Friday, June 12, 2009

Voluntarismo anulacionista

El voluntarismo anulacionista
Adrián Acosta Silva
El desencanto democrático mexicano ha disipado rápidamente los optimismos y certezas que alimentaron de combustible el fuego de la transición política iniciado hace casi dos décadas, para ceder el paso rápidamente al pesimismo, el enfado y la molestia por el pobre desempeño de la política y la democracia que tenemos. Habrá que reconstruir con paciencia y precisión de relojero que sucedió en el camino, cómo en menos de una década las expectativas y los ánimos esperanzadores fueron demolidos por los hechos, o de cómo las percepciones y representaciones del cambio fueron cambiando el imaginario y las prácticas políticas del sistema, o de nuestra élites políticas e intelectuales, si es que ello ocurrió así. Mientras tanto, nuevas voces se han alzado recientemente para clamar al cielo abierto de los medios la propuesta por sustituir el voto útil o el voto a secas, por el voto nulo, como una forma de protesta contra el sistema de partidos.
El razonamiento de esta perspectiva es más o menos así: a) Los partidos no representan a nadie más que a sí mismos, alimentando el círculo vicioso de la partidocracia, por lo que existe un hartazgo de los ciudadanos que es preciso expresar de alguna forma; b) el abstencionismo no beneficia más que a los propios partidos, por lo que es necesaria una participación electoral activa de los ciudadanos rechazando por igual a todos los emblemas; c) sólo una acción políticamente fuerte, es decir un porcentaje alto de votos nulos, puede servir para que los partidos y el régimen político cambien; d) ello servirá para que surjan mejores políticos y representantes de la sociedad civil.
No comparto ni el diagnóstico ni la receta ni el pronóstico. Esta son mis razones y, si no les gustan - como diría Groucho, el sabio- …tengo otras.
1. El hartazgo ciudadano. No me parece un argumento sólido el invocar al hartazgo como la causa del movimiento anulacionista. Los activistas de este o cualquier movimiento, o partido político, suponen que sus diagnósticos son compartidos por otros ciudadanos, y esos es un tema frecuente de extravíos y alucinaciones del pasado y del presente. Sin negar que en algunas franjas de los ciudadanos exista el hartazgo –obvio en el caso de los impulsores del movimiento referido-, me parece que existen otras formas de percibir la vida política que no aparecen en el razonamiento. ¿Por qué se descuida sistemáticamente valorar el peso que tiene el escepticismo o la indiferencia de muchos ciudadanos frente a la política y los partidos? A esas franjas no les interesa participar en la política pero tampoco en organizar movimientos anulacionistas o abstencionistas de ninguna índole. Es la “mayoría silenciosa” de infieles, que compone zonas extensas de la ciudadanía, y que sistemáticamente elude cualquier forma de participación política, incluido por supuesto el voto mismo. En otras palabras, el hartazgo es sólo una manifestación parcial –y cuantitativamente imprecisa- del descontento ciudadano, e invocarlo como causa general del anulacionismo sólo significa alimentar el reducido activismo de una franja ambigua del electorado mexicano que se ha asumido como intérprete oficiosa de causas ambiguas.
2. La receta. Anular el voto expresa muchas cosas, no solamente el hartazgo. Pueden ser comportamientos lúdicos, berrinches de ocasión, malhumor, malestar, preocupación. No se puede saber con precisión los motivos de anular el voto y los votos nulos son tan viejos como la historia electoral mexicana. En las elecciones del 2006 (en el caso de las presidenciales), por ejemplo, alcanzaron cerca del 2.1% de la votación total, que significó en todo caso casi un millón de votos (contra 41 millones de votos válidos). El efecto sobre los partidos y el sistema político es, sin embargo, igualmente nulo. Se cuentan pero no afectan el resultado de la votación y menos aún el desempeño posterior de los partidos y de los políticos. Anular el voto en las actuales circunstancias puede ser interpretado de varios modos y humores, pero resultará imposible determinar el peso y orientación que tienen para el proceso electoral y para el sistema de partidos. Al anochecer del 5 de julio se podrá saber si el 2% se elevó de manera significativa o no, pero no se podrá saber qué motivó específicamente a los ciudadanos para nulificar su voto.
3. El pronóstico. El cálculo de que un porcentaje alto o significativo de votos nulos (lo que eso signifique) servirá para cambiar al sistema de partidos es una hipótesis heroica. A lo más, servirá como llamada de atención a un sistema de partidos que está diseñado –aquí, en Francia o en Italia- para que los partidos busquen votos y alcancen posiciones, y luego desempeñarse de acuerdos a sus propios intereses, ideologías y cálculos egoístas. De eso se trata la democracia, y el secreto es buscar un equilibrio de la representación plural de los intereses de la ciudadanía, bajo el supuesto de que ese equilibrio implicará restricciones a los comportamientos canallescos de los partidos. La anulación de votos no es útil ni para cambiar el sistema ni para expresar una forma organizada de descontento.


El malestar, sin embargo, existe. Como sugería el gran economista alemán Albert Hirschmann hace 40 años -en su clásico Salida, voz y lealtad- , al tratar de explicar por qué las instituciones y los sistemas fallan, el voto nulo puede ser leído como la expresión dentro de un sistema que lo permite, es una voz dentro del sistema, no una voz que lo disuelva, ni que implique una ruptura de las lealtades hacia normas, métodos o procedimientos. En este sentido, el anulacionismo es una voz legítima pero vieja, que muy probablemente tendrá los mismos viejos (d)efectos: reproducir el eco de ciudadanos inconformes, que se disipará en el ruido de fondo de la política de partidos.

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