennon en 1980, Crosby emprendió una enfermiza cruzada personal por su propia salvación recorriendo frenéticamente varias ciudades de Estados Unidos desde California y Nueva York hasta Florida, donde fue detenido por la policía con un arma en la mano, convencido de que el siguiente en la lista de asesinados célebres era él. Luego de unos días en la cárcel, lo que se sabe es que se sometió a una terapia de desintoxicación que finalmente le salvaría de sus paranoias y muy probablemente de la muerte. Posteriormente, entraría en una prolongada etapa de soledad y aislamiento, lo que explica que después de su lanzar su primer disco en 1971 solamente grabara dos discos de estudio en 1989 y en 1993 (Oh, Yes I Can, y Thousands Roads), aunque colaborara en algunos más como colaborador o invitado de varios cantantes y grupos. Luego atraviesa por otro extenso período de silencio que se alargará durante casi 20 años, interrumpido solamente con algunas esporádicas apariciones en vivo, y la grabación en 1999 de un disco en que se reunieron CSNY (Looking Forward). Pero es en la segunda década del siglo XXI cuando Crosby el viejo (ya había alcanzado sus propios años setenta, con esposas y exesposas, nueras, hijos y nietos), grabaría lo que son quizá los mejores discos de su trayectoria. Entre 2014 y 2021 lanzó 5 discos de gran factura estílistica y consistencia letrística, de arreglos sofisticados donde participaron guitarristas como Mark Knopfler y cantantes como Joni Mitchell: Croz (2014), Lighthouse (2016), Sky Trails (2017), Here if You Listen (2018), y For Free (2021). Son las postales de la madurez brillante de un músico veterano que plantea dudas, explora sonidos nuevos, siembra sospechas y escepticismos corrosivos sobre las viejas y nuevas generaciones, sobre los tiempos malditos de la guerra, el trumpismo o la pandemia, pero también recordatorios puntuales de las promesas no cumplidas, las esperanzas e ilusiones que alimentaron los sueños, delirios y pesadillas de la Woodstock Nation. El año pasado, a sus 80 años de edad y luego de la pandemia, Crosby formó un nuevo grupo -The Lighthouse Band-, junto con jovenes y talentosos músicos como Mike League, Becca Stevens y Michelle Willis. Había ofrecido algunos conciertos en los Estados Unidos, recorriendo las venas de la melancolía, la nostalgia y el optimismo que resurgieron con fuerza en ciudades como Los Ángeles, Nueva York o Denver luego del trumpismo y la pandemia. Uno de esos conciertos, celebrado en noviembre del año pasado en el histórico Teatro Capitol de Port Chester, NY, fue grabado y será presentado por estos días. Será el último disco en el que escuchemos la guitarra y la voz de un músico entrañable. La muerte de Crosby es uno más de los clavos de ataúd del rock clásico. A principios del año, la muerte de Jeff Beck había sumado otro, recordando la inevitable mortalidad de los héroes de las voces y guitarras que estructuraron las grandes leyendas rockeras. A sus 81 años, el sonido de coros y guitarras acústicas que acumuló durante su trayectoria, hacen de Crosby el artesano que configuró una parte de las hechuras básicas de un género que ahora, con algunas brillantes excepciones, languidece con explicaciones pero sin remedio. Quedan por ahí Dylan, McCartney, Springsteen, Clapton, Young, Stills, Patti Smith, Van Morrison, Paul Simon, Mick Jagger, Keith Richrads, John Mayall, como algunos de los últimos representantes de una era que se apaga inexorablemente, poco a poco. Hechizado por el mar californiano, Crosby fue un amante de los barcos y las velas, de las travesías nocturnas y las exploraciones marinas. A bordo de su nave Calypso, vivió una parte de sus reposos, excesos y alucinaciones, acaso a la búsqueda de constatar las palabras decimonónicas de Rimbaud: “Sé de cielos que estallan en rayos, sé de trombas, resacas y corrientes, sé de noches…del Alba”. Y tal vez un epitafio digno de Crosby se pueda desprender de una de las líneas de El barco ebrio: “Los ríos me han llevado, libre, adonde quería”.

