Thursday, February 27, 2014

El poder de los estímulos


Estación de paso
El poder de los estímulos
Adrián Acosta Silva
(Publicado en Campus, suplemento del periódico Milenio, 27/02/2014)
Este año se cumplen 30 años de la creación del Sistema Nacional de Investigadores, el mayor intento de ordenamiento institucional de la ciencia y la tecnología en México. Estamos cumpliendo tres décadas de un programa que surgió primero de la necesidad y que luego, por la vía de los hechos, se ha convertido en una especie de virtud para no pocos de los académicos y científicos mexicanos (casi 20 mil este año). Cuando en 1984 surgió dicho instrumento para apoyar a 1377 investigadores, en el contexto de la catástrofe económica de la década perdida mexicana, se pensó en él más como un mecanismo de compensación salarial de los científicos que como un instrumento de promoción de la consistencia técnica y la calidad académica de los investigadores mexicanos. La fuga de cerebros, el desánimo de los científicos por la vía del deterioro brutal de los salarios, el reclamo de las élites científicas al gobierno delamadridista, el temor al futuro, configuraron las causas profundas del malestar con el Estado y con las universidades que estaban detrás del surgimiento del proyecto que por razones del la persistencia, del azar o del destino se convertiría con el paso del tiempo en el eje de una política no declarada de estímulos, recompensas y castigos al desempeño, al prestigio y a los bolsillos de los científicos mexicanos.
Como muchas otras políticas públicas, el origen del SNI fue una crisis. Pero su expansión y legitimación corresponde más a las condiciones simbólicas, laborales y académicas del campo educativo superior mexicano. Dicho sistema se convirtió muy rápidamente en la versión nacional, tropical, del merit-pay system que funciona en algunos países (como en E.U. o en Francia) desde hace casi un siglo, pero con enormes diferencias en su concepción, en su diseño, peso y orientaciones. Pero acá se produjo, como en ningún otro caso nacional, la originalidad de la copia. Mientras que en otros lados el pago por méritos es un mecanismo que emplean algunas universidades de manera marginal para estimular a sus profesores, acá lo emplea el Gobierno federal para completar de manera importante el ingreso salarial de los académicos; mientras que en la mayoría de los casos donde se utiliza el pago por mérito su monto no representa más del 10 o 15% de los ingresos totales de los académicos, acá llegó a convertirse hasta en un tercio o en la mitad de los salarios de los científicos.
Las aguas profundas del fenómeno tienen que ver mucho con lo que Wietse de Vries planteó la semana pasada en este mismo espacio, en su texto sobre el ornitorrinco universitario: el deterioro constante del ingreso base de los académicos, las condiciones de inestabilidad laboral de los nuevos académicos, y la expansión como hongos de los programas de estímulos para los individuos, los grupos de investigación y para la instituciones académicas mexicanas (“Al rescate del ornitorrinco”, Campus 548, 20/02/2014). La obsesión por estimular a los