Thursday, August 23, 2007

En defensa propia (Nexos, 356)

En defensa propia

Adrián Acosta Silva


Las tormentas del verano humedecieron el perfil firmemente barroco de nuestra agitada vida pública. Asuntos como la iniciativa de reforma fiscal presentada por el ejecutivo y sus variadas reacciones políticas, las encrucijadas y desafíos del PRD, el adiós a Tony Blair como Primer Ministro de la Gran Bretaña, y los recordatorios de fuego de que el Ejército Popular Revolucionario aún vive por ahí, habitan parte de la agenda plástica de nuestra vida pública en tiempos nublados. Variadas lógicas, cálculos y razonamientos de los actores políticos se entrecruzan en el campo generalmente fangoso de nuestras arenas públicas, intentando dictar y conducir la agenda, o tratando de bloquear iniciativas y razonamientos. Entre la confusa marea de los problemas de coyuntura, es posible observar la fuerza de viejas estructuras ideológicas, la persistencia de prejuicios enmohecidos, y el triunfo de pragmatismos al mayoreo. Todo, bajo la luz mortecina de las incertidumbres que habitan el mapa político nacional, de fronteras borrosas y dúctiles, y cuyos actores representan fielmente el día a día de la política nacional.


La propuesta fiscal

El 20 de junio, el Secretario de Hacienda entregó a la Cámara de Diputados la propuesta de reforma fiscal que tendrán que discutir, analizar y modificar o aprobar los legisladores en estos meses. Como suele ocurrir en este campo de la acción pública, se trata de una propuesta inevitablemente polémica, producto de las restricciones de la coyuntura y de la estructura política nacional, pero también por ser una iniciativa demasiado modesta para ser considerada como una reforma hacendaria, pero demasiado grande para ser considerada una miscelánea fiscal, digamos, tradicional. Se trata de una propuesta que descansa en cuatro grandes pilares, según lo explicó el Secretario Carstens: a) mejorar sustancialmente el ejercicio del gasto público y la rendición de cuentas; b) establecer las bases de un nuevo federalismo fiscal; c) combatir la evasión y la elusión fiscal; y, d) fortalecer la recaudación de impuestos tributarios (La Jornada, 21 de junio de 2007). El propósito de la reforma es “abatir privilegios” y que “las empresas que no contribuyen lo hagan”.

Las reacciones no se hicieron esperar. Desde el PRD de AMLO sonaron los tambores de guerra para condenar la propuesta y rechazarla sin discutirla (“Cero negociación” afirmó en tono de orden el tabasqueño en el mitin del Zócalo del 1 de julio), mientras que otros sectores del mismo partido ofrecieron analizarla y discutirla (como señaló Amalia García en “La reforma fiscal necesaria”, El Universal, 5/07/07). Desde el sector empresarial una misma vieja canción sonó en los medios (“es una amenaza contra la productividad y el empleo”), y entre analistas y asesores se extendió una sombra de insatisfacción por el tamaño y orientación de las propuestas.

Como apuntó Héctor Aguilar Camín en Milenio (“Astucias recaudatorias”, 26/06/07), existen dos novedades importantes en la propuesta: el impuesto alternativo mínimo (a través del CETU, Contribución Empresarial de Tasa Única), y la iniciativa de gravar los depósitos bancarios de dinero en efectivo mayores a 20 mil pesos. Uno está dirigido hacia lograr una mayor recaudación entre empresas como las agroalimentarias o el transporte, mientras que el segundo puede interpretarse como “un impuesto a la informalidad”. Estas novedades, de serlo, pueden tener implicaciones importantes para incrementar la tributación entre quienes tradicionalmente pagan menos de lo que deben (los elusivos), y entre quienes jamás declaran su ingresos y menos pagan sus impuestos (los evasores). Más allá del contenido específico de la propuesta, el éxito o el fracaso de la negociación de esta reforma marcara sin duda el rumbo del sexenio calderonista en uno de los aspectos cruciales de la economía y la política mexicana. Los diputados tienen la palabra.

Paradojas perredistas

El 1 de julio el PRD, el FAP y la Convención Democrática Nacional revivieron la mítica derrota del López Obrador con una marcha y mitin en el Zócalo, mientras que en tres entidades de la república (Chihuahua, Durango y Zacatecas) se efectuaban elecciones locales. El cuadro de ese domingo es sintomático de lo que ocurre a esa franja de la izquierda mexicana realmente existente. Mientras que miles de seguidores de AMLO se reunían en el Zócalo para celebrar un recuerdo, un ritual y un compromiso, en los tres estados en donde se efectuaban las elecciones ocurría un desplome electoral del PRD y sus aliados en las elecciones locales. En Chihuahua, dominada por un gobernador priista, ese partido ganaba 49 de 69 alcaldías y retenía la mayoría del Congreso local, mientras que el PRD no lograba ganar una sola diputación de mayoría relativa; en Durango el priismo arrasaba en elecciones municipales y diputaciones locales, mientras que el PRD se confirmaba como una fuerza marginal: no ganó un solo distrito y sólo logró un triunfo municipal. Zacatecas mostró la factura mayor al PRD: perdió 14 municipios conquistados hace tres años (incluyendo la capital del estado y Fresnillo) y pierde también la mayoría del Congreso local (tiene 3 distritos menos en comparación con el 2004) (Milenio, 5 de julio, 2007).

Los acontecimientos de ese primer domingo de julio mostraron con crudeza y sin eufemismos la gran paradoja perredista. Por un lado, una intensa movilización en su principal bastión político-electoral para reafirmar su presencia nacional y para exigir su lugar en el escenario político. Por el otro, el partido pierde elecciones locales importantes, justo cuando requiere confirmar su proyecto zocaloense con votos y posiciones en todo el país. La reducción del poder de convocatoria del obradorismo parece confirmar lo que varias encuestas señalan en distintos tonos: la pérdida significativa de las simpatías electorales que cosechó AMLO hace un año, y la debilidad organizativa y política del PRD en los espacios locales. Para una izquierda que quiere recuperar el proyecto y el aire popular que la llevó casi al triunfo aquel 2 de julio, estas son señales preocupantes de cara no solamente a lo ocurrido en las tres entidades, sino en la perspectiva de las elecciones federales del 2009, en las que se renovará el congreso.


Blair: el diciembre del decano

Diez años después de asumir la oficina de Downing Street, Tony Blair, el carismático líder laborista deja el puesto, la batuta, los logros económicos y los déficits políticos a su colega Gordon Brown. Una década después de haberse instalado en medio de la fiesta y jolgorio en la silla principal de Primer Ministro, Blair termina políticamente desgastado por el tema de la guerra de Irak, pero deja fortalecido al laborismo como fuerza política dominante en la vieja Albión. La fuerza de una idea –la tercera vía- que sirvió de palanca y combustible para su triunfo electoral y para su despegue internacional, comenzó a extinguirse cuando decidió unirse a Bush y a Aznar para invadir Irak. Las consecuencias terribles para su país con los atentados terroristas en el metro londinense, la creciente oposición internacional y local para mantenerse unido a Bush en Bagdad, mostraron el tamaño de las implicaciones políticas de una decisión cuyas razones nunca quedaron claramente establecidas. En algún momento se despejarán las dudas en torno a esas razones, pero, ya se sabe, “nada es demasiado raro para ser verdad”, como sentenció uno de los personajes de la novela de Below.

