Thursday, June 16, 2016

El futuro de la vejez

Estación de paso

El futuro de la vejez:¿una nueva catástrofe silenciosa?

Adrián Acosta Silva

(Campus-Milenio, 16/06/2016)


En las sociedades contemporáneas, el temor al futuro parece estar estrechamente asociado al temor al envejecimiento. Desde la antropología y la sociología, o desde la literatura clásica y moderna, ese miedo recorre frecuentemente los ánimos individuales y constituye una preocupación creciente de las políticas públicas y de los relatos vitales. El temor a las enfermedades, al dolor, al abandono, a la pérdida de autonomía individual o a la soledad, son parte de las causas que propician que el futuro sea para muchos individuos un territorio intimidante, siempre amenazado por el riesgo. Los escritores han explorado frecuentemente ese territorio de sombras. Leonardo Scascia, por ejemplo, afirmaba en uno de sus relatos: “Hay tiempo para que la parálisis nos clavetee, para que nuestra mujer sienta asco ante nuestro cuerpo inerte, para que nuestros hijos se exasperen ante nuestro balbucir incomprensible, ante las palabras que ya no nos salen” (“El Señor T. protege al pueblo”, incluido en Una comedia siciliana, Ed. Gallo Nero, 2016, España). En las ciencias sociales, una nueva generación de estudios ha colocado al envejecimiento de la población como un tema central de la sociología de la salud, la economía de los cuidados, la psicología geriátrica y de las políticas sociales (incluso hay algo que se llama “ciencias del envejecimiento”). Frente a los discursos juvenilistas que inundan todos los días los medios y la retórica política, tan llenos de optimismo y propuestas inflamadas de aire, se impone una vaga sensación de ansiedad por el futuro de muchos ciudadanos.

Pero ese temor no es producto de alucinaciones individuales o colectivas sino que tiene raíces profundamente hundidas en las experiencias del presente. El prolongado estancamiento económico, la desigualdad social, los vacíos y déficits acumulados del Estado social, las incertidumbres de las coyunturas que marcan los ciclos del largo plazo, imponen a los individuos llamadas de alerta sobre el futuro de su propio e inexorable envejecimiento, y sobre la fragilidad real o simbólica de las redes de protección social que existen o deberían existir en los próximos 20 o 30 años. Y ese temor alcanza también al profesorado universitario, un sector que no es inmune a los riesgos del envejecimiento en contextos sociales, económicos y familiares que resultan inciertos y en muchas ocasiones precarios.

Por ejemplo, según un estudio reciente dado a conocer en España, la mayor parte de los españoles (95%) “no quiere irse a vivir con sus hijos cuando no se puedan valer por ellos mismos”. Ese dato, extraído de los resultados de la encuesta realizada por Matia Instituto Gerontológico y coordinada por la profesora Mayte Sancho, fue aplicada a una muestra de 4 784 personas (incluyendo a 1 088 profesionistas), mayores de 18 años. (La Vanguardia, Barcelona, 02/06/2016). Los datos revelan parcialmente los cambios profundos que están ocurriendo en las nuevas generaciones de españoles en relación al futuro, y en particular al papel que el Estado, los individuos y las familias, pueden o deben jugar en las vidas de los futuros ancianos.

Para el caso europeo, la “bulimia demográfica” (como le ha llamado Hans Magnus Enzesberger al fenómeno de sociedades con pocos hijos y cada vez más adultos mayores) se combina de manera fatal con el estancamiento económico y el deterioro de las capacidades extractivas del Estado para redistribuir riqueza y protección social. Sin generaciones de relevo, la producción y distribución de riqueza se convierte en un problema estructural para la capacidad institucional de proveer de redes de seguridad social a los individuos, a la vez que los propios ciudadanos enfrentan en diversos grados y con estrategias distintas los riesgos asociados al deterioro inevitable de sus capacidades físicas, productivas y emocionales.

¿Que ocurre en las universidades mexicanas? La ANUIES, grupos especializados de investigación, rectorías universitarias, han señalado con preocupación el acelerado proceso de envejecimiento que se desarrolla desde hace por lo menos una década en las instituciones de educación superior. Se estima que la edad promedio de los profesores universitarios de tiempo completo es hoy de 50 años, aunque la antigüedad laboral promedio de este mismo estrato poblacional es de más de 20. Ante las crecientes limitaciones presupuestales y de políticas experimentadas por las universidades públicas desde hace dos décadas, todos los escenarios futuros de la vejez universitaria están sembrados de bombas de relojería: esquemas de jubilaciones y pensiones insostenibles o en estado crítico, sistemas de salud incapaces de atender los padecimientos de la edad avanzada, sistemas de incentivos que prolongan la edad de la jubilación de los profesores, bajas tasas de contratación de profesores jóvenes que constituyan la generación de relevo del viejo profesorado.

Si a este escenario se le añade el lento pero imparable deterioro de las capacidades físicas, intelectuales y académicas del profesorado universitario, la vejez puede tornarse en una nueva catástrofe silenciosa en el campo de la educación superior, que afectará por igual a individuos, grupos sociales e instituciones. Cuando se llega a la edad en que se tiene más pasado que futuro –“cuanto menos futuro tenemos, más temor nos inspira”, escribió alguna vez Ambrose Bierce (La mirada cínica, Ed. Sequitur, Madrid, 2010)-, las alternativas y decisiones individuales dependen cada vez más de los contextos sociales e institucionales donde se pueden tomar, o no, y bajo qué circunstancias, esas decisiones. Y aquí, como muchas cosas en la vida, ni los exhortos morales ni las psicologías de farmacia ayudan a encontrar una solución razonable a los problemas del envejecimiento de los académicos. El futuro de la vejez, o la vejez del futuro, forma parte de los temas y dispositivos civilizatorios que cualquier sociedad democrática debe contemplar para enfrentar los dilemas individuales y sociales ineludiblemente vinculados al envejecimiento poblacional.

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