Thursday, February 05, 2015

Joe Cocker: el oro y el óxido



Estación de paso
Joe Cocker: el oro y el óxido
Adrián Acosta Silva
(Señales de Humo, Radio U. de G., 5 de febrero, 2015)

El 22 de diciembre del año pasado, de manera discreta, sin mucho escándalo mediático, falleció a los 70 años de edad Joe Cocker, acaso el más intenso cantante de soul y de blues que nos han dado las tierras británicas. Originario de Sheffield, Inglaterra, (donde nació un 20 de mayo de 1944), una típica ciudad industrial especializada en la producción de acero, Cocker desarrolló desde su adolescencia un gusto especial por el blues norteamericano, al igual que lo hicieron muchos jóvenes ingleses de su propia generación como John Mayall, Keith Richards, Jack Bruce o Eric Clapton. Atrapado por las canciones de Muddy Waters, de John Lee Hooker y Ray Charles, la magia de Ella Fitzgerald o las canciones tristes de Billy Holliday, Cocker –según la biografía publicada por JP Bean en 1993- solía irse de pinta de su escuela secundaria y acostumbraba deambular por los bares y pubs cercanos a las acereras de Sheffield para reunirse con otros amigos y escuchar, en sesiones casi religiosas, los cánticos del godspell, de soul y blues que llegaban por la radio desde el otro lado del océano.
Muy tempranamente, Cocker se dio cuenta de sus limitaciones musicales y expresivas. No tenía habilidades para la ejecución de algún instrumento ni para la composición de canciones. Como Jim Morrison, sólo sabía manejar las maracas y el pandero. De componer canciones, ni hablar: no se le daba. Por ello, recurrió a explotar el único instrumento a su alcance: su propia voz, una voz curtida por el humo de las industrias acereras de una ciudad proletaria, pero también educada por la sonoridad del blues proveniente de las tierras lejanas de Georgia y del delta del Missisipi.
Ese talento vocal y sus afinidades sonoras aprendió a combinarlas precozmente con el alcohol y sus musas. Su carácter reservado se desvanecía al escuchar a B.B. King o a Bob Dylan, mezclando esa experiencia con unos buenos tragos de cerveza. Era la combinación perfecta: blues y cerveza, rock y whisky, un poco de humo, y el impulso insobornable de sus amigos, le llevaron en 1969 a grabar sus primeros dos discos como solista, aparecidos casi de manera simultánea, With a Little Help From My Friends –justo como la canción de los Beatles- y Joe Cocker!, grabaciones en las que desfilan las guitarras, las voces y los órganos ejecutados por Jimi Page, Steve Winwood y Chris Stanton. Esos discos mostrarían las texturas de una voz potente, profunda y aguardentosa, acompañada siempre por el espectáculo de una guitarra imaginaria entre las manos, bailes de sombra y extrañas contorsiones sobre el escenario. Luego, en Woodstock, en el verano del 69, la figura, la imagen y la voz de Cocker se conocerían en todo el mundo. Un año después, en 1970, emprendió una larga gira por los Estados Unidos, junto con Leon Russell, que quedó plasmada en uno de los discos emblemáticos de los años dorados del rock: Joe Cocker, Mad Dogs and the Englishman, en el cual el combustible del blues recorre la inspiración y las ejecuciones del entonces todavía veinteañero músico de Sheffield.
A lo largo de siguientes 44 años, Cocker continuaría una larga carrera como solista. Los años setenta serían, sin duda los mejores: I Can´t Stand a Little Rain (1974), Jamaica Say You Will (1975), y, sobre todo, Stingray (1976), consolidarían a Cocker como uno de los mejores intérpretes blancos de reggae, blues y soul de una década que sería dominada furiosamente por la música disco, el funk y, en el otro extremo, el punk. Posteriormente, los años ochenta serían marcados por un disco espectacular, potente, claramente instalado en los límites del Rithmin´ and Blues: Unchain My Heart (1987), y, pocos años después, al abrir los noventa lanzaría una pequeña joya cockeriana: Night Calls (1991), llamadas nocturnas para un siglo y una época que se desvanecía de manera acelerada. A lo largo del siglo XXI grabaría solamente 5 discos de estudio, que tuvieron menos suerte en ventas y en críticas, en pleno auge de iTunes, Facebook y demás brujerías tecnológicas. El último de ellos, Fire It Up (“Dispara hacia arriba”), fue lanzado en 2012, y era promocionado por Cocker en lo que a la postre sería su último tour de presentaciones en Gran Bretaña y los Estados Unidos.
La figura y la voz de Cocker son y representan una época del rock en el mundo. Su carácter reservado, casi tímido, contrastaron con la potencia de su voz y la intensidad de sus interpretaciones. Varias canciones de Leonard Cohen, Bob Dylan, Steve Winwood, Van Morrison, Ray Charles, Lennon y McCartney, Leon Russell, Randy Newman, y de grupos como Procol Harum, INXS o U2, fueron literalmente reinventadas por el cantante británico, volviéndolas casi irreconocibles: se convirtieron en la originalidad de la copia. Gracias a él, las aguas someras y profundas de los ríos turbulentos del rock, del blues y del soul, confluyeron en los mares de fondo que se pueden encontrar en los casi 50 discos grabados por el músico de Sheffield a lo largo de su carrera. Ahí, entre canciones y sonidos del oro y del óxido, la voz cavernosa, grave de Cocker estará irremediablemente ligada a la música de las emociones de los restos de un tiempo que quizá nunca existió.

1 comment:

Sarah Buddie said...

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