Wednesday, June 06, 2012

No es país para jóvenes



Estación de paso
No es país para jóvenes
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 7 de junio de 2012

Como ha sido reconocido desde varios frentes y posiciones, las manifestaciones que miles de jóvenes han protagonizado recientemente bajo el título “#Yosoy132”, han logrado sacar del sopor y el bostezo a las campañas electorales. De manera ambigua, desordenada y espontánea, esos miles han logrado acaparar la atención y hasta la fascinación de muchos, mientras que para otros siguen siendo una incógnita respetable, y para los de siempre un movimiento que es sospechoso, cosas con las que hay que andarse con cuidado. No hay una reacción unánime de aprobación o de rechazo a un movimiento que se inició como antipriista, antimediático y antipolítico, para transitar hacia una pluralidad inevitable de posiciones, intereses y expectativas.
Quizá hay que mantener una actitud respetuosa y prudente frente a esas movilizaciones, una suerte de “escepticismo democrático” respecto a su significación y alcance. Estas son mis razones:
1. Son una mezcla renovada de ciudadanía y juventud. Estos jóvenes de universidades públicas y privadas están ejerciendo el derecho constitucional a la libre manifestación de las ideas y a la libre asociación. Es decir, forman la mezcla novedosa de un hábito cívico que se ha consolidado desde hace décadas en México, y cuya importancia se ha diluido en la normalidad de muchas rutinas políticas.
2. Son estudiantes universitarios. En la tierra de las desigualdades, estos jóvenes son sólo una parte pequeña de un más amplio contingente de jóvenes mexicanos. Hay que recordar que solo 3 de cada 10 jóvenes llegan a estudiar en las universidades. En otras palabras, estamos en presencia de un sector privilegiado de la juventud del país, de orígenes sociales medio y alto, institucionalmente diverso y socioculturalmente complejo.
3. Expresan un malestar profundo y confuso. Como muchos jóvenes en el pasado, estos muchachos y muchachas protestan porque lo que hay no les gusta. Están inconformes con la política, con los partidos, con los medios de información. Algunos están en contra del neoliberalismo, de la globalización, del desempleo, de la pobreza. Otros están contra la corrupción, contra el IFE, contra la guerra al narcotráfico del calderonismo. Aunque empezaron como una expresión anti-peñista en un acto de la Universidad Iberoamericana, ahora se han extendido sus demandas, sus fobias y exigencias, como suele ocurrir con muchos movimientos sociales.
4. Del movimiento a la organización. Muy rápidamente han pasado de la manifestación a la organización. Están planteando agendas, promoviendo la discusión de ideas, haciendo llamados a la movilización de otros sectores. Como otros estudiantes en otros tiempos y contextos, estos miles de jóvenes deberán pasar la prueba del ácido de toda forma de acción colectiva: transitar de la denuncia a la propuesta, de la movilización a la organización. El largo camino del aprendizaje político democrático se abre frente a ellos, con sus riesgos y oportunidades. “El infierno son los otros”, la clásica frase de Jean Paul Sartre, flota en el ambiente.
5. México no es país para jóvenes. Yeats (el poeta irlandés), lamentaba desde los años treinta del siglo pasado el hecho de que Irlanda, su patria, no era un país para viejos (“Navegando hacia Bizancio”). Pero en México, desde hace tiempo los jóvenes son el sector más olvidado de la política y de las políticas públicas. Forman parte de un contingente de más de 9 millones de jóvenes de entre los 19 y los 24 años de edad, cuya enorme mayoría no tiene acceso a la educación media superior o superior, y cuyas condiciones laborales gravitan entre la precariedad, la informalidad y el desempleo. Ni las políticas educativas ni las políticas laborales, de salud y seguridad social, han sido capaces de implementar acciones que aprovechen esta porción de la población que forma parte del bono demográfico mexicano, ese enorme capital humano que se nos está diluyendo entre las manos.
6. El riesgo de la auto-complacencia. Confieso que suelo caer en un profundo estado de coma cuando algún o alguna joven comienza o termina su discurso haciendo un elogio a los jóvenes. El auto-elogio de los jóvenes a los jóvenes forma parte de viejas prácticas de autocomplacencia, de autopromoción de su condición vital como símbolo de pureza, de verdad, de autoridad moral, de futuro. Algunos dirán que ello forma parte de los excesos de su propia juventud. Sin embargo, como señalaba cautelosamente en su columna el escritor Guillermo Fadanelli, habría que recordar a los jóvenes que el futuro no sólo les pertenece a ellos, sino también ”a los viejos y a los perros” (“Vaqueros de mediodía”, El Universal, 4/06/2012).
Con estos puntos, y con las reservas de ley, me parece que el movimiento de los #Yosoy132 es una manifestación inesperada de las aguas profundas que subyacen a la larga transición política mexicana, la expresión de los déficits de representación política que se han acumulado en el funcionamiento de nuestra joven y claramente insatisfactoria democracia, los gritos de protesta provocados por un régimen de exclusión social y económica que termina por hacer de los jóvenes de hoy individuos con un presente incierto y un futuro imposible. En otras palabras, el movimiento es un reclamo democrático legítimo por el presente y el futuro del país. El sonido, el escenario y los actores huelen a un espíritu generacional que hace tiempo no se paseaba por estos rumbos.


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