Friday, January 20, 2023

México hoy: gobierno y oposición

Diario de incertidumbres México, hoy: gobierno y oposición Adrián Acosta Silva (Campus-Milenio, 19/01/2023) https://suplementocampus.com/mexico-hoy-gobierno-y-oposicion/ Impulsada por la rebelión electoral antineoliberal encabezada por AMLO y su partido en 2018, una forma simbólicamente distinta de concepción y ejercicio del poder político se instaló en palacio nacional apoyada por el predomino del partido del presidente en el legislativo federal. Los tiempos del gobierno dividido fueron sustituidos por el tiempo del gobierno cuasi-unificado. El oficialismo morenista logró, mediante diversas estrategias y tácticas -algunas de legalidad dudosa, otras de pragmática negociación política con partidos minúsculos como el PVEM, el PT y el PES-, traducir la coalición electoral “Juntos haremos historia” en una coalición legislativa que ha apoyado sistemáticamente las iniciativas presidenciales, mostrando un alto grado de disciplina partidaria en las votaciones parlamentarias. Ello no obstante, en las elecciones federales intermedias del 2021, el obradorismo no alcanzó su objetivo estratégico: controlar las dos terceras partes de la cámara de diputados para obtener una mayoría calificada y asegurar el éxito de sus iniciativas durante la segunda mitad de su mandato (2021-2024). En estos años, las protestas, bloqueos y movilizaciones callejeras se han mantenido e incluso incrementado durante los años de la “nueva” transición (o ciclo, o etapa) política mexicana. Como ha sugerido el antropólogo Claudio Lomnitz, esas movilizaciones son producto de un doble desplazamiento de carácter estructural: por un lado, las reformas económicas de clara orientación neoliberal experimentadas entre 1989 y 2018, y por otro las reformas político-electorales ocurridas durante el mismo período. Fue una clásica transición bifronte: una fue económica, la otra política. Ambas, sin embargo, confluyeron en un mismo resultado: la desarticulación/desmantelamiento de un sistema de gestión política y corporativa de los asuntos económicos y políticos. Las nuevas reglas de la economía de mercado y las nuevas reglas de la competencia política desmontaron las bases de la obediencia política del viejo régimen basada en un extenso sistema formal o fáctcio de intremediaciones políticas, y a los comportamientos asociados a la economía mixta correspondientes a la lógica de dominación de un sistema de partido hegemónico (PRI). A lo largo de esos años, la oposición política liderada por López Obrador fue alimentándose de las pequeñas y grandes fracturas de los partidos “transicionistas” (PRI/PAN/PRD), pero también del malestar social provocado por la desigualdad, la corrupción, la pobreza y el hartazgo. Visto a la distancia, el antiguo orden político posrevolucionario experimentó un largo proceso de desprendimiento y fragmentación de los mecanismos de cohesión y negociación de los intereses en disputa. Algunas franjas de las organizaciones corporativas tradicionales, sindicatos y grupos locales se fueron sumando a las filas del obradorismo, cuya retórica captó muy bien las causas del malestar en dos frases emblemáticas: “corrupción” y “mafias del poder”. Instalado como oficialismo político, el obradorismo cambió los términos del código gobierno/oposición. El fortalecimiento del liderazago presidencial, la activación de sus poderes constitucionales y meta-constitucionales, el apoyo de un partido político disciplinado que apoya sin reservas las iniciativas presidenciales, conjuntamente con una tercia de partidos aliados, le ha permitido al obradorismo ejercer un poder que resalta claramente en el contexto de una oposición política débil, frecuentemente confundida y desarticulada. Ese giro en la política nacional configuró la hechura de una nueva élite gobernante cohesionada por el poder presidencial, que coexiste con las élites dirigentes y de poder económico que surgieron a lo largo de los últimos treinta años, y que de manera pragmática han negociado sus intereses en el proyecto de la “Cuarta Transformación Nacional”. Las claves de la oposición La oposición política al oficialismo obradorista se ha configurado en torno a cuatro partidos principales: PRI, PAN, PRD y MC. Los tres últimos partidos construyeron en 2018 una alianza electoral (“Por México al frente”) orientada a disminuir o contrarestar los apoyos a MORENA y sus aliados, tanto a nivel federal como en las escalas estatales y municipales. Para las elecciones de 2021, el PRI se sumó a la alianza “Va por México” junto con el PAN. El PRD, sin embargo, MC, decidió mantenerse desde 2020 como partido sin alianzas en los comicios electorales