Wednesday, July 06, 2011

Aire de familia



Estación de paso
Aires de familia
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 7 de julio de 2011.

Las imágenes, crónicas y notas periodísticas cotidianas sobre lo que sucede actualmente en España o en Grecia nos hablan de que un viejo fantasma recorre Europa: el fantasma de la rebelión. El plantón de “Los indignados” en España, o de la oposición popular a las decisiones del parlamento en Grecia, o la protesta contra los recortes en Gran Bretaña, son, a la vez, síntoma y causa de un estado de cosas contra el cual un sector importante de la población manifiesta su furia: contra la economía, la política, el gobierno, las empresas. El reclamo es confuso pero tumultuoso. No hay ideas claras, ni agendas, ni propuestas específicas. Hay hartazgo, malestar, impotencia, desconfianza más o menos generalizada, incertidumbres corrosivas, contra un orden que se aprecia más bien como una zona de desastre, que impide imaginar futuros distintos, y cuyo combustible pesado es la maldición sobre el presente.
Lo que sucede hoy, sin embargo, tiene un cierto aire de familia con lo que sucedió en otros tiempos y contextos. Específicamente, con lo que ocurrió hacia finales de la década de los sesenta y principios de los años setenta en Francia, en Alemania, en los Estados Unidos, en Inglaterra. Los actores fueron básicamente los mismos: los jóvenes, además, urbanos, estudiantes universitarios, clasemedieros. Los movimientos estudiantiles o las movilizaciones contra la guerra, fueron expresiones de insatisfacción contra el establishment, contra los políticos y los gobiernos, por la conquista de libertades sexuales, de pensamiento y expresión, de organización, vagamente anti-partidistas y claramente comunitarios. Con el soundtrack de la época –dominado inconfundiblemente por el rock, los sonidos y las voces de Dylan, de Lennon, de Jefferson Airplane, de Buffalo Springfield-, las manifestaciones que recorrieron buena parte del mundo occidental de la época fueron consideradas como la expresión social de un malestar profundo con la cultura consumista, contra la moral conservadora y contra la democracia y sus instituciones y actores. Esa interpretación dio origen a un texto célebre, relativamente famoso en su tiempo y que hoy tiene un estatus inconfundiblemente clásico: Las crisis de las democracias. Un reporte a la Comisión Trilateral, elaborado por tres politólogos importantes: Samuel Huntington, Michel Crozier y Jiao Watanuki.
Dicho reporte fue elaborado en 1974 y publicado originalmente en inglés en el verano del ´75.El texto consistía en formular un diagnóstico de las causas que explicaban el malestar y, además, las posibles soluciones para enfrentarlo. El argumento del reporte es clásico: el malestar social es causado por la sobrecarga de demandas de los ciudadanos a la democracia y el estancamiento en la capacidad de los gobiernos y el sistema político democrático para responder a dichas demandas. Esto generaba una crisis de gobernabilidad de las democracias, es decir, dificultades estructurales para atender con dosis razonables de estabilidad, eficacia y legitimidad dichas demandas. Otros autores, señaladamente Jurgen Habermas y Claus Offe, interpretaron los fenómenos del descontento como una crisis de legitimidad de las democracias capitalistas, producto de las desigualdades económicas y de los problemas de la representación política. Estas interpretaciones habitaron el debate político, académico e intelectual durante varias décadas, y hoy parecen resurgir con fuerza teniendo como telón de fondo las movilizaciones en Madrid, Atenas o Londres.
Desde esta óptica, lo que tenemos frente a nosotros puede ser interpretado como una típica crisis de ingobernabilidad de las democracias europeas. Sin embargo, hay diferencias notables con lo ocurrido hace 4 décadas. Es una crisis surgida luego de un largo período de prosperidad económica, de bienestar social y de cambio y estabilidad política democrática. Los niveles de bienestar alcanzados son notablemente superiores a los que esos países tenían hace 40 años. Las exigencias sociales y económicas de los jóvenes y no pocos adultos –empleo, seguridad social, futuros- sobrepasan la capacidad de los regímenes democráticos y de las economías posindustriales para satisfacerlos de manera razonable, es decir, eficiente, estable y legítima. Las viejas y nunca resueltas tensiones entre capitalismo y democracia parecen emerger en un horizonte político y sociocultural distinto al que predominó en los años sesenta, en donde los reclamos de los desempleados, los desencantados y los desesperanzados de hoy escupen hacia los que, en buena medida, fueron actores e impulsores de los cambios económicos y las transiciones a la democracia de los años setenta y ochenta del siglo pasado. Lo que tenemos es el sonido y la furia propios del fin de un ciclo y el comienzo incierto de otro, con una música de fondo que ya no es el rock, sino tambores, mezclas electrónicas de ritmos inclasificables, globales y locales al mismo tiempo, que acompañan una etapa imprecisa de cambio, en donde la imaginación social, el mercado y la política miran hacia lados diferentes, emitiendo señales encontradas.

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