Thursday, January 05, 2023

México hoy

Diario de incertidumbres México, hoy: protestas sociales y orden político Campus Milenbio, 05/01/2023 El mundo se cierra fríamente con la materialidad de los hechos (David Huerta, Apuntes del tiempo oscuro) Las manifestaciones políticas representan formas específicas de poder social. Organizadas usualmente por grupos y redes en torno a determinados reclamos, demandas o exigencias, son formas de acción directa no sólo más visibles, sino en ocasiones también útiles para sus promotores tanto como incómodas para sus detractores. Simbolizan ideas políticas, creencias, voces y actores que promueven la inclusión/legitimación de ciertos temas e intereses en la esfera pública. Esas prácticas incluyen cierre de calles, bloqueos, toma de instalaciones, huelgas, paros, marchas grandes o pequeñas, mitines en lugares públicos, desplegados y manifiestos en medios públicos y privados. Activistas, partidos políticos, sindicatos, organizaciones religiosas y laicas, asociaciones no gubernamentales, son quienes usualmente utilizan este recurso como forma de protesta, de exigencias de atención a demandas generales o específicas, reclamos políticos o, en tiempos electorales, promoción de candidaturas a puestos de representación popular. Una larga historia de estas manifestaciones de poder organizado en el mundo habitan las trayectorias de legitimación de las protestas públicas y las movilizaciones políticas en la hechura de las democracias y dictaduras, autoritarismos y autocracias contemporáneas. Desde hace varios años, esas formas de manifestación se han expandido de manera acelerada en muchos contextos locales. Son exhibiciones de poder pero también espectáculos públicos, esfuerzos encaminados a compartir preocupaciones privadas, grupales, tribales o mafiosas como intereses comunitarios o colectivos. Muchas siguen los cauces tradicionales y otras son bastante nuevas. Ya no son solamente recursos utilizados por sindicatos y partidos para presionar a patrones por aumentos salariales o la mejora de condiciones de trabajo, o reclamos vigorosos a gobiernos nacionales o locales para reconocer y ejercer derechos, sino también por organizaciones que representan una agenda más amplia y diversificada: contra el cambio climático, por los derechos de las comunidades lésbico-gays, protestas por la violencia contra las mujeres, por la defensa de los animales, contra la construcción de obras públicas, por la defensa del medio ambiente, contra la violencia criminal, por demandas de seguridad pública, por la paz en ciudades, barrios, pueblos, escuelas. Se trata de expresiones públicas de la diversificación de los intereses, percepciones y opiniones de sociedades complejas, heterogéneas y desiguales, es decir, conflictivas y contradictorias. En esas movilizaciones late el corazón político del orden social. Si las sociedades son vistas como un conjunto difuso de redes organizadas de poder, la política se constituye como un territorio de límites imprecisos y cambiantes, donde confluyen distintos intereses, ideas y pasiones, zonas en los cuales esas redes visibilizan su poder e influencia en momentos y espacios concretos. Como sugirió el historiador británico Eric Hobsbawn en algún momento, las movilizaciones sociales incluyen fiestas, rebeliones, desafíos colectivos y organizados, que apuntan siempre a la posibilidad, o la ilusión, de nuevos ciclos o etapas de la historia social. Suelen ser el mecanismo causal de cambios y adaptaciones institucionales, de reformas, de transformaciones grandes o pequeñas. Son también el principio o el final de etapas, ciclos o fases del desarrollo político, que incluyen desenlaces democráticos o autoritarios según sean los contextos y tradiciones nacionales o locales. La arquitectura de la estatalidad y de los regímenes políticos democráticos tradicionales cruje con la multiplicación de los reclamos, y nuevas ofertas políticas se desarrollan entre las fisuras o las ruinas de las estructuras tradicionales de gestión de los conflictos que los gobiernos han configurado en el pasado reciente. Esa suerte de “fenomenología del conflicto” predomina entre las tensiones que caracterizan la transición entre el neoliberalismo y el neopopulismo, o, para decirlo en términos más clásicos, entre la democracia y el autoritarismo, o viceversa. En el caso mexicano, esta nueva transición se asienta, como todas, sobre las herencias de la anterior. La ansiedad y la prisa de las nuevas élites del poder político -el conformado bajo la difusa retórica de la “cuarta transformación nacional”-, urgidas por edificar un nuevo ordenamiento político nacional, supone que este es el producto, o la expresión, de un nueva realidad social, o, más específicamente, representa una construcción política peculiar sobre la realidad social mexicana del pasado reciente. Cada vez parece más claro que esa narrativa política sobre la existencia de un nuevo orden social está compuesta por distintos tipos de conflictividades, cuyas causas son múltiples y difusas. La instituciones tradicionales (partidos, sindicatos, gobiernos nacionales y subnacionales, congresos, órganos judiciales, organizaciones civiles) parecen insuficientes para contener y gestionar los conflictos cotidianos. Existe una suerte de arritmia entre la velocidad y amplitud de la diversificación de las demandas sociales, y la capacidad de gestión institucional para satisfacer reclamos y exigencias. Eso, hace medio siglo, fue denominado por un trío de autores más o menos famosos (Crozier, Huntington y Watanuki) como la crisis de las democracias liberales y representativas, cuya causa más importante era un déficit de gobernabilidad, es decir, un desequilibrio (o desajuste) entre el crecimiento exponencial de las demandas sociales y las limitaciones institucionales de los recursos de gestión asociados a la capacidad de respuesta de los sistemas políticos de las democracias liberal-representativas. Pero los orígenes de las movilizaciones públicas pueden ser muy diferentes. Las formas clásicas son de protestas difusas contra el gobierno, contra el orden político, o contra un estado de cosas que se aprecian como indeseables, inservibles o insuficientes. Hay otras de signo distinto: las promovidas por los gobiernos para legitimar su propio desempeño. Unas son de protesta; otras de celebración. Y en México tuvimos ambas en un solo mes (noviembre de 2022): la defensa del INE, organizada por diversas oposiciones políticas, y la del apoyo a la cuarta transformación nacional justo en el cuarto año del gobierno obradorista, organizada por el oficialismo morenista. Multitudinarias, ruidosas y espectaculares, esas movilizaciones callejeras son el espejo de dos formas enfrentadas de expresión de la conflictividad política mexicana acumulada durante los últimos años. Y por supuesto son expresiones que no surgieron del vacío político-social, sino que se incubaron en las condiciones forjadas a fuego lento en el pasado reciente.

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