Wednesday, March 25, 2009

Chismes y política

Chismes y política: la realidad de los espejos (rotos)
Adrián Acosta Silva
Una de las curiosidades de la vida política mexicana contemporánea es su marcada propensión a convertirse en el centro de toda suerte de rumores, chismes y escándalos. Esa propensión no es nueva (ni ocurre sólo aquí, por lo demás), pero en los últimos años –justamente los de nuestra transición y cambio político hacia la democracia, lo que eso a estas alturas signifique- esa tendencia se ha recrudecido hasta alcanzar el centro simbólico y propagandístico de la bestia insaciable de los medios. No hay medio escrito, radiofónico, televisivo o virtual (o sea, el que se difunde por la internet, a través de infinidad de blogs, páginas web, correos electrónicos), que no contemple entre su oferta de “información” una sección, columna, una nota, reportaje o entrevista donde esos rumores y chismes se reproduzcan, se generen o se den por cierto sin más para construir a continuación el “análisis” instantáneo de la vida política local o nacional. La política suele aparecer en estos espacios como una farsa, una comedia o una tragedia, según lo dictaminen los observadores. Se trate de intrigas palaciegas, aldeanas o de cantina, los protagonistas cotidianos de la vida política aparecen como actores dispuestos a la transa, al embute, a colocarle zancadillas al otro, a colocar sus intereses personales por encima de sus funciones públicas, a estar dispuestos a lo que sea para alcanzar sus propósitos, sin importar el costo público, político o mediático de sus acciones.
Tenemos así la crónica de un escenario donde un ejército de farsantes, mentirosos, cínicos e hipócritas de diversa calaña y alcances protagonizan la sátira política de la temporada, mientras, abajo y al fondo, entre las luces mortecinas del gran teatro de la vida pública de los medios, otro ejército registra, inventa, o narra a su modo y oficio la puesta en escena del día, las actuaciones de los personajes, sus guiños y conversaciones, sus silencios, sus miradas, sus limitaciones. Ese otro ejército de reporteros, periodistas y opinadores profesionales o amateurs, interpretan lo que sienten o creen, y lo transmiten desde la óptica de sus prejuicios, sus ocurrencias o sus preferencias éticas o estéticas de carácter político, o anti-político. No existe el interés por saber la veracidad de lo que escuchan u observan, ni por verificar si lo que es apenas audible es cierto, o si las conversaciones en voz baja de los protagonistas es sólo una parte de lo que suele comentar dentro de la vida privada de ciudadanos y políticos. Eso, bien visto, no importa. Lo que es relevante es lo que dicen, creen, piensan o catalogan los intérpretes del vecindario, no los actores del espectáculo de todos los días.
Pero el asunto es un tanto más complicado, por el hecho de que la política y los políticos son el objeto de atención de medios que no pueden vivir sin la dosis diaria de escándalo y especulación que le rodea. Una práctica cotidiana es inventar historias, narrar anécdotas y vericuetos entre políticos, inducir o inventar rumores envenenados, para confirmar que el oficio de la política no es más que la suma de las personalizaciones correspondientes. Bajo el supuesto de que la mejor política es la que no existe, y de que lo que hay no es más que la confirmación de que de la política formal y real nada bueno puede esperarse, los medios documentan pacientemente y a veces fantasiosamente acusaciones, filtraciones y chismes, que entre más escandalosos parezcan, más enaltecen al chismoso de ocasión. El morbo político es el morbo de los que miran a un atropellado, tratando de mirar lo expuesto, de descifrar los daños, de observar lo que quedó a salvo, de especular cómo sucedió todo.
Gobernados por la convicción de que en política todo tiene una lógica coherente y esférica, una causa y un efecto calculados, los mirones y los chismosos del periodismo practican el viejo hábito de la especulación sin pruebas, de la invención de historias y hasta de actos de telepatía politológica, donde son capaces de saber hasta lo que piensan los actores y cómo sus acciones son la expresión cotidiana de sus planes y deseos. Personajes y personajillos de nuestra vida política aparecen entonces como los protagonistas de novelones o novelitas de cálculo y ambición, de lágrimas, bostezos y risas, que son relatados también por personajes o personajillos de medios que desmenuzan hasta la náusea las palabras, los gestos y las poses de los observados.
La vida política se vuelve entonces en un juego de espejos rotos, en la que los políticos y funcionarios juegan un juego de cartas marcadas, que simplemente basta mirar para comprender el desarrollo y el desenlace del juego, y en la que los narradores se dedican a trasmitir a multitudes imaginarias sus impresiones y certezas. El narrador se vuelve entonces en un actor más de la política, o se coloca al filo de la relación entre el observador y el observado, pero que no corre nunca con los riesgos del político y la política profesional. La incertidumbre y las ambiciones se vuelven entonces datos incómodos para los intérpretes del periodismo, hechos viejos que resultan problemáticos para quienes se han acostumbrado a ver en la política mexicana el peor de los mundos posibles. La imaginería y el delirio de los medios se han vuelto directamente proporcionales a la grisura, la ineficacia y la opacidad de la política profesional. La danza de sombras entre medios y política se ha convertido el signo mexicano de nuestra consolidación democrática.

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