Wednesday, November 22, 2023

Botargas

Botargas: lo que ves es lo que hay. Adrián Acosta Silva De un tiempo para acá la política se ha convertido en un concurso de botargas. El ahora candidato a la gubernatura de Jalisco por el partido Movimiento Ciudadano, el entusiasta Pablo Lemus (virtual expresidente municipal de Guadalajara), ha estrenado su botarga correspondiente como acompañante de temporada. Se suma a lo que hicieron los asesores y consejeros del propio presidente López Obrador desde hace años con la promoción de su imagen con máscaras, muñecos, caricaturas y botargas que circulan por todo el país. También lo hace la precandidata del Frente Amplio por México, Xóchitl Gálvez, así como Claudia Sheinbaum por Morena, y muchos otros candidatos a puestos de elección popular. Al parecer, todos se han mimetizado de la estrategia del Dr. Simi para promocionar sus establecimientos farmaceúticos, del Pollo Pepe para vender sus alimentos, o de los personajes disfrazados que animan los partidos de futbol o de beisbol en los estadios desde hace décadas. La palabra “botarga” tiene un origen antiguo pero impreciso. Según algunas fuentes, se utilizó por primera vez en los teatros europeos de la era medieval, para la representación de personajes rídiculos de comedias, farsas y sátiras, donde actores vestidos con disfraces de colores extravagantes hacían el papel de bufones. La función de las botargas era el escarnio de los personajes en escena, que utilizaban la torpeza deliberada, la burla y el sacrasmo como instrumentos de dramatización de situaciones que acentuaran el sentido del humor de los espectáculos teatrales de la época. Pero fue hasta mediados del siglo XX cuando el uso de esos disfraces se convirtió en un recurso publicitario común para empresas, escuelas, negocios y programas infantiles de televisión, algo que ocurrió primero en los Estados Unidos y luego en el resto del mundo. ¿Qué explica el fenómeno en el campo político? No tengo la menor idea, pero sospecho que tiene la pretensión de aspirar a una estrategia (si es que se le puede llamar así), para promocionar la imagen del o la candidata tratando de hacerles parecer simpáticos, agradables, populares a los ojos de las multitudes. Son formas burdas de infantilización de la política y los procesos electorales, orientadas a presentar una imagen de cercanía y de confianza de los políticos profesionales y de los partidos que representan con los ciudadanos, como si la política fuera una fiesta, un concurso de popularidad que gana no el que tiene mejores argumentos o ideas sino la botarga más colorida y chistosa. De alguna manera, la botarga es un disfraz, una forma de disimular o de ocultar los rostros verdaderos de la política, muchos de los cuales no suelen ser agradables y menos apacibles. Si bien es cierto que la política suele ser o parecer a veces un baile de disfraces, una mascarada organizada, un concurso de payasos, ventrílocuos y prestidigitadores, en realidad es el espacio de la negociación racional de conflictos, la arena pública de contrastes y opciones, de votos y casillas, esporádicamente hasta de ideas, ideologías y programas. El problema no son por supuesto, las botargas, los peluches o los disfraces. El problema es que detrás de esas apariencias de alegría simulada, de sonrisas ficticias, acompañadas invariablemente con música festiva de simplicidad instantánea gobernada por los ritmos de la temporada, no se esconda nada. Son los ropajes deformados de cascarones vacíos, hechuras de retóricas repetitivas, ocurrencias y promesas hechas al vapor, dirigidas al consumo instantáneo en las giras, los mitines y las apariciones de las y los candidatos en plazas públicas, medios y redes. Las botargas son el reflejo fiel de la política mexicana en la era de la dictadura de las imágenes, los desencantos y las ilusiones. Son parte de la política del espectáculo, la caricaturización de los candidatos y de los partidos políticos, sin trucos, metáforas ni mensajes ocultos, y cuyo punto estelar serán las elecciones del próximo año. Es la proliferación de las botargas como la representación visual de los intereses, las creencias y los cálculos políticos de los protagonistas de la temporada. La expresión de una subcultura del consumo electoral que significa la mercadización de las imágenes políticas y de sus actores principales, que inundan los espacios públicos reales y virtuales de los productos del momento. Es la temporada de botargas. Lo que ves es lo que hay.

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