Thursday, June 08, 2023

Política y educación: ángeles y ruinas

Diario de incertidumbres Política y educación: buscar ángeles, encontrar ruinas Adrián Acosta Silva (Campus-Milenio, 08/06/2023) https://suplementocampus.com/politica-y-educacion-buscar-angeles-encontrar-ruinas/ El número mil de Campus-Milenio es una buena ocasión para reflexionar sobre el tiempo político y el tiempo educativo. El suplemento ha sido el espacio de exploración sobre esas temporalidades siempre en tensión. Felicitaciones a quienes han hecho posible sostener este excepcional esfuerzo editorial iniciado hace 22 años por nuestro apreciado Jorge Medina Viedas. ******** Los calendarios y relojes de la política y la educación no son los mismos. En política, el tiempo se mide por el corto plazo, usando cronómetros de velocidad ajustados a los calendarios electorales. En educación, el tiempo es el largo plazo, que se mide por generaciones completas. En el mundo político, el gobierno en turno y sus oposiciones son actores que juegan siempre pensando en los próximos comicios electorales, atrapados en lógicas competitivas encaminadas a legitimar o deslegitimar sus respectivas actuaciones. En el mundo educativo, los aprendizajes, la experiencia escolar o la formación para la vida son procesos lentos, pautados, encaminados a adquirir conocimientos, habilidades para la socialización, la reflexión solitaria y la conversación pública, que incluyen la gestión por separado de los mundos de la vida activa y de la vida contemplativa. Esa distinción sociotemporal no parece estar en la mente de los políticos. Los gobiernos en turno, obsesionados con la conquista de presente buscando a los “ángeles de la historia” (según Walter Benjamin), suelen actuar bajo el supuesto de que sus políticas determinan el rumbo de las generaciones que transitan desde el preescolar a la universidad. Convencidos de que sus ideas, retóricas, programas y recursos marcan el tiempo escolar, los políticos suelen estar dominados por un sentido de urgencia, de gravedad, en el cual hay que cambiarlo todo a la brevedad y con eficiencia, a pesar de las confusiones, resistencias y bloqueos que suscitan sus acciones. En México, ningún gobierno ha renunciado a colocar a la educación como parte de su agenda de cambios y transfomaciones, convencidos de que ahí quedará la huella de su paso como administradores sexenales de los recursos públicos. Sin embargo, las ilusiones del cambio educativo entre los políticos se alimentan de fantasías acumuladas entre los ideólogos, burócratas y activistas cercanos al príncipe de ocasión. Cambiar leyes y políticas, diseñar nuevos programas e instrumentos, formular de manera atropellada libros de texto y modelos pedagógicos incomprensibles para maestros imaginarios que chocan con las prácticas de los maestros realmente existentes, insuflar la nostalgia de tiempos idos, culpando a gobiernos anteriores por desastres reales o imaginarios, son recursos para justificar transformaciones que sólo suelen habitar la mente de los transformadores. En los patios escolares o en los jardínes de los campus universitarios, las comunidades de profesores y alumnos permanecen alejadas de las obsesiones, los sueños y las pesadillas de los políticos. La política, sus tensiones, conflictos y protagonistas, son sólo una parte del paisaje. Eso no signfica que la escuela sea un espacio alejado de la vida social y de las preocupaciones públicas. Por el contrario, en las escuelas y universidades coexisten asombros, temores y en ocasiones alarmas cotidianas provocadas por temas como las violencias, la criminalidad y la inseguridad que se han multiplicado exponiencialmente desde hace décadas. Generaciones completas han crecido teniendo como ruido de fondo el sonido de metralletas y fusiles, el espectáculos de la presencia de militares y guardias en las calles, la búsqueda de cadáveres en fosas clandestinas, el horror de la desaparición de miles de jóvenes que han sido asesinados o secuestrados por bandas criminales, cuyas secuelas de dolor, angustia y sufrimiento han cambiado para siempre la vida de miles de familiares y amigos de las víctimas. Los niños que vivieron el inicio de la guerra contra las drogas en 2008, son hoy los jóvenes que miran la devastación social de una guerra que parece no tener sentido ni fin. El tiempo escolar está marcado por el debilitamiento acelerado de la cohesión social, por los crujidos y estallidos de la fragmentación social que desde hace tiempo se observa y escucha entre diversos territorios y poblaciones del país. El futuro de la política está marcado por la búsqueda del triunfo electoral, por tratar de asegurar la gobernabilidad de una sociedad convulsiva bajo el predominio de una fuerza política sobre otras. El futuro de la educación está marcado por el acceso al conocimiento científico y técnico, por sus contribuciones a la movilidad social, a la inserción laboral, a la formación de normas de convivencia, hábitos y valores democráticos, a la ampliación de los horizontes culturales de los individuos. El tiempo político es gobernado por una maquinaria de organizaciones partidistas, ideologías, promesas e intereses que se satisafacen con ilusiones y dinero, puestos y posiciones. El tiempo educativo es gobernado por el ritmo difuso de los aprendizajes, por los complejos procesos de interacción entre estudiantes y profesores, por el inapreciable valor de la reflexión, la curiosidad y las dudas. La arritmia entre política y educación esté en el centro de las disputas entre la política electoral y las políticas educativas. Encaminados en el túnel de tiempo que confirma un ciclo de politización salvaje de todos los temas, incluído el de la educación, lo que se observa es la profundización de las brechas entre política y educación. En la era del florecimiento de las autocracias populistas -de Trump a Erdogan, de Maduro a Ortega, de Putin a Orbán, de Bolsonaro a Bukele, en una potente ola autoritaria que desafía a las viejas y nuevas democracias pluralistas-, la educación para los políticos es sólo una herramienta más para la legitimación de su imagen y poder. Las palabras ácidas de Cioran en su Escuela del tirano, resuenan en salas repletas de elefantes: “Quien no haya conocido la tentación de ser el primero en la ciudad, no comprenderá el juego de la política, de la voluntad de someter a los otros para convertirlos en objetos, ni adivinará cuáles son los elementos que conforman el arte del desprecio”. El fulgor de ese arte resplandece en tiempos electorales, y enceguece con sus luces al príncipe, a sus seguidores y súbditos. Acaso por ello, Walter Benjamin alertaba hace casi un siglo sobre el riesgo de que los transformadores que buscan a los “ángeles de la historia” en sus rituales de legitimación, terminen encontrando solamente sus ruinas.

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