Thursday, August 23, 2007

La balada del santo y el bebedor

La balada del santo y el bebedor

Adrián Acosta Silva


A la memoria de Manuel Martínez Peláez,
maph histórico y rockero sólido

Como se sabe, buena parte de la educación sentimental de varias de las generaciones de la segunda mitad del siglo pasado ha sido marcada por el rock, sus sonidos y figuras. Desde las canciones que forman el anecdotario de las biografías personales hasta los rituales de adoración que lo colocan como un estilo de vida, el rock no solo puede ser considerado con todo merecimiento como parte importante de la “poesía popular del siglo XX” como señaló alguna vez Allen Gingsberg, sino también como una forma de expresión que ha ordenado o acompañado simbólicamente algunas de las ansiedades y angustias de individuos y sociedades en procesos de cambio.

Pero el rock, como todo en la vida, es también un territorio cruzado por paradojas, tensiones y contradicciones. Tras la amplia y luminosa fachada de la potente industria que se ha edificado bajo el cielo protector de sus actores, espectadores e intermediarios, existen trayectorias y biografías que señalan pasiones e intereses muy diversos. El glamour y la fama propias del espectáculo opacan con frecuencia esa diversidad, cuya riqueza radica no solamente en la variedad de sensibilidades, estilos y voces que la habitan y trascienden, sino también porque constituyen el reflejo de una complejidad estilística y estética que se rebela a los estándares y a la uniformidad propia de los intereses comerciales y mercadotécnicos que impone la industria. Un par de obras recientes, de orígenes, contextos y perspectivas diferentes, sirven, quizá, para ejemplificar lo anterior.

En la agonía de 2006 salieron a la luz pública un par de discos que recogen dos trayectorias paralelas pero contrastantes de la música contemporánea, y que registran rutas distintas de interpretar pasajes e impresiones de la vida contemporánea. An Other Cup, de Yusuf Islam , y Orphans, de Tom Waits, constituyen dos relatos sonoros inconfundiblemente modernos, producto de un par de biografías largas y respetables. Son historias de dos músicos que se acompañan pero nunca se tocan. Dos estados de ánimo, dos formas de lidiar con los demonios públicos y privados, dos estéticas para expresar los tiempos (pos) modernos. El primero es la reaparición estelar del viejo Cat Stevens, un músico de los años setenta que hipnotizó con su guitarra y sus letras a varias generaciones de seguidores. El otro, es la continuación de la larga y sinuosa carrera de Waits, un disco triple dividido en Brawlers, Bawlers & Bastards, esos fantasmas que habitan el universo simbólico del inclasificable autor, cantante y actor de discos memorables como Blood Money (2004), o de cintas como Bajo la Ley, de Jim Jarmusch (1986).

Sólo un año de diferencia marcan los nacimientos de ambos cantantes. Stephen Dimitri Georgiou nació 1948 en Londres, hijo de madre sueca y padre griego. Waits nació un año después, en 1949, pero en California, “en la parte trasera de un taxi, en el aparcamiento del Murphy Hospital, en Pomona”, como suele precisar el mismo Waits. Uno experimentó, desde finales de los años setenta, en la cúspide de su carrera y fama, su conversión al islamismo, para predicar las enseñanzas del Corán desde una mezquita ubicada al sur de Londres. Otro, formado sentimentalmente alrededor de las experiencias y figuras de la generación beat, se adentró en las profundidades de la vida urbana y sus laberintos y callejones, para relatar pequeñas historias desde congales sombríos sobre mujeres, alcohol y pianos borrachos.

Campos verdes, arena dorada

¿Qué explicación hay para que un hombre decida quemar los barcos de su pasado para iniciar una nueva vida? ¿Qué poderosos motivos puede haber para que alguien abandone creencias, hábitos, expectativas y certezas, para cambiarlas por otras radicalmente diferentes? ¿Como mudar de vida y de creencias sin devastadoras consecuencias psicológicas, prácticas o simbólicas? Nadie sabe muy bien que provoca estos comportamientos, pero suelen presentarse con alguna frecuencia entre quienes gozan de alguna forma de fama o prestigio público. Algunos se suicidan, otros deciden cambiar drásticamente sus hábitos, varios se sumen en los sótanos de la depresión y el olvido, y sus abismos y desfiladeros pueden llevar a los hombres a la desesperación, como relató el recientemente fallecido William Styron en su espléndido Esa visible oscuridad.

Cat Stevens es un caso de esos, un tanto extremos y extraños. Agobiado, o hastiado, por el éxito y la fama, y tentado por la pasión religiosa que le ofreció la lectura del Corán durante unas semanas de estar postrado en cama víctima de la tuberculosis, el autor de Peace Train y Hard Headed Woman decidió, a finales de los años setenta, quemar sus barcos personales y musicales para iniciar la búsqueda de la luz y la verdad. Tres décadas después, ofrece a sus fieles (que con todo y sus transformaciones tiene y conserva), An Other Cup, una obra de 11 piezas de orfebrería musical, donde la legendaria destreza guitarrera y pianística de su autor se mezcla con la fe que hoy domina sus creencias. Midday (Avoid City Alter Dark) es la carta de presentación del disco, una canción que pone sobre la mesa la perspectiva de Yusuf Islam, gobernada por las preferencias en torno a niños que juegan en la lluvia y expresa su temor a las tinieblas urbanas. Grabado en Londres, Los Angeles, Estambul y Johannesburgo, participan algunos de sus músicos de los años setenta (Allun Davis, por ejemplo), junto a figuras contemporáneas como Youssou N´Dour (quien, por cierto, también es musulmán).

