Friday, May 15, 2020

Gente detrás de las paredes

Gente detrás de las paredes

Adrián Acosta Silva

Luego de dos meses de confinamiento en Guadalajara, la experiencia individual y social del COVID-19 confirma la naturaleza de la bestia: compleja, confusa, contradictoria, incierta. Su comportamiento afecta varias dimensiones en un tiempo comprimido: las penurias de la vida cotidiana, el debate sobre la gestión gubernamental de la crisis, el estado de nuestras capacidades institucionales, la marcas de clase de la desigualdad social, las miserias de nuestra vida política. El hecho más evidente es que el lock-down derivado de la crisis sanitaria ha alterado dramáticamente nuestros usos y costumbres, hábitos incuestionables y rutinas enraizadas. Las nociones de espacio y tiempo (siempre relativas) se han transformado rápidamente: el confinamiento ha empequeñecido o cancelado nuestros espacios públicos habituales (la calle, las plazas, los cines, los bares, las librerías), y el tiempo se ha alargado, se ha hecho de alguna manera más lento y pausado. El espacio ahora se reduce al mundo privado, familiar, de nuestras casas o departamentos, y la imagen que se experimenta en las ciudades fantasmas se asemeja al título de aquella ya vieja película de Wes Craven “Gente detrás de las paredes” (1991). Los que nos dedicamos a la vida académica, el tiempo lo llenamos con hábitos irrenunciables combinados con nuevas exploraciones y silencios prolongados: realizar tareas domésticas, beber cerveza, leer algo, escuchar música, descubrir el extraño mundo de las plataformas digitales, las reuniones virtuales, los intercambios de audio y video con colegas, familiares y amigos. Gente detrás de las paredes.

En cuanto al futuro, no es seguro que la experiencia del confinamiento nos lleve a crear nuevas rutinas para un entorno que ya no será como solía ser. La situación ha propiciado esas “nociones extravagantes” que solemos tener sobre nuestros entornos cotidianos, nociones que se caracterizan por volverlos invisibles: cuando debemos describir algo, quizá nos sucede frecuentemente lo que experimentaba el personaje central de un novela de Peter Handke: “nunca sabía como se veía, a lo sumo me acordaba de rarezas, y cuando no lo las había, las inventaba” (Carta breve para un largo adiós, Edhasa, 2015, Argentina). Muy probablemente, la experiencia del sedentarismo obligatorio nos llevará dentro de algunas pocas o muchas semanas, a las aguas embravecidas del nomadismo urbano, que forjará en su momento un ritmo propio que de vez en cuando articulará en el ámbito público y los privados imágenes sin sonidos o sonidos sin imágenes. Como ni la clarividencia ni la cartomancia son lo mío (aunque más de alguna vez me ha seducido conocer el oficio de la lectura de vísceras para conocer el destino), prefiero ampararme en las sabias palabras de José Emilio Pacheco: “Se maquina un futuro que no será como imaginamos”.

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