académicos como mecanismo de cambio institucional en las universidades públicas, ha coexistido con la determinación de controlar férreamente el salario base de los mismos, al igual que ocurre con el presupuesto ordinario de las universidades, cuyo comportamiento es gobernado por la lógica de movilizar sus recursos para obtener financiamiento federales extraordinarios, sea por la vía de la negociación política, sea por la vía de la competencia por indicadores de desempeño.
Estos comportamientos individuales y colectivos han provocado en muchos casos una sorda lucha por la supervivencia, la diferenciación y el reconocimiento del prestigio entre los académicos universitarios. Estar o no en el SNI, en qué nivel, además de ser reconocido o no como Perfil PROMEP, o alcanzar las categorías más altas de los programas institucionales (del PRIDE de la UNAM a los PROESDE de muchas universidades estatales), estar o no en “cuerpos académicos consolidados”, “en proceso de consolidación” o “en formación”, forman parte del medallero de la pequeña república de los indicadores que habitan los profesores e investigadores de las universidades mexicanas.
El problema es que la carta de ciudadanía a esa república ya no es sólo ser profesor o investigador de alguna escuela, facultad, centro o departamento de alguna universidad pública, sino que además es necesario ser reconocidos y estimulados por alguno de los programas federales que se han lanzado desde hace treinta años sobre este campo siempre sembrado por los cálculos, las pasiones y las emociones de sus actores. Después de todo, los investigadores entablan con frecuencia inevitable sentimientos de cooperación y afinidad con sus colegas, pero también relaciones de competencia y a veces de conflicto. La lucha por las recompensas que significan el SNI y programas similares suelen provocar sentimientos de frustración y de envidia entre los académicos, en un medio caracterizado de suyo por trayectorias meritocráticas que suelen expresarse en ferias de vanidades y egoísmos intratables.
Luego de tres décadas de políticas basadas en los estímulos, el SNI y demás invenciones mexicanas deberían ser evaluadas con precisión, objetividad y sobre todo con perspectiva de futuro. Ante el envejecimiento dramático de la planta académica mexicana y los déficits acumulados en la cobertura de atención a los jóvenes mexicanos, así como el pobre crecimiento de los recursos destinados a la ciencia y la tecnología, la música de los estímulos suena a una canción pasada de moda, que intenta ser mantenida a base de nuevos ritmos, sonidos y operadores. Pero el resultado suele ser el mismo de muchos covers musicales: versiones malas o mediocres de algo que en el principio fue diferente y sonaba atractivo. Tal vez sea el tiempo de volver a lo básico: salarios dignos y buenas condiciones de trabajo, permanencia y jubilación para profesores e investigadores universitarios, en donde la música de los estímulos sea un sonido discreto, suave, no el incómodo ruido de fondo que acompaña desde hace tiempo las trayectorias individuales e institucionales de las universidades públicas mexicanas.