federales, aunque ha mantenido coaliciones en algunas elecciones estatales y municipales. Estas oposiciones no fueron suficientes para alcanzar la mayoría relativa en la cámara de diputados en las elecciones del 2021, pero sí para impedir que el oficialismo alcanzara la mayoría calificada que había conquistado mediante diversas maniobras en 2018. En esas circunstancias, el endurecimiento de las posiciones y reclamos de las oposiciones se ha acompañado frecuentemente de movilizaciones nacionales y locales, bloqueos, protestas, manifiestos y desplegados públicos. En las aguas profundas de estas expresiones yace un amasijo de ideas, creencias, intereses y prácticas que alimentan las narrativas oposicionistas, pero que no conforman una plataforma ideológica coherente, articulada y eficaz en contra del oficialismo. Quizá ese es el precio mayor de las coaliciones electorales y políticas opositoras: el desdibujamiento de las identidades partidistas de las organizaciones a favor de la construcción de una imaginaria y difusa identidad opositora. Si la retórica presidencial está dominada por un maniqueísmo rústico, iluminado en código binario (buenos/malos, conservadores/progresistas, pueblo/élites, neoliberales/transformadores, corrupción/pureza), las retóricas opositoras se alimentan de códigos enfrentados con la narrativa obradorista (pluralismo/uniformidad, democracia/autoritarismo, autonomía/heteronomía). Se trata de un esfuerzo narrativo por contener los alcances de la hegemonía obradoriana y ofrecer una alternativa a poblaciones y sectores que no se identifican con el oficialismo. Sin embargo, luego de cuatro años de contrastes entre estas oposiciones, la identidad neopopulista parece más clara que la identidad oposicionista. Una se alimenta no sólo de imágenes sino también de políticas clientelares para legitimar el ejercicio del poder gubernamental a través de programas sociales y proyectos institucionales dirigidos a poblaciones pobres. La otra es más difusa y desarticulada, que se alimenta básicamente de las insuficiencias, desvíos e ineficacias del ejercicio gubernamental a lo largo de los últimos cuatro años. Una ofrece la imagen de un país con transformación política y bienestar popular. Otra, de imágenes de un cambio regresivo y destructivo, de una sociedad fracturada, donde el malestar social y la confusión política se han acumulado y profundizado.

Thursday, January 05, 2023

México hoy

Diario de incertidumbres México, hoy: protestas sociales y orden político Campus Milenbio, 05/01/2023 El mundo se cierra fríamente con la materialidad de los hechos (David Huerta, Apuntes del tiempo oscuro) Las manifestaciones políticas representan formas específicas de poder social. Organizadas usualmente por grupos y redes en torno a determinados reclamos, demandas o exigencias, son formas de acción directa no sólo más visibles, sino en ocasiones también útiles para sus promotores tanto como incómodas para sus detractores. Simbolizan ideas políticas, creencias, voces y actores que promueven la inclusión/legitimación de ciertos temas e intereses en la esfera pública. Esas prácticas incluyen cierre de calles, bloqueos, toma de instalaciones, huelgas, paros, marchas grandes o pequeñas, mitines en lugares públicos, desplegados y manifiestos en medios públicos y privados. Activistas, partidos políticos, sindicatos, organizaciones religiosas y laicas, asociaciones no gubernamentales, son quienes usualmente utilizan este recurso como forma de protesta, de exigencias de atención a demandas generales o específicas, reclamos políticos o, en tiempos electorales, promoción de candidaturas a puestos de representación popular. Una larga historia de estas manifestaciones de poder organizado en el mundo habitan las trayectorias de legitimación de las protestas públicas y las movilizaciones políticas en la hechura de las democracias y dictaduras, autoritarismos y autocracias contemporáneas. Desde hace varios años, esas formas de manifestación se han expandido de manera acelerada en muchos contextos locales. Son exhibiciones de poder pero también espectáculos públicos, esfuerzos encaminados a compartir preocupaciones privadas, grupales, tribales o mafiosas como intereses comunitarios o colectivos. Muchas siguen los cauces tradicionales y otras son bastante nuevas. Ya no son solamente recursos utilizados por sindicatos y partidos para presionar a patrones por aumentos salariales o la mejora de condiciones de trabajo, o reclamos vigorosos a gobiernos nacionales o locales para reconocer y ejercer derechos, sino también por organizaciones que representan una agenda más amplia y diversificada: contra el cambio climático, por los derechos de