Wednesday, March 17, 2010

Pinocho



Estación de paso
Pinocho
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 18 de marzo de 2010.
El deprimente espectáculo de la política nacional de las últimas semanas trajo a la república de los medios la figura de un viejo personaje popular: Pinocho. En medio del sainete sobre las alianzas entre el PAN y el PRI en el Estado de México, a algún diputado federal se le ocurrió que sería un buen detalle colocar en la curul del dirigente del PAN un muñeco de Pinocho, el de la imagen popularizada por los estudios Disney. El propósito era mostrar al susodicho como un mentiroso, en muy obvia referencia a una de las escenas de la clásica historia infantil que muchos conocemos. La ocurrencia, el propósito y el contexto muestra la pobreza intelectual de nuestros políticos profesionales, su falta de imaginación y muy probablemente la pavorosa mezcla de ignorancia y humor de muy dudosa calidad que priva en el ánimo político nacional.
Pinocho, como se sabe, es originalmente un libro escrito en 1881 por el italiano Carlo Collodi, cuyos derechos compró en 1940 Walt Disney para producir la película que le dio fama mundial al personaje. Al igual que hizo con el libro de Lewis Carroll, Alicia en el País de las Maravillas, los estudios Disney compraron una buena historia para montar una versión popular del libro, al que le modificaron y suprimieron algunos pasajes para fines de traducir la versión escrita en una versión visual más simplificada, atractiva y espectacular. Sin embargo, la versión original de Collodi, como la de Carroll, es bastante mejor, porque están dirigidos no solamente a un público infantil sino también (y acaso principalmente) para los adultos.
El tema de Pinocho es por supuesto el de un padre y de su hijo. Como lo señala Paul Auster en La invención de la soledad, la historia del libro es la relación filial que une a padres e hijos, una relación en que la idea de que el hijo es una creatura formada a la medida de la imaginación y expectativas del padre, es una idea que se enfrenta a la incertidumbre y al temor por las decisiones que los hijos toman a pesar o en contra de los deseos paternos. La fabricación del hijo de Gepetto, hecha de un árbol que llega misteriosamente a la carpintería de este último, es la metáfora perfecta del hijo como una hechura del padre, como el depósito de los deseos, anhelos y creencias del adulto sobre el menor. Pinocho representa el azar, la rebeldía, el gobierno de los impulsos para vivir a pesar o en contra de los deseos de su padre, y los engaños, los infortunios y las desgracias que le ocurren a Pinocho representa en buena medida los vaivenes de la vida a los que todos nos sometemos.
Pinocho, desde esta perspectiva, es la historia de una invención en soledad pero también de una personalización de transformación y re-invención en un contexto social poblado de traiciones, engaños, ilusiones, bondad e incertidumbre. Es una historia vista fundamentalmente desde el punto de vista del padre sobre el hijo. Otros autores como Franz Kafka, por ejemplo, han abordado el tema de manera exactamente contraria, como aparece en su Carta al Padre (EDAF, 1985, Madrid), en la que en tono epistolar el hijo reflexiona sobre la extensa sombra del padre en su vida y de sus efectos invasivos y corrosivos sobre vida de su hijo. Otros -como Philip Roth en Patrimonio, una historia verdadera (Six Barral, 2003, Barcelona)-, vuelven al tema de la relación padre-hijo como una relación llena de ambigüedades, contradicciones, afectos y conflictos, en la que todos los hijos terminan por convertirse en sus propios padres. Más recientemente, Cormac McCarthy, en La carretera (Mondador, 2006, Madrid) retoma el viejo tema de la paternidad y los afectos filiales en el contexto de un mundo sombrío que se desmorona como efecto de la crueldad, el desánimo y la locura.
Por ello, por la complejidad de la historia y el personaje de Pinocho, el cliché de la mentira como rasgo vital del personaje, es un empobrecimiento abusivo y torpe del tema y el libro. Quizá valdría la pena que nuestros legisladores volvieran a leer, si es que alguna vez lo hicieron, el texto completo de Collodi. Y si no, que se incluyera su lectura como obligatoria para quienes aspiren a ocupar un cargo de elección popular. Quizá le harían un bien a la patria, a nuestra democracia y a nuestro depauperado sentido del humor público.