Monday, February 03, 2014

La república mafiosa




Estación de paso
La república mafiosa
Adrián Acosta Silva
(Publicado en Campus, suplemento del diario Milenio, 30/01/2014)

¿Qué he hecho para que me trates con tan poco respeto?
Vito Corleone a Bonasera, El Padrino I
Uno de los escándalos políticos y mediáticos con los que terminó el 2013 y comenzó el 2014 en la vida pública en Guadalajara fue el relacionado con el extraño, paradójico y divertido caso de la regidora del Ayuntamiento de Guadalajara, la señora profesora Elisa Ayón. Se dirá, con razón, que es un caso que no hay que sobrevalorar. También se dirá, con razón, que tampoco hay que minimizar. Pero el hecho es que la nota mediática del tema ha servido para que los actores y espectadores del drama o la comedia estelarizada por la regidora con licencia, muestren otra vez sus prejuicios, sus fobias, sus creencias en torno a lo que es, o debería ser, la política en nuestro medio.
Vayamos, como diría el descuartizador, por partes. Primer acto, una grabación filtrada a la prensa, muestra a una señora amenazando, insultando y gritando a un grupo de trabajadores, exigiendo lealtad, incondicionalidad y prebendas hacia su persona y figura. Segundo acto: los medios y redes sociales reaccionan frente al hecho con indignación, malhumor y condenas morales, éticas, políticas y personales hacia la señora en cuestión. Tercer acto, la regidora ofrece una rueda de prensa en la que una máscara con muecas indefinibles (que mezclan la sonrisa, el miedo y el enojo) anuncia de mala gana una licencia al cargo. Cuarto acto: el presidente municipal y el partido de la regidora (PRI), se desmarcan de su correligionaria y compañera para dejarla en estado de indefensión política. Quinto acto: la regidora regresa a su puesto, rompe una ventana, permanece 30 horas en su despacho del ayuntamiento, y abandona el lugar sin mayores declaraciones. Todo el espectáculo se ha desarrollado en poco más de tres meses, y el desenlace se enfila al juicio político, la pérdida del fuero y, tal vez, la inhabilitación para ocupar un cargo público durante varios años y, en caso extremo, una estancia en la cárcel.
Estos son los hechos. Lo que resulta de todo ello es una pequeña contribución local a la sociología del escándalo, una mirada que coloca en el centro acontecimientos políticos que se convierten en la fuente principal de la atención pública en determinados momentos. Cualquier escándalo llama la atención, vende bien entre los medios, que van de las revistas del corazón a las páginas de los diarios y noticieros de televisión. Y la política es una fuente generosa para la expansión de ese enfoque: del affaire Clinton-Lewinsky a los de Berlusconi o a los del presidente Hollande, de los rumores que alimentan (o nutren) las columnas de chismes que aparecen todos los días de manera anónima en los diarios y en las redes sociales, el escándalo político, entre otras cosas, resulta un buen negocio.
Pero el ruido del escándalo va acompañado siempre de una plaga de moralizadores e indignados, que colocan el punto en una visión normativa, límpida, de la política. La suya es la política de los ángeles, la república virtuosa, el territorio de la política buena, de los ciudadanos de tiempo completo, de instituciones impecables y leyes sin cuestionamientos, en donde los arreglos políticos fluyen de manera transparente, de cara a los ciudadanos y medios; en otras palabras, invocan el imaginario reino de la política de la fe, como le denominó hace décadas Michael Oakeshott. Y cuando en política se sustituye al escepticismo por la fe, lo que queda es esa mirada pudorosa, moralista, que ve en las mezclas impuras de valores, de ética y estética, de ideas e intereses, de convicciones y responsabilidades, la confirmación del poder político como la fuente de todos nuestros males públicos.
La corrupción y los arreglos privados forman parte de los sótanos de la política, pero no es sólo eso lo que constituye el núcleo duro del poder. También forman parte de esas configuraciones las ideas, las leyes, las instituciones, la retórica política, y las fórmulas de entendimiento público que ordenan el espacio de la política contemporánea. Con mayor o menor conocimiento, muchos de los políticos mexicanos saben que así es la cosa. Otros, los empresarios, deportistas y actrices o actores metidos a políticos, los burócratas de la política, los cínicos de siempre, no lo entienden en los mismos términos. Sólo una ingenuidad enternecedora puede cubrir las complejas mixturas de prácticas formales e informales que habitan los sótanos, los jardines y los techos de la vida política. Ahí donde hay construcción política está también el drenaje, las alcantarillas y la plomería que sostienen al edificio, sitios frecuentemente recorridos por los personajes y personajillos de nuestra vida política, y seguidos con morbo y cálculo mediático por periodistas, reporteros y opinadores de ocasión. Esas prácticas, fachadas y edificios, su arquitectura y sus habitantes, forman parte de lo que Fernando Escalante ha denominado con buen tino la “república mafiosa”, esa antigua forma de ordenamiento de la política dominada por la personalización del puesto, el uso de las leyes para favorecer intereses privados, la expansión de valores y cálculos (prudencia, confianza, amistad) que imprimen alguna estabilidad y sentido a la gestión de los conflictos, en los que la ética y la estética de los comportamientos individuales configuran patrones, regularidades, límites a la acción de los políticos.
El caso Ayón podría ubicarse en este contexto. Su comportamiento exhibe no solo una personalidad, digamos, conflictiva, sino que representa el lado más oscuro de la política contemporánea, sus actores y redes, eso que rompe con las reglas elementales de la república mafiosa. Degradada a la condición de una zombie político, la regidora encarna los límites del significado moral, simbólico y práctico de la política en los tiempos que corren, donde la corrupción y la simulación, el espectáculo y la fe, la estupidez y la razón, configuran los efectos perversos o indeseables de nuestra vida republicana.

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