Thursday, May 23, 2024

Olac Fuentes Molinar

Diario de incertidumbres Olac Fuentes Molinar: el humor y la inteligencia Adrián Acosta Silva (Campus-Milenio, 23/05/2024) https://suplementocampus.com/olac-fuentes-molinar-el-humor-y-la-inteligencia/ La semana pasada falleció Olac Fuentes Molinar. Tenía 81 años, vivía en Xalapa y era de Chihuahua. Su vida pública transcurrió entre las aguas de la reflexión política y el análisis de la educación, entre la militancia de la izquierda y el impulso a reformas educativas. Fue estudiante y profesor universitario, funcionario público y promotor de debates y seminarios académicos y políticos, columnista de periódicos y revistas nacionales, observador cuidadoso de los actores, procesos y políticas de la educación superior y sus alrededores. Muchos de quienes lo conocimos apreciábamos en él no sólo su rigor y agudeza intelectual, sino también un formidable sentido del humor, una flor extraña en el medio intelectual mexicano. Su trayectoria influyó de manera decisiva en los perfiles del debate público sobre la educación superior durante más de tres décadas (1970-2000). Sus numerosas conferencias, textos, libros y artículos permitieron delinear no sólo una postura político-intelectual sobre la crisis de la educación mexicana después del 68, sino también para promover un debate sistemático sobre las reformas de la universidad y la escuela pública que favorecieran la democratización, el acceso, la equidad y la calidad de los procesos formativos de los niños y jóvenes mexicanos. Fue crítico ácido del charrismo sindical representado por el SNTE, pero también del autoritarismo político representado por el PRI, al que veía como la causa profunda de las prácticas caciquiles que imperaron con particular agudeza durante los años sesenta hasta los ochenta en el magisterio educativo nacional. Su militancia en el Partido Comunista Mexicano durante los años sesenta y setenta, que luego desembocó en la formación del Partido Socialista Unificado de México a comienzos de los ochenta, le permitió influir en la formación de las posturas de la izquierda mexicana sobre las “cuestiones críticas” de la educación superior en los años de la denominada transición política experimentada a lo largo de los noventa. Pero es en el campo específico del análisis de las políticas de educación superior donde se encuentran algunas de sus mayores aportaciones al desarrollo académico e institucional de la educación mexicana contemporánea. Sus contribuciones fueron seminales para la formación de una perspectiva analítica que fuera más allá de las buenas intenciones, los exhortos normativos, o los juicios morales o ideológicos sobre las universidades y las instituciones de educación superior. Fue a finales de los años ochenta cuando sus trabajos en el Departamento de Investigaciones Educativas, y luego en la UAM-Azcapotzalco, expresaron su energía y madurez intelectual, y los lugares donde se concentró en desarrollar el interés de nuevas generaciones de estudiantes y académicos sobre la importancia del estudio de las políticas, de sus actores y sus determinaciones políticas, de sus hechuras y procesos, de sus instrumentos, ilusiones y limitaciones. En la historia intelectual de la educación superior, las aportaciones de Olac contribuyeron a la renovación del clima académico y político sobre la educación superior. Muchos de los que lo conocimos o leímos fuimos influenciados por sus artículos en periódicos como Unomásuno o La Jornada, en revistas como Nexos o Cuadernos Políticos, o en sus frecuentes conferencias en diversas universidades del país. En mi caso, lo