Wednesday, August 19, 2009

Woodstock

Estación de paso
Woodstock
Adrián Acosta Silva
La obsesión por las celebraciones es una manía moderna, uno de los rasgos constitutivos de nuestras prácticas políticas y culturales. Celebramos cosas de muy diverso calibre: cumpleaños, días de la madre, refundaciones institucionales, aniversarios de bodas, centenarios, bicentenarios. Y se suele olvidar que no se celebra el pasado remoto o el reciente, sino el presente inescapable; la ilusión de que algún acontecimiento del pasado le dé algún sentido y significado a la dictadura del presente. Por supuesto, celebrar es una decisión nutrida por muy diferentes causas: personales, políticas o mercantiles, depende del sapo y la pedrada, del evento y sus significaciones, pero en todos los casos celebrar es una fantasía organizada para dotar de cierta trascendencia moral, política o histórica a un evento del pasado.
Woodstock, por supuesto, no escapa a estos rituales y manías celebratorias. 40 años después de aquel verano del 69, los medios han recordado en diversos tonos el Festival de Arte y Música realizado durante tres días (del 16 al 18 de agosto), en una granja del estado de Nueva York, y en el que participaron 22 cantantes y grupos que protagonizaron el espectáculo frente a un hormiguero de cientos de miles de asistentes. A tono con el hecho, se acaba de poner en circulación una edición de lujo conmemorativa del festival, a partir del célebre documental de Michael Wadleigh de 1970, que contiene escenas inéditas y buena parte de la parafernalia hippie de los años sesenta que en Woodstock encontró su canonización definitiva.
En esta edición, una colección interesante de fotografías registran el acto y a los actores. Un individuo estrafalario que camina entre la multitud vestido como una especie de arlequín hippie; otra que muestra hombres y mujeres jóvenes bañándose desnudos en el río, en actitud desprejuiciada y de felicidad; niños jugando entre el lodo y la hierba, frente a un camión multicolor habitado por sus padres; Jerry García ofreciendo un cigarro de mota al fotógrafo. Son imágenes muy conocidas, desde luego. Sin embargo, hay un par de fotografías que me atraen de manera particular. Una es la de un grupo de jóvenes acostados encima de un auto de la policía; la otra es la de un helicóptero de la guardia nacional recogiendo a un joven que llevan en camilla. Son las postales que revelan algo implícito en el orden del caos que significó Woodstock: las fuerzas del orden apoyando la fantasía organizada. En medio de las drogas, el amor y la música, del lodazal y de la alucinación psicodélica, de la basura y del humo, policías y militares apoyando el evento, resolviendo problemas, trasladando enfermos, o sirviendo de descanso a jóvenes cansados y probablemente hambrientos. Mis simpatías están con Canned Heat y la Joplin y Hendrix, y con Joe Cocker y su camisa teñida con ligas y anilina de colores, con los jóvenes participantes de torsos desnudos y senos al aire, pero también con los policías y militares, personajes incómodos de cualquier fantasía libertaria.
¿Qué significa la Nación de Woodstock, hoy? Apunto cinco temas:
1. El fin de la utopía comunitaria hippie y el comienzo de la industrialización y comercialización del rock. El sueño contracultural de aquellos baby boomers se convirtió en la cultura hiperconsumista de hoy.
2. La confirmación de que para muchos las drogas -como para otros el alcohol- son instrumentos esenciales para convivir más o menos civilizadamente en una sociedad conflictiva. Ya lo dijo el sabio: la realidad es una alucinación provocada por la falta de alcohol (o de drogas, añadiría yo).
3. La legitimación de una moralidad centrada en la libertad y la paz, que con el tiempo se convirtió en una de las fuentes de creación política y cultural más potentes del final del siglo XX.
4. El reconocimiento de que una fantasía colectiva no puede durar demasiado tiempo sin convivir con los demonios de la política. En otras palabras: una experiencia comunitaria del tamaño de Woodstock se prendió y consumió en el acto, sin una agenda intelectual y política de largo alcance. El fenómeno de “combustión instantánea” del concierto, mostró la fuerza que había alcanzado el hippismo de los años sesenta, pero también sus límites e imposibilidades. Eso es justo lo que llevaría poco después a afirmar a John Lennon aquello de que el sueño había terminado.
5. El rasgo esencial del Festival no fue su politización o despolitización, sino su carácter fugaz y traicionero. Woodstock fue ante todo un estado de ánimo, no un proyecto sociocultural ni político.
En México, Woodstock fue percibido como un acontecimiento lejano y distinto. Años después, en 1971, tendríamos nuestra propia versión criolla: Avándaro. Hoy, la nación de Woodstock representa la fantasía que se convirtió en liturgia, el fuego rebelde que se consumió en tres días y de cuyas cenizas se forjaron nostalgias falsas y mitos verdaderos.

1 comment:

Luis Enrique Alvizuri said...

1. Creo que es una visión muy "actual" de Woodstock que refleja la desesperanza por los sueños, por los proyectos no necesariamente políticos y por todo aquello que no sea la Sociedad de Mercado como única alternativa para el ser humano (diríamos, demasiado fukuyamista).

2. Como usted sabe, cada época reescribe la historia, y relee el pasado de acuerdo a su presente. Embebidos como estamos en ver al hombre como "un ser de necesidades que tienen que ser satisfechas" nos parece raro -sino absurdo- que alguien haya pensado alguna vez que podamos haber sido otra cosa, que los seres humanos hayamos querido vivir en función, no de nuestros intereses, sino de nuestros deseos.

3. Todos los que estuvimos cerca a esa experiencia (no necesariamente en el lugar) sabemos hoy que fue un intento más de derrotar al sistema producto de la Modernidad europea (la ciencia y el mercado como única verdad) y que ello fue solo una batalla perdida pero no el fin de la guerra. Aún hoy habemos personas que buscamos otras ideas similares al hippismo que puedan elevar al ser humano por encima de lo que ahora está.

4. Este proyecto lo resumiría así: más allá de la Modernidad, más allá de los Derechos Humanos, más allá de la opción maniquea actual de que solo puede haber "Democracia o autoritarismo (o terrorismo)", entendiendo por Democracia únicamente al sistema capitalista contemporáneo.

Muchas gracias.