La reinvención de un par de canciones de sus tiempos de pop-star enlazan el pasado y el presente del exGato: Heaven/Where True Loves Goes (que corresponde a una canción de 1973, Foreigner Suite), y I Think I See the Light (incluida en el magnífico Mona Bone Jakon, de 1970). Además incluye una muy buena versión de Don´t Let Me Be Misundestood, una rola que hiciera famosa Eric Burdon a finales de los años sesenta, y que simboliza una suerte de explicación y corte de caja de Yusuf hacia sus seguidores y detractores. Fiel seguidor de las enseñanzas de Mahoma, adorador de Alá, y músico espléndido, Yusuf Islam representa una vertiente del rock que se rebeló a su modo a la modernidad consumista y a la dictadura del espectáculo para regresar, treinta años después, a un mundo que es al mismo tiempo igual y diferente. Cuando el año pasado el gobierno de Bush le negó la entrada a los E.U y lo regresó de Nueva York a Londres por extraños motivos políticos y de seguridad nacional, Yusuf Islam, con una sonrisa en los labios, declaró discretamente a los medios que no entendía el rechazo. An Other Cup es, quizá, parte de la respuesta que ofrece a quienes hoy le rechazan.

Diálogos de congal

“Así soy realmente: maligno, borracho, pero lúcido”, afirmó alguna vez Joseph Roth en alusión a un dibujo sobre sí mismo, y es una frase que retrataría muy bien a Tom Waits, el músico, el personaje y la persona. El cantante de voz gutural, acompañado de una acústica distorsionada y sonidos de guitarras viejas, dedicó un tiempo para volver sobre sus pasos y reunir 54 canciones distribuidas en tres discos, para ofrecer una espléndida obra habitada por sus nostalgias y alucines privados.

Huérfanos representa una selección, varias decisiones y tres estados de ánimo. Habitado por los fantasmas del sábado por la noche, lleno de frases envenenadas por la ironía y las paradojas de afectos imaginarios o reales, y con un estilo que está a salto de caballo entre Bob Dylan, Joe Cocker y Roy Orbison, el álbum es un muestrario del talento intacto del californiano. Con la voz aguardentosa y el sonido rasposo del piano, el sax y la guitarra, Waits, el crápula que muchos desearíamos ser o haber sido, nos ofrece un muestrario de las canciones que se quedaron en los archivos y en las grabaciones durante los últimos treinta años. Brawlers (“Bravucones”), con LowDown, Walk Away o Road To Peace como estrellas en la frente, es un inventario de calamidades y desvaríos, con optimismos desbordados y pesimismos documentados. “El diablo baila en los bolsillos vacíos”, dice en Lucinda, mientras que en Walk Away el buen Waits se confiesa: “Dejé mi biblia a un lado del camino/ grabé mis iniciales en un viejo árbol muerto/ Voy a irme pero regresaré cuando/ sea el tiempo de desaparecer y comenzar de nuevo”.

Bawlers (“Gritones”) reúne canciones que van de Widow´s Grove hasta una extraña versión de la popular Young at Heart. “¿El Diablo hizo el mundo/ Cuando Dios estaba durmiendo?, se pregunta en Little Drop of Poison, mientras que en Down There By The Train sentencia, desde la solidez de la sombras: “Puedes escuchar el silbato, puedes escuchar la campana/ desde los salones del cielo hasta las puertas del infierno/ y ahí habrá una habitación para el abandonado/ si llegas a tiempo podrás lavar todos tus pecados y tus crímenes”. El personaje que ha construido pacientemente Waits a lo largo de su carrera, exhibe en estas piezas varios de sus rasgos básicos: un lenguaje demoledor, música habitada por clarinetes, sax y guitarras espectrales, ambientes sórdidos, coherencia estética.

Bastards incluye finalmente algunos diálogos de congal, digamos, pequeñas conversaciones y monólogos de Waits con comensales de ocasión y con fans imaginarios, realizados a la sombra bienhechora de un Jack Daniel´s en las rocas, con el sonido lúgubre de un piano que ha conocido mejores tiempos. Con la colaboración constante de su musa y esposa, Kathleen Brennan, la interpretación de textos de Kerouac (Home I´ll Never Be y su clásico On the Road), y de Bukowski (Nirvana), Waits se desenvuelve con soltura en su medio natural: los tragos, la música y los amigos. Con el riesgo de los estereotipos que rodean al personaje de los sábados por la noche que ha construido Waits a lo largo de tres décadas, esta obra revela al músico Tom Waits realmente existente, desbordado, envolvente, provocador.

La música del cielo y el infierno

Es un hecho: Orphans y An Other Cup nunca estarán en las listas del Billboard ni competirán por ningún Grammy. El sonido de la música contemporánea está dominado abrumadoramente por otros estilos, voces y ritmos. Sin embargo, ambas obras representan muy bien la extraña metamorfosis de las voces del pasado, la persistencia que coloca en el presente la sensibilidad de quienes han forjado sus trayectorias desde hace más de treinta años, y que ahora observan los acontecimientos desde el privilegio del crepúsculo. A pesar de los estereotipos, los lugares comunes y las simplificaciones implícitas en torno a las trayectorias de Stevens y de Waits, los discos nos muestran más bien que los oficios de predicador y de notario son los que desarrollan hoy ambos músicos, uno mirando al cielo, otro mirando al suelo. En cualquier caso, esas miradas ofrecen dos fórmulas interpretativas del espíritu de nuestros tiempos.

No comments: