Thursday, July 10, 2014

Sociología del insulto

Estación de paso
Apuntes (imprecisos) para una (brevísima) sociología del insulto
Adrián Acosta Silva
(Publicado en suplemento Tapatío, diario El Informador, 6/07/2014)
Ahora que han bajado las aguas futboleras del debate público sobre el uso y abuso del conocido grito empleado por los aficionados mexicanos para dirigirse al portero del equipo rival, quizá valga la pena detenerse un poco a reflexionar sobre el significado general de los insultos en la vida social. Y lo primero que habría que reconocer es que la fenomenología del insulto forma parte de las relaciones sociales cotidianas, donde sus funciones son contradictorias, pues tienen que ver con prácticas de exclusión y discriminación, pero también con códigos de cohesión tribal, con el establecimiento de límites vagos entre la violencia verbal, la violencia simbólica y la violencia física.
La historia del insulto es larga y fascinante, sombría incluso. Su origen está asociado al temor a los otros, y esos otros pueden ser considerados como bárbaros, temibles, inferiores, o, de alguna manera, indeseables. Ese miedo inspira, en el fondo, la construcción de fronteras de segregación entre clases, estratos y grupos sociales, fronteras que luego suelen “naturalizarse” con el empleo de un lenguaje soez y ofensivo. Su uso cotidiano puede ser visto como legítimo, pero también puede ser analizado como expresión de un déficit civilizatorio, impropio de los tiempos democráticos, de respeto a los derechos humanos contemporáneos, y contradictorio de los principios contra la discriminación. Hay por supuesto varios tipos de insultos: el personal, el político, el social, el intelectual. El primero implica un asunto entre por lo menos dos individuos, que recurren a la descalificación del otro con una sarta de adjetivos empleadas para “eliminarlo” simbólicamente, a fuerza del empleo de groserías, gestos o, en el último de los casos, para anticipar el uso de la violencia física pura y dura. Las otras formas del insulto van de la mano de la injuria, la difamación, la ofensa o la calumnia, y forman parte del arsenal simbólico cotidiano para diferenciar, excluir, denostar o herir a ciertas ideas o a ciertos individuos o grupos, y por ello es también un instrumento de conflictividad social, de fractura y marginación. De manera paralela, el uso masivo y cotidiano de los insultos tiene propiedades cohesivas para tribus y pandillas, facciones y sectas, deportivas o no, y suelen ser empleados para fortalecer identidades y diferenciarse de los otros. La historia negra del nazismo, por ejemplo, muestra este uso selectivo de insultos para distinguirse del resto, para generar una conciencia de superioridad racial sobre la mayoría de los mortales.
Pero hay otro tipo de insultos más sofisticados e inteligentes, empleados cuidadosamente para vengar afrentas o para rebajar a los oponentes y adversarios. El insulto literario, por ejemplo. Schopenhauer, Wilde o Baudelaire lo elevaron al nivel de una de las bellas artes. Otros, como Borges, lo convirtieron en elogio, más que en denostación. Lo cierto es que hasta para insultar se requiere inteligencia, una práctica mordaz e irónica que, para ser efectiva, requiere de buenas dosis de ingenio e imaginación para penetrar profundamente en el adversario y en los enemigos. Vista así, un insulto facilón y pedestre es esencialmente un acto inofensivo, un grito sin gracia, una voz ineficaz, si no se recurre al contexto específico en el que puede tener los efectos deseados.
El uso de un insulto en masa es intimidante, aunque pueda ser divertido para los gritones. Y las masas suelen reaccionar, no juzgar. Schopenhauer escribió, a mediados del siglo XIX: “La multitud tiene ojos y oídos, pero no mucho más; a lo sumo una paupérrima capacidad para juzgar, e incluso escasa memoria”. Irónico y desconfiado, el gran ensayista alemán en poco apreciaba a las multitudes. Decía: ”Es poco lo que piensa la gran masa; pues no dispone del ocio y el ejercicio necesarios. De ahí que conserve sus errores durante mucho tiempo…”
El filósofo español Pancracio Celdrán publicó en 1995 un volumen titulado Inventario general de insultos, en el cual define al insulto como “un asalto, un ataque, un acometimiento”. Su función es mostrar desestimación, malquerencia por el otro, humillación. En particular la palabra “puto” tiene su origen en el siglo XV en España, y su acepción principal es las del “individuo o sujeto de quien abusan libertinos y degenerados, gozando con esa indignidad como goza hombre con mujer”, para utilizar las palabras de la época. Bernal Díaz del Castillo, en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España dirigió el calificativo a los indios, dados a este “pecado nefando”, como le califica el mismo. El significado del la palabra ha permanecido desde entonces como una descalificación de los homosexuales, como parte de los códigos morales y simbólicos del orden social mexicano de todos los días.
Nuevos tiempos han relocalizado el uso de ese calificativo, pero aún conserva su carácter hiriente, sus connotaciones peyorativas. El uso de esa palabra en los estadios por parte de los aficionados mexicanos fue un fogonazo en medio del mundial, y sus impactos e interpretaciones corrieron como pequeños incendios en varias direcciones. Para algunos es motivo de vergüenza y escarnio nacional. Para otros, un acto de barbarie. Para no pocos, un inofensivo acto de diversión “idiosincrática”, como lo llamaron las autoridades deportivas, el propio entrenador de la selección y no pocos periodistas y reporteros de la fuente. Para algunos más, es una expresión verbal que permite aplacar los impulsos de la violencia física de los aficionados. En cualquier caso, el acto y las reacciones son en sí mismas reveladoras de los tiempos que corren, una expresión del espíritu de los tiempos dominados por la adicción al escándalo y a los posicionamientos morales, políticos e intelectuales frente a prácticas impropias o inevitables de las masas. Pero, bien visto, el pequeño escándalo podría servir para realizar una buena sociología del insulto mexicano contemporáneo, algún esfuerzo sistemático y serio para determinar la función, los alcances, las propiedades disruptivas o cohesivas de los insultos en el orden social moderno.


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