conocí a comienzos de los años ochenta en Guadalajara, cuando el recién formado sindicato de profesores de una escuela técnica federal (el actual CETI, que en aquellos años se llamaba CeRETI), lo invitamos a impartir una conferencia a la comunidad docente de esa escuela, con el tema de la agenda de la reforma educativa que promovía el PSUM a nivel nacional. Posteriormente, asistí a un seminario nacional organizado por la UAM-Azcapotzalco a finales de los años ochenta, cuando Olac participó como anfitrión y colega de un grupo diverso de académicos heterodoxos sobre las cuestiones críticas de la educación superior en el contexto de los años difíciles de la crisis económica y los cambios políticos de la sociedad mexicana y latinoamericana de la “década perdida”. Ahí estuvieron, entre otros, Rollin Kent, Pepe Woldenberg, Javier Mendoza Rojas, Romualdo López Zárate, José Joaquín Brunner, Simon Schwartzman, y un grupo compacto de estudiantes y profesores no sólo del DF sino también de Sonora, Puebla o Guadalajara. En los años noventa conversé algunas veces con él cuando fue nombrado rector de la UPN mientras yo era estudiante del posgrado en la Flacso-México. También cuando fue nombrado subsecretario de educación básica en la SEP, o en algunos congresos nacionales del Comie, organización que fue impulsada decididamente por Olac en esos mismos años. Y la última ocasión fue a finales de la primera década del presente siglo en un seminario organizado por el área de sociología de las universidades de la UAM-Azcapotzalco en la hermosa Casa de la Primera Imprenta del centro histórico de la capital. Ahí, en la comida de cierre, en una atmósfera de humo, risas y alcohol, Olac el chihuahuense, el académico, el hombre de izquierda, el “profe” (como muchos de sus amigos y estudiantes le decían), el exfuncionario público, el polemista insobornable, el observador sagaz, mostraba, una vez más, su inteligencia, simpatía y liderazgo entre quienes habíamos seguido sus huellas a lo largo de su trayectoria. Sus últimos años los pasó en su casa de Xalapa. Mantuvo siempre relación con el mundo educativo, intelectual y político del país, aunque un poco con la postura de general retirado, que observa el campo de batalla desde la distancia, quizá recordando sus propias batallas. Fue asesor del INEE, y luego participante esporádico en el PUED de la UNAM. Nunca perdió el sentido del humor, y recibió algunos merecidos homenajes organizados por colegas de la Universidad Veracruzana y de otras universidades del país. Y apenas el año pasado fue publicado un texto que reúne 15 textos fundamentales escritos por Olac en distintos momentos, que incluye una reconstrucción de algunos pasajes de su biografía intelectual y política acompañada por las viñetas de una entrevista realizada por Miguel Casillas a la persona y al personaje que representa Fuentes Molinar en la historia reciente de la educación superior mexicana. (Vale la pena leerlo: Casillas, M. Comp., 2023, Olac Fuentes Molinar. El desarrollo de la educación superior en México y las políticas públicas. Ed. Transdigital, México https://doi.org/10.56162/transdigitalb12.) Su figura es testimonio de persistencia y lucidez, de heterodoxia académica, de compromiso ético y responsabilidad política e intelectual. Y una imagen potente de su humor norteño lo retiene una ocasión en que, luego de una vigorosa reunión de discusión sobre problemas educativos, pidió al mesero de un bar que le trajera un whisky en las rocas. Al saborearlo, lentamente, sentenció, con la sabiduría que sólo proporciona la experiencia: “Luego dicen que Dios no existe. Salud”.

