Thursday, February 18, 2010

Hábitos del corazón

Estación de paso
Hábitos del corazón
Adrián Acosta Silva
Señales de Humo, Radio U. de G., 18 de febrero de 2010.

La relación entre los sentimientos y la razón es siempre una relación complicada, a menudo conflictiva pero sobre todo confusa. Como lo acabamos de confirmar hace unos días con la inefable celebración anual del “día del amor y la amistad” , el espíritu de nuestra época está lleno de referencias a la primacía del sentimentalismo sobre las razones, a la exaltación festiva y vigorosa de las buenas vibras, del optimismo, de la búsqueda a toda costa de la felicidad y la dicha, de las ganas de ser positivo, de la celebración de la vida y el amor, al que hasta el Príncipe de la Canción ha pedido un aplauso en una canción que forma parte de las joyas de la corona de la cursilería mexicana contemporánea.
Encontrar una explicación a esos afanes festivos sobre el amor y los afectos es una tarea propia de historiadores, psicólogos, antropólogos o sociólogos. De hecho, existe desde hace tiempo una corriente denominada “sociología de las emociones” que trata justamente de estas cosas. El punto de partida es el reconocimiento de que la cosa existe, es decir, que hay un impulso deliberado por rodear el tema del amor de una parafernalia incontenible donde el color rosado corresponde -quién sabe porque y cómo- a los temas del corazón. Hay, por supuesto, un mecanismo bastante aceitado para incentivar el consumo masivo y la proliferación de costosas campañas publicitarias, que desde hace tiempo marcan en el largo calendario del marketing una fecha especial para la venta de miles de productos y mercancías relacionadas con las ilusiones amorosas, y muchos ciudadanos participan del festejo con la naturalidad que sólo dan el hábito y las costumbres. La banda sonora del día y el acontecimiento es un ritual pausado por canciones románticas, una invitación a comer, una visita al cine, una vueltita a los moteles de paso, que ese día hacen su agosto y su diciembre juntos, pese a la ola de prohibicionismos y puritanismos que nos inundan desde hace tiempo.
Uno de los cantantes que han poblado las venturas y desventuras amorosas de varias generaciones es, qué duda cabe, José José. Y cada 14 de febrero sus canciones vuelven a sonar con fuerza en la radio, sus discos son puestos a la vista en las tiendas, muchos de los cincuentones de hoy vuelven a sacar los discos de sus estuches para recordar tiempos y experiencias, en los que la mancuerna Pérez Botija/José José sacudían el alma de parejas apasionadas e individuos solitarios, que cantaban al unísono melodías, baladas y boleros. “Doy gracias por tanto y tanto amor”, por ejemplo, es una confesión al borde de las lágrimas, del asombro o de la risa contenida o franca, según sean las circunstancias y los motivos. La frase, como se sabe, corresponde a A lo pasado, pasado, una canción interpretada por el célebre cantante que desde hace tiempo cayó en el barranco profundo de la afonía, que es la peor maldición que le puede suceder a alguien de su oficio, pero que es el resultado -envidiable en cierto modo-, de su propio recorrido hacia la sabiduría por el camino de los excesos, como aconsejaba Lord Byron.
Negar, descifrar o reconocer la influencia de las canciones del Príncipe en la educación sentimental de los mexicanos, ha llevado a muchos a la desesperación o al fracaso, mientras que a otros los ha llevado a escribir libros relacionados con el tema, como lo es, por ejemplo, Y sin embargo yo te amaba (Cal y Arena, México, 2009), en el que 12 escritores, compilados por Delia Juárez, desgranan sin rubor pero con oficio el papel del cantante en la historia de sus propias vidas. De Guillermo Fadanelli a Héctor de Mauleón, y de Ana Clavel a Rafael Pérez Gay, las canciones interpretadas por el Príncipe resuenan en las madrugadas que cierran reuniones que iniciaban con The Eagles, Grand Funk o los Doors y terminaban con “Si me dejas ahora”. Ahora que ha pasado el día de San Valentín, entre globos desinflados y flores marchitas, quizá valga la pena leer de un tirón el libro de un puñado de escritores capaces de reconocer que las baladas del máximo exponente de la cursilería mexicana de finales del siglo XX, forma parte importante de los sonidos locales que alimentaron parcial o simbólicamente los hábitos del corazón de una generación.

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