Thursday, September 02, 2010

El voluntarismo y sus fábulas

Estación de paso
El voluntarismo y sus fábulas
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 2 de septiembre, 2010.

El voluntarismo ha adquirido carta plena de naturalización en nuestro medio. Las buenas declaraciones, las nobles intenciones, los deseos magníficos, inundan las planas de periódicos, el sonido de los televisores y de la radio, las redes sociales, las declaraciones públicas y privadas de autoridades y ciudadanos. La incontinencia verbal asociada al voluntarismo se ha instalado firmemente entre nosotros, y no se ve por dónde pueda evadirse la tentación de propagar el optimismo, las ganas de hacer o de creer, la buena voluntad como antídoto contra los males públicos y privados.
Pero el voluntarismo es, bien visto, una creatura del ilusionismo. Pensar que con puras ganas se pueden transformar realidades significa que las emociones pueden llegar a ser alucinógenas. Se pueden identificar dos buenos ejemplos, muy recientes, para documentar un poco lo anterior. Uno de ellos es la llamada “Ley antichatarra”, que consiste en evitar que en las escuelas se vendan frituras y golosinas de escaso o nulo valor nutricional. El otro tiene que ver con la prohibición para vender antibióticos sin receta médica. Dos buenos deseos están en el centro de ambas disposiciones oficiales: evitar niños gordos, y mejorar la efectividad de los medicamentos entre la población. Ambas, se dice desde la Secretaría de Salud y desde la SEP, van a mejorar la calidad de vida de los mexicanos, bajarán los costos del sistema de salud, y todos seremos más felices y saludables.
Como en las fábulas clásicas, los deseos se confunden con las capacidades, como en la fábula del buey y del sapo, en la que este último se imagina febrilmente con la fuerza y el tamaño del primero, hasta que de tanto aspirar termina reventado por la fuerza de la realidad. Las miles de escuelas públicas a las que acuden millones de niños, son espacios de consumo donde las familias disponen de poco tiempo y condiciones para preparar alimentos con determinados componentes calóricos y proteínicos. Desde las oficinas de la SEP, se piensa que con la fuerza de la ley quedarán atrás los tiempos de los churrumais, de los refrescos, de las papas fritas con chile y limón, de los confitones y de los gansitos, para ser sustituidos como por arte de magia normativa por naranjas, zanahorias, botellitas de agua potable, papas cocidas, ensaladas de atún y de pollo cuidadosa e higiénicamente preparadas por padres responsables, hacendosos y dedicados. Seguramente no saben que en muchas localidades un refresco es más barato e higiénico que una botella de agua, o de que una bolsa de papitas es más confiable que unas papas cocidas quien sabe en qué condiciones. Los baños de las escuelas son en muchos casos focos de insalubridad más potentes que los alimentos chatarra, pero eso parece no importar a los funcionarios encargados de salvar a los niños de grasas y azúcares dañinos.
El caso de los antibióticos es otro buen ejemplo de nuestros funcionarios-exorcistas. A los médicos-funcionarios se les ocurrió que es una buena medida controlar la venta libre de medicamentos contra muchas enfermedades comunes: resfríos, anginas, fiebres. Ahora, para evitar los efectos de una medicación bajamente regulada pero efectiva como la que ocurre, se tienen que expedir medicamentos sólo con receta médica. El pequeño problema es que para eso hay dos caminos para los ciudadanos realmente existentes: uno es acudir a una cita en algún centro público de salud, con la consecuente inversión de tiempo, esfuerzo y paciencia que exige lidiar con la impresentable burocracia sanitaria del país. El otro es pagar el costo de un servicio de un médico privado. ¿Habrá alguien que haya pensado en el costo individual y colectivo de implementar una medida que rápidamente puede generar un mercado negro de recetas médicas o la aparición de nuevas formas de coyotaje en hospitales y clínicas?
Las prácticas de salud, o las prácticas alimenticias, como toda práctica social, son fenómenos complejos, que implican cierta racionalidad y algún tipo de orden fuertemente arraigado entre los ciudadanos reales, no los imaginarios. Así como la democracia no se construye con clases de civismo ni condenas morales a la apatía o loas a la participación, ni la justicia social con acciones filantrópicas de empresas o individuos adinerados, la buena alimentación no se suprimirá con la prohibición de los productos chatarra, ni la aparición de nuevos virus y bacterias tampoco se evitará controlando la venta de medicamentos. Antes bien, pueden ocurrir efectos contrarios a los buscados, como encarecer los servicios de salud, o como eliminar las únicas fuentes de alimentación confiables entre muchos niños y sus familias. Como lo narra Esopo, el sapo, por más que lo imagine y lo desee, nunca podrá ser un buey. Sólo el realismo mágico gubernamental es capaz de desafiar la capacidad explicativa de las viejas fábulas.

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