Thursday, May 09, 2024

Futuro con figuras

Diario de incertidumbres Futuro con figuras: prospectivas en educación superior Adrián Acosta Silva (Campus Milenio, 09/05/2024) https://suplementocampus.com/futuro-con-figuras-prospectivas-en-educacion-superior/ Una comedia siciliana (Gallo Nero, España, 2016) es un pequeño libro donde se reúnen varios relatos del gran narrador italiano Leonardo Sciascia escritos entre 1947 y 1975. Se trata de brevísimos ejercicios literarios cuidadosamente tallados a mano, en los cuales fluye la descripción de personajes, ambientes y recuerdos enmarcados en el contexto de la vida de dos pueblos del sur de Sicilia (Catania y Palermo), que configuran las paradójicas dimensiones públicas, privadas y secretas de sus habitantes, paisajes y relaciones. Uno de esos relatos (“Pueblo con figuras”), es una estampa de recuerdos que se desenvuelven entre la estupidez instantánea y el humor involuntario, la imaginación desbordada y las esperanzas de “personajes en busca de autor”, que relatan historias de “felices invenciones”. La maestría de Sciascia se concentra en el pasado y el presente de figuras en contextos específicos, pero ofrece pistas para imaginar el futuro. Y en México, y en el mundo, la imaginación sobre futuros posibles se adueña en ocasiones de los humores públicos y privados. En el campo de la educación superior, la ansiedad por el porvenir se nutre de fuentes diversas: la insatisfacción con el presente, cierta nostalgia épica sobre pasados difusos, cálculos políticos de actores interesados, el diseño de políticas, la organización de acciones institucionales e individuales, preocupaciones por los escenarios que podrían enfrentar las nuevas generaciones estudiantiles, las incertidumbres causadas por la influencia de factores globales. Esto ha dado lugar a distintos ejercicios de prospectiva dirigidos, de alguna manera, a tratar de gobernar el futuro. Desde esta perspectiva, el futuro de la educación superior es un tiempo y un lugar imaginario que se puede desarrollar en distintos escenarios, donde coexisten personajes, instituciones y contextos. Esos escenarios se configuran por fuerzas diversas: las herencias del pasado, las decisiones (o no-decisiones) del presente, el cálculo racional, la voluntad política, los recursos invertidos o las capacidades institucionales, pero también influyen de manera significativa los juegos del azar y el óxido de las incertidumbres. Estos factores pesan en la hechura de los escenarios futuros, y sus combinaciones dependen de las lógicas que gobiernan los comportamientos de los actores involucrados. Se pueden identificar o imaginar distintos escenarios tipos de futuros: catastróficos o luminosos; utópicos o distópicos; tendenciales o disruptivos; posibles o deseables. Estos escenarios suelen ser pensados como referentes de ejercicios prospectivos más o menos sofisticados que, en ocasiones, se registran en decretos, leyes, ordenamientos normativos de distintas escalas, planes y programas de gobierno, declaraciones políticas, o en el extraño lenguaje de la planeación estratégica que se puso de moda desde finales del siglo pasado (“visión”, “misión”, “fortalezas”, “debilidades”, “incentivos”, etc.). Más allá de las formas, contenidos y utilidad de estos ejercicios prospectivos sobre la educación superior, es posible imaginar una suerte de “futuro con figuras”, parafraseando la pequeña historia de Sciascia. Imaginemos un escenario situado, digamos, hacia el año 2050. Sus personajes principales son, como siempre, los funcionarios gubernamentales, los políticos profesionales, los directivos, estudiantes y profesores de los campus universitarios y no universitarios. El contexto importa: a mitad del siglo se ha cumplido la meta del acceso universal a la educación terciaria, donde 7 de cada 10 jóvenes en edad correspondiente logran ingresar a alguna institución de educación superior pública o privada. Sin embargo, persisten los viejos problemas de empleabilidad y de calidad en la formación profesional que se detectaron desde comienzos del siglo XXI. Una nueva generación de liderazgos estudiantiles y académicos, crecidos entre las aguas lodosas de las ideologías neoliberales y populistas impulsadas por gobiernos anteriores, se ha colocado al frente de nuevas olas de protestas exigiendo becas, empleos, un profesorado competente, más financiamiento a las universidades públicas, menos corrupción y mejores instalaciones. Por su parte, el profesorado por horas constituye el 95% del total de los docentes del sector, y se moviliza exigiendo mejores salarios, más estímulos, prestaciones y plazas de tiempo completo. Las autoridades del sector, tanto las gubernamentales como las universitarias, se muestran rebasadas por la magnitud y frecuencia de las protestas y miran hacia todos lados y ninguno, buscando viejas respuestas a los nuevos problemas. Aunque las tecnologías digitales se han adueñado de las prácticas académicas en los campus, sus efectos en la formación intelectual y profesional de las nuevas generaciones son difusos o irrelevantes. La furiosa retórica de la innovación, basada en las promesas de la inteligencia artificial, que dominó las dos primeras décadas del siglo pasado, se ha agotado, y no alcanza a proporcionar respuestas a los nuevos dilemas económicos y sociales rencionados con los efectos del cambio climático, las transformaciones en el mercado laboral, la desigualdad social, la pobreza, o la incontrolable migración de miles de nómadas que transitan por el país o que se instalan en varios puntos del territorio nacional desde la segunda década del siglo. La creación de una nueva agencia federal diseñada para la gobernanza del sector (la Secretaría de Educación Superior, Ciencia y Tecnología), por disposición del gobierno en turno al final de los años veinte para resolver los crecientes problemas del sector, ha sido incapaz de coordinar e integrar un sistema coherente, gobernable y cooperativo, y tampoco ha asegurado un financiamiento público suficiente y sostenido. En el escenario desfilan personajes extraños: la funcionaria autoritaria y el político ingenuo; una lideresa estudiantil dueña de una retórica inteligente y rabiosa; una rectora prudente, que busca la conciliación más que el enfrentamiento; un viejo profesor curtido en los confusos debates ideológicos de comienzos del siglo entre democracia y autoritarismo; un empresario de universidades privadas que exige eliminar las barreras legales que impiden el crecimiento de sus empresas educativas con fines de lucro; un líder sindical que reclama mayor injerencia en las decisiones de política pública para el sector. Los personajes y componentes de este escenario de la educación superior son por supuesto invenciones surgidas entre los ruidos y silencios que produce el presente mexicano en este sector. Es un murmullo gobernado por la confusión social y la polarización política que distrae la atención sobre las reflexiones del futuro educativo, que parecen desplazadas por el gobierno de ilusiones y promesas de la temporada electoral. Todo apunta a que la invención del futuro es un ejercicio que se puede dejar para otro tiempo, como alguno de los relatos de Sciascia.