Thursday, May 19, 2022

Serrat: la música como patria

Estación de paso Serrat: la música como patria Adrián Acosta Silva (Campus-Milenio, 19/05/2022) https://suplementocampus.com/serrat-la-musica-como-patria/ La música forma parte de la educación sentimental de todas las generaciones. El tipo, los autores e intérpretes, por supuesto, varían considerablemente. Pero en todos los casos, la estética de los sonidos constituye una patria –“un país”, diría Robert Walser-, cuyas fronteras son imprecisas pero que contiene identidades, memorias, afinidades electivas, afectos, ilusiones. La música suele ser el territorio de una patria a la vez melancólica y nostálgica. Esa metáfora aplica bien con la música de Joan Manuel Serrat. Debo confesar que comencé a escuchar con atención sus canciones de manera relativamente tardía, a finales de los años setenta, en Guadalajara. A los 18 años, lo mío eran Grand Funk Railroad y Cat Stevens, Three Dog Night y The Doors, Bob Dylan y Bruce Springsteen, Santana y Joe Cocker, The Band y Blind Faith, Neil Young y Chicago (sus primeros tres discos, desde luego). También entraban en el menú de mis consumos musicales habituales Javier Solís y Pedro Infante, Pepe Jara y los Hermanos Martínez Gil, Daniel Santos y Celio González. Ya se sabe: las afinidades sonoras son extrañas hechuras de herencias familiares, influencias de amigos, efectos difusos de las misteriosas fuerzas del azar. En realidad, descubrí a Serrat por la invitación de un amigo de la prepa de la U de G, algún viernes de un caluroso verano de 1977. Lo había escuchando con ciertas reservas porque era parte del soundtrack de la época, que escuchaban habitualmente estudiantes universitarios de escuelas privadas como el ITESO, donde Serrat era casi parte de los cursos regulares de la instrucción jesuíta. Eso me alejaba un poco del interés por sus canciones. Pero ese verano del 77, luego de tomarnos varias cervezas afuera de la prepa 5, mi amigo me convenció de ir a la presentación que Serrat ofrecía ese día en el teatro Degollado en el centro de Guadalajara. No teníamos boletos, pero él lo resolvió como se suelen resolver estas cosas: con un arrebato de temeridad. Llegamos al teatro a la mitad del concierto, merodeamos un poco en los alrededores, y en un descuido de los vigilantes nos colamos a las gradas superiores del lugar. Desde ahí escuchamos Penélope, Señora, Mediterráneo, Cantares. 45 años después de ese episodio anecdótico, volví a un concierto de Serrat, ofrecido como parte de su gira de despedida El vicio de cantar. A lo largo de esas cuatro décadas me interesé mucho en los discos de Serrat, y descubrí a través de ellos los misterios de la poesía de Antonio Machado y Miguel Hernández, la prosa delicada sobre personajes ficticios e historias verdaderas, el peso de las imágenes y las fantasías, la dulzura de los arreglos musicales dominados por la melancolía de violines, pianos, violoncellos, la oscura profundidad del sax, el poder de una batería discreta para acentuar ritmos y letras de las canciones. La noche del 12 de mayo en el auditorio metropolitano universitario (el “Telmex”), en Zapopan, Serrat aparecía en escena. A sus 78 años luce rejuvenecido, entusiasmado, contento. Bromea, baila, se da tiempo para conversar con el público, hace pequeñas confesiones sobre su vida y canciones. Acompañado por siete músicos, el catalán nacido en el barrio obrero de Poble Sec, en las faldas del Montjuic, en Barcelona, narra historias protagonizadas por paisajes, personajes y emociones. La música y las letras de las canciones que Serrat ha compuesto a lo largo de más de medio siglo forman un libro lleno de viñetas, poesía y prosa, con algunas páginas en blanco y muchos signos de interrogación, notas de pie de página, frases tachadas, epígrafes, paréntesis, insinuaciones. Serrat reúne tres cualidades extrañas en los cantantes contemporáneos: sobriedad, elegancia y buen humor. Disfruta ejecutando sus canciones, se dirige con afecto a sus músicos, agradece los aplausos y piropos de mujeres, hombres y “regulares”, como él mismo dice para evitarse pleitos de género y la retahíla de las acusaciones discriminatorias tan de moda. Esos rasgos definen las letras y los arreglos de sus canciones. Las canas y arrugas que exhibe son marcas vitales que humanizan a su portador, una tendencia extraña en tiempos dominados por el botox, las cirujías plásticas, el culto a la juventud, la rebeldía contra el envejecimiento. Dale que dale, Señora, Lucía, Los recuerdos, Romance de Curro el Palmo, Penélope, Mediterráneo, Aquellas pequeñas cosas, Pare, Las nanas de la cebolla, Para la libertad, Fiesta. Canciones insignia de la larga trayectoria serratiana, son también el mapa de un territorio poblado por experiencias políticas como la represión franquista y el exilio en México, la transición democrática española, los pleitos entre independentistas e unionistas que han fracturado amistades y familias en Barcelona. Entre naufragios, tormentas y exilios, Serrat es una voz reconocible en medio del estruendo. Quizá por ello, el poeta catalán Joan Margarit (1938-2021) le dedicó uno de sus poemas a Serrat (Mala mar), sobre marineros que buscan refugios en noches de tormenta: “Que mal tiempo la noche de los sábados/ cuántos mercantes que, con mala mar/ en su mirada, intentan refugiarse/ siempre en el mismo puerto. Ay de ti/ si nunca, en los ojos de tu amor/ has visto la sonrisa de una puta”. El tren nocturno de Serrat se resiste al óxido y a las rutinas. Conserva la fuerza original, auque a veces palidezca con el clima cambiante de los tiempos. “Ser viejo es una especie de posguerra”, escribió el propio Margarit. Y Serrat ha entrado en esa zona donde ya no se puede planear nada a largo plazo. Un posible epígrafe de los conciertos de despedida de Serrat también podría ser otro obsequio del poeta: “Los recuerdos son botes de gases venenosos/abandonados en antiguos campos/ de batalla cubiertos por las flores” (Preguntar). La música es una patria cubierta de tumbas y flores, de fantasmas y cenizas. Y durante más de dos horas, Serrat nos llevó a miles de asistentes al concierto por una travesía fluvial a lo largo de esos campos imaginarios.

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