Wednesday, November 11, 2009

Viejos recuerdos, nuevas desolaciones

Estación de paso
Viejos recuerdos, nuevas desolaciones
Adrián Acosta Silva
Señales de Humo, Radio U. de G., 12 de noviembre, 2009.

“Las formas más primitivas sobreviven”, afirma en tono de revelación el narrador anónimo de la carta de presentación que inicia la lectura de Suttree, la novela del escritor norteamericano Cormac McCarthy (Mondadori, Barcelona, 2004). El protagonista de la historia, Cornelius Suttree, es un personaje solitario, sin expectativas, con un pasado confuso, un presente azaroso, y un futuro imposible. Ambientada en la ciudad de Knoxville, Tennesse, en algún momento de los años cincuenta, la trayectoria del personaje está poblada de equivocaciones, accidentes, muerte, desolación, alegrías instantáneas, salpicado de pocos días felices que pasa encerrado en las sombrías habitaciones de un hotel perdido. Pescador solitario de siluros (“pez teleósteo de agua dulce, de hasta 5 metros de largo, gran depredador, con una boca muy grande rodeada de barbillas”, según lo define Maria Moliner en su indispensable Diccionario del uso del español) la vida diaria de Suttree es un esfuerzo de sobrevivir a las penurias económicas y a los afectos corrosivos, de lidiar con los demonios del olvido y la memoria, habitando en los márgenes de un río contaminado y pestilente, donde la silueta de la ciudad es el paisaje cotidiano de sus travesías, con el fondo metálico de trenes fantasmales que recorren con pesadez las venas de acero de Knoxville, la horrible.
Publicada originalmente en inglés en 1979, esta novela precede en el tiempo a la fama global que alcanzó McCarthy el año pasado con la película No Country For Old Man, (titulada en español como “Sin lugar para los débiles”) inspirada en su propia novela, dirigida por los hermanos Cohen y protagonizada por Javier Bardem. Es anterior también a libros como La Carretera (2006) o Meridiano de Sangre (1985). Pero al igual que los otros textos de McCarthy, es también una obra que recorre con precisión estética lugares, diálogos, imágenes y relaciones que Budd (el apodo del personaje central) establece con su medio a lo largo de su intermitente estadía como outsider de un pueblo de perdedores, bebedores habituales de cerveza caliente y whisky barato, comerciantes de lo que sea, ladrones, putas, chamanes y brujas, “gente austera y diminuta enmarcada por cucuruchos de flores, vendedores ambulantes de artículos esotéricos, electuarios raros ordenados por tarros y elixires macerados en días sin luna” .
Caminando al filo del abismo, el pescador entabla amistades frágiles con personajes oportunistas cuya vida breve pasa de la cárcel a la calle, del robo en pequeña escala para satisfacer necesidades mínimas al goce de lujillos que hacen llevadera una vida repleta de penurias, de rutinas inexorables y desenlaces previsibles. Condenado a transitar circularmente por “escenarios de viejos recuerdos y nuevas desolaciones”, el solitario convive con pordioseros, intercambia pescado por dinero, ropa o cerveza, bebe en burdeles infames, cosecha mejillones en busca de perlas preciosas, coexistiendo con personajes hundidos en miserias cotidianas, mirando siempre al fondo del desfiladero, con pequeñas pero sistemáticas explosiones de violencia que aturden por su precisión cruda, envueltos en pleitos cotidianos con la policía local.
La estética de McCarthy es la estética literaria del granito, sin matices, de un lenguaje fluido y crudo, exacto y envolvente. Novela de cenizas y de sombras, de túneles subterráneos que sostienen el peso de una ciudad sórdida, la narración de esta obra es una pieza de orfebrería que deslumbra por la solidez del oficio y la imaginación del narrador. En un medio invadido por el predominio apabullante de best-sellers y literatura basura, la prosa que se encuentra en las casi 600 páginas de Suttree es una muestra de que la buena literatura sobrevive, a pesar de la industria literaria, como lo señaló con lucidez moribunda Sándor Márai en sus últimos Diarios.

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