Thursday, July 04, 2013

Grietas, llanuras y arroyos


Estación de paso
Grietas, llanuras rajadas, arroyos secos
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 4 de julio, 2013.
Desde hace tiempo, en Jalisco, como en otros lugares y territorios, circula la idea de que construir el futuro es una empresa imposible o, en el mejor de los casos, un ejercicio de ociosos, de intelectuales de café, una ilusión atractiva pero básicamente inútil para resolver los problemas de aquí y de ahora. En algunos círculos sociales, incluso, el futuro es una alucinación o una fantasía provocada por cierto exceso de realismo (una suerte de hiper-realismo); en otros, el futuro es un territorio inhóspito, cuya determinación depende de lo que hagan o dejen de hacer otros actores, otras fuerzas, situadas generalmente fuera de la localidad, del territorio o incluso del país. En muchos otros casos, la metafísica, la astrología y la charlatanería de ocasión son prácticas comunes para intentar adivinar el futuro, para conocer amigos y enemigos, saber qué hacer para que los individuos ganen dinero, tengan suerte en el amor, obtengan la felicidad, sean exitosos, famosos y reconocidos por todos. Baste abrir las páginas de los periódicos, recorrer calles y avenidas de las ciudades mexicanas, o mirar anuncios televisivos o en internet, para confirmar cómo esa oferta de futuros instantáneos y agradables prolifera de manera abundante entre horóscopos, lectura de barajas y prácticas de adivinación.
Estas actitudes de superstición, de fe ciega o de recelos y desconfianzas hacia el futuro no son nuevas ni tampoco recientes. Son actitudes propias de la experiencia de la modernidad, surgidas de lo que un pensador clásico denominó como la incómoda sensación de que “todo lo sólido se desvanece en el aire”. Es esa modernidad atrapada en la percepción de un presente continuo, circular, por la ansiedad por tratar de resolver las cosas rápidamente, donde el tiempo, gobernado por la dictadura de calendarios y relojes, determina las decisiones y las prácticas de los individuos, los grupos y las sociedades.
Para decirlo en breve: el clima social, político e intelectual de la época no favorece los esfuerzos por pensar el futuro. Pero si se observa con atención lo que ha ocurrido en el pasado remoto o reciente de los jaliscienses o de los mexicanos, pensar en el futuro ha sido un ejercicio que precede mucho de lo que hoy hemos alcanzado con esfuerzo, tenacidad y compromiso. Pensemos un momento, sólo uno, en lo que hicieron pensadores de la talla de Ignacio L. Vallarta, científicos como Don Severo Díaz o el Ing. Jorge Matute Remus, médicos como José Barba Rubio, empresarios como Don José Cuervo y Labastida, historiadores como Luis Pérez Verdía, escritores como Mariano Azuela, Juan José Arreola o Juan Rulfo, artistas plásticos como el Dr. Atl o José Clemente Orozco, Lola Álvarez Bravo o María Izquierdo, arquitectos como Luis Barragán, o políticos e intelectuales como José Guadalupe Zuno o Enrique Díaz de León. Todos ellos, hijos de su tiempo y circunstancias, emprendieron y se apasionaron por proyectos, tomaron decisiones difíciles, realizaron acciones, arriesgaron ideas, pensando, probablemente que, con un poco de determinación y persistencia, con mucho trabajo y con algunas ideas, el futuro podría ser un territorio menos inhóspito, más amigable y promisorio para ellos y para las generaciones por venir.
Es tarea de historiadores descifrar el tamaño preciso en que se combinaron la voluntad, las circunstancias y el contexto de estos personajes, para producir las obras y proyectos que hoy son un legado histórico del presente y el futuro jalisciense. Ello no obstante, se puede afirmar con certeza que los obstáculos y los encadenamientos del presente (esa extendida enfermedad contemporánea llamada presentismo, la ilusión de un presente perpetuo), no fueron suficientes para que sus obras impactaran en la construcción del futuro de las generaciones posteriores, y que nos llegan aquí y ahora en forma de un pasado luminoso.
El principio básico de cualquier esfuerzo prospectivo es que para construir el futuro primero hay que imaginarlo. Es necesario pensar en qué tipo sociedad y gobierno deseamos para formular un nuevo paradigma del desarrollo estatal, en un contexto nacional e internacional que ya no es lo que solía ser. Sin resolver en el corto plazo las ecuaciones y dilemas del presente, es difícil plantear una agenda de futuro –una política- que permita reconocer nuestros logros y valorar la magnitud de nuestros déficits y rezagos. La invención de un futuro promisorio, deseable y factible a la vez, es un ejercicio de prudencia y realismo, pero también de riesgo y de decisiones estratégicas, de reconocimiento de nuestras capacidades a la vez que de la renovación de la certeza y la fe científica sobre el porvenir. Esta combinación de insatisfacción y realismo con el presente, con las expectativas y anhelos sobre las hipótesis de futuros posibles, lo expresó hace más de medio siglo, con sobriedad y precisión literarias, uno de nuestros escritores mayores:
Uno ha creído a veces, en medio de este camino sin orillas, que nada habría después; que no se podría encontrar nada al otro lado, al final de esta llanura rajada de grietas y de arroyos secos. Pero sí, hay algo. Hay un pueblo. (Juan Rulfo, El Llano en llamas).

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