Thursday, February 04, 2021

La conjura de los necios

Estación de paso La conjura de los necios Adrián Acosta Silva (Campus-Milenio, 04/02/2021) https://suplementocampus.com/la-conjura-de-los-necios/ Ignatius J. Reilly, el personaje central de la clásica novela de John Kennedy Toole, La conjura de los necios (1980), es un individuo solitario amargado por sus circunstancias vitales. Pero es también un observador agudo, de un sentido del humor refinado, irónico, capaz de registrar los dilemas, los absurdos y las contradicciones de la vida en común. Atrapado entre las rutinas, la decepción y la incertidumbre, Reilly es un hombre gobernado por deseos que no corresponden a la realidad. Junto con un par de amigos, decide tomar cartas en el asunto y emprende una cruzada contra la realidad. Es, en términos clásicos, un hombre necio. Tal vez la historia y personaje sean adecuados para la representación de los comportamientos que la pandemia a traído consigo en pleno siglo XXI. A un año de su inicio, la experiencia acumulada muestra imágenes contrastantes. Gobiernos nacionales que han gestionado mejor que otros los efectos críticos de la enfermedad parecen ofrecer evidencias sólidas de que las relaciones entre gobiernos y ciudadanos son la variable fundamental que explica porqué países como Corea, Japón, Uruguay o Israel han manejado mejor la crisis que países como Estados Unidos, Gran Bretaña, Brasil o México. La cuestión clave es la capacidad de los gobiernos para combinar políticas coherentes de salud pública basadas en evidencias con comportamientos sociales cooperativos, basados en la autocontención, la prudencia y la razón. Vacunas, distancialmento social, cubrebocas, higiene extrema en sitios públicos y privados, forman parte de las medidas que la evidencia científica proporciona como únicos mecanismos colectivos de defensa frente a un virus cuyo origen y dispersión aún aguarda por explicaciones sólidas proporcionadas por investigaciones que realizan febrilmente hospitales, laboratorios y universidades. Por su parte, el temor al riesgo, a las consecuencias indeseadas de la acción individual, asociadas a prácticas heterogéneas de obediencia y disciplina, forman parte de los comportamientos sociales esperados para combatir los efectos y las causas de la propagación de la enfermedad. Sin embargo, las relaciones entre gobiernos y ciudadanos operan en contextos simbólicos y materiales muy diferentes. Los reclamos que algunas celebridades y grupos de ciudadanos expresan en tono de escándalo negando la enfermedad o invocando alucinantes conspiraciones gubernamentales, se combinan con la defensa a ultranza de las libertades individuales, con el derecho a que cada quien decida tomar (o no) el riesgo de hacer su voluntad, independientemente de las consecuencias a terceros. Los límites de las políticas anticrisis se han empalmado con los reclamos de grupos, empresas o individuos relacionados con la defensa de sus intereses económicos (restauranteros, comerciantes), de sus creencias religiosas (católicos y judíos ortodoxos), o del ejercicio de prácticas hedonistas (jóvenes organizando fiestas clandestinas), asuntos que tienen que ver con el consumo, la socialización y el ingreso de miles/millones de ciudadanos. Por su parte, los gobiernos enfrentan como pueden la gestión de la crisis apoyando muchas veces sus políticas de contención en las evidencias que ofrecen médicos y científicos. Los críticos y los escépticos, sin embargo, cuestionan la calidad de las evidencias o la incapacidad de los gobiernos para traducir esas evidencias y saberes en acción pública legítima y eficaz, capaz de disminuir consistentemente contagios, muertes, saturación de hospitales. Esa disputa entre políticos y científicos se combina con comportamientos sociales cotidianos de confusión y conductas de desobediencia civil que se explican por la coexistencia entre la lógica del cálculo económico, la lógica del temor al contagio, y la lógica de la fe pura y dura. De un lado, funcionarios y medios que regañan a ciudadanos reacios a acatar las reglas anticontagio; del otro, la formación espontánea de movimientos sociales que cuestionan las políticas gubernamentales. Son las postales que representan el espectáculo de la temporada. ¿Cómo interpretar estas tensiones entre científicos y politicos, entre funcionarios y ciudadanos?El filósofo británico Julian Baggini publicó recientemente en la revista británica Prospect un comentario interesante respecto a la confusión entre evidencias y experiencias frente a la crisis. Su argumento es que muchos de los escépticos exigen pruebas sólidas de que las medidas tomadas para combatir la pandemia tienen efectos prácticos, comprobables empíricamente, observados por ellos mismos. Baggini señala que en realidad esa es la versión moderna de una vieja discusión filosófica (y práctica) entre la lógica de la ciencia y la lógica del sentido común, reavivada a escala planetaria por la crisis del COVID-19. Gobiernos y científicos no tienen una visión 20/20 sobre la magnitud y profundidad de la crisis, pero tampoco los ciudadanos poseen conocimiento, condiciones de existencia o información suficiente para tomar decisiones cooperativas con las políticas anticrisis. Nos encontramos así frente al viejo dilema de aplicar políticas basadas en principios universales y evidencias científicas que tienen efectos limitados entre la población, y ciudadanos que desean pruebas de efectividad universal a partir de su propias experiencias individuales. “Es un error filosófico” afirma Baggini, “un error que muchos cometen al exigir un nivel de prueba que la evidencia del mundo real no puede proporcionar”. Esa relación entre activismo gubernamental y escepticismo cívico tiene un componente de necedad similar al que impulsaba a Ignatius Reilley a la búsqueda obsesiva de un orden coherente con sus creencias, a pesar de las múltiples evidencias en su contra. Gobiernos ineficaces y ciudadanos reacios a acatar disposiciones públicas forman parte de las expresiones contemporáneas de la conjura de los necios que se desarrolla entre las aguas heladas y lodosas de estos tiempos extraños.

No comments: