Wednesday, March 11, 2009

Indignación moral

Indignación moral
Adrián Acosta Silva

Eres lo que no hay
Cormac McCarthy, Suttree

Entre la abundante colección de escenas imprecisas que se han amontonado en la vida pública mexicana de los últimos años, destacan las que protagonizan cotidianamente algunos periodistas, intelectuales y escritores que han jugado el papel de intérpretes oficiosos de los humores privados y públicos de la sociedad mexicana. Gobernadas por la irritación y el griterío más que por el matiz, la prudencia o la mesura (viejos hábitos republicanos, si es que algún a vez los hubo), esas voces expresan el descontento que parece haberse adueñado de las prácticas y la imaginación de las nuevas elites dirigentes y de poder de las sociedades locales. Lo mismo en Guadalajara que en Monterrey, en el DF. o en Ciudad Juárez, esas voces son dominadas por un acusado tono fatalista combinado con un furioso reclamo moralizador hacia los actores políticos de la temporada y del escenario.
La parte más visible de ese reclamo tiene que ver con un discurso ( y un recurso) poderoso y extendido entre ciertas franjas de las elites mexicanas bienpensantes de los últimos años: la indignación moral. Es un sentimiento de yo-acuso acompañado de la certeza de que el país no tiene remedio, pero de que basta reconocerlo o denunciarlo para empezar a cambiarlo. Es también una pose estética a la vez que un posición ética, que crítica por igual a la corrupción, los partidos políticos, al gobierno, a la clase política, a las empresas, al neoliberalismo, a la crisis económica, la desigualdad, la pobreza, la falta de competitividad económica, a los sindicatos, al viejo y nuevo corporativismo, a los liderazgos varios que hay en el país. Apela a valores supremos y absolutos que, suponen, deben y tienen que ser compartidos para construir a la sociedad buena y al buen gobierno: honestidad, confianza, ética, compromiso, responsabilidad, lealtad, sinceridad. A diferencia de ciertas franjas que deciden participar directamente en la actividad política formal, optando por el árido trayecto de la organización y el activismo para cambiar las cosas, aquellas elites prefieren actuar individualmente o en pequeños grupos con las que comparten gustos, fobias y afinidades éticas y estéticas. Pertrechados en la seguridad del lamentable estado de cosas que caracterizan nuestros tiempos, esas voces reclaman airadamente a las autoridades su ineficacia, su insuficiencia, sus incapacidades, desde una perspectiva donde lo bueno es verdadero y lo malo es lo falso, ineficiente o ambiguo. “Decir la verdad” es su brújula, “denunciar la mentira” es su práctica, aunque la misma vaguedad de la brújula y las prácticas esconden la debilidad del reclamo de nuestros nuevos radicales chic.
La indignación moral es el emblema de la nueva radicalidad criolla, ellos y ellas, generalmente provenientes de familias acomodadas, que cursaron estudios en el extranjero, que hablan varios idiomas, que se dan el lujo de huir del país de cuando en cuando para dictar conferencias, irse de shopping o para participar en reuniones con sus homólogos hindúes, españoles, italianos o brasileños. Frecuentemente aparecen en la televisión privada o pública, en programas de alto rating, y sus firmas y rostros suelen ser publicados de periódicos y revistas de alta circulación nacional. Practican el jogging y asisten a algún GYM, cultivan con esmero sus cuerpos, se visten a la moda, utilizan perfumes inalcanzables para la mayoría, viven en zonas de lujo, comen y beben en restaurantes exclusivos.
Se dejan ver, les encanta ser personajes de alto perfil, se codean con empresarios y políticos conocidos. Se promueven con éxito envidiable para reuniones y mesas redondas sobre los temas del momento, en los que suelen hablar con verdades incómodas, frases taquilleras, acusaciones flamígeras, acompañadas de datos y cifras apantalladoras. Se presentan a sí mismos como voces ingobernables, con una rebeldía calculada e informada, capaces de suscitar el aplauso facilón en las graderías, de agradar en el ánimo decaído o escéptico de de muchos que “no-se atreven-a- decir- la- verdad”. Son los nuevos sacerdotes o sacerdotisas de pseudointelectuales, pseudoacadémicos y pseudoelites a las que les gustaría ser como ellos pero no pueden. Esta figuras y sus prácticas habitan el paisaje contemporáneo de la opinión pública mexicana, y junto a un ejército de charlatanes, opinadores mediocres, gacetilleros profesionales o de ocasión, periodistas profesionales, intelectuales serios y académicos que buscan abierta o discretamente a la fama (esa “dama fatal” de Jaime López), las nuevas elites mediáticas fabrican imposturas, venden verdades al vapor, confeccionan un catálogo de denuncias, problemas y fatalidades junto a un recetario de lugares comunes, antídotos contra la depresión, prácticas imposibles, utopías al mayoreo.
Estas elites pontifican con un tufillo de superioridad moral difícil de ocultar. Por su posición económica o social, forman parte de la zona exquisita de la intelectualidad nice del país, y se asumen como diferentes respecto de muchos otros. Aunque la palabra “elite” sea de suyo problemática, supone algo parecido a la cúspide del poder mediático, económico o político, a posiciones de dominio público y privado, de influencia precisa en decisiones, posiciones o formulación de intereses u opiniones. Pero la mejor definición de elite que conozco es la que leí alguna vez de un libro del sociólogo norteamericano Charles Wright Mills (en La élite del poder): “son todo lo que nosotros jamás podremos ser”. Esas elites acusan, se enojan, critican, pero también ganan o conservan fama, prestigio, dinero, autoridad, sobre todo en épocas de desencanto y desilusión política y económica. Contra las prácticas de las elites del siglo XIX o principios del XX , que eran fielmente celosas de su intimidad y privacía, los miembros de las nuevas elites desean ser escuchados y vistos, que sus prédicas y críticas sean conocidas, que sus caras y voces sean referencia pública. Son los intelectuales y académicos que forman el exclusivo club de los más vendidos o leídos, junto con los mercanchifles de los programas y publicaciones dedicadas a los chismes del mundillo del espectáculo, los que forman la nueva camada de voces que desde el filo del acantilado forman o interpretan los ecos de una sociedad convulsiva, pero cuyos usos y costumbres cotidianos parecen brutalmente lejanos a los que tratan de hablar por ellos, justamente como la distancia abismal que hay entre la indignación moral de algunos y el orden social y político de todos los días.

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