Sunday, February 16, 2014

Tren a la deriva


Estación de paso
Tren a la deriva
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 13 de febrero de 2014.
Para algunos de los que comenzamos a subir uno a uno los peldaños de la larga escalera de los cincuenta, Bruce Springsteen es un referente tatuado en la memoria, el “gusano en el oído” que nos acompaña de cuando en cuando en las travesías de la vida cotidiana. De los lejanos tiempos de Greetings from Asbury Park, N.J. (1973) a Born to Run, de 1975, pasando por Nebraska (1982), Born in the USA (1984), The Ghost of Tom Joad (1995) hasta Wrecking Ball (2012), el Jefe Springsteen es una voz potente y solitaria, a veces cálida y solidaria. Criticado por su localismo -típico de muchos escritores y cantantes estadounidenses-, la obra de Springsteen se ha desplegado sin embargo de las celebraciones bucólicas y de los lamentos de la clase obrera de la costa este hacia los temas de la migración y de la guerra, del extravío del sueño americano y de la pérdida de los valores que cohesionan la vida en común.
La revista Rolling Stone, que desde hace mucho ya no es lo que solía ser, pero que de cuando en cuando ofrece algunas sorpresas, publicó a finales del año pasado un ejemplar especial sobre los 40 años de la carrera del oriundo de Nueva Jersey, en el que se puede encontrar imágenes y palabras que viajan en ese tren a la deriva que es la larga obra de Springsteen. Es un recorrido de cuatro décadas (1973-2013) por la trayectoria de uno de los últimos juglares gringos, un contador de historias que es capaz de aprehender momentos de la vida cotidiana en clave de poesía rústica, un narrador eficaz de las emociones que se forjan en los pequeños pueblos y las grandes ciudades norteamericanas. Sus temas son básicos: el abandono, la migración, la guerra, el amor, las carreteras y los autos, las fiestas, la violencia, la nostalgia, el futuro.
Su obra flota entre las aguas mansas del romanticismo y la ingenuidad, pero también atraviesa por las aguas revueltas de la denuncia política, de la crítica acompañada por guitarras y una potente banda de metales que son las armas de su legendaria E-Street Band. Ese perfil plástico proviene de su propia formación musical, anclada en las canciones de Roy Orbison, Elvis Presley, Bob Dylan, Credence Clearwater Revival, The Yardbirds o The Animals. La república de Springsteen es un territorio de sentimientos encontrados, un espacio dominado por las emociones sobre las pérdidas, la inocencia y la incertidumbre. Darkness on the Edge of Town, su disco de 1978, por ejemplo, es una obra que, según el propio Jefe, expresa “cierta sensación de pérdida de la inocencia”, un inventario de soledades, un tributo a los perdedores y abandonados de la tierra de las esperanzas y de los sueños de la que le habían hablado sus padres y abuelos.
Esa veta depresiva e incómoda se expresa también en The Ghost of Tom Joad, de 1995. Ahí, la figura del personaje de la novela de Steinbeck en las Uvas de la Ira, acompaña la mirada curiosa de Springsteen, una mirada que se posa con una mezcla de admiración, respeto y asombro sobre los migrantes mexicanos que vienen del sur y llegan a instalarse a California, a Texas o a Nueva York.
En High Hopes, su disco más reciente (2014), el Jefe vuelve a las andadas, pero con un sonido mucho más potente, renovado, una buena muestra del espíritu intuitivo de sus propios tiempos. Doce canciones, muchas nuevas y algunas reinventadas (como American Skin o The Ghost of Tom Joad), más un DVD de un concierto en Londres el año pasado,configuran un disco espléndido, una obra de madurez y continuidad, pero también de experimentación y creatividad. La voz apasionada, la guitarra desafiante, la potencia de los metales, los coros de la nostalgia, acompañan plegarias desesperadas por aferrarse a los anhelos, a las esperanzas, a la búsqueda de cierto sentido de pertenencia y de futuro en una “sociedad líquida”, como ha denominado el sociólogo Zygmunt Bauman a la música de las emociones que habitan la vida social contemporánea. La certeza de que las cosas siempre pueden ser mejores, de que hay pequeños paraísos que pueden ser invocados con plegarias laicas, conversaciones imaginarias entre Einstein y Shakespeare tomando una cerveza, uno escribiendo números en una servilleta, y el otro diciendo: “Hombre, todo comienza con un beso” (“Frankie Fell in Love”).
De esas certezas está hecho High Hopes y facturada toda la obra de quien es amigo de Barack Obama y crítico ácido de los republicanos. Es la creación paradójica de un hombre que está seguro de la necesidad de reinventar el pasado de su país, de que a lo largo de los últimos cuarenta años se han acumulado más pérdidas que ganancias en la vida social y política norteamericana, y que cree en el futuro como una suerte de retorno de las grandes esperanzas y las promesas libertarias. No ha abandonado su fe en la justicia, en los sueños, en el poder de las fantasías que se pueden crear en los espíritus jóvenes que bailan solitariamente en la oscuridad. Ese Springsteen de 64 años de edad, ingenuo y a la vez arriesgado, utópico y realista, es el que aparece nuevamente en el horizonte, el espíritu de la noche que se apodera de la imaginación potente de alguien que ha hecho de la esperanza un antídoto contra el pesimismo, el combustible de todos los nacidos para correr, la brújula para transitar con algunas luces por ese largo camino de incertidumbres, truenos y relámpagos que es, en ocasiones, la vida misma.

