Thursday, August 01, 2013

JJ Cale: un pez de aguas profundas




Estación de paso
JJ Cale: ese pez de aguas profundas
Adrián Acosta Silva

They call me the breeze
I keep blowing down the road
I ain´t got me nobody
I ain´t carryin´ no load
JJ Cale, Call Me the Breeze, 1971

El fallecimiento de JJ Cale (1938-2013) el pasado 26 de julio justo a la hora del crepúsculo, fue un acontecimiento azaroso y sorpresivo, pero digno de la vida misma del sobrio guitarrista de Oklahoma: discreto, prudente, sin estridencias ni discusiones. Dueño de una obra parca pero extendida a lo largo de más de medio siglo, la música de Cale iluminó el mundo rockero de la segunda mitad del siglo XX con la exactitud de una guitarra más cercana a la mansedumbre que a la rebeldía, serena y reflexiva. Sin intenciones grandilocuentes ni ambiciones desmesuradas, Cale fue un artesano minimalista que ayudó a reconstruir parte de los senderos y rutas que habitan el mapa de las sonoridades contemporáneas, alimentando con el potente combustible de sus intuiciones una dilatada carrera que influyó decisivamente en las trayectorias de Ry Cooder, de Robbie Robertson y Levon Helm, de Mark Knopfler, de Leon Russell, de Eric Clapton, de Neil Young.
Como todo ermitaño que se respete, Cale fue un músico que prefirió siempre la soledad y el aislamiento que la fama o la fortuna. Como relata de manera oportuna Sergio Monsalvo en “JJ Cale: el hombre que vino del polvo” (publicado en el blog de música de de la revista Nexos, 27/07/2013, www.nexos.com.mx), la educación sentimental del oriundo de Oklahoma City se alimentó originalmente de la crisis provocada a finales en los años treinta por la sequía, el polvo y el “viento negro” del medio oeste norteamericano. Quizá eso explica sus hábitos gregarios, su preferencia por la seguridad de los lugares apartados y escondidos. Poseedor de un estilo ecléctico, curtido lentamente entre las aguas del blues, el sonido rockabilly, el folck sureño y el country del medio oeste, Cale fue un story-teller destacado, cuyas letras y ritmos lograron la producción de piezas magistrales como After Midnight o Cocaine, que luego popularizara con éxito Eric Clapton hacia finales de los años setenta.
A lo largo de más de 50 años Cale grabó una veintena de discos en solitario. Era un pez de aguas profundas, capaz de deslizarse entre varios géneros sin perder el estilo. Dueño de un pulso inigualable con la guitarra, sus dedos expertos extraían notas y sonidos puros pero lentos, relajados, capaces de atrapar la atención tanto de los espectadores laicos como de los colegas consagrados. Cooder y Knopfler se referían a él como el verdadero dios de todas las guitarras, el hombre que vestido con Levis y camisas a cuadros representaba con lucidez y profundidad la sonoridad de la música Cajun, esa mezcla extraña de guitarras rítmicas y letras de blues con el inconfundible sabor terroso del desierto y las aguas lodosas del sur de Louisiana.
Creador del Tulsa Sound pero enemigo de toda clase de etiquetas, Cale poseía un estilo “indecible”, como lo describió Neil Young en sus memorias publicadas el año pasado, donde su obra era un “híbrido extraño”, que no era folck, ni blues, ni rock and roll, “sino algo por ahí en el medio”, según afirmó Clapton en una entrevista hace tiempo. En la última década de su vida, la fascinación por su música sólo era compartida por un pequeño grupo de iniciados, dado que desde los años ochenta Cale vivía en la sólida comodidad del anonimato, aunque seguía componiendo canciones en la intimidad de su estudio personal, y tocando aisladamente en algunos lugares de California, padeciendo dificultades económicas, viviendo entre los polvos de viejos lodos de la crisis, su compañera inseparable. Es en este contexto que Clapton invitó a Cale en el 2006 a grabar juntos un álbum (The Road to Escondido), que colocó nuevamente a Cale en la gran mesa del conocimiento público, un álbum espléndido inundado por las guitarras de dos de los virtuosos más importantes de la música contemporánea. Eso hizo declarar a Cale que, de no haber sido por su amigo Eric, “él estaría vendiendo zapatos en algún lado”.
En los tiempos de esas brujerías tecnológicas que representan You Tube y los buscadores de internet, las canciones e interpretaciones de Cale pueden encontrarse rápidamente, y vale la pena asomarse a cualquiera de sus clips para descubrir la magia de la música que el norteamericano compuso a lo largo de su vida. La figura de un hombre flaco y desgarbado aparecerá en la mayor parte de las veces con imágenes borrosas, de mala resolución, tomadas al azar por algún fanático en alguno de los pocos conciertos que solía ofrecer en los Estados Unidos. Ello no obstante, esas imágenes y sonidos son suficientes para apreciar la calidad de uno de los virtuosos anónimos más célebres de la historia del rock, que fue seducido, entre otras cosas, por los burdeles de Tijuana, las carreteras secas de Durango, o los placeres indómitos del alcohol, el abandono y el desamor.
Quizá JJ Cale representa, junto con la literatura de su contemporáneo Cormac McCarthy, la estética del desierto, ese cálido soplido del viento polvoriento que conserva el olor de las cosas que se desvanecen, pero es también una música que acaso produce una cómoda sensación de nostalgia del futuro. El hombre con la guitarra en la mano, tocando Travelin´ Light, o Cajun Moon, o Call Me the Breeze, o Danger, que narra historias breves con la discreta elegancia de un hombre sabio, acostumbrado a ver pasar la vida bajo la sombra protectora de una cabaña desvencijada, que acompaña el tiempo con una cerveza fría, mirando a lo lejos cómo se oculta el sol del verano entre los matorrales, las dunas y lo chaparrales que conforman el paisaje ocre y seco de un desierto infinito.

No comments: