Friday, November 12, 2010

Tiempo y política



Estación de paso
Tiempo y política
Adrián Acosta Silva
Señales de humo, Radio U. de G., 11 de noviembre de 2010.

La política es un ejercicio de decisiones y acciones que transcurre inevitablemente en tiempo real. Su visibilidad e importancia práctica o simbólica son proporcionales al tiempo que consume la importancia de las decisiones. Temas, intereses y actores configuran un entramado a veces indescifrable pero siempre complejo, en el cual las máscaras y las sombras son recursos de uso común en el espectáculo del poder. El combustible de la política es el conflicto, la lucha de posiciones o visiones encontradas, a veces de ideas diferentes sobre asuntos de interés colectivo, de cálculos tribales o de pasiones privadas. Por ello, la política suele ser vista más como un juego de ajedrecistas que como un ejercicio de ángeles, en el que los intereses de los involucrados son las piezas de negociación y de las decisiones en el juego.
Pero el tiempo, el “maldito factor tiempo”, es una de las restricciones fundamentales de toda acción política. Cierto sentido de urgencia parece adueñarse a veces del ánimo de los actores y espectadores de la política, una sensación de ansiedad y prisa recorre los comentarios editoriales, las declaraciones de los políticos, los silencios incómodos de los funcionarios. Pero el tempo político está marcado, como todo tiempo social, por relojes y calendarios que articulan ciclos políticos, plazos fatales y, a veces, holguras varias, derivadas de la posibilidad siempre presente de la falta de acuerdos, de incertidumbres o de bloqueos francos.
Veamos, por ejemplo, lo que ocurre con el clima de conflicto político que vivimos en Jalisco desde hace tiempo. La insuperable lógica pleitista del jefe del ejecutivo estatal ha logrado confirmar un hecho duro: el riesgo de la ingobernabilidad es alimentado poderosamente por las decisiones del propio gobierno estatal. Frente a nuestros ojos, el gobierno aparece como un problema y no como solución. Ni la amenaza de la delincuencia organizada, ni las decisiones de los alcaldes priistas de la zona metropolitana de Guadalajara, ni la rebeldía o beligerancia de las autoridades de la U. de G. por el trato presupuestal, han logrado lo que ha hecho el gobernador estatal en muy poco tiempo: ampliar la agenda de los temas críticos, elevar los costos políticos y sociales de los conflictos, consumir el tiempo público y buena parte de los tiempos de los privados en el tratamiento de las diferencias. Es una paradoja mayor de la política jalisciense de esta coyuntura: el principal interesado en mantener umbrales manejables de gobernabilidad convertido por su fe y creencias en el motor de los déficits de gobernabilidad que asoman desde hace tiempo en el estado. Alargar los conflictos es consumir el tiempo político de la legitimidad gubernamental, pero el reloj y los calendarios articulan los plazos fatales de la acción política del ejecutivo. Al parecer, el gobernador y su camarilla están seguros de que pueden gobernar a su antojo el tiempo político desde la Atalaya de Casa Jalisco.
El otro ejemplo de las relaciones entre tiempo y política es el de la elección de los Consejeros Electorales del IFE por parte de la Cámara de Diputados. La decisión de aplazar indefinidamente su designación, por el hecho de no existir un consenso sólido entre los partidos políticos respecto de los tres ciudadanos o ciudadanas que deben elegir, ilustra muy bien el peso específico del tiempo en la regulación de las decisiones políticas. Hay aquí un cálculo y un costo asumido por los decisores: es mejor invertir más tiempo en la búsqueda de acuerdos que precipitarse en una decisión cuyos costos ya los vimos en la elección presidencial del 2006. En este sentido, el manejo adecuado del tiempo político ayuda a posponer una decisión delicada y estratégica para garantizar el respaldo de los partidos en torno al árbitro electoral de las presidenciales del 2012.
En ambos casos, es posible advertir como el timing político es un recurso escaso y precioso en las arenas del poder. En un caso, hay un desperdicio riesgoso y lamentable del tiempo público dedicado a la política, cuyas consecuencias pueden llevar a la inmolación de sus actores principales y confirmar el debilitamiento de las instituciones. En el otro, el ritmo de la política puede ayudar a destrabar una decisión complicada pero inevitable. En cualquier caso, la política siempre parece estar marcada fatalmente por “tiempos de marea flaca y horas de vendavales”, como escribió en algún lugar el poeta galés Dylan Thomas. De esas mareas y vendavales está hecha en proporciones exactas la vida política, y el signo de sus tiempos no es el de las nubes ni las puestas de sol ni los ciclos lunares, sino el de los relojes y los calendarios.

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