Friday, February 14, 2014

El (misterioso) tren de las reformas en educación superior


Estación de paso
El (misterioso) tren de las reformas
Adrián Acosta Silva
(Publicado en Campus-Milenio, 13/02/2014)
Mientras se discuten las implicaciones de las adecuaciones a las reformas educativas impulsadas por el gobierno federal en el nivel básico, la educación superior mexicana aún aguarda señales más claras del rumbo de la política educativa sexenal. Por lo pronto, con el Programa Sectorial de Educación 2013-2018 ha comenzado un proceso de rediseño de políticas que aún esperan a ser planteadas con mayor contundencia, brevedad y claridad por parte de la agencia federal responsable de su diseño e instrumentación (la Subsecretaría de Educación Superior). Sin embargo ya se están dando a conocer algunos avances importantes al respecto.
En el comunicado 0/7 emitido el primer día de febrero, la SEP dio a conocer los “Programas de apoyo para fortalecer la calidad de la educación superior en el país” para este mismo año, 2014. Se enumeran cuatro grandes fondos: a) el “Fondo para elevar la calidad de la educación superior”, en el nivel del pregrado y el posgrado; b) el “Programa de apoyo del Desarrollo de la Educación Superior”, con proyectos estratégicos como el de la profesionalización docente, la diversificación de la oferta educativa, y la vinculación y pertinencia de los programas de formación; c) el “Programa de estímulos al personal docente”; y d) El “Fondo de apoyo para el saneamiento financiero para la atención a los problemas estructurales de las Universidades Públicas Estatales (UPE´S).”
A primera vista se reconoce un esfuerzo por concentrar la acción del gobierno federal y de las universidades en sólo 4 grandes programas y fondos, contrario a la tendencia de los sexenios pasados en los cuales predominó una fragmentación continua de los instrumentos federales, cuyo extremo fue el sexenio calderonista, donde se diseñaron 18 programas de este tipo orientados por la focalización extrema de problemas asociados con la asignación de fondos federales extraordinarios. Dada la naturaleza compleja de los problemas de la educación superior, donde las relaciones entre los distintos componentes de los asuntos críticos poseen fronteras imprecisas, la lógica de la focalización se impuso sin muchos argumentos a una lógica de generalización estratégica. El envejecimiento del profesorado, por ejemplo, es a la vez un problema financiero, académico y laboral, además de un problema de derechos sociales.
Este esfuerzo de concentración, sin embargo, no basta por sí mismo para coordinar de mejor manera ni para hacer más eficaz la acción gubernamental. Se pueden concentrar las acciones en un solo programa o en veinte, pero si no se coloca un énfasis estratégico más que operativo en el programa, los riesgos de la ineficacia y de la burocratización de la acción pública se pueden mantener e incrementar en el corto plazo. Aquí, la fórmula más exitosa de intervenciones públicas suele estar asociada a la simplificación, a la flexibilidad, a la descentralización y una buena dosis de sentido común, además de un incremento sostenido de los recursos públicos para garantizar resultados.
Una buena señal es el extraño y silencioso desvanecimiento del “Programa Integral de Fortalecimiento Institucional”, el célebre PIFI, una invención foxista que se alargó durante dos sexenios completos, y que se convirtió por la vía de los hechos en un espacio de negociación y ajuste de buena parte de los fondos de financiamiento extraordinario a las universidades públicas estatales. Sin embargo, el PIFI es un fantasma que aún se aparece en los cuatro nuevos programas anunciados por la SEP. Duplicidades burocráticas, falta de sentido común académico, simulación, ineficacia y pocos resultados estratégicos, son parte de la herencia de un programa pretencioso que nunca fue ni planificador ni integral ni fortalecedor de las funciones sustantivas de la universidad, sino una forma de condicionamiento gubernamental que poco a poco se alimentó de los déficits académicos, las urgencias financieras y la penurias administrativas de las propias universidades. Ello no obstante, el fantasma del PIFI se sigue apareciendo en las oficinas de planeación de las universidades públicas.
A poco más de un año del inicio de la administración peñanietista, el diseño de los nuevos programas dirigidos a la educación superior y en particular a las universidades públicas parecen atrapados en las inercias de su propio pasado. Y aunque ya se sabe, o se intuye, que ninguna política pública surge del vacío histórico, también es posible afirmar que toda política implica una evaluación de su pasado inmediato, ese pasado que, según afirmaba Alfonso Reyes, “es siempre el enemigo”. En ausencia de esa evaluación crítica, no hay ni puede haber rupturas claras con las herencias de los últimos veinte años de políticas de educación superior, y las “nuevas” políticas serán solamente la continuidad de lo que se ha hecho en el campo universitario en los últimos tiempos, para bien y para mal. En esas circunstancias, el viejo y a veces misterioso tren de las reformas en la educación superior seguirá siendo una suerte de tren a la deriva, recorriendo una ruta imprecisa de acciones públicas que no pasan por las estaciones críticas de la educación universitaria, entre las que se encuentran el aseguramiento de un financiamiento público sostenible en el tiempo, la renovación generacional de la planta académica, el incremento sustancial y no inercial de la cobertura, y el mejoramiento de las condiciones de trabajo y estudio de los jóvenes universitarios.

Monday, February 03, 2014

La república mafiosa




Estación de paso
La república mafiosa
Adrián Acosta Silva
(Publicado en Campus, suplemento del diario Milenio, 30/01/2014)