las comunidades lésbico-gays, protestas por la violencia contra las mujeres, por la defensa de los animales, contra la construcción de obras públicas, por la defensa del medio ambiente, contra la violencia criminal, por demandas de seguridad pública, por la paz en ciudades, barrios, pueblos, escuelas. Se trata de expresiones públicas de la diversificación de los intereses, percepciones y opiniones de sociedades complejas, heterogéneas y desiguales, es decir, conflictivas y contradictorias. En esas movilizaciones late el corazón político del orden social. Si las sociedades son vistas como un conjunto difuso de redes organizadas de poder, la política se constituye como un territorio de límites imprecisos y cambiantes, donde confluyen distintos intereses, ideas y pasiones, zonas en los cuales esas redes visibilizan su poder e influencia en momentos y espacios concretos. Como sugirió el historiador británico Eric Hobsbawn en algún momento, las movilizaciones sociales incluyen fiestas, rebeliones, desafíos colectivos y organizados, que apuntan siempre a la posibilidad, o la ilusión, de nuevos ciclos o etapas de la historia social. Suelen ser el mecanismo causal de cambios y adaptaciones institucionales, de reformas, de transformaciones grandes o pequeñas. Son también el principio o el final de etapas, ciclos o fases del desarrollo político, que incluyen desenlaces democráticos o autoritarios según sean los contextos y tradiciones nacionales o locales. La arquitectura de la estatalidad y de los regímenes políticos democráticos tradicionales cruje con la multiplicación de los reclamos, y nuevas ofertas políticas se desarrollan entre las fisuras o las ruinas de las estructuras tradicionales de gestión de los conflictos que los gobiernos han configurado en el pasado reciente. Esa suerte de “fenomenología del conflicto” predomina entre las tensiones que caracterizan la transición entre el neoliberalismo y el neopopulismo, o, para decirlo en términos más clásicos, entre la democracia y el autoritarismo, o viceversa. En el caso mexicano, esta nueva transición se asienta, como todas, sobre las herencias de la anterior. La ansiedad y la prisa de las nuevas élites del poder político -el conformado bajo la difusa retórica de la “cuarta transformación nacional”-, urgidas por edificar un nuevo ordenamiento político nacional, supone que este es el producto, o la expresión, de un nueva realidad social, o, más específicamente, representa una construcción política peculiar sobre la realidad social mexicana del pasado reciente. Cada vez parece más claro que esa narrativa política sobre la existencia de un nuevo orden social está compuesta por distintos tipos de conflictividades, cuyas causas son múltiples y difusas. La instituciones tradicionales (partidos, sindicatos, gobiernos nacionales y subnacionales, congresos, órganos judiciales, organizaciones civiles) parecen insuficientes para contener y gestionar los conflictos cotidianos. Existe una suerte de arritmia entre la velocidad y amplitud de la diversificación de las demandas sociales, y la capacidad de gestión institucional para satisfacer reclamos y exigencias. Eso, hace medio siglo, fue denominado por un trío de autores más o menos famosos (Crozier, Huntington y Watanuki) como la crisis de las democracias liberales y representativas, cuya causa más importante era un déficit de gobernabilidad, es decir, un desequilibrio (o desajuste) entre el crecimiento exponencial de las demandas sociales y las limitaciones institucionales de los recursos de gestión asociados a la capacidad de respuesta de los sistemas políticos de las democracias liberal-representativas. Pero los orígenes de las movilizaciones públicas pueden ser muy diferentes. Las formas clásicas son de protestas difusas contra el gobierno, contra el orden político, o contra un estado de cosas que se aprecian como indeseables, inservibles o insuficientes. Hay otras de signo distinto: las promovidas por los gobiernos para legitimar su propio desempeño. Unas son de protesta; otras de celebración. Y en México tuvimos ambas en un solo mes (noviembre de 2022): la defensa del INE, organizada por diversas oposiciones políticas, y la del apoyo a la cuarta transformación nacional justo en el cuarto año del gobierno obradorista, organizada por el oficialismo morenista. Multitudinarias, ruidosas y espectaculares, esas movilizaciones callejeras son el espejo de dos formas enfrentadas de expresión de la conflictividad política mexicana acumulada durante los últimos años. Y por supuesto son expresiones que no surgieron del vacío político-social, sino que se incubaron en las condiciones forjadas a fuego lento en el pasado reciente.