Friday, November 04, 2016

Profetas de Silicon Valley

Estación de paso

Los profetas de Silicon Valley

Adrián Acosta Silva

(Campus-Milenio, 3 de noviembre, 2016)

De cuando en cuando diversas voces anuncian en buen tono dramático el fin de la universidad. Decepción y entusiasmo se entremezclan en proporciones imprecisas en los mensajes que viejos y nuevos profetas realizan sobre el fin de las universidades en el futuro inmediato, argumentando su inviabilidad económica, su irrelevancia social, o su incapacidad institucional (pedagógica, académica, organizativa) para adaptarse a las circunstancias, los retos o los desafíos globales o locales. Siendo instituciones medievales -como las catedrales o el parlamento-, con casi mil años de existencia, las universidades son objeto de desahucio intelectual con relativa frecuencia. Pero con distinta intensidad, esas voces se han multiplicado en los últimos años bajo el clima del fetichismo nanotecnológico que a lo largo del siglo XXI se ha adueñado de los discursos e imaginarios de políticos, empresarios y técnicos relacionados con la educación superior.

El reclamo tiene su encanto y su historia. Si se revisa su trayectoria remota y reciente, juicios similares acompañan sistemáticamente los relatos apocalípticos sobre la desaparición de las universidades. Hay que recordar, por ejemplo, aquellas voces liberales que en México, hacia mediados del siglo XIX, bajo el clima intelectual y político que dominaba la lucha por el futuro de la independencia nacional, se pronunciaban por la desaparición de la Real y Pontifica Universidad de México “por inútil, perniciosa e irreformable”, lo que que llevó en 1863 a su clausura por parte del mismísimo Maximiliano de Hasburgo, uno de los villanos favoritos de nuestra historia de bronce. Sin embargo, la muerte de la universidad fue más bien un prolongado estado de coma. Menos de medio siglo después, en 1910, en el ocaso de la dictadura, Justo Sierra encabezaba junto a Porfirio Díaz (otro de los villanos legendarios de nuestra historia patria) la ceremonia de refundación de la Universidad como parte de los festejos del primer centenario de la independencia nacional. Un muerto (en esta caso, muerta) había renacido, con otro nombre, rostro y ropajes.

Pero nuevas voces se alzan en el horizonte mediático contemporáneo, global y cosmopolita. Una de ellas proviene de Silicon Valley, ese territorio californiano (casi) mítico al que muchos miran con fe, envidia y asombro como la cuna de la nueva civilización tecnológica, como el mapa del futuro de una sociedad sin política, sin conflictos y sin instituciones burocráticas pesadas, aburridas y costosas como el Estado o las universidades, donde las propiedades mágicas del mercado y de las nuevas tecnologías harán inservibles las bibliotecas, los profesores, los conocimientos y prácticas universitarias. Una de esas voces es la de un tal David Roberts, un entusiasta promotor de las propiedades intrínsecamente revolucionarias de las nuevas tecnologías en la educación superior. Entrevistado por el diario español El país en ocasión de la Oslo Innovation Week celebrada la semana pasada en la capital noruega, el profesor Roberts declaraba con el aplomo que sólo proporciona la fe ciega en las propias palabras: “La mayoría de las universidades del mundo van a desaparecer”.

Roberts es profesor de la “Singularity University” (SU), creada en 2009 por la NASA y la empresa Google justo en el corazón de Silicon Valley, con el objetivo de que en 20 años resuelva los “12 desafíos planetarios” más importantes, entre ellos la exploración espacial, la pobreza, el cambio climático, la productividad económica, o la bilogía digital (https://su.org). Esa institución ya abrió sedes en Sevilla y en Tel Aviv. Una de las características de la SU es que no expide títulos ni créditos curriculares para sus estudiantes. Todos sus cursos son abiertos y en línea, y cualquier individuo puede inscribirse en ellos sin importar su escolaridad, origen social, raza, credo o color, pagando la cuota correspondiente (algunos miles de dólares por curso). Según el propio entrevistado, el modelo de la SU es exitoso porque, a) busca formar líderes en todos los campos, y b) asegura buenos empleos a sus estudiantes y egresados (tienen la garantía institucional de que así será, si no se les devuelve su dinero), y c) porque promueven la creatividad y la innovación como los ejes de sus prácticas universitarias. Por ello, “el negocio de las universidades tiene sus días contados”, afirma el orgulloso profesor Roberts con el aplomo de un pistolero académico a sueldo. (La entrevista completa se puede consultar aquí: http://economia.elpais.com/economia/2016/10/23/actualidad/1477251453_527153.html

Las palabras del entrevistado, y la entrevista misma (colocada en la sección digital de economía y negocios del diario español), son hechos que permiten identificar la dirección de los vientos contemporáneos que corren sobre la nueva muerte de la universidad. Ya no se trata de diagnosticar su lento o acelerado pero inexorable fallecimiento debido a su carácter inútil, pernicioso o irreformable, sino de decretar un día y otro también su muerte inevitable debido a causas naturales, tecnológicas o sociales, o a una mezcla de todas. Se trata de la emergencia de un relato espectacular, dramático, sobre la irrelevancia de las universidades en un futuro que se presenta como único, ineludible y homogéneo, es decir, un destino, interpretado correctamente por los nuevos profetas con la pequeña ayuda de sus oráculos nanotecnológicos y patrocinadores de ocasión. Frente a ellos, los escépticos son una legión de infieles, los restos de una civilización académica obsoleta crecida en el arte de la duda, cultivada a la luz de casi mil años de historia de las universidades en el mundo, que miran de reojo y con curiosidad los juicios de desahucio que proliferan en los círculos empresariales de la educación superior. Las creencias sobre la desaparición inminente de dichas instituciones en el mundo occidental enfrentadas a las prácticas cotidianas de millones de individuos que todos los días asisten a las universidades. Creyentes y agnósticos, fanáticos e infieles, políticos y científicos, se acomodan para mirar el espectáculo del juicio final que anticipan con seguridad envidiable los profetas de Silicon Valley.

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