Wednesday, September 26, 2007

La era de la confusión. Público, 22-09-07

Estación de paso

La era de la confusión

Adrián Acosta Silva

La política es, ha sido siempre, un asunto de iniciados. Todos participamos de ella, ya sea por sus efectos, ya sea por sus omisiones, casi siempre porque en el fondo se esperan demasiadas cosas de ella. Pero pocos se dedican profesionalmente a la política. La “clase política” es una minoría consistente, que participa directamente en las decisiones, en la elaboración de proyectos, en el debate público, en arreglos privados o en negociaciones secretas. La política es quizá por ello una actividad aburrida, incomprensible y críptica, pero que resulta una droga dura para muchos, un afrodisíaco para otros, una infamia para la mayoría. Bajo su apariencia más bien sombría, la política puede en ocasiones ser un arte, en otras una artesanía local y exótica, casi siempre una hechura extraña moldeada a base de intereses, deseos y ambiciones, cocida bajo el fuego lento de la incertidumbre. La geometría o la filosofía política no sirven demasiado para explicar comportamientos, conflictos y confusiones entre partidos, camarillas y tribus políticas. No explican porqué en un mismo partido, coalición o secta coexistan posiciones opuestas sobre los mismo temas, o porqué algunos practican alegremente el viejo deporte de los alianzas inconfesables, las afinidades electivas abiertas, o los bloqueos francos a iniciativas de sus propios correligionarios, compañeros de ruta o amigos ocasionales.

La imagen del político mexicano contemporáneo es por ello una imagen desteñida, grisácea, en ocasiones francamente oscura. La obsesión transicional mexicana llevó bajo el brazo la ilusión, o la certeza, de que la política sería en adelante democrática y por consiguiente más responsable, más buena, una mejor política que la de los años largos y siniestros del autoritarismo mexicano. Y por ello los políticos profesionales, partidistas, que surgieron de procesos electorales más competidos y equitativos que antaño, se presentan a sí mismos como mejores políticos que los de la era predemocrática mexicana: una ilusión a modo

Pero la otra imagen dominante de la temporada es la que presenta a la franja no-partidaria de la sociedad mexicana como la verdadera salvación, la auténtica alternativa a la “dictadura de los partidos”, a la partidocracia, al “despotismo ilustrado” que ejerce la clase política mexicana. Es la vieja ilusión de la sociedad civil buena, impoluta y virtuosa, donde lo mismo caben ONG´s, grupos revolucionarios, grupos de presión, curas y sacerdotes, o empresarios y opinadores de medios masivos de comunicación que, invocando a la santa figura de la ciudadanización, ahora claman por la libertad de expresión (que en sus términos significa más precisamente libertad de contratación publicitaria). De eso está hecho nuestro tiempo: de ilusiones y confusiones, de monedas falsas y morralla demagógica, bajo la apariencia engañosa de que lo que está en juego es La Democracia, la verdadera, genuina y única forma de gobierno que puede hacernos felices a (casi) todos. Ese juego de espejos domina el presente político mexicano, sin que nadie, o casi nadie, repare en que cualquier forma de organización de intereses es la forma embrionaria de un partido político, aunque nadie se digne llamarle con ese nombre. Prejuicios nominalistas, qué le vamos a hacer.

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