Thursday, April 16, 2015

Morir en el campus


Estación de paso
Morir en el campus
Adrián Acosta Silva
(Campus Milenio, 16/04/2015)
El pasado 2 de abril, 148 personas fueron asesinadas en las instalaciones de la Universidad de Garissa en Kenia. De ese total 142 eran estudiantes, 3 soldados y 3 policías. Además, hubo 75 heridos e inicialmente se reportaron 535 estudiantes desaparecidos. Un comando armado -una célula del grupo terrorista Al Shabab- irrumpió violentamente en las instalaciones de la universidad, tomando primero como rehenes a casi dos centenares de muchachos y muchachas y luego asesinando metódicamente a 148 de ellos. ¿Qué pasó ahí? ¿Por qué? ¿Qué implicaciones tiene para las universidades africanas, pero no solamente para ellas?
La Universidad de Garissa es una pequeña universidad pública fundada en 2011 como Garissa University College (GUC). Situada a mitad de camino entre la capital de Kenia (Naoirobi) y la frontera norte con Somalia, hasta 2010 había funcionado como el Garissa Teacher Training College, un establecimiento tradicional dedicado fundamentalmente a ofrecer estudios técnicos para la formación de profesores de educación básica. Sin embargo, es a partir del 2011 cuando el gobierno central keniano decide transformarla en universidad, como parte de la Universidad de Moi, una de las más grandes de Kenia. Ello significó la expansión y diversificación de su oferta educativa y de investigación, concentrada en las áreas de los negocios, las tecnologías y las ciencias sociales.
Su población docente y estudiantil es una mezcla de culturas africanas, donde tanzaneses, ugandeses, somalíes y kenianos forman parte de sus nacionalidades más numerosas. Pero también, como en otras regiones y países de África, coexisten creyentes religiosos tanto musulmanes como católicos. Esto significa que la Universidad es un espacio laico, multiétnico, bi-religioso y multicultural, donde se forman profesionales independientemente de sus orígenes y creencias. En un contexto convulsionado por la guerra del Estado Islámico contra occidente, esas características fueron tomadas como una afrenta intolerable contra las tradiciones ortodoxas que defienden, con armas y bombas en las manos, grupos como el de Al Shabab.
Este grupo tiene su propia historia. Formado en el 2007, luego de la participación de Kenia en Somalia, como parte de los acuerdos internacionales de pacificación de ese país, Al Shabab (que significa “La juventud”) se integró a las actividades internacionales de Al Qaeda, y, más recientemente, uno de sus dirigentes, un profesor somalí, decidió aliarse con el Estado Islámico para combatir cualquier tipo de influencia occidental no musulmana en el continente africano. Eso explica el ataque la Universidad de Garissa. Su justificación fue que esa institución estaba en un espacio colonizado por no musulmanes, y en la mañana de ese jueves 2 de abril (justo el jueves santo que celebran los católicos en todo el mundo), luego de separar a estudiantes católicos y musulmanes, decidió asesinar mediante disparos y decapitaciones a los 142 estudiantes católicos.
La brutalidad del ataque, la indefensión de los estudiantes, el fanatismo y la intolerancia asesina que empapan el discurso y las prácticas de Al Shabab, forman parte de las estampas de la tragedia universitaria africana. Pero es la débil respuesta de las universidades occidentales lo que también asombra de estos acontecimientos. Cuando, por otros motivos y razones, fueron asesinados los estudiantes de la Universidad de Kent en Ohio, en los Estados Unidos, el 4 de mayo de 1970 (4 muertos, 9 heridos), o los estudiantes y ciudadanos masacrados en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco en México, el 2 de octubre de 1968, o la masacre de estudiantes chinos en la Plaza de Tiananmen el 4 de junio de 1989, muchas universidades en el mundo expresaron su repudio y condena frente a los actos gubernamentales. Hoy que un grupo no gubernamental, anti-sistémico y fanático, con el cual es imposible negociar nada, comete una atrocidad igual o peor que los atentados criminales a la revista Charlie Hebdo en París (7 de enero, 12 muertos), o en el Museo Nacional de El Bardo, en Turquía (18 de marzo, 23 muertos), muy pocas universidades, incluidas por supuesto las mexicanas, se han manifestado contra el asesinato bárbaro de 148 personas en pleno corazón del campus universitario. ¿Prudencia? ¿Realismo? ¿Ignorancia? ¿Indiferencia?
Es difícil extraer lecciones de la tragedia de Garissa. Hoy que la represión a las universidades y sociedades ya no proviene sólo ni principalmente de gobiernos autoritarios, militares o dictatoriales, la amenaza que significa el desafío terrorista de los “perdedores radicales” (el calificativo es de Enzesberger) a las libertades occidentales, ha llegado a las puertas de la universidad, el territorio que suele considerarse más emblemático de las tradiciones de pluralidad, libertad, respeto, deliberación y coexistencia pacífica que caracterizan los principios y valores centrales de la historia intelectual y política del siglo XX en occidente. Esa indiferencia es, quizá, el signo de los tiempos universitarios, donde los discursos sobre la calidad, la internacionalización o la planeación estratégica universitaria, han oscurecido la presencia de las bestias negras del fanatismo asesino que azotan ya la vida –tan lejos, tan cerca- de las universidades africanas.


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