¿Qué he hecho para que me trates con tan poco respeto?
Vito Corleone a Bonasera, El Padrino I
Uno de los escándalos políticos y mediáticos con los que terminó el 2013 y comenzó el 2014 en la vida pública en Guadalajara fue el relacionado con el extraño, paradójico y divertido caso de la regidora del Ayuntamiento de Guadalajara, la señora profesora Elisa Ayón. Se dirá, con razón, que es un caso que no hay que sobrevalorar. También se dirá, con razón, que tampoco hay que minimizar. Pero el hecho es que la nota mediática del tema ha servido para que los actores y espectadores del drama o la comedia estelarizada por la regidora con licencia, muestren otra vez sus prejuicios, sus fobias, sus creencias en torno a lo que es, o debería ser, la política en nuestro medio.
Vayamos, como diría el descuartizador, por partes. Primer acto, una grabación filtrada a la prensa, muestra a una señora amenazando, insultando y gritando a un grupo de trabajadores, exigiendo lealtad, incondicionalidad y prebendas hacia su persona y figura. Segundo acto: los medios y redes sociales reaccionan frente al hecho con indignación, malhumor y condenas morales, éticas, políticas y personales hacia la señora en cuestión. Tercer acto, la regidora ofrece una rueda de prensa en la que una máscara con muecas indefinibles (que mezclan la sonrisa, el miedo y el enojo) anuncia de mala gana una licencia al cargo. Cuarto acto: el presidente municipal y el partido de la regidora (PRI), se desmarcan de su correligionaria y compañera para dejarla en estado de indefensión política. Quinto acto: la regidora regresa a su puesto, rompe una ventana, permanece 30 horas en su despacho del ayuntamiento, y abandona el lugar sin mayores declaraciones. Todo el espectáculo se ha desarrollado en poco más de tres meses, y el desenlace se enfila al juicio político, la pérdida del fuero y, tal vez, la inhabilitación para ocupar un cargo público durante varios años y, en caso extremo, una estancia en la cárcel.
Estos son los hechos. Lo que resulta de todo ello es una pequeña contribución local a la sociología del escándalo, una mirada que coloca en el centro acontecimientos políticos que se convierten en la fuente principal de la atención pública en determinados momentos. Cualquier escándalo llama la atención, vende bien entre los medios, que van de las revistas del corazón a las páginas de los diarios y noticieros de televisión. Y la política es una fuente generosa para la expansión de ese enfoque: del affaire Clinton-Lewinsky a los de Berlusconi o a los del presidente Hollande, de los rumores que alimentan (o nutren) las columnas de chismes que aparecen todos los días de manera anónima en los diarios y en las redes sociales, el escándalo político, entre otras cosas, resulta un buen negocio.
Pero el ruido del escándalo va acompañado siempre de una plaga de moralizadores e indignados, que colocan el punto en una visión normativa, límpida, de la política. La suya es la política de los ángeles, la república virtuosa, el territorio de la política buena, de los ciudadanos de tiempo completo, de instituciones impecables y leyes sin cuestionamientos, en donde los arreglos políticos fluyen de manera transparente, de cara a los ciudadanos y medios; en otras palabras, invocan el imaginario reino de la política de la fe, como le denominó hace décadas Michael Oakeshott. Y cuando en política se sustituye al escepticismo por la fe, lo que queda es esa mirada pudorosa, moralista, que ve en las mezclas impuras de valores, de ética y estética, de ideas e intereses, de convicciones y responsabilidades, la confirmación del poder político como la fuente de todos nuestros males públicos.
La corrupción y los arreglos privados forman parte de los sótanos de la política, pero no es sólo eso lo que constituye el núcleo duro del poder. También forman parte de esas configuraciones las ideas, las leyes, las instituciones, la retórica política, y las fórmulas de entendimiento público que ordenan el espacio de la política contemporánea. Con mayor o menor conocimiento, muchos de los políticos mexicanos saben que así es la cosa. Otros, los empresarios, deportistas y actrices o actores metidos a políticos, los burócratas de la política, los cínicos de siempre, no lo entienden en los mismos términos. Sólo una ingenuidad enternecedora puede cubrir las complejas mixturas de prácticas formales e informales que habitan los sótanos, los jardines y los techos de la vida política. Ahí donde hay construcción política está también el drenaje, las alcantarillas y la plomería que sostienen al edificio, sitios frecuentemente recorridos por los personajes y personajillos de nuestra vida política, y seguidos con morbo y cálculo mediático por periodistas, reporteros y opinadores de ocasión. Esas prácticas, fachadas y edificios, su arquitectura y sus habitantes, forman parte de lo que Fernando Escalante ha denominado con buen tino la “república mafiosa”, esa antigua forma de ordenamiento de la política dominada por la personalización del puesto, el uso de las leyes para favorecer intereses privados, la expansión de valores y cálculos (prudencia, confianza, amistad) que imprimen alguna estabilidad y sentido a la gestión de los conflictos, en los que la ética y la estética de los comportamientos individuales configuran patrones, regularidades, límites a la acción de los políticos.
El caso Ayón podría ubicarse en este contexto. Su comportamiento exhibe no solo una personalidad, digamos, conflictiva, sino que representa el lado más oscuro de la política contemporánea, sus actores y redes, eso que rompe con las reglas elementales de la república mafiosa. Degradada a la condición de una zombie político, la regidora encarna los límites del significado moral, simbólico y práctico de la política en los tiempos que corren, donde la corrupción y la simulación, el espectáculo y la fe, la estupidez y la razón, configuran los efectos perversos o indeseables de nuestra vida republicana.