Monday, August 21, 2017

Un fubolista, un tio y el beso del diablo

Estación de paso

Un futbolista, un tío y el beso del diablo

Adrián Acosta Silva


El escándalo suscitado por las acusaciones del gobierno norteamericano respecto de la probable implicación del futbolista Rafael Márquez y el cantante Julión Álvarez con los negocios de un misterioso narcotraficante identificado con el apodo de “El Tío”, ha significado el beso del diablo para ambos personajes públicos. Aunque el litigio judicial de estos asuntos es largo y sinuoso (tanto en México como en los Estados Unidos), los efectos prácticos son de corto plazo y de alto impacto para los involucrados. Como en muchos otros casos, en los medios y las redes, las condenas, las descalificaciones, las burlas y el sarcasmo gobiernan las reacciones de las muy diversas voces que han expresado con asombro, indignación moral, condenas o solidaridades instantáneas, muchos con la mano en la boca y algunos con las manos en la cabeza, esas expresiones tan fuertemente instaladas en la vida pública y privada mexicana desde hace un buen tiempo.

Una de las empresas mencionadas en la trama de lavado de dinero del cual se acusa al capitán del Atlas es el club de futbol “Morumbi”, cuyas instalaciones están situadas en la zona del bajío, en Zapopan, Jalisco, muy cerca del estado Omnilife donde juegan la Chivas del Guadalajara. El Morumbi es el nombre popular de un viejo estadio de futbol profesional de Sao Paulo, en Brasil, que fue fundado en los años sesenta del siglo pasado, y es sede del equipo local de esa ciudad. Por razones diversas, que van de la cercanía domiciliar al prestigio bien ganado de ese club en el mundillo futbolístico amateur tapatío, en uno de los equipos de ese club juega actualmente el más pequeño de mis hijos. Cuando el escándalo estalló, el club suspendió los entrenamientos por varios días, ante la incertidumbre y el temor de sus directivos, entrenadores, jugadores, y la preocupación de no pocos padres y madres de familia. Gobernada por la incertidumbre, la decisión expresa uno de los efectos prácticos del escándalo: antes de resolverse judicialmente, el asunto ya tuvo consecuencias inmediatas en la alteración de las rutinas, usos y costumbres de un club de futbol al que ahora se señala como posible empresa de lavado de dinero para el histórico jugador del Barcelona, de la selección mexicana y, ahora, de regreso a su primer equipo profesional, del Atlas.

La reacción forma parte de la micro-sociología de escándalo mexicano: frente a la furia informativa desatada entre medios, redes sociales y autoridades, el único refugio seguro es esperar a que todo se calme; o, como solía decir aconsejar con sabiduría práctica Jorge Ibargüengoitia cuando se tenían que enfrentar situaciones difíciles y tomar decisiones importantes, lo mejor es “meterse en una cantina, pedir un par de tragos, y esperar a que ocurra un milagro”. Pero ni el refugio ni los milagros existen para casos como éste. Lo que hay es el mundo grisáceo de la burocracia judicial: fojas, documentos, apelaciones, juicios, condenas o absoluciones, que suelen tardar meses o años, con los costos e incertidumbres propias de estos pleitos largos.

En el corazón secreto de ésa peculiar micro-sociología del escándalo se fortalece la sensación de que la corrupción es una de las maldiciones bíblicas nacionales. En muchos territorios del alma mexicana contemporánea se afirma la sensación de que nada ni nadie está a salvo de la corrupción. Que ahora le toque estar involucrado a una de las glorias futbolísticas locales solo confirma que nadie es inmune a esa plaga. La educación sentimental de varias generaciones de mexicanos se ha nutrido pacientemente de la certeza de que la corrupción es inevitable, que está incrustada en el ADN de los ciudadanos y de las autoridades, que es motivo de indignación y escándalo, pero que también es inevitable, ubicua y duradera. En este como en otros casos poco importa la veracidad de las acusaciones, el tamaño del involucramiento del futbolista, los costos financieros, morales y profesionales que le acarrearán al involucrado y a su familia. Los sentimientos y los prejuicios pesan hoy como ayer mucho más que las razones.

Pero mientras las cosas suceden, se deben tomar decisiones prácticas, y muchos de los niños y jóvenes que juegan en los equipos del Morumbi decidieron mantener su afiliación al club, con el apoyo de sus padres y amigos. La temporada está por comenzar y las ilusiones, como siempre, alimentan la esperanza de futbolistas y entrenadores. En medio de los nubarrones y la incertidumbre sobre el futuro del club se impone una certeza básica: las cosas se arreglarán, sólo fue una confusión, todo será aclarado. Quizá una mezcla imprecisa de creencias y fe, de razones y cálculos, produce esas pequeñas certezas cotidianas de las que suele alimentarse la búsqueda de algún sentido del mundo y sus demonios, una búsqueda rutinaria, colectiva e individual, que se mantiene latente en (casi) en cualquier circunstancia.


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