Sunday, September 11, 2016

Enseñaderos

Estación de paso

El regreso de los enseñaderos

Adrián Acosta Silva

(Publicado en Campus-Milenio, 8/09/2016)

Hace casi un siglo, cuando un joven Manuel Gómez Morín fungía como Director de la Escuela Nacional de Jurisprudencia de la Universidad Nacional, durante el segundo período rectoral de Antonio Caso, pronunció un adjetivo que con el tiempo se volvería célebre y polémico. En la sesión del 7 de julio de 1922 del Consejo Universitario, al proponer la creación de nuevos doctorados y carreras en la universidad, Gómez Morín afirmaba que “desgraciadamente las escuelas profesionales en México no se pueden llamar facultades universitarias… nuestras escuelas son simples enseñaderos” (María Teresa Gómez Mont, La lucha por la libertad de cátedra, UNAM, 1996, p.73). El contexto, las palabras, los actores de la época, permiten encontrar el sentido profundo del reclamo de Gómez Morín. Las prácticas memorísticas, de dictados en clase, se habían impuesto a las necesidades de asociar la docencia con la investigación, la articulación de las carreras profesionales y el posgrado con prácticas de discusión y con la búsqueda de nuevos conocimientos basados en métodos científicos en todas las disciplinas, como lo habían hecho desde principios del siglo XIX las universidades alemanas, bajo la influencia de las ideas de Wilhelm Von Humboldt.

El calificativo de enseñadores era descriptivo, pero con el uso y el tiempo se volvió despectivo. “Enseñadero” como sinónimo de masificación similar al de los comederos, los lavaderos, los mataderos, como un espacio multitudinario poblado de las figuras de maestros que enseñan y alumnos que aprenden, en los cuales la transmisión de conocimientos era el sinónimo de la repetición de lecciones y libros año tras año, generación tras generación, escuela por escuela, carrera por carrera. La investigación, la búsqueda de nuevo conocimiento, la curiosidad intelectual, desplazadas por la necesidad de impartir clases a poblaciones estudiantiles cuya demografía y composición social se volvieron cada vez más grandes y complejas.

Luego de casi un siglo de las palabras de Gómez Morín, y después de varias reformas organizativas y académicas en las universidades públicas mexicanas, orientadas justamente hacia la búsqueda del equilibrio de la formación profesional con la investigación científica y la difusión cultural, podría suponerse que la educación superior universitaria mexicana habría dejado de ser el lugar de los enseñaderos que criticaba quien luego sería uno de los principales ideólogos y fundadores del Partido Acción Nacional, en 1939. Pero no ha ocurrido así, Si se presta la debida atención, muchas carreras universitarias y muchas instituciones públicas y privadas mantienen la imagen y las prácticas de enseñaderos a lo largo y ancho de la República. En otras palabras, los enseñaderos no están muertos sino por el contrario parecen gozar de cabal salud.

Algunos ejemplos podrían ilustrar lo anterior. Uno es lo que ocurre en la mayor parte de las universidades privadas con las prácticas de enseñanza como la única actividad académica posible, como horizonte institucional y práctica formativa. El otro ocurre con la explosión de los MOOC´s, (siglas en inglés del los cursos abiertos, masivos y en línea), esas novedosas y publicitadas formas de ofrecer cursos universitarios a cientos o miles de jóvenes al mismo tiempo, desplazando la antigua centralidad de los seminarios como espacios académicos, inevitablemente selectivos y jerárquicos, de integración de la docencia y la investigación.

Como ha sido documentado con cierta amplitud, la educación superior privada es un espacio heterogéneo, múltiple y contradictorio. Coexisten algunas instituciones de alto costo y alta selectividad que desarrollan investigación e algunas disciplinas, con una multitud de pequeñas universidades e instituciones de no más de 500 estudiantes, que se concentran en dos o tres carreras profesionales, que suelen ser de bajo costo y con flexibilidad de horarios e instalaciones precarias. Se estima que la mitad de la matrícula del sector privado (unos 500 mil estudiantes que se concentran en poco mas de 1,100 instituciones) cursa sus estudios de contextos de enseñaderos químicamente puros. Aquí, la paradoja es que el discurso de la calidad, la innovación y la formación “integral” (es decir, que incluye a la investigación) se ha sometido inexorablemente a los usos y costumbres de enseñadero que imponen las restricciones y las necesidades, las creencias y las expectativas de cada caso.

El segundo ejemplo tiene que ver con la nueva masificación de la enseñanza asociada a la proliferación de los cursos abiertos y masivos en línea. Con la ayuda de las nuevas tecnologías y modelos pedagógicos, la cursos en línea se han convertido para autoridades educativas, consultores y no pocos profesores, en el nuevo “aceite de serpiente” para curar los males del déficit de cobertura, la baja calidad de la formación profesional, y para innovar y mejorar la enseñanza de las masas. La fascinación por la virtualización educativa ha llevado a los directivos de no pocas universidades públicas a pensar, incluso, que ese tipo de cursos “democratizan” verdaderamente el acceso a la universidad, y permiten una formación de calidad homogénea para los estudiantes. Los repositorios digitales, un “nuevo tipo” de profesores, la generación de “ambientes virtuales” adecuados, forman parte del extraño lenguaje que domina la adoración de los nuevos dioses de las TIC´s. Aquí, la idea de que los cursos abiertos y en línea pueden sustituir a los tradicionales seminarios presenciales y selectivos es una hipótesis heroica. (Aunque luego uno nunca sabe nada: ya proliferan en toda la red la oferta de “webinars”: seminarios abiertos, masivos y en línea).

En ambos casos, estamos en presencia de fantasma viejos: el regreso de las universidades como aquellos enseñaderos que tanto criticaba Gómez Morín. Pero bien visto, esos enseñaderos nunca se fueron, sino que se adaptaron a los nuevos ciclos universitarios, año tras año, reforma tras reforma. Hoy que el discurso de la innovación y la virtualidad inunda con envidiable optimismo los relatos institucionales de la educación superior, quizá convendría prestar atención a lo que ocurre con las prácticas de enseñanza que se desarrollan cotidianamente en no pocas universidades públicas y privadas. Quizá, las palabras de Gómez Mont volverían a escucharse como lamentos en el campus.

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