Thursday, October 03, 2019

Autonomía incómoda

Estación de paso
La autonomía incómoda
Adrián Acosta Silva
(Campus-Milenio, 03/10/2019)
La historia de la autonomía universitaria en México y en el mundo muestra dos cosas fundamentales. La primera es que la autonomía de las instituciones universitarias está ligada estrechamente al ejercicio de las libertades intelectuales, académicas, de enseñanza y aprendizaje de sus profesores y estudiantes. La segunda es que ninguna autonomía ni ninguna libertad son absolutas, sino relativas: autonomía respecto del Estado, del mercado, de los poderes fácticos, de los partidos políticos; libertades respecto de los principios éticos, cognoscitivos y procedimentales que gobiernan los procesos de constitución y debate de las ideas, la experimentación científica o la innovación tecnológica. El ejercicio de la autonomía es una dimensión institucional: el ejercicio de la libertad, una dimensión individual. Ambas suelen, no sin problemas, complementarse.
Estas dos afirmaciones son resultado de la tensión permanente entre el poder y el saber, entre la pluma y la espada, entre la racionalidad dogmática o metafísica y la racionalidad humanística y científica. La crítica a estos dos principios -autonomía y libertad- siempre ha sido la misma: su “divorcio” de las necesidades sociales, su alejamiento de las realidades concretas, sus escasas aportaciones al desarrollo, la irrelevancia de lo que se enseña, investiga o discute en las universidades. La imágenes de estos relatos se nutren de las aguas lodosas de la ignorancia, la desconfianza y el escepticismo: “torres de marfil”, “clubs de discusiones de café”, “guarderías para jóvenes”; y, visto desde lo que representan las universidades públicas en términos presupuestarios, algunos funcionarios suelen ser mucho más enfáticos: “barriles sin fondo”, “hijos mongoles del Estado”, “entidades de gasto inútil”.
De cuando en cuando estos recelos contra la autonomía de las universidades se exhiben en tiempos dominados por los críticos conservadores de izquierda o de derecha. Y sin embargo, buena parte de los liderazgos políticos, empresariales o burocráticos surgen precisamente de las universidades públicas. Las tendencias hacia el enaltecimiento de los beneficios reales o simbólicos de las universidades privadas de alto costo, dirigidas al consumo de las élites, muestra para algunos críticos de las públicas el deber ser de la educación superior universitaria: autonomía débil y procesos académicos ligados a la idea de dios, los intereses de las empresas, o la competitividad en el mercado. Hay muchos ejemplos de todo eso, desde hace un buen tiempo, en todas partes.
Se suele olvidar, u ocultar, que el carácter público, autónomo y libre de las universidades modernas es parte de un largo proceso civilizatorio. La idea misma de la universidad pública contemporánea es su carácter laico, plural, multidisciplinario, diferenciado, un espacio social e institucional que arropa a la imaginación, el rigor científico, la discusión y el debate propio de sociedades heterogéneas, desiguales, conflictivas. Su función no es legitimar gobiernos, aunque algunas, en algunos momentos, lo han hecho. Tampoco es convertirse en espacios capturados por los intereses de pandillas, grupos o tribus locales, aunque algunas también lo han hecho. Su función esencial es proveer de conocimientos, tecnologías, ideas, a través de sus profesores, investigadores, estudiantes y egresados que luego son funcionarios públicos, empresarios, líderes políticos, científicos, escritores, músicos o cineastas. Ese el arreglo fundacional de las universidades públicas modernas con el Estado y con la sociedad. Y es civilizatorio justamente porque se delega en las universidades las tareas y procesos que no pueden cumplir por sí mismos ni el Estado ni el mercado. Esa es la compleja naturaleza de la bestia. Por ello incomoda a quienes critican su costo, su organización o sus prácticas. No “sirven” para algo específico, útil, mensurable, objetivo, de calidad o de excelencia. Su papel es otro, inevitablemente ambiguo, cambiante, incierto.
No son buenos tiempos para las universidades públicas. El nervio financiero es su eslabón más débil, el talón de Aquiles de la autonomía institucional y la libertad académica. La mayor fragilidad de las universidades públicas es su alta dependencia del presupuesto gubernamental. Es paradójico que la fragilidad de hoy sea la fortaleza de ayer, la que explica la expansión de las universidades públicas durante un largo tiempo, su transformación de instituciones de élite a instituciones mesocráticas. Pero la dictadura del presente lleva la marca de la fragilidad financiera universitaria, y con ello, el debilitamiento de la autonomía. En el caso mexicano se expresa cada año, inexorablemente, en los proyectos de egresos de la federación, en que los rectores gestionan directamente recursos adicionales a las instancias correspondientes: Presidencia, SEP, Hacienda, Cámara de Diputados, de Senadores, Gobernadores, Congresos locales. Y el resultado suele ser el mismo, casi siempre: una mejoría relativa de los presupuestos generales, fondos extraordinarios, partidas especiales para enfrentar déficits ordinarios (jubilaciones, nuevas plazas de profesores o investigadores, pago de impuestos acumulados).
Las voces del pasado se mezclan en la confusión con el griterío del presente: austeridad institucional, hacer más con menos, definir prioridades, combatir corrupción. Y se hacen las propuestas de siempre: buscar ingresos propios (aumentando el costo de las matrículas, vendiendo servicios, ahorrando dinero), diversificar fuentes de financiamiento, atraer donaciones e inversiones en campos como el cultural, la innovación tecnológica o la investigación científica, procurando atraer recursos privados. La música de fondo es una tonada conocida: aumentar la independencia financiera es la única forma de fortalecer la autonomía universitaria. Ese sonido acompaña estos días grises, de diatribas públicas o privadas contra la autonomía universitaria. Gestionar la autonomía es una de las formas de gestionar la incertidumbre sobre las universidades.



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