El dueño de la sonrisa eterna, capaz de gastar bromas en la punta de un cuchillo, el protector de un crecimiento económico extraordinario, el amigo de Keith Richards y admirador confeso de Van Morrison, cruzó la verja del viejo edifico de Westminster de la mano de su esposa con rumbo a Israel, con la frente en alto, mientras una muchedumbre le reclamaba y le aplaudía al mismo tiempo. Detrás deja un legado de claroscuros, difíciles de interpretar y calibrar, pero que significaron el triunfo sobre el neoliberalismo que revolucionó los cimientos del Welfare State en los años ochenta, bien representado por el viejo tatcherismo. Habrá tiempo y contexto para valorar con justeza el papel de Blair en la política británica, europea y mundial, pero es posible apuntar que bajo su figura la izquierda occidental confirmó las dificultades para configurarse una identidad en un mundo donde, como fue apuntado por Marx y Engels hace siglo y medio, “todo lo sólido se disuelve en el aire”. Crecimiento económico, mercados regulados, prosperidad y bienestar social, pero también fuerza política, capacidad institucional para producir progreso y estabilidad, son parte de los logros innegables del laborismo británico de la era de Blair. Incapacidad para descifrar la ecuación del nuevo terrorismo, resistencia a la plena integración europea, dificultades para diferenciarse y desmarcarse del amigo americano, son parte de su déficit. La izquierda democrática europea y mundial habrá de aprender bien y pronto de las lecciones de un político y su circunstancia, si es que desea no repetir la historia como comedia o, peor, como farsa.

Bombas, terror y cirugía

“Acciones quirúrgicas de hostigamiento” llamó la comandancia general del EPR a las explosiones provocadas en los ductos de PEMEX en Guanajuato y Querétaro ocurridas el 5 y el 10 de julio. “Ejército”, “milicias populares”, que luchan contra el “gobierno ilegítimo” de las “oligarquías”, forman parte de un lenguaje bastante conocido entre la izquierda revolucionaria desde los años sesenta y setenta, y que reaparecieron espectacularmente desde la insurrección neozapatista de 1994 y con el resurgimiento público del Ejército Popular Revolucionario unos años después. La atención mediática y política es el objetivo de estas acciones, más que sus efectividad y potencialidad para conseguir la satisfacción de sus demandas (presentar con vida a dos de sus compañeros), pero lo que vale la pena registrar es el hecho mismo de la existencia de un grupúsculo radical, anclado en los años sesenta, aislado políticamente de la izquierda y de las sociedades y comunidades locales a las que dice proteger o representar.

Una mezcla de paranoia, morbo y espectáculo se adueñó de los titulares de varios medios periodísticos y electrónicos el 11 de julio. A ocho columnas anunciaron el acontecimiento y pusieron micrófonos y cámaras al Presidente, a los comandantes del ejército, al secretario de gobernación, a los dirigentes de partidos. Algunos columnistas recordaron calificativos del pasado (como la de “grotesca pantomima” con que se refirió el exsecretario Chuayfett al EPR, como señaló Ciro Gómez Leyva en Milenio ese mismo día), mientras que en las oficinas de inteligencia del gobierno federal se activaron las alertas rojas disponibles para este tipo de eventos. La izquierda agrupada en el FAP reaccionó condenando los ataques pero al mismo tiempo criticando “el abandono de las instalaciones de PEMEX”. La defensa de las instituciones democráticas, la condena a la violencia, el castigo a los culpables, se adueñaron del discurso oficial de coyuntura. Pero hubo quienes defendieron y justificaron también como “efectos de la guerra sucia” las acciones del grupo armado (Carlos Montemayor, La Jornada, 11/07/07). Estas reacciones dibujan el mapa de las reacciones que configuran también la manera en que se concibe el perfil y las acciones del EPR.

Pero más allá del hecho y las reacciones sorprende lo esencial: que siga existiendo ese grupo y que sea capaz de detonar explosivos en las venas que transportan el combustible del país. Aprisionado en un discurso circular, obsesivo y autocomplaciente, el EPR está condenado a seguir siendo una secta delirante y obsesiva. Pero que el estado mexicano sea incapaz de desactivar e inmovilizar a un grupo criminal, muestra también la fragilidad y los límites de “la fuerza del estado”, como suelen llamar la elite gubernamental a los poderes estatales. Al igual que sucede con el narcotráfico o con los secuestradores, el Estado es incapaz de actuar para dar seguridades esenciales a los ciudadanos y a sí mismo. Bajo el argumento que el mercado y la democracia resolverían todo en algún momento, reaparece de manera estelar el reconocimiento de que el estado importa, y mucho, para enfrentar los desafíos de las tribus, oligarquías, terroristas y delincuentes que han tomado por asalto varias franjas de la vida pública desde hace tiempo, con o sin cirugías.

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